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Bajo un manto púrpura fue cónsul de Bitinia, abrió su villa a la brisa de los jardines y al clamor del agua derramada en marfil blanco. Dieciocho sirvientes le atendían veinticinco de las veinticuatro horas en vida. Cuidaba su garganta con collares de diamantes y de oro. El propio dueño del mundo decretaba pena de muerte a quien pertubase el sueño de sus noches. Para que él durmiera, se callaba el mundo conocido. Su hogar era del mejor mármol de la tierra y fue erigida una estatua que glorificó su porte y su figura. Tuvo una mujer de gran belleza que organizaba grandes banquetes para nobles dignatarios, todos ellos invitados en su nombre. Debió ser alguien increíble porque para tanta riqueza ni siquiera le hizo falta ser humano.

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