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En la tranquilidad del parque abierto, Damián iba a sentir los años venideros, la paz que ahoga y el silencio colmado por las ruinas. Su llegada a Atenas fue poco menos que insidiosa. Nadie recibió al único embajador de Sócrates y apenas un guardia portuario se atrevió a dirigirle la palabra. En su maleta guardaba cuatro calzoncillos, dos pantalones, una camiseta interior y tres camisas. Acerca de los pantalones largos, un falso biógrafo cuya autoridad hace tiempo quedó en entredicho, ha escrito recientemente que Damián escondía su cuerpo del sol sobre noviembre. La idea me parece apropiada a la razón de mi relato y por eso me hago dueño de la imagen. Cuando atravesaba la aduana pensó en las fronteras griegas, en el marco y en el límite de las últimas palabras de aquel hombre encarcelado. Se repitió a sí mismo que las blancas tardes con Andrés le esperaban a su vuelta y que el paseo de olivos repetidos como espejos que encontró al llegar al Ática, no era más que la víspera de un juicio justo.

Rafina no tiene más de once mil habitantes verdaderos si apartamos a filósofos y a esclavos; morralla que es la base social de cualquier país en democracia. La llegada de Damián no supuso un empuje para el censo pues no siendo filósofo, se sabía esclavo de los mitos. El puerto de Lavrio amenaza la hegemonía de este pueblo en el Egeo; muchos pescadores – y por tanto, habitantes verdaderos- conocen la ampliación del nuevo amarre y recelan de la confianza en sus vecinos. Damián ideó cuatro variantes sobre este tema de conversación para poder hacerse hueco en las tabernas. Pensaba que de este modo ganaría alguna simpatía y podría castigar con el uso la sabiduría de los hombres de Rafina. Desgastó las primeras cinco frases con el primer conductor de coche que aceptó cargar con su maleta sin aumentar el coste del trayecto. Notó que los más de tres millones de griegos que viven en el Ática son dueños de la historia de Occidente y que por ello se tienen por tranquilos con razones evidentes; entre ellas que no es necesario ir más rápido que el paso de tu propia vida. Cada uno de los griegos de esta prefectura conoce esa verdad y actúa siempre en consecuencia. Por eso el tiempo de justicia que esperaba Damián se demoró al menos setenta y dos horas desde su llegada; por eso y porque el peso específico de aquel lugar le apretaba el pulso y la memoria. Cito algunas de las ciudades que componen la región para que el lector pueda atestiguar que son sagradas abuelas de las nuestras: Como he dicho el Pireo, puerto de Atenas que armó la flota que partió a la guerra nautica; también Eleusis donde nació el mayor poeta Esquilo; Megara que luchó contra la fuerza de Esparta por Corinto; la montaña y minas de Laurión que acuñaban la moneda del mundo conocido; Maratón donde se libró la batalla que detuvo la invasión de Europa; Salamina donde en apenas siete horas se parió nuestro futuro. En este entorno se encontró Damián buscando su objetivo.

La primera idea que le pasó por la cabeza una vez estuvo recostado en el motel, fue celebrar un nuevo juicio en la plaza Syntagma, en cuyo frente se encuentra el Parlamento. Continuamente buscaba más respuestas indagando acerca de los hechos; albergando la duda en cualquiera de los actos que indujo al reo a negarse a ser asesinado

La muerte de Sócrates. Jacques-Louis David, 1787

La muerte de Sócrates. Jacques-Louis David, 1787

Pasadas cuarenta y ocho horas ya se hallaba en la capital de la palabra. Tras unas horas de mucho meditar, había llegado a la conclusión de que aquel líquido mortal no podía ser digerido y que era mayor el veneno de la historia que el que podía derramarse antes del lecho. Pensaba – o al menos eso pudo confesarme- que un juicio justo consistía en tomar prestada la piel del imputado y pensar qué hubiera hecho uno mismo en semejantes circunstancias. Y la respuesta para Damián y para todos los mortales no era otra que escapar. Pero no para aquel hombre, que según constaba en el auto y el informe de la policía, había tomado las llaves de su celda y las había arrojado contra sus captores negándose a huir de su destino y considerando su suerte como propia. Tras varias conversaciones con el reo, Damián se percató de que el hombre conocía que la acusación era falsa y que el juicio estaba lleno de irregularidades; aún peor, Damián supo que el reo asumía todo esto con fruición sin siquiera creer en la protesta que él venía a presentar desde Madrid tras un largo viaje. Incluso aquel hombre se ofreció a pagar las costas del proceso pidiendo a nuestro joven abogado que cediera en su interés. Esto inquietaba a Damián poco más que un insulto; le obligaba a remedar sus creencias y no pasaba minuto en el que no revisara por completo su alegato. Anduvo en cafés y en sitios frecuentados por los jóvenes, preguntó sobre la perversión del acusado, sobre los cargos y sobre la base de estos cargos. Intentó comprender al reo pero acabo cuestionándose a sí mismo. Entonces se detuvo, se sentó y toda aquella teoría se tradujo en su conducta. Y en la hora septuagésimo tercera, en mitad de aquel parque repleto de sentido; sonrió.

…Y esta es la mayor sabiduría: alcanzar el final sin siquiera haber notado tu comienzo.

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