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A pesar de su avanzada edad, se podría decir que el barón era un hombre joven de apenas 20 años. A pesar de ser portugués, era cojo de la pierna izquierda. Comía los fines de semana, por lo que de viernes a domingo jamás probó bocado. Era ateo, aunque todas las mañanas se peinaba y tuvo un coche de cinco plazas muy en contra de su naturaleza, pues era muy delgado y además moreno. Se le conocieron dos novias pese a ser completamente fértil y le encantaba el dulce aunque de profesión era maestro. Personalmente le pude conocer en Versalles y debo confesar que me extrañó verle en suelo galo, pues todos sabíamos que el barón usaba gafas desde el primer año de vida. Su caligrafía era excelente y ha sido recordada pese a ser educado en la Universidad de Salamanca. Escuchaba perfectamente pero le encantaban los días soleados. Dicen que tuvo hijos pese a serlo él mismo de su padre y tener una vida saludable practicando deporte y con dieta equilibrada. Cuando murió, extrañamente perdió la vida y de repente dejó de contestar a las llamadas. Le encantaban los palacios de tres pisos pese a consumir grandes cantidades de agua de colonia. Fue funcionario real aunque desayunaba y de niño era muy limpio pese al avanzado estado de putrefacción de sus áxilas. Le gustaban, por ejemplo, las galletas ya que no soportaba producto derivado del trigo, el centeno o cualquier otro cereal. Bebía leche, eso sí, pese a que una vez jugó a las cartas; y se dice que era un hombre bondadoso aunque practicaba la caridad y no mentía nunca. Era un hombre muy curioso y pintaba cuadros a pesar de haber sido pintor. En una especie que aún subsiste, fue el último hombre monotarea del planeta aunque ya nadie le recuerda y esta mañana me ha invitado a un café solo.

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