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En la más alta cima de la épica poética, más allá de las sombras y lugares oscuros que a veces nos habitan, encontramos siempre joyas que nunca tienen color ni brillan engastadas, que no se cuelgan ni se regalan; solo se pueden ver, leer o apreciar. En 1954 Kurosawa alumbró la épica heredada de shakespeare y los griegos, dejó su gota de arena y su grano de agua, sus cuatro montículos de gracia coronados por katanas. En 1960 John Sturges realizó un remake de la película adaptada a la cultura del western con magníficas (nunca mejor dicho) interpretaciones de Yul Brinner, Charles Bronson, Steve McQueen, Robert Vaughn, Eli Wallach, James Coburn y Brad Dexter. En el estreno se convirtió en un clásico.

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