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Trinchera en la sierra de Alcubierre, Aragón

Trinchera en la sierra de Alcubierre, Aragón

Dormíamos en literas que eran cómodas por odio, de tablas contrapuestas en dos filas en la ladera oeste del frente. De esto no hace tanto, y aunque muchos hay que quieren ya olvidarlo, las cicatrices se ven y a menudo relucen en destellos de memoria. Hace no más de diez años entré a casa del Benigno, que nunca había entrado, y vi que tenía en su salón los muebles de mis padres. No quise preguntar si la noche en que un grupo de fascistas llamó a la puerta y se llevó al último paseo a mi padre el maestro y a mi madre; el padre del Benigno, que siempre fue avieso y muy tocino para las palabras, le había delatado. Quiero olvidar porque aquello no me nuble pero no hay tarde en que no sople el Cierzo desde entonces removiéndome las tripas de la rabia. En aquellos sacos y maderos, aguantamos un año en la línea alta de Aragón desyunando una tableta de café y azucar, a días alternos con dos piezas de chocolate rancio. Luego a turnos todo el día y la noche entre ocho compañeros, tirábamos contra las liebres a ver quién traía la cena. No se hablaba de ideas sino de hambre y todo nuestro corazón estaba contenido en nuestro estómago; esperando el siguiente bocado o la garrafa o botijo de más tiro. El verano del treinta y siete fue morrudo para el grupo. La trinchera estaba recién cavada y habíamos hecho un mes apuntalando el sitio. Comíamos legumbre seca unos doscientos gramos, cien de los cuales podían ser patatas; tomate fresco otros doscientos o bien cincuenta gramos del de la conserva; treinta de tocino, doscientos cincuenta de carne o ciento cincuenta de bacalao y un chato de vino para templar el pulso contra el frío. Luego todo fue a menos y cada vez daba más respeto venir de Peñaflor u otros lugares más cercanos con comida. Hubo heridos en la trinchera cercarna, a cinco los llevaron en camilla por la noche. Por miedo a las ráfagas y al fuego  el que llevaba el camión conducía a tientas por la arena y a punto estuvo de matarles esa noche. Cada domingo había un armisticio y se paraban las refriegas. Cambiábamos comida con los moros que de exceso de cebolla estaban ya muy pálidos y a nosotros nos sobraba algo de trigo y tomate de los tiempos buenos.

Camastros de madera en trincheras de la tura Orwell. Los Monegros, Aragón

Camastros de madera en las trincheras de la ruta Orwell. Los Monegros, Aragón

Yo maté a seis en aquel año y medio de penuria, pero hubo quien en vida no mató más que a conejos porque en la avanzada grande de la columna enemiga a pesar de nuestra posición de ventaja en lo alto de aquel cerro, la mayor parte de nosotros nos rendimos pensando en la familia. A seis del grupo los cosieron a balazos, yo rendí armas tirándolas contra los sacos seis metros antes de la entrada, bajo la atenta mirada de un fusil ajeno. Uno de los otros, que era el hijo de la Adela, me llamó embravecido y me abrazó llamándome hermano. Los de la columna me creyeron prisionero y ese gesto parece que entonces me salvó la vida.

En aquel tiempo conocimos a un escritor inglés que había venido a luchar movido por principios; yo le expliqué que mataba para que no matasen a los míos y que era todo al final lo más sencillo. Mis nietos me han leído sus libros y al leerlo parecía oirle hablar; tan despeinado, con ese pelo negro seco y esas cejas, siempre con americana aún en agosto porque era hombre formal y comedido. Dormía y comía con nosotros y nos contaba que iría a otras guerras a contar esto que veía, a llamar la atención sobre el peligro de los totalitarismos. Realmente sabía demasiado, yo le veía las noches enteras pensando en su camastro, mirando la luna por el vano del techo entablillado, sujetando a dos manos la cincha; parecía entonces vaciar la mente en otras cosas lejanas a esta tierra. Todos nos preguntábamos qué hacía un hombre de cabeza tan fértil y compleja en un lugar tan seco y simple como aquel. Luego al tiempo, el Bernardo me dijo que una noche le había visto llorar entre las zarzas y que acercándose a él le pasó el brazo por cima de la espalda y el tipo le hablaba de Birmania. Todo aquello me parecía algo increíble….

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