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Aparte de tu esqueleto extraordinariamente parecido al de un simio, ¿Realmente qué te diferencia de ellos?

Aparte de tu esqueleto de Homo Sapiens, extraordinariamente parecido al de un simio, ¿Realmente qué te diferencia de ellos?

Del mismo modo que Émile Borel en 1913 planteó su teorema asegurando que “un mono pulsando teclas al azar sobre un teclado durante un periodo de tiempo infinito casi seguramente podrá escribir finalmente cualquier libro que se halle en la Biblioteca Nacional Francesa“, podríamos decir que en esta vida todo es probable y que lo realmente complejo es determinar en qué medida esa probabilidad puede traducirse en hechos. El Teorema de los infinitos monos es en esencia puramente vorpalina y se basa en la Ley Cero-Uno de Kolmogórov de tal modo que no siendo imposible la probabilidad de que un mono pueda redactar la obra “Hamlet” de Shakespeare, es obligatoriamente posible que pueda hacerlo. El teorema está adaptado como protocolo por S. Christey y viene a demostrar cualquier de nosotros, con suficiente tiempo, con adecuados medios y con la sola aplicación de las leyes fundamentales de la probalidad, puede estar capacitado para realizar cualquier tipo de obra o trabajo. Extrapolando el teorema a un escenario humano en el que el discernimiento, la capacidad de procesar información y la comprensión son más elevados, como en el caso humano, podríamos decir que cualquiera de nosotros con suficiente constancia y tenacidad puede conseguir logros sorprendentes con una adecuada combinación de factores, ninguno de los cuales tiene que ver con nuestra inteligencia, valores, conocimiento o calidad como personas. El ejemplo inmediato es cualquier líder ineficiente que podamos encontrarnos en nuestro entorno inmediato o en el telediario. Este hecho parecería algo desalentador si no fuera porque la inteligencia, los valores, el conocimiento y la calidad de una persona son potenciadores naturales para la cosecución de cualquier objetivo que se plantee.

A lo largo de la historia de la humanidad y en nuestra vida diaria podemos ver frecuentemente cómo el hecho de saber que existe una probabilidad de que algo suceda o pueda ocurrir, afecta y condiciona pero no determina nuestro comportamiento. No es algo científico y es una muestra de que el comportamiento humano se rige mayoritamente por condicionantes y sensaciones ajenos a la naturaleza de la ciencia. No somos azarosos pero debemos aprender a convivir con la probabilidad, es una realidad insana. La tecnología se entiende como un sistema de emulación de conocimientos absolutos que son aplicados sobre situaciones relativas. Quiero decir que ante la imposibilidad de tener una conciencia total para ejercer un acto de la forma más correcta posible, los seres humanos hemos construido aplicaciones que mecanizan y nos ayudan en la ejecución y en la toma de decisiones. Que Borel hace ahora 97 años demostrase que incluso un mono puede deleitarnos con las mismas figuras, juegos y delicias con que Shakespeare nos deslumbró, viene a significar, a mi modo de entender, que no debemos distanciarnos tanto de la lógica y el conocimiento para solo centrarnos en la técnica puesto que con ella todo es posible, incluso aquello que parezca más descabellado. La pregunta es ¿a qué precio?. Ahora que he apostillado contro los probabilistas, diré unas palabras también para los relativistas. “Todo es relativo”, cierto, incluso a mí me parece relativo que todo sea relativo. A los infinitistas, otra tribu que porlifera en nuestros días y que siembra el desconcierto doquiera que aparece y se reproduce, aparte de encomendárles la lectura de Esopo, les emplazo a la lectura de esta entrada de Neoteo que habla del hotel Infinito de David Hilbert, genial figura metafórica aplicable al neoliberalismo económico.

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