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Thomas Edward Lawrence fotografiado en Áqaba en 1917

Thomas Edward Lawrence fotografiado en Áqaba en 1917

Si alguna vez acudís al condado de Dorset en el sur de esa isla inquebrantable que siempre fue Inglaterra; existe un pueblo históricamente apreciado por los comerciantes sobre el Río Frome que todos conocen como Wareham Town. En él se encuentra la pequeña iglesia anglicana de Saint Martin donde una efigie yacente que representa a Thomas Edward Lawrence descansa ante la atónita mirada del visitante.  La estatua es de tamaño real y cuenta Eric Kennington, amigo íntimo de Lawrence y autor de la obra, que intentó reflejar en ella la personalidad real de la leyenda. Seguramente por ello, la indumentaria de la efigie que descansa en pleno lateral de una iglesia puramente anglicana sea árabe; precisamente por ello, tal vez nadie se atrevió a que la estatua descansará en la iglesia de Saint Paul.

Thomas E. Lawrence fue, según el tiempo y la persona contemplados, un excelente arqueólogo, un reconocido historiador de Oxford, un militar hábil y paciente, un espía del servicio británico de inteligencia, un aviador novato, un escritor consumado, un aficionado motorista. Todas estas personas caben en el exacto lugar de su trágica muerte en los caminos de Clouds Hill donde una placa recoge sus palabras, en concreto las tres primeras frases del texto que aquí sigue:

Todos los hombres sueñan, pero no del mismo modo. Los que sueñan de noche en los polvorientos recovecos de su espíritu se despiertan al día siguiente para encontrar que todo era vanidad. Pero los soñadores diurnos son los peligrosos porque pueden vivir un sueño con los ojos abiertos a fin de hacerlo posible. Esto es lo que hice. Pretendí forjar una nueva nación, restaurar una influencia perdida, proporcionar a veinte millones de semitas  los cimientos sobre los que pudieran edificar el inspirado palacio de ensueños de su pensamiento nacional. Un propósito tan elevado recalló en la innata nobleza de sus almas y les hizo desempeñar un papel generoso en los acontecimientos. Pero cuando ganamos, se me alegó que se ponían en peligro los dividendos petroleros británicos en la Mesopotamia y que se estaba arruinando la política colonial francesa en el levante.  Me temo que sea eso precisamente lo que deseo.

El señor Lawrence admiraba a Melville, es un hecho que queda constatado en numerosos escritos de su obra y en cada acto imprevisible de su carrera meteórica y fugaz por el planeta. Fue amigo personal de Robert Graves y George Bernard Shaw entre otras personalidades de su tiempo; y realizó una excelente traducción de la Odisea al idioma inglés y a su propia vida. Fue violado, maltratado y hecho preso, incomprendido y admirado. Tras años de acción, participó en la Conferencia de Paz de París cuyas acciones no tuvieron efecto inmediato sobre la estabilidad de la región. Muchos le han visto como un colonizador más entre el imperio, como un hombre utilizado y despojado de razón. Los árabes le creyeron inglés y los ingleses le tomaron por árabe; de seguro quien le lea contará un hombre menos entre nosotros, los mortales. Basta leer estas palabras:

En mi caso, el esfuerzo que realicé durante esos años para vivir vestido como los árabes y para imitar su estructura mental me despojó de mi personalidad inglesa, y me hizo contemplar al Occidente y sus convenciones con nuevos ojos, destruyéndolo todo para mí. Pero al mismo tiempo no podía sinceramente  endosarme una piel árabe; era solo una afectación. Un hombre se transforma fácilmente en un infiel, pero difícilmente se convierte a otra fe. Me desprendí de una forma sin asumir  la otra, y llegué a ser como el ataúd de Mahoma en nuestra leyenda, resultando de ello un sentimiento de intensa soledad en la vida y un desprecio, no por los demás hombres, pero sí por todo lo que hacen.  Tal despego invadió a veces a un hombre agotado por el aislamiento y el prolongado esfuerzo físico. Su cuerpo se afanaba mecánicamente, mientras su espíritu razonable le abandonaba y desde fuera le contemplaba con los ojos críticos, admirado de lo que hacía ese vano armatoste y de los motivos que le guiaban.(…)

Blanco en tierra de árabes, oriental en su propia patria. Arrastrado a evitar la expansión del imperio Otomano, aliado de Alemania, Lawrence fue mandado a incitar una rebelión de la que luego él mismo fue partidario y defensor. En Seven pillars of wisdom – cuya lectura hoy me fascinó- el autor relata cómo partió de El Cairo hacia la cuna del mundo conocido; cómo ideó y participó en la Rebelión Árabe, encumbrando al príncipe Faisal (futuro rey de Irak); cómo tomó junto a extranjeros que eran como hermanos, la ciudad de Áqaba; cómo constantemente asaltó a los turcos en cada ferrocarril que pasaba por el desierto y cómo intentó unificar al pueblo árabe,… Sin duda una vida propia de Nietzsche, cuya filosofía el mismo Lawrence dijo querer emular en su realidad diaria. Entre las obras que su vida ha inspirado, en 1961 Terence Rattigan habló de su supuesta homosexualidad en su obra de teatro Ross. Un año después David Lean inmortalizó de forma bastante fidedigna parte de la vida de Lawrence en la gran pantalla. Peter O’Toole (cuya caracterización raya la perfección), Ralph Fiennes, Joseph Bennett y Douglas Henshall han sido sus alteregos en ficción. A cincuenta millas por hora, en la carretera de Dorset, en Clouds Hill, intentando esquivar a dos ciclistas, perdió la vida a lomos de una moto George VI por la que tenía especial predilección. Una muerte mundana para una vida de sueños, una obra maestra del espíritu libre y la coherencia, que hoy he querido recordar con esta lectura emocionante.

“Una obra maestra es aquella que todo el mundo debe leer pero nadie quiere hacerlo” dijo alguien; tal vez esta sea una excepción…

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