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The_Last_Castle_Theatrical

 

Nos han enseñado a cumplir órdenes. Seamos civiles, militares o religiosos; pertenezcamos a cualquier país sobre el planeta; en cualquier latitud y situación, hemos sido adoctrinados en la disciplina. La sociedad en la que sobrevivimos a menudo no se parece en nada a la sociedad en la que vivimos, pero el arte del liderazgo es sobreestimado y admirado. Acudimos a eventos donde nos hablan de marca, de equipos, de objetivos, pero en aras de un sistema imaginario, quasi perfecto; desdibujamos con frecuencia las fronteras, nos erigimos en defensores de un baluarte que otros nos hicieron amar y respetar. Escribo entradas en las que hablo de otra forma de hacer e imaginar las cosas, algo diferente pero que siempre ha estado ahí; tomó cafés con los amigos e intento predicar cierta cultura del entendimiento y ¿por qué no? cierta inteligencia y perspectiva para no simplificar el mundo demasiado. Contar con James Gandolfini y Robert Redford en un mismo metraje parece garantía de éxito, pero sin historia nada tendría sentido. En esta película, que pasó sin pena ni gloria por las carteleras del año 2001, he encontrado una historia con reminiscencias al espíritu de Luke Jackson, ese gran indomable que interpretó Newman para Rosenberg. Ambas historias suceden en penales infrahumanos, con personajes que luchan por la supervivencia de sus ideas más allá de lo físico y del dolor, con excelentes villanos respaldados por sus sistemas.

Un general de división del ejército estadounidense es condenado a diez años de cárcel por desobedecer una órden en combate con horribles consecuencias. Su ingreso en la prisión será toda una lección de coraje para los reclusos. Degradado y castigado por un alcaide despiadado y necio, demostrará al espectador cómo una cabeza bien amueblada es mejor que un castillo totalmente vacío. Olvidáos por un momento de la acostumbrada parafernalia que rodea a las americanadas que tratan sobre el ejército; abstraeros del tinte patriótico que destila una bandera, pero atended y asistid a una lección importante: una persona ejemplar (llaménlo lider, socio-director, conductor o general de división) no lo es por sus galones, categoría o despacho, un lider no nace, se hace. Me ha resultado muy interesante la dicotomía y el enfrentamiento entre una postura radical, inflexible, sometedora; y una actitud moderada, flexible, constructiva hasta el último segundo. Nada de lo que no hubieran hablado Gracián, Schopenhauer, Lao Tse, Averroes o Sidharta, ninguna enseñanza que no hubieran reflejado los sufíes más notables, nada que la propia historia no haya enseñado una y otra vez sin solución de descanso ni de gloria; desde luego nada nuevo y sin embargo un aire renovado… que agradezco. No es más útil dominar que sentirse respetado.

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