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Giuseppe Bonfiglio y Rosina Galli en las Danzas polovtsianas (1915)

Giuseppe Bonfiglio y Rosina Galli interpretan las Danzas polovtsianas de Alexandr Borodín (1890) concluidas por Nikolai Rimsky-Korsakov y Alexander Glazunov (1915) y basadas en la epoyeya "El canto del príncipe Ígor" escrito por un autor anónimo en el s.XII

De nuevo vuelvo a hablaros de las inquietantes relaciones que se establecen entre personas que cohabitan un mismo espacio para generar nuevos entornos. Gracias a Alejandro Ambrad (@ambradchalela) que ha promovido una charla sobre la Estrategia de Océano Azul dentro de la casa, he recordado mi lectura de este libro hace ahora varios meses. No he podido seguir la charla en directo pero ha sido adecuadamente blogueada en realtime. Empecé la lectura del libro tras la recomendación de David Sánchez (@capitancluster), Director de Difusión y Comunicación de CENATIC, ese respetado oráculo público y semi-independiente divulgador de las bondades del software libre en España. Pues bien, he recuperado una frase del inicio del libro que me gustó especialmente y que quiero recordar porque refleja la base de la pauta social que se ha promovido en las organizaciones sujetas al libre mercado o al denominado océano rojo: “confronting an opponent, fighting over a given piece of land that is both limited and constant“. Creo que este concepto de confrontación es fundamental para entender porque los autores comparan la estrategia empresarial con los sistemas de organización militares y enuncian ese espacio por descubrir que es el “new market space uncontested” del que hablan W. Chan Kim y Renée Mauborgne.

Si fuéramos capaces de entender la limitación que supone luchar confrontándose y luchar confrontándose y además hacerlo por un mísero trozo de tierra (proyecto, categoría, puesto, dinero, objetivo material) creo que tendríamos bastante camino recorrido y podríamos relajarnos para salir de la miseria ética entre todos. Nuestro miedo al fracaso es un lastre atroz que creo que nos está minando. Esto me hace pensar en la obra maestra que ahora mismo estoy leyendo. “El canto del príncipe Ígor” escrito anónimamente en el siglo XII es la mayor epopeya rusa jamás escrita y curiosamente relata el fracaso del mayor de los príncipes rusos contra las huestes bárbaras polovtsianas que invadían continuamente la estepa desde los dominios túrquicos del este. El hecho de que muchos críticos consideren esta obra como el nacimiento de la gran literatura rusa parece paradójico a juzgar por el resto de sagas de caballería. En ninguna de las sagas europeas conocidas (en el resto de continentes también se podría extrapolar el fenómeno de la caballería) se ha dado el caso de que el eje fundamental de la acción poética y épica sea el fracaso, la derrota en la batalla del personaje central. Mientras Yaroslavna, la esposa del fiel “guerrero consumido” llora a su amado y el lector se estremece, parece advertir del peligro de la batalla. Sí, lo hace, pero como siempre en nuestra historia ese lamento llega justo a tiempo: cuando es absolutamente tarde y su marido nutre el océano rojo de cuerpos muertos sobre el campo de batalla. Sobre la analogía con la historia de los hombres podríamos relatar infinitas interpretaciones pero sin duda para esta entrada son más efectivas las analogías con el océano rojo.

Tal vez si Ígor no hubiera atacado de forma preventiva el espacio “limitado y constante” (en palabras de Chan Kim y Mauborgne) por el que competía con los polovtsianos, toda su población no hubiera perecido. A principios del segundo milenio ruso después de Cristo parece complicado proponer a los bárbaros del este (que consideraban a su vez bárbaro al propio príncipe) establecer un entorno de convivencia común en el que ambas poblaciones se hubieran beneficiado gracias al aprendizaje, el intercambio igualitario y el respeto cultural. Tal vez y siendo fieles al clima bélico constante que las sociedades feudales repartían por toda eurasia, no hubiera sido lo más sensato pero sin duda hubiera sido algo innovador. Lo que es meridianamente claro es que el príncipe Ígor Sviatoslávich y el resto de príncipes rusos que lo acompañaron en su llamada a la unidad contra el infiel, murieron sumidos en un océano rojo territorial que no distaba absolutamente nada de una guerra tribal subsahariana o de una disputa entre dos machos de cualquier especie de animal. Si ustedes me apuran, los macacos de la especie Macaca assamensis que habitan en Tailandia son capaces de establecer relaciones de amistad por motivaciones políticas según ha publicado recientemente Oliver Schülke en la revista Current Biology. La relación en este tipo de interacción se basa en el aseo mutuo y el reconocimiento al resto de machos de cada uno de los machos es directamente proporcional al número de crías que defienden. Esto quiere decir que la defensa de la familia se produce por vía de las políticas activas y constatadas de amistad. De hecho por lo que nos cuenta el doctor Schülke cuanto más relaciones sociales entabla un macho mayor es su estatus social.

Teniendo en cuenta que esta especie lleva decenas de miles de años en nuestro planeta parece que respetuosamente debemos aprender de otras especies. Tratar bien y conocer a las personas es innovar, involucrarte con tu naturaleza y mimetizarte con tu entorno propio es también innovar. Me imagino en mitad de la estepa en la región del Bajo Don en 1185 intentando hablar con el joven príncipe en un eslavo ruso realmente lamentable, diciéndole con certeza de macaco que en las relaciones humanas existen verdaderos y eternos océanos azules siempre por explorar en cada una de los millones de personas, hablándole de organizaciones abiertas y ejércitos de personas en red aprendiendo y descubriendo el mundo siempre nuevo y completamente diverso. Él de seguro me respondería que no se lo tuviera en cuenta, que había intentado alinear a las castas y familias de príncipes de la anciana Ru con el propósito de la diferenciación y el bajo coste en vidas de las incursiones polovtsianas. Y mirando el cuadro que acompaña a estas líneas y que compara ambas estrategias, ¿quién se atrevería a llevarle la contraria a un hombre armado de argumentos y de huestes rusas a caballo?. Tal vez yo, todo depende de con qué pie me haya levantado en ese día 😉

Enlaces relacionados:

El canto del príncipe Ígor, trad. intr. de San Vicente, Ricardo. Notas de Navtanóvich, Liudmila, KRK Ediciones, 2008

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