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Ser o no ser… bueno, esa es la cuestión 

El otro día alguien me dijo que consideraba que yo era una buena persona. Me quedé perplejo. Rápidamente encontré una explicación lógica que pudiera justificar esa opinión. En mi caso, de ser cierto, no creo que tenga ningún mérito por tres simples motivos que compartí en ese momento:

  1. Puede deberse a mi lamentable falta de memoria en todos los sentidos. No tener memoria casi en absoluto obliga a cultivar una serie de valores que se encuentran en franca decadencia y que, bien mirados, en estos momentos resultan diferenciales. Cuando antes encendíamos nuestro ordenador SPECTRUM nadie esperaba que aquello fuese como una bala, sino que simplemente funcionase. La paciencia se daba por supuesta y nadie esperaba que toda la biblioteca de su casa fuese a caber en un disco extraíble de 5 1/4. Nuestro nivel de expectativas respecto a un SPECTRUM era mucho más saludable de lo que sin duda lo es ahora respecto a cualquier computadora. No esperábamos más de lo que nos podía dar. Y eramos felices. Desde entonces como una recurrente lección diaria, cada mañana nos hemos educado en la velocidad hasta que el tiempo de respuesta es a menudo más valorado que la calidad de la respuesta. Ahora parece que tener paciencia es para los pobres. Si tienes dinero no hace falta tenerla en absoluto. Algo parecido ocurre conmigo. Debido a mi incapacidad latente por almacenar recuerdos, soy igualmente incapaz de tener los recursos suficientes para actuar con una maldad medianamente estructurada. Luego no soy bueno, es que si fuera malo lo sería de bajo rendimiento. Y claro a mí me educaron en la competitividad, y para no ser verdaderamente muy malo, mejor no serlo en absoluto. Es mi consejo.
  2. El segundo motivo es que puede deberse a mi enconado afán de rebeldía y análisis continuo. Soy -ya lo he dicho- un salmón. Me refiero a que probablemente pese en mí en mayor medida un espíritu rebelde (que me obliga a ser, hacer y decir lo contrario de lo que la gente es, hace o dice) que un espíritu bondadoso. En este sentido si el mundo fuera un lugar perfecto en el que todo el mundo es por naturaleza respetuoso, entrañable y constructivo con el resto, casi con total seguridad yo sería un terrorista fanático y barbudo de los altos del Golán. Si no lo soy es que serlo ahora mismo no resulta nada original. Chavales, lo outsider, trendy y fashion hoy en día es ser buena persona. Piensen en banqueros, presidentes pusilánimes, cacos de poca monta, corredores de bolsa, descorazonados especuladores, piensen en esos diminutos déspotas de despacho que socialmente cambiaron las plantaciones de Louisiana y la lucha contra la emancipación por las software factory, el offshoring y la lucha contra la dignidad humana. Todo eso lo hay a patadas, hasta debajo de las piedras. Es difícil encontrar valor en ser más de lo mismo. Esa mentalidad secesionista sinceramente me agota, quiero decir que es lo de siempre, que ya lo hemos visto mucho. Y creo que por eso tal vez yo intente hacer precisamente todo lo contrario. Puede que sea esto también.
  3. El tercer motivo tiene que ver con que ser malo hoy en día no resulta nada complicado. Si ustedes hoy tuvieran un momento propio, intenten ser malos con la persona que ahora mismo está a su lado. Comprobarán que no existen más que facilidades para serlo. De hecho en cada telediario y periódico, en cada información que nos llega por las redes comprobamos la gran cantidad de personas que logran ser malas a diario con total impunidad. Personas que insultan, que golpean, que no paran en los pasos de cebra, no ayudan a los ancianos o que le dedican una gran cantidad de tiempo a ver cómo ser menos malo que otro pero que nunca renuncian a dejar de serlo por completo. Lo hacen -como la mayoría de vilezas de la especie humana- por si acaso. Dicho de otro modo, a priori -sin ir más allá de condicionantes añadidos- joder a otro es más fácil que cuidarlo. Además de esto los que son malos de alto rendimiento por lo común se salen con la suya. Por contra dediquen el mismo tiempo a intentar ser buenos con la persona que ahora mismo está a su lado. A un nivel primario (regalar una flor, abrazar, compartir la comida o mostrar interés) puede resultar sencillo. Ahora bien, intenten ser buenos de alto rendimiento. Intenten por ejemplo levantar un negocio no pensando solo en uno mismo sino en el bienestar de los demás. Intenten por ejemplo cumplir con la legalidad vigente en un contexto social en el que lo que se valora es el pillaje. Intenten darlo todo de sí mismos por un bien común, cualquiera que este sea. No tardarán en encontrarse con tremendas barreras, soledad, rechazo, prejuicios y un castigo voraz por parte de aquellos que se instalan en la sencillez de seguir jodiendo a otros. Porque ser bueno es complicado. Y a mí es un reto que me parece sinceramente más apasionante. Tal vez solo sea eso.

Lo que quiero decirles es que ninguno de los anteriores tres motivos es digno de admiración. Se trata por el contrario de ser práctico. Ante mi incapacidad, mi aparente pasión por la autonomía, mi búsqueda insensata de la superación y mi naturaleza díscola, ser malo o malo de remate no sería muy inteligente o útil.

Hace tiempo en un libro que escribí compartí un pensamiento en el que sigo creyendo firmemente: “Las buenas personas no caben en las grandes ciudades” Desde hace muchos años no diseñamos ni construimos las ciudades para que quepa gente interesante. Una ciudad está pensada por defecto para que viva gente cotidiana, anodina, sin aparente ambición moral y con una nula sensibilidad por llamar la atención sobre los otros. Esto es sencillamente así aunque para mí resulte un modo de vida incomprensible. Por otro lado el concepto de bondad para mí es similar al de interés y no es relativo o subjetivo. Quiero decir que en lo que poco que he viajado en todos los países y culturas la bondad se reconoce a los ojos de todos los mortales y que además lleva implícita unos valores comunes que sería bueno rescatar a diario.

A los que me encuentro a diario que son interesantes, los considero una especie en extinción que debería habitar en complejos residenciales protegidos donde el resto del público vil y abyecto pudiera observarles a través de algún cristal, sin necesidad de mucha interacción debido al riesgo de contagio. En el caso del contagio a espectadores, habría por supuesto que inventar algún tipo de vacuna contra la originalidad, algo que se tomara rápido en situaciones de emergencia. Tal vez un sobre de aburrimiento efervescente siempre presente en el bolso de cualquier mujer de hoy. O puede que para los jóvenes una pastilla de moderación en dos colores que les ayudara a ser lo que otros creen que fueron. O seguramente una de esas pastillas para no soñar que reclama Sabina en su canción. En el caso del contagio a gente interesante, yo tiraría de chocolate, que siempre me despierta una creativa vocación por lo prohibido.

Por último solo añadir que ser buena persona también puede parecer de pobres. Sobre todo a la vista de los recientes acontecimientos. Un amigo mantiene que no se puede ser rico y feliz pero que tampoco se puede ser pobre y no aspirar a la riqueza. Dice que vivimos en esa contradicción constante. Personalmente creo que en tiempos de carestía, ser pobre es muy cool, que dirían los pijos paradójicamente hoy en riesgo de exclusión social. Lo es aunque solo sea porque no quede más remedio. Feliz 2013 para todos.

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