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La autopista de todos los problemas

La autopista de todos los problemas

cuadro titulado “Autopista sin final” del maestro Robert Allen Zimmerman

“Hay que tocar durante mucho tiempo para poder tocar como uno mismo”

maestro Miles Davis

 

He superado la mayor parte de problemas de mi vida cuando he considerado que no lo eran. Incluso en mis peores momentos, por mucho que yo me empeñara en ello, la vida nunca fue un acertijo a resolver sino la belleza del único valor auténtico que tengo. En otro tiempo buscaba su sentido, ahora aprecio su presencia. He escrito este pequeño relato para mostrarte una de las mayores lecciones de vida que puedes aprender. Espero, lector o lectora, que te atrevas de todo corazón a disfrutarlo.

Comenzamos.

Vivir de forma consciente es el mayor regalo que alguien puede hacerse. Ser consciente de algo no significa cebarse en lo que te ocurre sino comprender lo que ocurre. Por mucho que te empeñes, la vida no te ocurre, no te está pasando a tí ni eres especialmente importante o muy diferente a otras personas que viven. La vida tampoco te rodea, ni hay una gran cantidad de problemas, personas o circunstancias que te facilitan o impiden progresar y a los que hay que bendecir o maldecir de acuerdo a tu criterio. Nada de esto ocurre a tu alrededor ni te ocurre precisamente a tí.

En realidad tú eres siempre la parte más determinante de todo lo que te ocurre pero eres una parte a menudo insignificante de todo lo que ocurre. Le das excesiva importancia a tu capacidad de cambiar las cosas y una nula importancia a tu capacidad para cambiar tus cosas. Los otros tienen que mejorar tu vida pero tú no puedes hacerlo. Y es verdad, claro que no puedes, es imposible para tí porque te has equivocado de sala espera y de hospital.

Cuando te convertiste en víctima aparecieron todas tus heridas y acudiste entonces a toda prisa a tu coche de ira y frustración donde todo pasa rápido y ahora. Tomaste entonces a toda velocidad la autopista de todos los problemas. En ella había muchas salidas. Una decía “EL HOSPITAL DE MI VIDA”, otra decía “EL HOSPITAL DE LA VIDA DE JUAN”, otra decía “EL HOSPITAL DE LA VIDA DE OMAR”, y así una detrás de otra por toda la autopista. No viste la primera señal, esa que decía “EL HOSPITAL DE MI VIDA”, porque ibas demasiado rápido y centrada en formular y atender a todos tus problemas como para darte cuenta de que tienen solución. Y entonces de repente viste la palabra hospital en otra señal e inconscientemente diste el intermitente y te encontraste dentro. Fue algo automático, puede que ni siquiera quisieras hacerlo, pero tomaste esa salida. Al llegar al hospital de la vida de Juan nadie te reconoció como doctora así que te sentaste en la sala de espera de los problemas de Juan. Y allí estaban otras personas que como tú tampoco eran Juan y que como tú también tenían problemas. Así que te alimentaste de ellos, te los comiste todos, los sumaste a todas tus heridas y a ellos les sumaste todas tus heridas. Pero aunque lo hacías y te reconfortaba ver que ellos también tenía heridas, tú seguías teniendo tus heridas, era como si las multiplicases. El caso es que seguías siendo víctima así que volviste a tu coche de ira y frustración, lo cargaste de tus heridas y de las heridas de las otras personas que tampoco eran Juan y volviste a la autopista de todos los problemas.

Y mientras volvías a enfrascarte en la formulación, el recuerdo y el análisis de todos tus problemas había de nuevo muchas salidas. Una decía “EL HOSPITAL DE MI VIDA”, otra decía “EL HOSPITAL DE LA VIDA DE OMAR”, otra decía “EL HOSPITAL DE LA VIDA DE RAQUEL”, y así una detrás de otra por toda la autopista. No viste la primera señal, esa que decía “EL HOSPITAL DE MI VIDA”, porque ibas demasiado rápido y centrada en formular y atender a todos tus problemas como para darte cuenta de que tienen solución. Y entonces de repente viste la palabra hospital en la segunda señal e inconscientemente diste el intermitente y te encontraste dentro. De nuevo fue algo automático, apenas fue una decisión inconsciente, pero tomaste esa salida. Al llegar al hospital de la vida de Omar nadie te reconoció como doctora así que te sentaste en la sala de espera de los problemas de Omar donde había muchas otras personas que tampoco eran Omar hablando de todos sus problemas. Y de nuevo te alimentaste de ellos, te los comiste todos, los sumaste a todas tus heridas y ellos sumaron las tuyas a las suyas. Pero tú seguías teniendo tus heridas y seguías siendo víctima así que volviste a tu coche de ira y frustración, lo cargaste de nuevo con las heridas de las personas que no eran Omar y con todas tus heridas que se sumaron a las heridas que de las personas que no eran Juan, y volviste a la autopista de todos los problemas.

Casi sin darte cuenta volviste a poner tu atención en todos tus problemas y mientras lo hacías con tanta atención y dedicación, en la autopista había de nuevo muchas salidas. Una decía “EL HOSPITAL DE MI VIDA”, otra decía “EL HOSPITAL DE LA VIDA DE RAQUEL”, y así una detrás de otra por toda la autopista. Como ibas centrada en todos tus problemas no viste la primera señal, esa que decía “EL HOSPITAL DE MI VIDA”, porque ibas demasiado rápido y toda tu atención se centraba en enumerar y tener presentes todos tus problemas como para darte cuenta de que tienen solución. Y entonces de repente viste la palabra hospital en la segunda señal e inconscientemente diste el intermitente y te encontraste dentro. Ni siquiera recordabas haberlo hecho antes, simplemente te metiste en la salida, la tomaste porque aquello era un hospital y tú tenías heridas. Al llegar al hospital de la vida de Raquel nadie te reconoció como doctora así que te sentaste en la sala de espera de los problemas de Raquel. Allí había muchas personas que no eran Raquel hablando de todos sus problemas. Así que los escuchaste y te los comiste todos, los sumaste a todas tus heridas. Pero tú seguías teniendo tus heridas y seguías siendo víctima así que volviste a tu coche de ira y frustración, lo cargaste de tus heridas junto a las heridas de todas las personas que no eran Raquel, las heridas de todas las personas que no eran Juan y las heridas de todas las personas que no eran Omar y volviste a la autopista de todos los problemas.

Mientras conducías empezaste a pensar que cuando te convertiste en víctima habías salido de casa para que otros te ayudaran a resolver todos tus problemas, y sin embargo ahora estabas cargada de todos los problemas de las personas que no eran Juan, ni Omar, ni Raquel ni tú misma. Mientras pensabas esto con tanta atención y dedicación, en la autopista había de nuevo muchas salidas. Una decía “EL HOSPITAL DE MI VIDA”, otra decía “EL HOSPITAL DE LA VIDA DE ANDRÉS”, otra decía y así una detrás de otra por toda la autopista. Como ibas centrada en enumerar los problemas de todas las personas que no eran Juan, ni Omar, ni Raquel ni tú, no viste la primera señal, esa que decía “EL HOSPITAL DE MI VIDA”, porque ibas demasiado rápido y no puedes estar en dos cosas al mismo tiempo. Tampoco viste la segunda señal, esa que decía “EL HOSPITAL DE LA VIDA DE ANDRÉS”  porque aún estabas enumerando los problemas de todas las personas que no eran Juan, ni Omar, ni Raquel ni tú misma. Y entonces de repente, cuando ya habías acabado de enumerar todas esas heridas, viste la palabra hospital en una señal y como por arte de magia diste el intermitente y te encontraste dentro de la salida. Como no sabías dónde llevaría estabas tan atenta en encontrar el hospital que ni siquiera recordabas haber salido antes por otras salidas de la autopista que llevaban a hospitales. Al llegar al hospital de esta salida nadie te reconoció como doctora así que te sentaste en la sala de espera del hospital. Allí había muchas personas hablando de todos sus problemas. Así que los escuchaste y te los comiste todos, los sumaste a todas tus heridas. Pero tú seguías teniendo tus heridas y seguías siendo víctima así que saliste del hospital para buscar tu coche de ira y frustración, cargarlo de todas las heridas de las personas que no son Juan, las de las personas que no son Omar, las de las personas que no son Raquel y las tuyas y volver a la autopista de todos los problemas. Pero al salir del hospital miraste el letrero de la entrada y decía “EL HOSPITAL DE LA VIDA DE LA PERSONA QUE MEJOR ME QUIERE”. Así que volviste a entrar y de repente viste a la persona que mejor te quiere. No estaba en la sala de espera donde tú estabas. Ella tenía una bata, sonreía a los demás y operaba con diligencia y disciplina constante todos sus problemas. Nunca habías reparado en su sonrisa y viste entonces que su calidez y claridad eran muy puras, que todas las personas se sentían bien a su lado. Junto a su despacho de consulta viste un letrero que rezaba: “RESPONSABILIDAD PROPIA”. Ella era la directora del hospital y sin duda se notaba por la admiración y el respeto con el que todos la trataban. Aunque tu la observabas maravillada desde la sala de espera en la distancia, ella vino sonriendo a tí y te dijo:

– Me alegro de verte, ¿Qué haces aquí? Este es mi hospital de mi vida, en él resuelvo todos mis problemas con ayuda de aquellas personas que quieren ayudarme. Aunque ves muchas personas en la sala de espera solo dejo entrar a aquellas que quieren ayudarme. ¿Has venido a ayudarme?

Contrariada tú la respondiste:

– No, simplemente salí por una salida de la autopista donde vi la palabra “hospital” y entré porque yo tengo mis propios problemas y quería resolverlos.

– Ahora entiendo – te contestó sonriendo– Siento que no puedas pasar a este hospital porque aquí solo tratamos mis problemas las personas que quieren ayudarme y yo. Veo sin embargo que tú tienes problemas y me gustaría ayudarte a que tú los resolvieras pero eso solo lo podemos hacer en tu hospital. Como veo que quieres resolver tus problemas, creo que lo mejor es que estés muy atenta cuando vayas por la autopista de todos los problemas y te metas en la salida que señale el hospital de tu vida. Yo hoy acabaré pronto de tratar mis problemas así que como soy tu amiga me pasaré por tu hospital luego a ayudarte. ¿Podemos quedar allí a las 15:00?

– Vale –dijiste con un hilo de voz.

Pero tú seguías teniendo tus heridas y seguías siendo víctima así que un poco extrañada por lo que acababa de ocurrir volviste a tu coche de ira y frustración, lo cargaste de tus heridas junto a las heridas de todas las personas que no eran Juan y las heridas de todas las personas que no eran Omar, y las heridas de todas las personas que no eran Raquel pero… al ir a cargar las heridas de la persona que mejor te quiere de repente viste que no tenías nada que cargar. Un poco sorprendida volviste a la autopista de todos los problemas.

Mientras conducías lo único que pensabas es que alguien se había ofrecido a ayudarte y que habías quedado a una hora con esa persona y tenías que cumplirlo. Así que aunque en la autopista había de nuevo muchas salidas, viste una que decía “EL HOSPITAL DE MI VIDA” y te metiste de lleno sonriendo. Al llegar al hospital de tu vida nadie te reconoció como doctora así que te sentaste en la sala de espera del hospital de tu vida.

– ¡Qué extraño! – te dijiste– ¡Este es el hospital de mi vida pero nadie me reconoce como doctora!

En la sala de espera del hospital de tu vida había muchas personas que eran tú misma hablando de todos sus problemas. Así que los escuchaste y te los comiste todos, de nuevo los sumaste a todas tus heridas. Fueron pasando los minutos hasta que dieron las 15:00. Entonces viste entrar a la sala de espera del hospital de tu vida a la persona que mejor te quiere y riendo te dijo:

– Pero mujer, ¿Qué haces tú aquí? ¡En este hospital somos los demás los que tenemos que esperar a ayudarte, no tú!

– Pero es que nadie me ha reconocido como doctora.

– Pues claro, en todas las salas de espera la mayoría de las personas creen ser directores generales del hospital del mundo, un hospital que no existe, cuando en realidad casi nadie es director general del hospital de su vida. Comprenderás ahora que no sepan reconocer a alguien que lo sea. ¡Solo tú puedes reconocerte como directora del hospital de tu vida! Mira, allí está colgada tu bata –dijo señalando un perchero más allá de la sala de espera

Entonces viste claramente esa bata nueva, sin estrenar, que nadie había tocado y por primera vez en toda tu vida saliste de la sala de espera y cruzaste la línea hasta llegar al perchero. Te pusiste la bata y fuiste a tu consulta. Allí estaban todos tus problemas y los problemas de las personas que no son Juan, los de las personas que no son Omar y los de las personas que no son Raquel, todos juntos. De repente entró la persona que mejor te quiere y dijo con mucho cariño y sonriendo:

– ¡Qué guapa estás con la bata!, ¡Buf!, ¡Vaya jaleo tienes aquí! ¿Quieres que te ayude?

– Sí, claro, llevo toda la vida intentando resolver mis problemas –respondiste mirando al suelo

– Empecemos por separar tus problemas de los problemas de otros. ¿Podrías hacerlo?

– Creo que sí – y durante varias horas separaste tus problemas de los otros junto a la persona que mejor te quiere.

– Ahora, dado que tenía cita contigo y estoy aquí en tu consulta, tal vez estaría bien que separaras dentro de tus problemas aquellos que crees que puedes resolver conmigo y los que no. – Te dijo mirándote a los ojos– ¿Te parece buena idea?

– Sí, creo que podré hacerlo.

Y empezasteis a hablar de tus problemas pero solo de aquellos que creías que podías resolver con su ayuda. Durante la conversación te diste cuenta de que la mayoría de problemas no lo eran y de que aquellos que lo eran, podían resolverse con más perspectiva o con un planteamiento diferente. Todo fue bien y te sentiste por un instante liberada. Al acabar ella te dijo algo que nunca olvidarás:

– Así es como se resuelven todos tus problemas. Puedes hacer esto siempre que lo necesites. Este hospital siempre seguirá aquí y tú a partir de ahora siempre serás la directora. Solo debes dejar entrar a este hospital a aquellas personas que realmente quieran ayudarte. A veces puede que te descuides y se cuele alguna persona que no quiere realmente ayudarte. No pasa nada, simplemente devuélvela a la sala de espera, al final se acabará cansando y se irá mientras tú tengas clara tu actitud. En este hospital solo se habla de tus problemas y por ello debes ser muy generosa y agradecida con todas las personas que vengan a ayudarte. Ninguna de las que realmente quieren ayudarte desea hacerte ningún mal por lo que no desconfíes de ellas y sonríe. Solo tú puedes resolver tus problemas, por eso solo tú llevas la bata, el resto de personas están aquí para ayudarte, no para resolver tus problemas. Todos estos problemas que hemos apartado y que dicen “Los problemas de personas que no son…” directamente tíralos a la basura. Cada persona debe resolver sus propios problemas. ¡Ah! se me olvidaban dos cosas importantes: Mientras no estés en este hospital no es muy útil ni bueno para tí que pienses o dediques tiempo a tus problemas porque solo aquí pueden resolverse. No te hará bien a tí ni hará bien a otros que lo intentes fuera; ya lo he comprobado, es imposible. Y por último, he visto que tienes un coche de ira y frustración aparcado fuera y con el que recorres esta autopista. El coche puede parecerte bonito pero ahora que ya eres directora del hospital de tu vida y responsable de tu vida tienes un problema con él.

– ¡¿Cual?! – Dijiste sorprendida de que hablara así de tu querido coche en el que continuamente recordabas todos tus problemas…

– El problema es que tu coche de ira y frustración solo sirve para recorrer la autopista de todos los problemas, pero con él no puedes recorrer ninguna otra.

– ¡¿Cómo?!, ¿Es que acaso hay más autopistas? – gritaste poniéndote en pie y boquiabierta sin salir de tu asombro.

– Claro – dijo sonriendo la persona que más te quiere– Y no solo autopistas. Hay cientos de autopistas, carreteras, autovías, caminos de piedras, senderos,… pero solo puedes acceder a ellas resolviendo tus problemas y bajándote de tu coche de ira y frustración. Aunque la autopista de los problemas que ya conoces es muy cómoda, a mí el camino que más me gusta es el sendero apenas explorado de la compasión. Es el camino menos transitado, no es cómodo ni agradecido para tus pies pero es el más humano y digno de todos. En él encontrarás felicidad y plenitud y una gran cantidad de alegrías ayudándote a ti misma para ayudar a otros.

– ¿Con qué coche se recorre ese camino?, ¿Es de gasolina o diesel?, ¿Crees que con lo que saque vendiendo mi coche de ira y frustración podré comprarme un coche así? – Preguntaste interesada

– No hace falta ningún coche para recorrer ese camino – Dijo sonriéndote con ternura la persona que mejor te quiereEl camino de la compasión no se recorre desde fuera sino desde dentro. No hallarás tu felicidad ni tu satisfacción con todo lo que no tienes y está fuera, solo la hallarás desde lo que tienes dentro. Piensa en esto: ¿Cuánto tiempo podías haber aguantado metiéndote en el hospital equivocado hasta quedarte sin la gasolina y sin el coche? El camino del que yo te hablo parte de tu compromiso. Por eso te traje este regalo… – Y de su bolsillo entre sus manos apareció entonces el letrero de su despacho que decía “RESPONSABILIDAD PROPIA” y lo colgó en tu puerta para que nunca olvidaras la lección.

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Contra II

Contra II

Siete de los doce molinos de viento de Consuegra (Toledo)

Siete de los doce molinos de viento conservados en Consuegra (Toledo) de los trece molinos históricos.

… O al menos eso creyeron una noche cuando toda perspectiva es niebla. Pero de día alineados en el cerro uno a uno custodiaban el planeta. Reclamaban al llano el sabor del amarguillo y la derrota, la cualidad innata de todo ser inteligente de poseer el mundo con tan solo una mirada. El contorno roto de aquel monte marcaba su belleza. En los días claros del siglo XVI un quejido de hierro crujía la madera abriendo la mañana. Porque no hay un nuevo movimiento sin dolor, ni una vida plena sin esfuerzo. Unidos  uno a otro aprovechaban con su piel resquicios de viento replegado. Se sentaron a alimentar al mundo. Vivieron de hambre saciando la sed del infinito. Todos. Completamente todos contra el viento.

NOTA: Los nombres propios de estos doce seres mitológicos: Bolero, Mambrino, Mochilas, Vista Alegre, Cardeño, Alcancía, Chispas, Caballero del Verde Gabán, Rucio, Espartero y Clavileño. Sobreviven doce de los trece molinos porque TÚ AHORA eres el que falta.

Contra

Contra

Molino de viento en Consuegra (Toledo)

Molino de viento en Consuegra (Toledo)

Era tan coherente que se convirtió en romántico. Abortó planes de viaje a otros planetas, relaciones para siempre y decenas de fiestas de consejos. Contemplando el paisaje del resto de su vida, alzó sus brazos. Se sentó a esperar que el mundo le diera de comer. Murió de hambre conteniendo la sed del infinito. Solo. Completamente solo contra el viento.

El rastro

El rastro

Camino protegido del Parque natural de los Galachos de La Alfranca de Pastriz, La Cartuja y El Burgo de Ebro

Camino protegido del Parque natural de los Galachos de La Alfranca de Pastriz, La Cartuja y El Burgo de Ebro

Distaba mucho de ser el final de su camino aunque la señal, por evidente, le contuvo el aire unos segundos. Se apresuró hacia el punto focal que vertebra toda imagen alrededor de un mismo centro, allá en el fondo, donde las filas parejas de chopos y de juncos parecían respetarse eternamente. El mundo, tal y como hoy lo comprendemos, se imaginó esa misma tarde. Una colección perfecta de aves migratorias surcaba el cielo en dirección al inicio de su tiempo. Trazaban, planeaban y peinaban el viento voraz que arrebata el pelo liso de anfibios y terrestres. Miraban desde lo alto, entre la nube y las dos huellas de ruedas surcadas por los carros. Y ella en el centro del camino, de la mano de su suerte y sin el miedo que amordaza y precipita, se dejó asediar por la belleza. Caminó absorta y sin remedio por la finca del viejo Palafox, llevada por el mismo afán de lucha que doscientos dos años y seis meses antes de esa tarde, la llevó a ella y a un grupo de mujeres del Portillo ante el gran general a pedir el auxilio de su pueblo. Sintió en cada hoja blanca y verde las vidas de las cincuenta y cuatro mil personas que mataron y alumbraron de nuevo aquella tierra tras el segundo asedio del francés. A pesar de que no era su final, la huella del carro se afiló hacia el horizonte siguiendo el rastro de las plantas, y allí parada con la vista fija en esa imagen, vio con claridad trazada en el suelo del camino, la inicial de su nombre entre rastrojos. Porque aquello no era eterno, era algo único en el mundo para esa tarde y esa misma mujer; porque su nombre, claro, no era otro que Agustina.

Sudor de Ebro

Trinchera en la sierra de Alcubierre, Aragón

Trinchera en la sierra de Alcubierre, Aragón

Dormíamos en literas que eran cómodas por odio, de tablas contrapuestas en dos filas en la ladera oeste del frente. De esto no hace tanto, y aunque muchos hay que quieren ya olvidarlo, las cicatrices se ven y a menudo relucen en destellos de memoria. Hace no más de diez años entré a casa del Benigno, que nunca había entrado, y vi que tenía en su salón los muebles de mis padres. No quise preguntar si la noche en que un grupo de fascistas llamó a la puerta y se llevó al último paseo a mi padre el maestro y a mi madre; el padre del Benigno, que siempre fue avieso y muy tocino para las palabras, le había delatado. Quiero olvidar porque aquello no me nuble pero no hay tarde en que no sople el Cierzo desde entonces removiéndome las tripas de la rabia. En aquellos sacos y maderos, aguantamos un año en la línea alta de Aragón desyunando una tableta de café y azucar, a días alternos con dos piezas de chocolate rancio. Luego a turnos todo el día y la noche entre ocho compañeros, tirábamos contra las liebres a ver quién traía la cena. No se hablaba de ideas sino de hambre y todo nuestro corazón estaba contenido en nuestro estómago; esperando el siguiente bocado o la garrafa o botijo de más tiro. El verano del treinta y siete fue morrudo para el grupo. La trinchera estaba recién cavada y habíamos hecho un mes apuntalando el sitio. Comíamos legumbre seca unos doscientos gramos, cien de los cuales podían ser patatas; tomate fresco otros doscientos o bien cincuenta gramos del de la conserva; treinta de tocino, doscientos cincuenta de carne o ciento cincuenta de bacalao y un chato de vino para templar el pulso contra el frío. Luego todo fue a menos y cada vez daba más respeto venir de Peñaflor u otros lugares más cercanos con comida. Hubo heridos en la trinchera cercarna, a cinco los llevaron en camilla por la noche. Por miedo a las ráfagas y al fuego  el que llevaba el camión conducía a tientas por la arena y a punto estuvo de matarles esa noche. Cada domingo había un armisticio y se paraban las refriegas. Cambiábamos comida con los moros que de exceso de cebolla estaban ya muy pálidos y a nosotros nos sobraba algo de trigo y tomate de los tiempos buenos.

Camastros de madera en trincheras de la tura Orwell. Los Monegros, Aragón

Camastros de madera en las trincheras de la ruta Orwell. Los Monegros, Aragón

Yo maté a seis en aquel año y medio de penuria, pero hubo quien en vida no mató más que a conejos porque en la avanzada grande de la columna enemiga a pesar de nuestra posición de ventaja en lo alto de aquel cerro, la mayor parte de nosotros nos rendimos pensando en la familia. A seis del grupo los cosieron a balazos, yo rendí armas tirándolas contra los sacos seis metros antes de la entrada, bajo la atenta mirada de un fusil ajeno. Uno de los otros, que era el hijo de la Adela, me llamó embravecido y me abrazó llamándome hermano. Los de la columna me creyeron prisionero y ese gesto parece que entonces me salvó la vida.

En aquel tiempo conocimos a un escritor inglés que había venido a luchar movido por principios; yo le expliqué que mataba para que no matasen a los míos y que era todo al final lo más sencillo. Mis nietos me han leído sus libros y al leerlo parecía oirle hablar; tan despeinado, con ese pelo negro seco y esas cejas, siempre con americana aún en agosto porque era hombre formal y comedido. Dormía y comía con nosotros y nos contaba que iría a otras guerras a contar esto que veía, a llamar la atención sobre el peligro de los totalitarismos. Realmente sabía demasiado, yo le veía las noches enteras pensando en su camastro, mirando la luna por el vano del techo entablillado, sujetando a dos manos la cincha; parecía entonces vaciar la mente en otras cosas lejanas a esta tierra. Todos nos preguntábamos qué hacía un hombre de cabeza tan fértil y compleja en un lugar tan seco y simple como aquel. Luego al tiempo, el Bernardo me dijo que una noche le había visto llorar entre las zarzas y que acercándose a él le pasó el brazo por cima de la espalda y el tipo le hablaba de Birmania. Todo aquello me parecía algo increíble….