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La última noche que pasé en el puerto sentí un hondo estallido en mis pulmones. Siempre tuve problemas con el viento y mi cuerpo nunca fue una excepción. Supuse que el gran Mar me llamaba y resté importancia al hecho de que todos los navios que partieron, viajaran en otra dirección. Le rogué que no batiera mi barco más que contra el alba y quité muertos y amarre. Para cuando había recogido las defensas, el farero hizo luz desde lo alto y vi claro el camino al nuevo mundo. La primera de mis velas no entendió mi idioma hasta pasado un tiempo corto, quizá algunos minutos. La segunda desplegó su fuerza marcando el rumbo sin temor. Pronto perdí la costa y mis ojos deshicieron las murallas de aluminio adentrándome en el mar. Dicen que de los tres grandes mares de esta tierra, el Mediterráneo es el más calmo y cálido de todos. Recuerdo que aquella mañana parecía recordar su parto fijando en la marea la extensión de sus dominios, multiplicando espejos hacia el cielo, tomando y expulsando aire como solo yo había visto hacerlo a compañeros en su último álito de vida. Plegué la bandera de mi patria a la espera de encontrar continentes en mi alma, yo solo, derivado, incapaz de controlar mi suerte más que en un porcentaje tan mínimo como la envergadura, dureza y longitud de mi génova y mi mayor.

Fotografía desde el mar

Perfil horizontal de este mundo

Muchos han abrazado la fe en Dios una vez han visto el mar y han arribado pero yo no tuve más liturgia ni creencia que la navegación y la búsqueda de tierra. Aún seguro de esto y sabiendo que mi universo conocido se perdía a millas de mi popa, por primera vez tuve la sensación de saber a donde iba, de no temer a nada ni a nadie y de no esperar nada de nadie sino solo en ocasiones lo peor. Sobre este punto fragüé mis ilusiones y pude desvelar quién era aunque pasados siete días no supiera dónde me encontraba. De todos es sabido que la última de mis travesías fue el primero de mis dos grandes naufragios. Me llamo Damián Diente y la suma de mi apellido halló lecho en el mar mucho antes que mi nombre. Arrecifes de tristeza inundaron de coral mi cara y soy la casa esperada por los peces abisales. En las cuencas donde resposé mis ojos, nacen alfombras de algas diminutas y se extienden en mi pecho -ahora instrumento- al capricho de corrientes que mis pulmones no pudieron soñar en otra tierra. Porque no hay ser más dinámico y más vivo que este mar…

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