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Por oposición, me enfrento esta noche a dos palabras. La primera de ellas es “civilización”, o más en concreto: “civilizado”. Me planteo si soy o no un ser civilizado y si de ello depende el respeto que los demás me profesen medido en alta o baja estima o aprobación. Hago una breve parada para explicarme y a continuación seguiré con el análisis.

A mi juicio, es de este modo – por estimación o aprobación- como se pueden evaluar los comportamientos, creencias o ideas entre iguales. Subrayo estas dos últimas palabras: “entre iguales” que no vienen a significar más que para que un juicio o una conversación sobre ideas contenga algo de sentido común, éstos deben ejercitarse entre elementos emisor y receptor que posean una o todas de las siguientes características basadas en la retroalimentación de la comunicación: mismo canal, mismo lenguaje, atención, comprensión. Indiferente resulta si los elementos comunicadores son de la misma especie puesto que el ser humano se comunica con el resto de animales y los animales y plantas ejercen comunicaciones semejantes entre sí en cualquier ecosistema. A este efecto, la lingüística provee de ejemplos humanos nuestro razonamiento y la biología y las ciencias de la naturaleza en general aportan a su vez escenarios similares en el resto del reino animal y vegetal. En todos estos casos, como digo, considero que los mensajes (palabras, actos, ideas, conceptos,…) dados en un intercambio entre iguales, pueden evaluarse en términos de estimación o aprobación, es decir, en términos de aceptación, identificación o aquiescencia o por contra de disconformidad, reprobación, diferencia o desacuerdo. Intento como ven abarcar un amplio espectro de entradas en nuestra lengua que a menudo son utilizadas como sinónimos pero que bien analizadas creo que por grado o acepción, no expresan un único sentir. Acabo esta maraña argumentando mi creencia. Considero que en la base de la comunicación se encuentra esta aprobación o disconformidad. Pese a esto, a menudo reconozco que ciertos mensajes nos pueden parecer objetivos por cotidianos y ello de lugar a que parezcan indiscutibles (dogmas o verdad). Entiendo que esto es debido a una ilusión necesaria que hemos generado para poder seguir adelante sin estar replanteándonos continuamente cada ápice de vida a nuestro alrededor.

De este modo si alguien nos dice “Esto es una mesa” o mejor dicho “En esa mesa está tu sitio” y lo dice ante una mesa, nosotros identificaremos tal objeto y entenderemos que ese es nuestro sitio. Es un acuerdo común, arbitrario y artificial que parece incuestionable puesto que un debate sobre la redenominación de una tabla con patas, nos parece a todos innecesario. En la primera de las frases “Esto es una mesa”, según lo dicho, no habría posibilidad “útil” o “funcional” de estar o no de acuerdo. En la segunda frase “En esa mesa está tu sitio” se involucra ya un mensaje incluido en un contexto desconocido y que habría que ampliar para comprobar si la frase es cierto o no, o si estamos o no de acuerdo con ella; en este aspecto, la veracidad y la certidumbre parecen la misma cosa pero no lo son, como creo que el lector podrá advertir a diario. Concluyo diciendo que en la base de que nuestro receptor (uno o un millón) esté o no de acuerdo con lo que decimos, está que nuestra comunicación siga adelante cualesquiera que vayan siendo sus bifurcaciones. Imagino que el lector acepta esta creencia como un dogma, pero quiero recordar que más a menudo de lo que desearíamos, se olvida la relatividad o la cuestionabilidad de los mensajes que emitimos o peor aún, que recibimos. Mi lectura va más encaminada sobre este enjuiciamiento continuo que es la comunicación; ya que si tenemos conciencia real sobre este mecanismo de comportamiento involuntario o voluntario pero fundamental para comunicarnos, nuestra digestión de la información será transformada en conocimiento de forma directamente proporcional.

Como último apunte -perdón por mi culpa- viene a cuento recordar que en filosofía el término “aprehender” se emplea cuando concebimos las especies de las cosas sin hacer juicio de ellas o sin afirmar ni negar; es decir, una vez llegados a un acuerdo universal que no se replantea o simplemente porque por naturaleza demostrada entendemos que son así. El término se emplea ya existiendo “aprender” que es utilizado cuando adquirimos el conocimiento por medio de la experiencia o la investigación. En latín, la raíz de ambas es “aprehendere” pero en nuestro uso habitual aplicamos la acepción que deriva de “aprender” y frecuentemente, olvidamos la anterior.

Una vez explicada la maquinaría social que me hace replantear a título personal los conceptos y mi relación con ellos; continúo. Aprovecho el embite etimológico y pongo sobre la mesa (porque ambos ya sabemos lo que es si me permiten la broma) el origen de la palabra “civilizado” y por oposición el de la palabra “salvaje”. No es una norma en mi razonamiento, plantearme el origen de las palabras porque la evolución de las mismas desvirtúa en muchos casos su significado, pero creo que en esta noche me será de ayuda partir de aquí. “Civilizado” y “Civilización” parte de su raíz “civil” que viene casi calcada del latín “civis” que significa ciudadano. Como primera aproximación, podemos deducir que una persona civilizada es un ciudadano y que el término pudo nacer a partir de la creación de las ciudades o agrupaciones sociales antropológicamente avanzadas, capaces de sectorizar sus mecanismos de supervivencia contribuyendo en consecuencia a generar divisiones, estamentos, escalas de vida en general; lo que podríamos denominar una jerarquización en roles con unos fines concretos. Grandes o pequeñas comunidades más allá de las generadas para cubrir las necesidades primarias de alimentación, seguridad y reproducción. Comunidades en las que se generan a su vez nuevas necesidades o se construye, entendiendo la palabra “construir” en su sentido más literal: fabricar ideas, utensilios avanzados de reproducción de esas ideas, sistemas, subsistemas, edificios, medios,… En fin, un gérmen o un caldo de cultivo en el que tratar problemas, solucionarlos, plantear cambios, evolucionar.

Todo esto si entendiéramos “civis” como ciudadano común, es decir, habitante de una ciudad. Pero en Roma, de donde nace “civis”, un ciudadano no era un ciudadano común, puesto que el título de ciudadano romano era algo que muy pocos poseían y a menudo era ganado a base de esfuerzo y sacrificio. En ese caso, se trataba de un título y una condición social más que de un gentilicio genérico aplicable a un individuo dentro de su comunidad, a un habitante, a un vecino. Esta condición, en el caso de Roma llevada al último término, se daba ya en sociedades más antiguas; la hallamos en el mundo helénico a nivel de “polis”, en las civilizaciones mesopotámicas y egipcias con roles aún más marcados, y en las fatalmente llamadas épocas precolombinas de América. En este último caso, ya hallamos una utilización sectaria de la palabra “civilizar” o “civilización” en los tratos con los pueblos nativos y en los frecuentes escritos de los colonizadores y evangelizadores, sobre todo hemos perpetuado esta injusticia en los usos que empleamos para denominar la historia americana. Parece como si los miles de años que precedieron a Cristobal Colón y a la invasión del continente americano por los europeos, fueran todos una sola etapa oscura que no había conocido la civilización. Podemos decir que tal o cual civilización estaba técnicamente más avanzada que otra, pero ¿es tan seguro que podemos decir que estaban menos civilizados o que ni siquiera lo estaban porque no compartían nuestras creencias o costumbres?. Aún en el caso de que en la actualidad, con el nivel avanzado que ha alcanzado la ciencia, dándose una desigualdad de conocimientos naturales aún mayor que la de aquel entonces, si actualmente -digo-, encontrásemos un pueblo aislado en algún lugar de la Tierra, ¿podríamos decir que son menos civilizados o que no lo son?. Sinceramente creo que no es aceptable. En campos como la ciencia o su aplicación, la tecnología, podríamos encontrar un desfase en los medios acuciante; pero en campos tan fundamentales como la organización territorial, la familia, las relaciones entre sexos, el respeto a los ancianos, la educación, el civismo (si me permiten incluir una nueva derivación), nos llevaríamos muchas sorpresas como históricamente ya ha ocurrido.

El ombliguismo y la modernidad son el uno autodestructivo y contranatura y el otro, vacío y efímero. Creo, en fin, que el secreto es que la civilización como sentido único no existe y que lo que existe son las civilizaciones, en plural, bajo un abanico aún mayor que podría ser el concepto “humanidad”; a todos nos une que somos de la misma especie y que por tanto nos movemos por intereses naturales comunes a nuestra especie. En esta parte de la argumentación, señalo que no paro de oír a la gente hablar de lo que nos hace diferentes pero casi nunca de lo que nos une, y que empiezo a estar bastante harto porque al final hemos conseguido seres etéreo, pequeñas islitas de persona, que se creen autónomos y que solo necesitan enfrentarse para reafirmar su condición mediante límites que ahondan en su animalidad: colores, líneas, marcas, terrenos. Lo de pertenecer a una manada es natural, pero ¿es tan necesario que hagamos gala de las mismas costumbres un poco más sofisticadas que las de los leones marinos o los pingüinos?. Quiero decir, a mí me parece bien si admitimos todos que somos animales y nos igualamos a ellos; pero lo que resulta incoherente es que nos consideremos superiores o mucho más avanzados si no hemos logrado trascender nuestra esencia animal de predador. Ciertas curas de humildad sobre la supremacía del hombre en la tierra nos vendrían bien a todos. Realmente, como he comentado en anteriores intervenciones, no hacemos nada muy bien pero hacemos casi todas las cosas que hacen el resto de animales o vegetales. En fin, está claro que ya es algo pero ¿es suficiente para decir que somos superiores?. Evidentemente lo que nos hace naturalmente más evolucionados en terminos darwinistas es esto que estoy haciendo ahora; nuestra capacidad, nuestra proyección, nuestra posibilidad de aprender o no y aplicar conocimientos para evolucionar día tras día; no solo en aprender a coger un plátano cuando la luz esté verde sino a formar mejores sociedades a escala global. ¿Esto ha ocurrido antes aquí? Sí. Los dinosaurios dominaban el reino animal porque física, morfológica y mentalmente eran más avanzados que el resto de animales. Su dominio sin embargo no era un abuso, era una sencilla realidad en la cadena alimenticia, no iba más allá; el equilibrio del ecosistema estaba garantizado. Antes que ellos, las bacterias lo eran todo para la Tierra; no por su inteligencia o aprehensión, sino por su capacidad de asociación, resistencia, por su relación con el medio. Cualquiera que rasque un poco, sabe que las bacterias y en general los microorganismos lo siguen siendo todo para este planeta.

Por tanto, creo que el concepto “civilizado” ha perdido fuelle. Su oposición a “salvaje” es la otra baza para esta argumentación. Así es como frecuentemente hemos denominado a los sioux, mayas, aztecas, hindúes, mongoles, bereberes,…, en resumen, al resto del mundo que no era como nosotros o como nosotros esperabamos que debían ser; y a menudo a nuestra esposa o marido si desmedidamente responde en una discusión. Casi es más respetable este último uso que el primero. “Salvajismo” viene de “silva”, el bosque del latín, raíz que nosotros hemos empleado para maximizar a los bosques en ecosistemas generalemente tropicales, los denominados como “selvas”. Un salvaje, así, debe ser en consecuencia el habitante de una selva del mismo modo que un ciudadano lo era de una ciudad; con implicaciones totalmente contrarias a las de este último para con su entorno. Creo que la utilización de la palabra “salvaje” ha sido históricamente denostada por sí sola. En el ámbito atropológico, se ha demostrado, como ya he dicho, que el hombre blanco para los norteamericanos nativos, las civilizaciones mesoamericanas, los pueblos euroasiáticos, y los africanos, aprendió mucho de estas culturas y a menudo expolió y se apropió de conocimientos desarrollados por esas culturas para exportarlos a su propia sociedad. Es normal encontrar que los pueblos cristianos visigóticos en la península ibérica llamaran salvajes a los pueblos árabes conocidos como moros; y viceversa. En este caso, entra el componente religioso que es el más argüido por unos y otros para medir la razón de su civilización o su salvajismo. Creo, al fin, que hoy la primera acepción de “civilizar” que es “sacar del estado salvaje a personas o pueblos” está fuera de lugar dados los avances en la manera de entender la historia y las diferentes teorías sobre la misma que en las últimas décadas se han producido. Me quedo con la segunda acepción, la que considero de uso menos peyorativo, y que dice que “civilizar” es “Educar, ilustrar” es decir, dar luz en el sentido más amplio y hacer uso del entendimiento. Incluso dentro de esta acepción, más allá de las normas de educación, del refinamiento, y de las costumbres, todas ellas reprobables en la mayor parte de casos; lo que llamamos “buenos usos” o “moral”; me quedo con el desarrollo y el perfeccionamiento de las facultades de un ser humano que supone “educar”. Como apoyo a mi democratización de las civilizaciones, diré que en todas las historias de todas las civilizaciones y sin excepción, encontraremos épocas de apogeo (de ilustración si se prefiere) y de declive; de barbarie y de razón. Podríamos decir, sin necesidad de compararnos con el resto de civilizaciones, que en una época somos más salvajes y en otra más civilizados en cada una de nuestras sociedades, y en ello no incurriríamos en ningún error. Aún a pesar de que somos todos humanos, y dando por supuesto que el actual fenómeno de falsa globalización está promovido tan solo por intereses abyectos cuyo principio y fin está en el modelo de economía de mercado (totalmente desfasado en mi opinión); si se diera en un futuro una verdadera globalización tal y como los teóricos morales plantearon en su día; es decir, si hubiese visos de asociacionismo y comunicación real a nivel global y si éstos no estuvieran al servicio de un mero interés económico; creo que deberíamos replantearnos muchos de los conceptos que se han enunciado en este razonamiento; y que solo podríamos construir una sociedad global desde el pleno respeto y esfuerzo de comprensión hacia el resto de civilizaciones. Particularmente, me siento plenamente celta, romano, judío, cristiano y musulman porque soy español y porque gracias a toda esa historia he podido divagar en este cuarto y esta noche. Del mismo modo que un caballo mesteño (un american mustang) tuvo antepasados andaluzes y éstos a su vez raíces árabes; entiendo que parte de mi fuerza, resistencia, y condición, en el grado en el que cada uno se presente en mí, provienen de todos esos sitios y culturas. De algún modo, aunque a menudo seamos reticentes al mestizaje cultural defendiendo un purismo convencido -y reconozco que es mi caso- todos somos mestizos en la Historia.

De todo lo dicho deduzco que soy civilizado si serlo implica fomentar el desarrollo de mis facultades intelectuales, tener una moral o un compendio de ideas y estar en mayor o menor medida urbanizado. Sin embargo no soy un ser civilizado si por contraposición tengo que considerar que no soy salvaje; es decir que por ser civilizado, no mantengo “formas primitivas de vida” o me he “incorporado al desarrollo general de la civilización” porque en ambos casos tengo manifiestas disconformidades. En todo caso, he sabido que mis seres cercanos me consideran un ser civilizado en la mayor parte de ocasiones si bien debo destacar que por los ejemplos históricos que he expuesto y por mi experiencia personal, la base del respeto que una gran capa y población de mi sociedad me profesan está intimamente ligada a mi grado de civilización en su sentido más peyorativo.

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