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Acabo de hablar con un amigo. Se está preparando una dura prueba de atletismo a la que debe someterse para alcanzar un objetivo que se ha marcado. Le admiro, siempre lo he hecho y no solo por esto. Como todos, puede que en ocasiones abrigue intenciones de auténtico cabrón, pero lo bueno es que no soy capaz de recordar ninguna; y ello no es porque tenga mala memoria o sea muy buena persona, sino porque creo que el resumen de su vida es muy positivo y que una persona debe evaluarse en perspectiva, en su totalidad, de otro modo se falta de antemano a la verdad. El caso es que hablar con él sobre su entrenamiento físico me ha hecho recordar algunas cosas.

Un buen día, el Dalai Lama se encontraba en Portugal paseando con los líderes del país en medio de las grandes construcciones. Entonces comentó: “Veo que construyen hacia arriba, pero ¿Por qué no construyen hacia adentro? Aunque ustedes construyan edificios supermodernos, con 100 plantas de altura, si por dentro están profundamente tristes, lo único que van a buscar es una ventana por la que saltar”.

En términos sociomorales, creo que esto corrobora la fórmula física de Newton F=m.a o P=m.g, es decir que nuestro peso o el peso de nuestras acciones es igual a nuestra masa o experiencia (acciones, comportamientos,…) por la aceleración de la gravedad o la sensación de la gravedad de vivir o estar sobre la Tierra. Por ello, no solo cuanto más alta sea esa ventana, mayor será entonces la caída; sino también cuánto menor o más asumible sea nuestra percepción y sentido de la gravedad o el dolor de estar vivos, menor será nuestra tristeza. Dado que no podemos variar sustanciablemente nuestra masa física porque moriríamos, parece aceptable que las variables en esta ecuación sean nuestra masa mental (emociones, pensamientos,…) y la forma en que asumimos el dolor, la gravedad que conlleva nuestra vida y multiplica en consecuencia nuestra masa o presencia en la vida. Si tu pregunta es cómo dejar de sufrir, parece que la respuesta esté en esa “g” y en esa “m”. Vayamos por partes.

La forma en la que nuestras decisiones afectan a esa “g” tiene que ver con el estado que nos provocan esas decisiones una vez han sido experimentadas. Parece innegable que después de experimentar ira, codicia, arrogancia, y obsesión no sentimos que hayamos hecho lo correcto, más aún cuando vemos en los demás las consecuencias que provocan estos comportamientos. Cuanto mayor sea el grado en el que experimentamos estos comportamientos o cuantos más seres a nuestro alrededor los sufren, más miserables nos sentimos en el momento o con el tiempo. Incluso si lo que deseamos es un placer pasajero y no hacemos daño a nadie con él; parece, como comenta Matthieu Ricard, que cuanto mayor es el placer que alcanzamos a través de cualquier vía, más rápido se diluye; en sí mismo parece autodestructivo. “Cuando tenemos frío, nos acercamos al fuego, pero estar muy cerca nos quema y pronto nos apartamos”. En este sentido, nuestra “g” sufre continuos cambios de valor, grandes altibajos. ¿Podemos controlar estos cambios, hacerlos menos bruscos?. Parece que sí. Lo voy a razonar:

Actualmente tengo veintisiete años. En este enorme espacio de tiempo, he dedicado veintidos años de mi vida a formarme, primero fui a la guardería, luego al colegio, más tarde al instituto, por último he logrado estudiar en tres universidades diferentes; he trabajado ocho años en diferentes empresas intentando maximizar los beneficios que mi trabajo producía en cada uno de los lugares en los que estuve, con independencia de que me trataran bien o mal, de que me sintiera o no valorado; he dedicado más de doce años a mantener relaciones estables con parejas y cuidarlas; toda una vida a tener amigos y cuidarlos; un cuarenta por ciento de mi vida a dormir; una ingente cantidad de horas a hacer deporte, alimentarme o adquirir todo tipo de bienes materiales; otro innumerable número de horas a mantenerme limpio, sano, incluso a cuidar mi aspecto físico. Si he sido capaz de dedicar tanto tiempo a todas estas cosas auxiliares, cosas que por sí solas no me hacen más feliz, tal vez la pregunta sea: ¿por qué no somos capaces de dedicar tiempo a mejorar o controlar esa “g” que tanto nos afecta? Y esto es aprender a aumentar nuestra capacidad de sentirnos bien mediante el conocimiento real de qué hace que nos sintamos mal y en consecuencia, que los que están a nuestro alrededor también sientan esa sensación. No se trata de controlar cada pensamiento o emoción pasajera, sino de aprender la forma en la que cada acto o comportamiento pueden ser más positivos. Detrás de cada pensamiento o emoción, subyace una conciencia a la que al menos debemos pasar tantos exámenes como los que nosotros hemos pasado en nuestra vida.

Vayamos ahora con la “m”, la otra parte de nuestra ecuación. ¿Sabéis lo bueno de la fórmula de Newton? Que conceptualmente, Einstein la consideró una ilusión. Él dijo que realmente la interacción gravitatoria se produce en otros términos. El espacio que ocupa una cantidad de materia, deforma la región espacio-tiempo en que se encuentra. De este modo, la gravedad no es una fuerza sino el efecto de la deformación que produce sobre otros cuerpos. De nuevo en términos sociomorales, creo que esto vuelve a ser extrapolable a nuestra felicidad. En nuestra fórmula, nuestra “m” o nuestra masa mental ahora parece estar aún más ligada a esa “g”; quiero decir, estrechamente ligada a lo que provoca nuestra masa (las consecuencias de nuestras acciones, nuestro comportamiento,…) a nuestro alrededor. Por lo que cuanto más positiva sea la relación que se establezca entre tu masa y la de cada uno de los demás o entre la de cada uno de los demás y la tuya, podemos establecer que tu peso (tu huella o tu vida) será mejor.

¿Cómo se logra que la relación entre tu masa mental y la del resto sea positiva?: del mismo modo que logramos que nuestra masa física lo sea: entrenamiento y alimentación equilibrada. ¡Vaya!, tal vez haya dado con la mejor dieta y pueda ahora competir con Natur House o con Slenderton, la maravillosa máquina de hacer abdominales. Sin embargo, nada de esto lo hemos inventado hoy puesto que todo ello, como hemos visto, está dentro de tí. Supongo que tu peso en el mundo y tu felicidad dependen del modo en que conozcas y equilibres la ecuación.

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