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En mitad de radiocuaseres y galaxias, en una infinitud de rayo de variabilidad fuerte y rápida con objetos cuyo espectro de emisión estelar es alto, con una densidad espectral de flujo cuyo exponente aumenta una unidad al pasar de uno a otro, más allá de supernovas y regiones, te conocí y me llegaste a las 12:21 del Tiempo Universal Coordinado en todo tu movimiento superlumínico de vida, aunque la precisión del reloj atómico no pudo contener la cantidad de ese momento. Enseguida te clasifiqué entre las estrellas y publiqué un artículo que te dio nombre. Hablaron de tí durante largo tiempo en foros astronómicos, revistas científicas y colegios invisibles. Buscando en la red se encontraban hilos que trataban con profusa nitidez la sensación de miedo e inseguridad ante el hallazgo. En todos estos foros nadie -animal o vegetal- entendía por qué una mujer tan diminuta podía superar la capacidad de sugestión de los núcleos galácticos activos.

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