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“- No es la chica ideal para mí.
– Claro que no, es perfecta.”

conversación entre Jeff y Estela en Rare window (Hitchcock, 1954)

 
 
Parezco ausente del mundo que hemos inventado porque estoy presente en la vida tal y como es. Mucho de lo que conocemos se está viniendo abajo y he descubierto que no quiero evitarlo. Necesito sin embargo mapear nuestro cuerpo de dolor, entender lo que nos está pasando para inventar una nueva esperanza y formularla. Sigo compatibilizando mi vocación de acompañamiento empresarial e individual con un proyecto de investigación que me llevará algunos años y poco a poco crece en la forma de varios libros. Me he empeñado en traducir a un formato honorable todo lo que llevo dentro. Solo diré que estoy disfrutando mucho el proceso tranquilo de escritura. Estoy escribiendo tal y como veo y vivo la vida, de modo que no evito relacionar continuamente esferas que se me presentan conexas.

Si bien comencé el proyecto en septiembre de 2019, momentos luz antes de que nos aislara y paralizara una global pandemia, muchas decisiones que tomé durante los primeros fragores del COVID19 me han ayudado a trabajar disciplinadamente. De alguna manera en todo lo que estoy haciendo, en todo ese trabajo de observación, lectura y creación de un relato, me siento como el maestro James Stewart en su papel de Jeff para esa genial película que es Rare window. En el mayor tributo al voyeurismo útil, Jeff, reducido al diminuto salón de su domicilio, interpretaba entonces la misma humanidad que durante años había fotografiado. De un modo similar el confinamiento -y no una incómoda escayola- me brindó la oportunidad de reducir viajes y focalizar esfuerzo.

Aprovecharé lo que estoy viviendo, lector o lectora, para escribir este artículo que tendrá tres partes:

  • La naturalidad sin prisas
  • Por qué dedicarle tanto tiempo a escribir con calma
  • Bonus track: Qué es lo que importa

Comenzamos.
 

LA NATURALIDAD SIN PRISAS

El proyecto tiene profundidad, abarca varias ciencias sociales y esferas de conocimiento, por lo que no tendría sentido un tempo diferente al que estoy imprimiendo. Para que los lectores puedan disfrutar el resultado en un futuro, yo tengo que seleccionar con amor los ingredientes y los tengo que cocer a fuego lento. Lo que estoy cociendo pretende aportar a la vez un relato riguroso y un horizonte sincero. Todo lo que llevo escrito tal vez bastaría, pero aspiro a lo memorable y lo imperfecto. Hay algo borgiano en dedicar buena parte de mi vida a respirar libros y crearlos para alimentar de rincones y preguntas los viejos y los nuevos laberintos. Analizo el mundo que tenemos sin el ánimo de formular un mundo nuevo. No hay que cambiar el mundo, los que tenemos que cambiar somos nosotros. El mundo está genial; el ser humano, suspenso.

Investigar (vivir, leer y conocer) sin prisas me permite estudiar a diario ese juego de luces y sombras que es la humanidad real, nuestro mayor invento. Las texturas inaprensibles de la vida me despiertan. Leo sin piedad, escribo fuego. Tras el primer año, la redacción avanza a ritmo decidido. Los capítulos se suceden y el armazón del discurso poco a poco se ordena. No escribo libros, trato de alumbrar conciencias. Quiero que cada oración abra una nueva puerta. Es una labor ardua pero sigilosa. A medida que voy cubriendo los primeros miles de páginas noto que cobra sentido lo que atesoro dentro. Dado que necesito que el resultado de mi labor sea atemporal, practico un control soviético y los párrafos viven procesos de depuración constantes. Mi escritorio es un gulag de ideas continuas, o -mejor aún- un hospital y cada oración su enfermo. Opero con diligencia cirujana cada texto.

Me hablan a diario casi todas las cosas y casi todas son ciertas. Si hablo hoy con una mujer cautiva, ayer con un hombre desierto y esta tarde con un equipo en aprietos, trato de acariciar con el yodo de mi comprensión su herida, con el extremo de mi corazón su peso. Disfruto y quiero a mis clientes. Asisto como espectador sugestivo a su festival de emociones y gestos. Vivo, pues, tres vidas al mismo tiempo: la del investigador en su soledad cadente, la del ayudador de gentes, la de la persona humilde y tranquila.
 
 

POR QUÉ DEDICARLE TANTO TIEMPO A ESCRIBIR CON CALMA

Porque veo lo que se escribe y me siento huérfano de inspiración. Echo de menos más calidad y más propuestas desde el pragmatismo. Porque estoy en pleno momento de madurez vital, en el ecuador de mi vida, dispuesto a dar el siguiente paso. Porque creo que el nivel de desquiciamiento colectivo es reversible más allá de la indignación o lo alarmante. Porque necesito transmitir que otra forma de vivir y relacionarnos es posible. Porque quiero que el mundo que veo y creo a diario sea accesible para el resto.

Quiero que el trabajo que estoy haciendo honre nuestra esencia, la de la humanidad, y que aquello que escribo -por extensión de lo que vivo y hago en sesiones- desnude por fin nuestra cotidianeidad de vulgaridad e inercia. Hasta donde alcanza mi memoria solo me he conformado con acariciar la esencia de las cosas. Durante toda mi vida solo he pretendido disfrutar del olor horrible y el amable, del sabor amargo o el dulce, del tacto romo o del rugoso, de la imagen congelada o la dinámica, de la conciencia real o la diversa, y de la melodía estridente o la armónica, de todo lo que palpita alegre o con ardor reposa en la esencia última de todas y cada una de las cosas. Vivo para vivir, y como dejó dicho el maestro, para nacer he nacido.

Me viene a la mente otro motivo. Cuando era solo un niño recuerdo haber llorado en la soledad tranquila de las noches, y recuerdo haber sonreído entre lágrimas pensando: “Algún día honrarás al niño que ahora sufre“. Llevo ya varias décadas ejerciendo la responsabilidad completa sobre mi propia vida y honrando a aquel niño indefenso. Llevo una vida de servicio a los demás en un mundo que aisla e individualiza, pero no me canso de sonreir al recordar todas las decisiones que me ayudaron a quererme. A pesar de todos los golpes y fracasos, no he dejado de disfrutar la misma vida que me fascinaba entonces. Si alguna vez sentí terror o pánico, me sobrepuse. Obviando cualquier tipo de dramatismo heroico innecesario, quiero que estos libros -que serán como hijos- ayuden a las personas que los lean a sobreponerse y respirar en momentos de gran incertidumbre.

Escribo también porque llevo toda mi vida escribiendo, porque conozco el peligro de la normalidad, porque vi su veneno y me negué a beberlo, vi su llama que consume y me mantuve lejos. Tuve mucha suerte y vi la trampa mortal de nuestro modo de vida. Será tal vez porque vivo la fascinación por el presente y el temor al mañana con la misma intensidad que los niños y los ancianos respectivamente. Será tal vez porque mi sorpresa es real, porque no he abandonado nunca mi infancia, o -qué se yo- porque atesoro lo que vivo para recordarlo de viejo.

Tal vez escriba ahora porque he comprobado ya el suficiente número de veces cómo casi todo el mundo olvida con facilidad la esencia de la vida hasta que llega un día -con suerte muchos- en que nada parece suficiente. Echan entonces la vista atrás y ven el relato común de la gente: Dejaron de apreciar para poder vivir, y dejaron de vivir para pagar facturas. Convirtieron entonces el trabajo en un mero trámite cuando siempre fue lo que nos dignifica. Comenzaron a llamar “responsabilidades” a sus ocupaciones y a sentirse más “adultos” solo cuando las multiplicaban. Ocupados a tiempo completo, distraidos de cualquier momento presente, he visto ya demasiado tiempo cómo muchas personas se dejaban para luego, o rezaban esperando algo diferente. También he visto palidecer a personas que trataban de conquistar sus sueños, y he visto sueños que eran vidas por hacer y no vidas que se están haciendo.

Puede también que escriba para poner en mayor valor todo lo que llevo tiempo haciendo. Cada día atiendo y apoyo la manera de vivir de otros y trato junto a ellos de ser fiel a todo lo que les importa. Y puede que haya decidido que ya sea momento de llegar a más gente, de trascender el vínculo sagrado de las sesiones para explorar otros canales de inspiración que lleguen a más gente. Tal vez escriba simplemente porque tengo algo que decir.
 
 

BONUS TRACK: QUÉ ES LO QUE IMPORTA

Para saber exactamente qué es lo que a mí me importa, tengo una rutina continua. Cada mañana me conecto durante los primeros minutos a la emisión en directo de la Estación Espacial Internacional. Sus cámaras apuntan a la Tierra, y ésta parece moverse lentamente mostrando cada porción de agua y tierra de nuestro diminuto mundo.

De entre los 8.000.000.000 de seres humanos que habitan el planeta, solemos estar conectados unos 1.900. A veces me viene a la cabeza un sentimiento egocéntrico. Juego a creer que tan solo esas 1.900 personas conocemos el secreto. Mientras todas las demás se entretienen aquí abajo, solo nosotros recordamos las dimensiones y la importancia real de nuestra vida, solo nosotros somos conscientes de la diminuta fragilidad de nuestros cuerpos. Y me siento entonces afortunado, especial. Luego me viene un pensamiento algo más solidario y ecuménico. Suelo pensar que esas 1.900 personas conectadas al mismo tiempo nunca somos las mismas, y me gusta creer que al menos una vez en la vida todas las personas del planeta se han conectado a la única emisión en directo que nos acerca a lo cierto. Pienso que cada una de esas personas ha recordado así al menos una vez en la vida lo que somos sin llegar a comprenderlo, aunque luego el resto de su vida haya vivido para traicionar ese instante pasajero. Y eso -no se explicar muy bien por qué- me calma y me basta, me inunda de cielo.

La sensación es apenas descriptible. Las cámaras flotan en la inmensidad del inmediato universo, me recuerdan dónde estoy y la importancia relativa de todo cuanto hago o de lo poco que tengo. Y en esta vaciedad de mí mismo, en esta nimiedad de sentido, observo al ritmo de la música una tranquila sucesión de nubes y valles. Y me digo “Lo peor nunca ha ocurrido, lo inmediato es lo cierto” Y contemplo la belleza de un planeta rodeado de nada, de luz, de negro. A veces una delgada línea azul muy clara indica que el sol está al otro lado en ese momento, otras veces una amalgana creciente de destellos sobre la chapa de un panel solar señala que de nuevo -no se sabe por cuántas veces más ni durante cuánto tiempo- está amaneciendo. Otras veces tan solo por un segundo el grueso guante blanco de un astronauta, mueve o limpia la cámara con melancólica torpeza.

Mientras escribo esto aparecen flotando en primer plano espacial Olev Kotov y Sergey Ryazansky. Son parte de la Expedición 37. Llevan banderas de Rusia en los brazos porque llegaron allí desde la Tierra. Pienso ahora que si hubieran nacido en la Estación Espacial Internacional y se hubieran dirigido luego hacia la Tierra, serían tan solo dos seres iguales -ni rusos, ni europeos, ni asiáticos- que vienen a explorar la Tierra. Saboreo esta idea mientras sonrío y pienso en el mito imaginario que siempre fueron las fronteras. Desde aquí es difícil darnos cuenta pero miro a Kotov y a Ryazansky e imagino que lo tienen desde allí no claro ni meridiano, sino incluso cristalino y evidente. Uno de ellos lleva un instrumento atado en la muñeca. Lo mueve de un lado a otro saludando a cámara. Está de espaldas a la Tierra tratando de reparar algo en una de las alas de la estación. Su compañero levanta la primera visera del casco que le protegía de los rayos ultravioleta, luego se ve a través de su segunda visera transparente cómo mira a su colega, fija más tarde su vista en el planeta y por último mira sonriendo a la cámara. Parece decirnos: “Lo que veis aquí es lo único cierto. Vivid para honrarlo. Mañana será tarde, pero hoy estáis a tiempo.

 

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