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Hacer posible a diario la esperanza

Hacer posible a diario la esperanza


 

En algún momento de la vida, la belleza del mundo se vuelve suficiente. No necesitas fotografiarla, pintarla o incluso recordarla. Simplemente basta.

maestra Toni Morrison

 

esperanza: Der. de esperar. 1. f. Estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea.

En medio de una inercia superficial sin precedentes históricos, en este artículo trataré de explicar por qué es útil conservar la esperanza y de qué forma podemos contribuir a que aquellos que nos rodean, la tengan. Haré una puntualización previa: la esperanza no se conserva, se practica y si no se practica, no se tiene porque se pierde. En tiempos apocalípticos tienes derecho a no tener esperanza, pero si quieres tenerla recuerda que no consiste en cruzar los dedos y esperar a lo que venga, tal y como hace el tío freak de la foto de arriba. Tener esperanza consiste en actuar a diario para merecerla y si al final no viene, conservar la confianza en seguir haciendo lo correcto. Si la esperanza es el estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea, deseemos mejorar el presente y no que mejore por sí solo en el futuro.

Este artículo tiene los siguientes apartados:

  • Próxima parada: Esperanza
  • La esperanza es consecuencia de ser y estar presentes
  • La esperanza llega cuando algo se comparte
  • La esperanza se encuentra en lo básico
  • La esperanza solo llega si te das tiempo y espacio para tenerla
  • Toda persona es la esperanza de otra

Comenzamos.
 
PRÓXIMA PARADA: ESPERANZA

¿Es posible en los peores momentos y lugares tener esperanza? No he parado de experimentar en mis viajes y experiencias profesional y personales que sin duda, sí, claro que es posible. Me atrevería a decir que no sabría vivir sin esperanza, lo que me recuerda una anécdota. Cuando era adolescente mi amigo Pablo, probablemente una de las personas a las que más admiro, nos invitó a varios amigos a ir a su casa. Aunque quedaba cerca del colegio, yo jamás había estado en su barrio y existía una frontera social y psicológica muy marcada entre Canillas y los barrios que la rodeaban, al menos hasta la entonces reciente unificación de todos ellos en el distrito de Hortaleza. Para un extranjero de Esperanza, pervivía aún en el imaginario colectivo una imagen de bandas enfrentadas a lo West Side Story pero en el noreste de Madrid y sin tanto baile de moñas. Tras tomar el metro nos bajamos en la estación de Esperanza y al preguntarle varios de nosotros por el motivo de aquel nombre, Pablo nos lo explicó mientras subíamos por las callejuelas oscuras en las que se sucedían las anécdotas sobre atracos, reyertas y barbaridades varias vividas en los anteriores años recientes. Sirva la explicación de Pablo para resaltar la importancia de conservar siempre la esperanza:

Antiguamente aquel pequeño barrio estaba poblado por chabolas de pequeños trabajadores y familias gitanas entre los que se el propio Pablo y sus hermanos se habían críado durante años. Con la llegada de la construcción de nuevas viviendas subvencionadas y accesibles para los trabajadores, los vecinos habían rebautizado el nombre del barrio a Barrio de la Esperanza, una estación que Manu Chao honró años más tarde en su famosa canción. De algún modo con los años la llegada del metro en 1979 a un barrio que era el fin del mundo para todo madrileño, había dado alas al lugar. En la típica sorna mitológica de la que hace gala con frecuencia todo madrileño, nuestro profesor de religión no paraba de decirle a Pablo que él conocía su barrio cuando todavía allí había indios que tiraban flechas. Tras unos años 80 y comienzos de los 90 en los que abundaba la droga, la inseguridad y los yonkis de barrio en el marco periférico de la llamada movida madrileña y el fenómeno de la delincuencia juvenil que tan bien retrató el llamado cine quinqui, el barrio había logrado resurgir de sus cenizas. Todos necesitamos esperanza y el barrio de Pablo, al que luego he ido con frecuencia considerándolo mi propia casa, es un buen ejemplo.

 

LA ESPERANZA ES CONSECUENCIA DE SER Y ESTAR PRESENTES

Conservo mi esperanza porque no la deposito en el futuro sino en el presente, en lo que ahora está ocurriendo cuando me lees o cuando escribo, en las personas con las que estoy cuando me hablan, en el abrazo que doy o en el abrazo que recibo. Solo por eso la vida tal y como hoy se me presenta me sorprende. Su naturaleza es desnuda y evidente, me asombra. Se parece a una película de Terrence Malick. El mismo diálogo continuo entre luces y sombras, idénticos planos en detalle o panorámicos que sobrecogen. Veo cómo mis ideas hacen el amor sabiéndose solas e inermes, buscando comprenderse. Sobre el papel en blanco que me espera acechante se despliegan desprovistas las primeras conclusiones. No hay comienzo del día ni final, todo ocurre de manera continua: el cartero que se enfada porque no arreglo el buzón, el sol que recorre las feas fachadas de los años 60, las amigas que han escrito un libro, las conversaciones telefónicas, el mensaje cariñoso de un amigo que me recuerda, la persona que me escribe desde la otra parte del globo, las farolas grises de la calle, los problemas de un amigo para encontrar un piso, la depresión de un cliente o la eufórica risa de quien accede o acaricia sus escombros. Todo ocurre por acumulación aunque no satura ni rebosa.

Escribo la epopeya del mundo, exploro la hondura emocional de las personas, compongo sinfonías sobre sus experiencias. En eso ando. Mi vida hoy es practicamente idéntica al ritmo y orden de las notas contenidas en esa composición de James Newton Howard en la que el espectador siente cómo toda la dureza del mundo le resbala, y quizás por eso, flota. Si pienso en esta sensación de ingravidez que me acompaña, sonrío. He logrado todo lo que quería de este mundo: el amor y el reconocimiento de los que me rodean, el dominio de la voz natural y la palabra, la capacidad de acceder y exponer el valor de esos seres ignorados a los que llamamos “los otros”.

De niño pensaba que mi soledad era un castigo, ahora siento que es un premio. No soy propietario de las personas que me leen o me quieren pero las llevo dentro. Cuando hablo con ellas, las visito. Si a veces acudo a su escondido hogar secreto, me acogen. Su deseo de vivir y dejar atrás el dolor que pesa, me ilumina y me enternece. Sobre mi voz todo el sufrimiento que viven se interrumpe y en mi rostro todo lo que fueron y son por un breve instante se refleja. Siento que a mi alrededor todo el mundo se pierde o se acelera. y yo me veo contemplarles desde lejos.

 

LA ESPERANZA LLEGA CUANDO ALGO SE COMPARTE

En un mundo caracterizado por la apropiación y acumulación de cosas, paradójicamente la esperanza solo llega cuando algo se comparte: un objetivo común, un horizonte, una forma de mirar o entender la vida. Una buena vida es una vida en la que el resto de personas te ha llamado un montón de cosas diferentes y ha tenido siempre razón al hacerlo. Calificar a alguien es dotarle de un lugar en la mirada propia que permita digerir o ubicar en el mapa de lo conocido a esa persona. Por eso se que en todas las ocasiones en las que me identifican con algo, no hay error, nadie se equivoca. Todos los mapas son válidos siempre que nunca lleven a ninguna parte. Las relaciones humanas están para perderse, para desordenar el orden propio o reordenarlo, para no saber hacia donde uno va o qué demonios hace. Los grandes gurús del marketing se han equivocado siempre: No te llega adentro quien te impacta inesperadamente, sino quien te descoloca por completo y hace que tú sola te recoloques.

A mí también me da miedo vivir pero no por ello olvido que respiro. Hay que defender la esperanza, protegerla. No me levanto cada día como esos inconscientes que dicen que lo hacen para “comerse el mundo”. Me vale con aprender a compartirlo, que ya es mucho. La acumulación de voracidades continuas es lo que provoca siempre la verdadera hambruna interior. No hay dignidad en el hambre interior, solo es digno y se siente satisfecho quien comparte. Quien no se sacia nunca, no disfruta de lo que es o acontece sino de lo que espera que suceda y nunca llega o si llega, no se queda.

 

LA ESPERANZA SE ENCUENTRA EN LO BÁSICO

La esperanza se encuentra siempre en lo más simple y básico, no habita lo complejo. Me apasiona la lectura y no encuentro en las complejas miradas ningún consuelo, sino que más bien lo hallo en los sabios matices de quienes desnudan con suavidad nuestra crudeza. Hasta donde yo recuerdo, todo lo que he hecho en mi vida es un continuo retorno a los orígenes, una fidelidad continua a lo básico. Mi animalidad me constituye, soy valioso para los demás porque ejercito a diario mi condición de ser vivo.

Dado que la humanidad entera galopa desbocada y dispersa en medio del ruido y la histeria colectiva de una complejidad inasible que genera ansiedad, lo que hago a diario sigue pareciendo a muchos revolucionario o sorprendente cuando lo ven o experimentan: ayudo a mantener diálogos significativos, con uno mismo, entre varios o entre muchos. Solo hago eso, de veras, no hago más. Pero es ahí donde sigue habitando la esperanza.

 

LA ESPERANZA SOLO LLEGA SI TE DAS TIEMPO Y ESPACIO PARA TENERLA

¿Qué esperanza vas a tener, alma de cántaro, si te pasas la vida de la oficina a tu casa y de tu casa a la oficina, de una reunión a otra y de un correo electrónico a otro de forma continua?, ¿Qué esperanza puede tener quien no tiene espacio ni tiempo para que llegue? Ningún persona que vive muriendo, puede tener esperanza. Para tener esperanza es necesario dedicarle tiempo y espacio, sacarlos de donde sea, reservarlos para uno mismo y su propio crecimiento. En mi caso concreto, me sorprende ver que aunque pasen los años sigo conservando los mismos hábitos que aquí enuncié hace ya tiempo y que me garantizan una vida saludable. Es más, diría incluso que cada año disminuyo aún más las interrupciones, tal y como en 2020 compartía por aquí con mi particular forma de vivr la maldita pandemia fuera de la inercia.

Para mantener mi pensamiento de crucero sigo yendo a velocidad de caracol. Hago las cosas muy lento, aunque más bien diría que me refugio en ellas. Dejo siempre huecos de tiempo entre compromisos concertados, nunca los encabalgo de forma sucesiva y sin descanso.Dedicando tiempo a lo importante y eliminando cualquier tipo de presión, todo llega.

Pongo ejemplos tontos y cotidianos: Solo quien aprecia el valor de un buen tomate, una buena patata o judía, una naranja jugosa, es decir quien se para a valorar todo el proceso hasta que llega a su mesa, disfrutar su sabor. Esa persona es capaz de alimentarse; todas las demás solo se nutren. Solo quien toma un libro y lo abre como si abriera un relicario, tomando cada reflexión como una joya y sintiendo en cada párrafo al autor, puede acceder a la sugestión intelectual o la belleza. Solo quien acude a una reunión habiendo tenido tiempo para prepararla y no pensando en la siguiente sino en esa, puede disfrutar o aprender de la conversación. En definitiva, solo quien no tiene prisa, halla esperanza.

 

TODA PERSONA ES LA ESPERANZA DE OTRA

Por mucho que no lo creas porque puedas estar pasando un mal momento, eres y siempre serás la esperanza de quienes tienes cerca. Antiguamente no paraba de preguntarme por qué las personas me querían. Estuve al menos dos décadas preguntándome lo mismo. Al principio no lo entendía, no encontraba un sentido lógico. No era ni soy excesivamente llamativo, ni físicamente fuerte, ni tengo fama, ni soy demasiado guapo ni tengo algo material muy llamativo o al menos dinero. Vamos, lo que se dice un cuadro para cualquier aplicación de citas actual. Pero no he dejado de ser querido -yo diría inmensamente amado- por todo el mundo durante toda mi vida. ¿Cuál demonios era la razón?

Un buen día me caí del pedestal de mi Ego y supe la verdadera razón: No queremos a las personas por lo que son, ni siquiera por lo que pueden llegar a ser, sino porque depositamos en ellas nuestra esperanza por no sentirnos solos, por sentirnos comprendidos, por formar una familia o mejorar nuestra vida o la sociedad. La esperanza es el motor de las personas, de todos nosotros. Así, cada persona no solo es el sujeto de lo que piensa o hace, sino que es el posible objeto de una esperanza ajena.

Yo tan solo soy un objeto, represento la voz de la esperanza para centenares de personas que me aprecian. Las personas por lo general no me quieren a mí (sujeto) sino a lo que represento para ellas (objeto). Y he aquí la trampa que desconocen: encuentran a menudo en mí lo que siempre se ha escondido en ellas, lo que atesoran. Al buscar en mí su esperanza, al tomar mi mano en una conversación o una sesión, no me descubren a mí sino que se conocen a ellas.

 

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Una vida en la que todo el mundo piense

Una vida en la que todo el mundo piense

 

Lissa Cuddy:  Tu siempre tienes razón y los demás somos idiotas

Gregory House: No, mujer, es que no creo que yo sea idiota y que todos los demás tengáis razón

Primera conversación entre el Dr.House y Lissa Cuddy, Cap.1, T.1

 

Una vida en la que todo el mundo piense. Así dicho suena bien pero… ¡Todo apunta a que estamos yendo en la dirección contraria!. Mi trabajo por tanto es quijotesco. No solo no estoy dispuesto a aceptar una sociedad en la que la mayoría de personas con las que hablo se encuentran deprimidas, solas o perdidas, en la que la desigualdad económica es creciente, o en la que nuestros trabajos a menudo nos envilecen, sino que además trabajo para crear entornos diferentes sobre dos ejes: vidas propias en las que cada persona se piense y contextos laborales en las que todo el mundo piense. Así de sencillo y complicado a la vez. Hace años reflexioné en este mismo sitio en alto tratando de aportar algunas claves para educar el pensamiento propio. Continúo en este artículo la tarea comenzada entonces tratando de explicar por qué estamos dejando de pensar y por qué sigue siendo necesario hacerlo.

Aviso a políticos moralmente obscenos y populistas, youtubers descerebrados y ciudadanos de a pie que sobreviven con dificultad al despiste:

  • No somos más libres cuantas más veces votemos o cuanta más libertad tengamos de hacer lo que nos de la gana (esa forma tan falaz de entender algo tan noble como el liberalismo), sino que somos más libres cuanto menos confusos y perdidos estamos y cuanto más protegidos nos sentimos ante los malos momentos por el prójimo y por nuestros representantes.
  • No somos más desarrollados cuanto más altos sean los beneficios económicos de unos pocos; somos más desarrollados cuantas más personas aprendan a pensar conscientemente. No tenemos más igualdad cuanto más universalicemos la precariedad sino cuanto más cercanos nos sintamos.

Tal y como recordaba Gregori Luri en una reciente conferencia titulada El deber moral de ser inteligente: Conferencias y artículos sobre la educación y la vida, la maestra Concepción Arenal ya en 1881 sostuvo en su ensayo La instrucción del pueblo que permanecer voluntariamente en un estado de letargo intelectual equivale a «mutilar la existencia» y a «consumar una especie de suicidio espiritual». Pero «el deber de instruirse —continúa— no brota espontáneamente de la conciencia […]. No parece obligatorio sino al que sabe algo». Al ignorante que no conoce, saber le parece algo innecesario o incluso un lujo. Esto ocurre porque el que no piensa ni sabe, ignora que no lo hace. Y si antes no había demasiado peligro porque los iletrados no tenían micrófonos, ahora hay peligro de colapso porque todos ellos cuentan con amplificadores bestiales. En la medida en la que todos trabajemos para comprender esto y aprendamos a diferenciar qué es tener criterio y opinión respetable y que es no tenerlos, quedará esperanza.

Este será un artículo con enjundia que reune 7 breves pero contundentes píldoras de reflexión:

  • Por qué es útil pensar
  • Los peligros de no pensar
  • Pensar lo propio, comprender lo ajeno
  • Aprender a ser estúpidos de forma controlada
  • Seleccionar minorías influyentes de calidad
  • Distinguir subjetividad y soberanía
  • No reducir la vida a la satisfacción propia

Comenzamos.

POR QUÉ ES ÚTIL PENSAR

¡Así es!, hemos llegado a esto, y esta quizás es el primer hecho descabellado al que nos estamos enfrentando muchos: ¡Hemos llegado a un momento de la historia en el que vemos necesario explicar por qué es útil pensar!. Estamos en un tiempo de decadencia y la prueba de ello es que olvidamos a diario lo más básico: para qué sirve pensar. Sobre todo porque la mayoría de empresas y personas que conozco, reconocen no tener tiempo para hacerlo… ¡Cómo si fuera algo que pudiéramos no hacer conscientemente! Considero que era natural llegar a este punto dado que la rápida extensión casi ya universal de todos los avances de la humanidad reciente (económicos, técnicos, políticos) no se correspondía con la lenta educación de las personas para adaptarse a estos cambios. Por así decirlo venimos de un desequilibrio entre el progreso técnico y social de nuestra especie -acelerado en el último tercio del siglo XX- y una precaria y primitiva forma de entender las relaciones que arrastramos desde hace varios milenios. Por eso hoy son determinantes las habilidades transversales que casi nadie tiene. Pero vayamos por partes…

La moda siempre ha sido no pensar, porque para no pensar no hay que hacer ningún esfuerzo. No pensar en principio parece gratis y además a menudo la estupidez propia, tranquiliza. El problema viene cuando a la larga no saber pensar tiene el mayor coste posible para la persona y además la estigmatizada y reduce su experiencia de vida a lugares comunes gobernados por una resignación constante. De todo ello podríamos deducir que no pensar y dejarse llevar es lo más rentable a inmediato plazo pero lo más estúpido a corto, medio y largo plazo. El aumento de la estupidez en el mundo y de la potencial peligrosidad de una ingente masa estúpida, está ligado a tres fenómenos simultáneos.

  • En primer lugar la aceleración social que ha vivido la humanidad en las últimas 15 décadas ha modificado por completo las estructuras técnicas, relacionales y ahora ya incluso biológicas de nuestra especie, sin que haya habido una adaptación de nuestras instituciones sociales (relaciones afectivas, familia, estado, empresa).
  • En segundo lugar el reciente y anodino periodo pacífico de Europa, sin duda el continente más violento de la historia hasta hace tan solo 7 décadas, ha favorecido el olvido de los fantasmas que acechan y son inherentes a nuestra condición: la tiranía de la barbarie y la ignorancia. No pasarlo mal nos ha hecho olvidar que es muy fácil estar mucho peor de lo que estamos acostumbrados.
  • En tercer lugar, la desigual universalización de las libertades civiles y de las democracias pluralistas en el mundo ha estado fatalmente educada. En otras palabras, conquistamos la libertad contra la tiranía de unos pocos pero no contra la propia tiranía de nuestras creencias. Por lo general no nos educamos para ejercer la libertad de forma responsable, por lo que en la actualidad vivimos un tiempo de involución hacia tiranías emocionales anteriores.

La vieja idea de fluir con la realidad que los grandes maestros del tardohinduismo nos legaron, no consiste en abandonarse a los acontecimientos -esa especie de puñetero FLOW cuya consecuencia directa es renegar del criterio propio y permitir que otros vivan y decidan por nosotros- sino desapegarse de la propia voluntad tratando de disfrutar la vida desde la aceptación. Las 108 formas de experiencia que aceptamos los discípulos de Buda y el sistema de creencias taoísta que están formulados en el Dao De Jing, el Hua Hu Ching y que Zuang Zhi honró en toda su extensión, responden a este objetivo.

Pensar no es solo querer comprender, sino sobre todo aprender a percibir. Quien no piensa intuye sin argumentos, se conforma con la inexperiencia, huye de la responsabilidad de vivir, no existe como consecuencia de su propia capacidad sino como objeto de la voluntad de otros, se desindividualiza, se convierte en masa por medio de la inercia acrítica. Quien no piensa es, en definitiva, el pálido reflejo de la débil luz que proviene del acogedor aunque pasajero calor de otros; es, si se prefiere, el eco imitativo y desprovisto de existencia que se deriva de una voz significada lejana o del ruido general en el que su individualidad se sume.

 

LOS PELIGROS DE NO PENSAR

Pensar no es algo que se elige o no se elige hacer. Una persona solo tiene dos opciones: aprender a pensar continuamente, o dejar que las propias consecuencias de sus actos inconscientes le piensen. Por descontado como sociedad enfermiza hace tiempo que optamos por lo segundo. El problema no es que cada persona no piense casi nunca sobre su propia vida, lo cual ya sería por sí mismo alarmante. El problema es que una enorme masa de personas que no se piensan a sí mismas (no se cultiva, no dialogan, no leen, no se cuestionan) tiene consecuencias terribles. Más aún cuando en la actualidad nos hayamos en el mundo humano más conectado y con mayor capacidad de creación y/o destrucción de la historia. Nuestras sociedades -incluso las inmediatas sociedades modernas del reciente pasado tras la llegada de la subjetividad y la soberanía popular- siempre han estado pobladas de personas que no piensan durante la mayor parte de su existencia. Casi todos nosotros dejamos de pensar a menudo por salud mental. No está ahí el peligro, sino en no hacerlo nunca.

A lo largo de la historia de la humanidad, una realidad inconsciente nos ha condicionado siempre: No se respeta a quien mejor piensa o a quien más sabe sino a quien mejor se expresa y convence. Los actuales servicios de marketing tremendamente diversificados tratan de convencernos para convencer mejor, incluso si lo que se hace no tiene sentido. Fruto de un soniquete constante y ensordecedor que pugna por nuestra atención de la manera en la que lo hacen todos los narcóticos, la realidad es que cada vez cuesta menos convencer a alguien de algo. La democratización de la comunicación humana y la equiparación en el mismo plano de atención de grandes referentes intelectuales y terroristas culturales de barrio, ha dado lugar a lo que hemos llamado posverdad, una realidad no real que se dirime en el tiempo de la posmodernidad en sociedades ruidosas en las que se derrite la soberanía. Al haber ganado en credulidad (mucho más que en tiempos teocráticos pretéritos), los humanes hemos ampliado nuestro margen de estupidez tolerable, y en consecuencia la volatilidad inestable de nuestro pensamiento (que se rige hoy por modas pasajeras y no por razones sólidas) nos sume en la inestabilidad continua.

A lo largo de la historia, donde no hay ninguna certeza absoluta sobre nada, nace a menudo la sabiduría; pero donde no hay ninguna forma ni medio para cuestionarse (diálogo tranquilo, reflexión escrita o leída, tiempo y espacio para el encuentro), se multiplican de forma virulenta la estupidez y la ignorancia. No paro de comprobar cómo la dirección que está tomando el pensamiento empresarial es por lo general y en lo particular, errónea. En lugar de cuestionarse a sí mismo, de realizar una nutrida autocrítica, la velocidad inercial de las empresas lleva acelerándose ya más de dos décadas con especial torpeza intelectual y estupidez sistémica desde 2008. Dedico mi labor diaria a cuestionar lo que la mayoría de personas dan por supuesto ante esta clara evidencia: las empresas, el órgano colectivo de relaciones sociales más efectivo que hemos creado en la historia de la humanidad, caminan hoy cegadas.

 

PENSAR LO PROPIO, COMPRENDER LO AJENO

El que piensa alcanza la madurez por cuanto trasciende lo propio, habla con humildad desde lo que sabe queriendo abrazar y comprender todo aquello que le hace cuestionarse o le resulta ajeno. El que piensa no adoctrina, no necesita imponer porque convence, no imprime todo su esfuerzo en influir manipulando la realidad porque toda su energía se centra en razonar con otros. El que piensa combate su criterio, cuestiona su pensamiento, se atreve a dudar. El que piensa habla sobre todo de muchas personas que le precedieron y fundamenta su propia vida no en su voluntad sino en un comportamiento ético que favorece el bien común sobre la doma diaria del interés propio. En contra de lo que se ha dicho, quienes piensan no tienden a la virtud sino que la practican. Su propia manera de ser y hacer representa un modelo y edifica un ejemplo. No se admira a quienes piensan por su capacidad de llegar a otros (número de likes, seguidores, lectores,etc…) sino por el grado de calidad que se destila de su razonamiento. 

Por oposición el que no piensa vive en un infantilismo o puerilismo continuo, no necesita leer, ni se molesta en construir un diálogo significativo, ni argumenta más allá de lo que siente, percibe o quiere. Su deseo le dicta comportamientos que además trata de defender como deberes naturales para los otros y ajenos. Su interés y afan de conocimiento no llegan nunca más allá de la defensa de su realidad propia. Por eso, desde el inicio del siglo XXI, la sociedad posmoderna se enfrenta a un grave problema: estamos dejando de pensar. Nuestros sistemas educativos y nuestro modelo de relaciones se aproximan a toda velocidad a la ignorancia y a la estupidez. No es que nunca hayamos corrido este mismo peligro, es que desde la conquista de las libertades civiles mínimas, nunca como hasta ahora ese peligro ha sido tan masivo.

 

APRENDER A SER ESTÚPIDOS DE FORMA CONTROLADA

Lo diré de forma clara: es imposible que dejemos de ser estúpidos, la clave reside en cuándo y cómo aprender a serlo. Somos animales bípedos, gregarios, mamíferos, con escasa autonomía, elevada torpeza y niveles de estupidez elevadísimos regados de momentos espectaculares de inteligencia y maravillosas capacidades colectivas. Aceptémoslo, por favor. Dejemos de intentar parecer cualquier otra cosa.

Hasta ahora la estupidez propia ha sido algo que por lo general negamos, que no reconocemos o de lo que tratamos de defendernos o huir. Nada peor que hacer esto en mi experiencia. Desde hace años dedico gran parte de mi jornada diaria a ser estúpido, la enorme diferencia con el resto de mis semejantes es que yo trato de hacerlo en privado y de forma controlada. Tener esos momentos me ayuda a comportarme de manera cabal y sensata en público y sin apenas esfuerzo. En otras palabras, las personas necesitamos desahogos, desconexiones temporales que nos ayuden a distinguir entre lo que es deseable para relajarme y descansar durante unos momentos, y lo que es necesario para construir sociedades mejores durante la mayor parte del tiempo. Negar la estupidez propia de uno mismo es lo más estúpido que alguien puede hacer.

Todo iría mejor en este mundo si las personas aprendiéramos que necesitamos a diario momentos de completa estupidez, pero que debemos tomar decisiones importantes cuando no estamos en esos momentos. La estupidez propia que no se comparte no hace daño a otros, pero la estupidez propia que se comparte como el más estupendo de los hallazgos, nos está matando como especie. Así, la estupidez cuando es controlada no solo es saludable sino incluso necesaria. Practicada en contextos cuyas posibles malas consecuencias no afectan dramáticamente a la realidad de una amplia proporción de gente, la estupidez individual o compartida es una bendición porque la estupidez reconocida nos acerca y ha sido de hecho uno de los mayores pegamentos de la amistad y la solidaridad fraterna durante milenios.

No hay por tanto nada de malo en ser estúpidos a diario siempre y cuando los lugares y tiempos en los que lo somos estén reservados para ello, esto es, siempre y cuando identifiquemos y sepamos que estamos eligiendo ser estúpidos. El problema llega cuando somos estúpidos la mayor parte del tiempo y en todos y cada uno de los foros y ámbitos de desarrollo humano, y ni siquiera -como está ocurriendo ahora- somos capaces de reconocerlo. No es lo mismo permitirnos ser estúpidos en una taberna junto a un par de amigos en una conversación amena, o abandonarnos a visualizar un video de youtube ridículo, que comprender el contenido de ambas manifestaciones como regulativo o normativo para la sociedad en su conjunto. Ser idiota en privado o en un contexto adecuado para serlo es fantástico, pero ser idiota en los medios de comunicación, la empresa o el parlamento es dramático.

La estupidez es altamente contagiosa, mucho más de lo que llegará a serlo nunca la inteligencia. Pero la relación entre inteligencia y estupidez no es tan sencilla. Descontrolada e indómita, desnuda de los filtros de la vergüenza y el respeto por el bien común, la estupidez nos anima a tener un comportamiento en el que nada posa, nutre ni se asienta, y todo pasa, se repite y enferma. Sin embargo al mismo tiempo la estupidez se basa en dos grandes paradojas:

  • La primera paradoja de la estupidez es que siendo un comportamiento universal e histórico en nuestra especie, está basado en una exclusiva obsesión por el instante presente. Es decir, la estupidez siempre sobrevive aunque pronto quede obsoleto nuestro interés humorístico o crítico en ella. De este modo la estupidez es acumulativa, se nutre de la cegazón continua.
  • La segunda paradoja de la estupidez es que solo cuando dejamos de ser estúpidos y nos atrevemos a ser inteligentes, accedemos a un habilitador y sano sentido del humor. El estúpido, por lo general, se defiende mucho más de lo que se ríe de sí mismo. Las personas con un desarrollado sentido del humor suelen ser en mi experiencia inteligentes.

Esto quiere decir que para ser estúpido basta con ser un completo ignorante pero para ser muy estúpido curiosamente hace falta ser muy inteligente. Lo que nos lleva a una deriva interesante: hay una estrecha relación entre estupidez, entretenimiento y sentido del humor. Lo racional, por lo común, no nos hace ninguna gracia pero lo más sujeto al presente y pasajero (una mueca, una broma, un eructo o un pedo) nos hace reír hasta postrarnos en el suelo.

De lo dicho se deduce que no es lo mismo ser ignorante que ser estúpido. Ser ignorante consiste en no saber que no se sabe, y ser estúpido consiste en vivir como si se supiera. A ser estúpido se llega mediante la acción, a ser ignorante se llega por omisión; para lo segundo no hace falta hacer ningún esfuerzo. Habiendo olvidado todo esto, hoy en nuestro tiempo proliferan como setas las personas que siendo completamente ignorantes y/o estúpidas, no solo no lo aceptan y no presumen de serlo, sino que se aventuran a expresar su opinión de forma abierta tratando de que esta opinión se encuentre al mismo nivel que la del resto de personas que se esfuerzan por comprender y conocer. El peligro no llega cuando una persona puntual hace esto, sino cuando las personas que son consideradas referentes, en lugar de aceptar la responsabilidad que tiene cada cosa que dicen o que hacen, utilizan los altavoces de su propio status social para aparentar que piensan o hacen uso de alguna inteligencia. En suma, el problema de nuevo no es que haya muchas personas estúpidas, sino que aquellas que deberían dar ejemplo no siéndolo, obtienen mayor reconocimiento social al serlo.

 

SELECCIONAR MINORÍAS INFLUYENTES DE CALIDAD

Dice el maestro Innenarity que esperamos siempre demasiado de la democracia, y que ésta cuando es sana y real está llena de frustraciones que continuamente se expresan. Nada que objetar a esta brillante reflexión, salvo la necesidad de que esa frustración disponga de un bálsamo continuo para evitar una enorme rotura colectiva. Ese bálsamo es sin duda el mantenimiento de las clases medias -hoy autodestruidas y en franca decadencia- y el cuidado y escucha activa de diálogos y debates intelectuales fundados y llenos de razones y argumentos sólidos no sentimentalizados, es decir el cultivo de eso que Ortega llamó la minoría selecta, y que no es una forma de aristocracia griega moderna sino la manera de favorecer sociedades mínimamente virtuosas basadas en lo que podríamos llamar atención autorizada continua como complemento a un creciente y descontrolado fenómeno de escucharlo o leerlo todo…

En la sociedad tiránica del Like, TODO tiene la importancia pasajera de la atención que genera en un determinado momento (hashtag, trending topic, meme, challenge, clicbait) para acto seguido morir en el olvido. Explicado de una forma más clara y sin duda muy trágica: no existe lo que no está existiendo ahora. Este podría ser el título de una de esas presentaciones ridículas, vacías, idiotizantes y aspiracionales de cualquier profesional del marketing de ventas. Aceptar -tal y como estamos aceptando- que no existe lo que no está existiendo ahora, equivale a despreciar o exiliar lo que fue o lo que siempre seremos, equivale a sustituir la memoria consciente (que nos evita repetir errores del pasado) por la atención dispersa (que nos sume en la indefensión).

De este modo, los esfuerzos actuales de nuestra especie no se centran tanto en aprender a pensar como en captar las sucesivas y esquivas atenciones. Esto nunca había sido un problema para las sociedades modernas porque si bien la teoría la soberanía popular existía, en la práctica esa soberanía era siempre gobernada por una minoría de personas medianamente conocedoras que ocupaban un lugar prioritario, central o referencial. Estemos o no estemos de acuerdo con Juan Ramón Jiménez o con Ortega (que incluso defendían que la civilización dependía de ella), en nuestras sociedades existía y existe una eterna minoría selecta. De algún modo nunca hemos logrado desasirnos de esta inercia. El dilema no está en que exista o no sino en las personas que en cada época la integran.

Así, no es lo mismo que tu presidente del gobierno sea Donald Trump que Abraham Lincoln; no es lo mismo que la opinión colectiva sea guiada por Marx, Adorno, Cioran o si se prefiere Mill, Mises o Hayek, que por Belén Esteban, Messi o el Rubius. No es lo mismo mantener un diálogo sensato y cultivado entre un neoliberal convencido y un republicano socialdemócrata, que mantener un ridículo diálogo entre un presentador de La Sexta y un youtuber que acaba de terminar de ver un video y repite una a una sus premisas. Por extensión, y sin caer en la beatería cultureta, no es lo mismo que una persona no lea nada en absoluto y limite su vida a trabajar, mandar whatsapps y jugar a videojuegos, que una persona -además de hacer lo anterior- dedique tiempo a conversaciones significativas, libros interesantes o experiencias vitales que conformen un sólido edificio crítico e intelectual sobre el que desarrollar ideas. No, no es lo mismo. Una cosa y otra generan sociedades diferentes.

Las formas de selección de esa eterna minoría eran la vía académica o cultural (mayor y mejor conocimiento sobre determinado ámbito o sobre la perspectiva genérica) o la vía experiencial (mayor y mejor experiencia en ese área). Si antes dábamos nuestro reconocimiento -de forma acertada o equivocada- a personas que socialmente eran reconocidas por sus ideas o trayectorias, hoy damos nuestro reconocimiento a hombres y mujeres de paja, personas que no nos animan a mantener nuestra dignidad sino que enmascaran su indignidad propia con técnicas de manipulación, marketing o empobrecimiento moral. Las formas de selección de esa minoría de referentes no solo se han deteriorado sino que se han entregado por completo al capricho voluble de la gente. Hoy el proceso social de selección de minorías no tiene nada que ver con una autoridad social brindada por la excelencia en el ámbito del pensamiento o la racionalidad, sino que la concesión de autoridad prescriptiva en nuestras sociedades está cada vez más ligada a la capacidad de generar irreflexión y entretenimiento.

 

DISTINGUIR SUBJETIVIDAD y SOBERANÍA

La frase Todo es subjetivo o Todo es relativo que repiten continuamente desde profesionales del coaching, a alumnos de secundaria y políticos que nos representan, no solo es vacía y absurda sino que atenta contra los grandes valores democráticos que construyeron lo mejor de cuanto somos. Además de hacernos más estúpidos este tipo de reflexiones sencillas y baratas nos abocan a olvidar un hecho: no es lo mismo subjetividad que soberanía. Yo soy demócrata en la medida en la que acepto que tengas derecho a expresarte como sujeto soberano, pero también soy demócrata en la medida en que cuestiono y contrasto mis ideas contigo para llegar a una conclusión que podamos compartir como cierta.

Con la incorporación de la subjetividad a la escena, es decir con el nacimiento de la opinión pública, en lugar de aprender a respetar, cuidar y honrar a cierta intelectualidad movilizadora, la aniquilamos en nuestro individual deseo de alcanzar la relevancia. Pero olvidamos -aunque internet nos lo recuerda a diario- que más personas opinando no necesariamente hacen un mejor pensamiento, sino que a menudo desembocan en todo lo contrario. El maestro Amalio Rey ha sintetizado durante años lo mucho que se ha hablado sobre esto. Para que exista inteligencia colectiva, debe existir voluntad individual de aprender a pensar; y por otro lado mucha publicación ideas no garantiza una elevada calidad de ellas.

Con la subjetividad (es decir, con el disruptivo derecho a ser alguien en el mundo), la persona (campesino, siervo, cumplidor, esclavo, sometido o vasallo) que solo podía aspirar en la Antigüedad a la supervivencia diaria, dio un salto espectacular al cambiar una vida de penurias y servidumbre por el renovado espíritu de trascendencia al que le invitaba la nueva ciudadanía. Este inmenso salto cualitativo se produjo sin apenas transición ya entrados en el siglo XIX pero solo comenzó a resultar verdaderamente trágico a comienzos del siglo XXI. No solo porque el insaciable crecimiento poblacional que predijera Malthus se multiplicara, y no solo porque la intensificación industrial adquirió dimensiones inasumibles para la Tierra, sino sobre todo porque el siglo XXI nació de la prisa, de la urgencia, fue de hecho un recién nacido prematuro que no se adelantó unos meses sino 2 décadas. Y la urgencia es ante todo contraria a la reflexión y la racionalidad. Por eso en los endemoniados cursos de marketing no se enseña a las personas que venden cosas a razonar, sino a hacer que las personas que pueden comprar lo hagan rápido, cuanto antes; y por eso repetimos como un mantra -que si se piensa en completamente absurdo, ilógico y esclavista- que el cliente siempre tiene la razón.  ¿Qué clase de broma pesada es esa? No, amigos, la Razón no se tiene por comprar algo o tener la voluntad de hacerlo, sino que alguien tiene razón por el esfuerzo, el compromiso y la voluntad que imprime en cultivarla. No se nace con razón, se adquiere.

Cuando hablo de la sociedad tiránica del like, quiero decir que en la realidad posmoderna y decadente que vivimos tiene más valor un “Me gusta” que un razonamiento poderoso. Pero no nos martirecemos con esto, no dramaticemos, simplemente analicemos lo que nos está ocurriendo poco a poco: Las buenas ideas no son las mejores sino las más votadas. Mientras algunos sienten que peligra la democracia, lo que ocurre es precisamente lo contrario: TODAS las personas opinan y votan sobre TODO incluso cuando no tienen criterio. Esto, que era válido y noble en el marco de la representatividad política y la salvaguarda de los derechos colectivos desde el nacimiento de la democracia moderna -toda una conquista histórica de libertad-, no lo es tanto para determinar qué es lo ético o lo correcto en una enorme cantidad de ámbitos que requieren conocimiento y especialidad. No todo vale y no todas las opiniones son respetables de facto, sino que más bien podemos determinar si son o no respetables siempre a posteriori, tras un civilizador y calmado diálogo y sobre todo desde el tamiz del conocimiento y no desde el mero derecho a la opinión. Al entregarnos a la mentalidad apriorítica, al juicio rápido, al impacto y la emoción, lo que hacemos -y lo estamos haciendo en masa y de manera alarmante- es comprar con la omisión de nuestra inteligencia, la estupidez colectiva.

Un pensamiento republicano y a la vez liberal me acompaña frecuentemente y proviene de mis continuas lecturas de Habermas, Sandel y Rorty: Si todos podemos erigirnos como sabedores o conocedores de todo, esto es, como opinadores dogmáticos y sintetizadores de verdad en potencia, no solo no hemos superado las tiranías con las que los antiguos príncipes nos oprimieron, sino que por el contrario cada uno de nosotros se ha convertido en un príncipe tirano de los otros sustituyendo la convivencia por la tiranía mutua y competitiva. En esta reedición de la sociedad hobbesiana que confirma todos los temores de Carl Smichdt, la cautela y la humildad se vuelven minoritarias, y la entrega y la pasión inconsciente e irreflexiva con opiniones infundadas se convierte en el regulador de la vida. Somos dictadores individuales que se suman a la dictadura colectiva del like. Los púlpitos públicos de hoy no están ocupados por relevantes pensadores, denodados juristas, extraordinarios filósofos, eminentes políticos sino por personas que no solo son como cualquier persona -porque los antiguos referentes también lo eran- sino que además no hacen nada para dejar de serlo y son admirados como si no lo fueran. La estupidez y la ignorancia han conquistado los puestos de mando y los puestos referenciales que conformaban la ejemplaridad pública y construían los mitos y narrativas sociales de la heroicidad.

 

NO REDUCIR LA VIDA A LA SATISFACCIÓN PROPIA

El respeto no consiste en aceptar lo que dice cualquier persona como válido, sino en tolerar a cada persona que se expresa pero cuestionar sus planteamientos. La pasiva y acomodaticia forma que hoy tenemos de entender el respeto es en realidad indolencia, temor al conflicto y mediocridad racional. Hace poco me preguntaron en qué consiste la postverdad, y creo que es una buena suma de todas estas cosas que nos están destruyendo y que algunos estamos tratando de curar y revertir:

Nuestras sociedades han llegado a tal punto de estupidez colectiva que si bien en la antigüedad más reciente nadie que no supiera o pensara a diario negaba la utilidad de saber o pensar; hoy en día muchas personas dudan incluso de que hacerlo sea incluso útil o sensato. En realidad muchos de ellos están en lo cierto. La sociedad ha dejado de premiar al que sabe para premiar simplemente al que más consume y compite. Y para hacer esto último se necesitan sobre todo altas dosis de ignorancia e inconsciencia. En la mente de cualquier persona de hoy surgen a diario una cascada de preguntas hasta ahora inéditas: ¿Por qué tengo que pensar?, ¿Por qué tengo que hacer cosas que no me gustan?, ¿Por qué debo leer?, ¿Qué me aporta conocer? o siendo más exactos… ¿Por qué pensar pudiendo tan solo no hacerlo y obteniendo grandes beneficios económicos por ello?, ¿Por qué no es correcto hacer tan solo lo que me gusta si es lo que de veras quiero?, ¿Por qué he de leer pudiendo vivir mis propias experiencias?, ¿Por qué conocer algo en detalle si todo está en internet?

En este contexto, las personas como un mínimo sentido común y un honorable sentido propio escasean. No porque seamos más viles que antes, sino porque lo que cada vez hacemos con mayor frecuencia nos envilece más rápido y profundamente. Vivimos sumidos en una ética de la voluntad propia o individualismo posesivo-defensivo que siempre fue conocida por su verdadero nombre: egoísmo. El problema de ser egoístas y de encontrar cierta virtud en el egoísmo (una tesis ampliamente defendida por la escuela económica austriaca, el tardoliberalismo deformado y el objetivismo de Rand, solo por citar algunos apóstoles), es que olvidamos por entero las bases sobre las que se asienta el progreso histórico de la condición humana: la solidaridad social. El relativismo moral que afirma que lo que tú dices y lo que yo digo es todo respetable a priori (y no a posteriori) olvida que las conquistas de la ilustración no arrojaron un mundo potencialmente mejor porque respetáramos todas las ideas, sino porque convenimos en respetar a todas las personas por medio de su cuestionamiento continuo. Al haber olvidado esto, somos víctimas de un punto muerto colectivo en el que cualquier discurso es válido y por tanto ninguno moviliza.

Decía el maestro Lessing en plena Ilustración que “el valor de una persona no se define simplemente por la verdad en cuya posesión cualquiera está o puede estar, sino por el esfuerzo honrado que ha realizado para llegar hasta ella. Así pues, no es por la posesión de la verdad sino por la constante investigación en pro de la verdad como se amplían sus fuerzas, y sólo en ellas consiste su siempre creciente perfeccionamiento. La posesión hace apático, perezoso y orgulloso“. Pero ¿Qué esfuerzo para llegar a la verdad tiene un tertuliano?, ¿De qué esfuerzo hace uso una persona que retwitea o vive en el feed continuo de lecturas efímeras? ¡Qué razón tenía Lessing podríamos decir al leerle!, ¡Cuánto exceso de orgullo y defensa de lo propio se gasta hoy y qué poca voluntad de entendimiento del argumento ajeno!, ¡Cuánta mala energía gastamos en la fratricida lucha por no desposeernos de la verdad propia contra la verdad ajena!. Y en esta batalla dialéctica ridícula, que no nos aleja demasiado de nuestros parientes primates, pasamos las horas y los días, los artículos de blog, las publicaciones de linkedin, los videos de youtube en los que abundan palabras como “Tal persona destroza a tal otra en tal debate” o “Le da la lección de su vida” o “Le pone en su sitio” ¡Qué escasez intelectual, amigos/as! los programas de televisión, los videoblog, las noticias, las tertulias y la prensa, en todos los lugares la carnaza abunda.

Al hacer esto, no solo estamos cambiando a un ritmo acelerado la paideia, esto es, la forma en la que entendemos y transmitimos el mundo, sino que estamos tratando de apropiarnos de la verdad el mundo y reformulándolo cada día en una suerte de adormecimiento continuo en el que todo parece cambiar cuando en realidad todo empeora. Porque quien se gasta estos comportamientos -y sobran los ejemplos- no solo desconoce las consecuencias de lo que dice o piensa sino que empeora el mundo a cada paso.

Si hemos dejado de movilizarnos colectivamente (e incluyo a las empresas actuales, tremendamente inertes a nivel intelectual), o al menos si hemos dejado de hacerlo de forma provechosa, es porque en la sociedad del entusiasmo nos movilizamos sobre todo por la satisfacción propia. Si la satisfacción de las necesidades esenciales a nivel individual siempre ha sido conditio sine qua non para nuestra supervivencia propia, lo cierto es que tenemos ingentes evidencias históricas -me refiero a océanos de pruebas- que demuestran que es cierto aquello que afirmó Nietzsche, y antes que él toda la genealogía de grandes maestros desde Tales de Mileto y Lao Tsé, a saber, que “solo en cuanto animal social el hombre ha aprendido a ser consciente de sí mismo, y así lo hace todavía y lo seguirá haciendo. La conciencia no pertenece a la existencia individual del hombre, antes bien a lo que en él es naturaleza y rebaño” (Gaya ciencia, V, 354).

Reducir nuestra vida a la satisfacción propia no solo nos envilece sino que nos aproxima a la barbarie de la ignorancia de la que me alertó en mi primera juventud la lectura del gran maestro Steiner. Aprender a pensar es una tarea ardua y continua. No hay principio ni existe fin. Quien se atreve a pensar opone su propia vida a la actitud rígida, pueril y cómoda del pensamiento dogmático y a la actitud cómoda, barata y nada comprometida del relativismo. El problema de nuestro tiempo no es la existencia del populismo. Éste siempre ha existido, todos durante la mayor parte del día somos de hecho populistas, y durante toda la historia de la humanidad la mayoría de la población ha regido su vida diaria alrededor de la irreflexión y la emocionalidad constantes. El problema es que el populismo -para el que todo es relativo y la verdad no importa- rige hoy nuestras vidas. La continua búsqueda de satisfacción propia, esto es, la incapacidad sistémica y radical de razonar y explorar la verdad y a su vez la extraordinaria capacidad de fabricar falsedades y convencer de ellas a otros, además de seguir condicionando nuestras pequeñas decisiones diarias, ahora condiciona los lugares y espacios donde se toman decisiones importantes. En esos lugares donde antes -hasta hace relativamente poco- se pensaba, hoy tan solo se publicita y se comparte pero mayoritariamente no se piensa. En otras palabras, la irreflexión ha conquistado de forma plena los puestos de mando de nuestras sociedades; el populismo y la tecnocracia han desplazado por completo de la escena pública y el ideario referencial y simbólico a la cultura del esfuerzo, el ejercicio de conocimiento y la voluntad de pensar y razonar de acuerdo a criterios racionales.

El que hoy influye a otros ni siquiera necesita hacer ya el esfuerzo por conocer los hechos o tratar de explorar múltiples dimensiones de una misma verdad. Tan solo se limita a favorecer una profecia autocumplida de su propia voluntad. Las personas que hoy ejercen influencia sobre grandes mayorías, grupos o comunidades de gentes no destacan por su capacidad de haber logrado algo y escapar del vacío; sino que son heroicos por su capacidad de hacer de la plena nada, simplemente algo. Las divertidísimas y absurdas entrevistas de David Broncano, el relativismo moral del twitchero Grefg o el Rubius sobre su migración a Andorra, o el populismo político de la nueva generación de dirigentes mundiales, responden todos ellos a una misma realidad: la Nada. Todo lo que rodea a la persona es vacío, solo la propia persona importa y existe. Y por tanto todo lo que se aproxima a la persona (entrevistado, sociedad o aficionado) queda eclipsado por ella.

El entrevistador que es siempre protagonista de todas sus entrevistas cuyos contenidos improvisa aunque existan guionistas, el jugador de videojuegos que se define como “creador de contenido (revolvéos en la tumba Tolstoi, Berlin, y temblad Buonarotti o Borges) o el político que aspira a ser incoherente sin que se note demasiado, todos ellos son productos de una misma realidad: la reducción de la vida a la satisfacción propia. En todos ellos el todo (el mensaje y fin último) importa menos que la suma de las partes (la distracción o la dispersión intermedia). En ese contexto, paradójicamente TODO es menos vistoso que NADA. Pasar el rato es mejor que significarlo; presumir de que se ignora algo es mejor que tratar de conocerlo. Así, el entrevistador ya no necesita preparar la entrevista porque él es el protagonista, el youtuber no necesita mejorar el país en el que nació porque se puede ir a otro, y el político no necesita conocer los hechos porque puede provocarlos. Todo es más rápido, más cómodo y más nada.

 

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La sociedad entusiasta y la esperanza

La sociedad entusiasta y la esperanza

 

“Una ballena vale más muerta que viva y un árbol vale más muerto que vivo.
Y ahora nosotros nos estamos convirtiendo en el árbol y la ballena”

Justin Rosenstein, inventor de la tecla MeGusta de Facebook

 

Escribo este artículo con una clara intención: Oxigenarte, hacerte respirar, calibrar tu esperanza. Para hacerlo no necesitaré negar el agotamiento y la tristeza causados por una dilatada y cansina pandemia. Tampoco tengo la intención de dedicar mi tiempo a motivarte, tal y como lleva décadas siendo frecuente en la enorme mayoría de directivos que entienden a sus empleados como yonquis de la ilusión. Y tampoco necesitaré invocar al abandono de los hechos innegables de la actual situación global en el ánimo de inventar miradas positivas.

Este será un artículo extenso que he dividido en 9 apartados:

  • De la esperanza en una realidad global mejor al compromiso con el cambio de la realidad inmediata y presente
  • No vender tu sentido crítico ni negar tu estado emocional para aparentar entusiasmo
  • “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”
  • Distinguir el mundo de la naturaleza
  • Abandonar la actitud defensiva o doctrinaria
  • No somos seres completos y exponenciales sino seres vivos inconstantes
  • El modelo economicista se evidencia
  • El optimismo sistémico se esconde
  • Nunca olvides lo que está pasando ahora, ¡Recuerda!

Comenzamos.

 

DE LA ESPERANZA EN UNA MACROREALIDAD MEJOR AL CAMBIO DE LA  MICROREALIDAD PRESENTE

Como especie parecemos no salir nunca de ciclos periódicos de continuos y falsos entusiasmos. En medio de una pandemia global la sociedad entusiasta sigue consumiendo chutes de esperanza. Necesitamos pasar de la expectativa continua en una realidad global mejor al compromiso propio con la mejora de nuestra realidad inmediata y presente. Esto no significa que dejemos de tener esperanza en el futuro, sino que no permitamos que nuestra expectativa constantemente incumplida de lo que queremos que llegue, se apodere y dramatice todavía más nuestra realidad presente. Significa dejar de depositar nuestra esperanza en una coyuntura global mejor y comenzar a militar en el cambio significativo de nuestra realidad diaria e inmediata. En un contexto de cambio constante y dispersión colectiva, la mirada de cada persona corre el riesgo de perderse si mantiene su atención en lo colectivo improbable y desatiende lo individual posible. Como demócrata liberal y republicano convencido lamento decir que aunque los hechos no nos inviten a confiar en nuestros representantes, la única posibilidad en una situación como esta es confiar en ellos. Parte de los resultados de mi investigación concluyen que necesitamos mejorar nuestro modelo de relaciones y que no solo basta con el sacrificio individual, sino que sobre todo se necesita un profundo cambio social sistémico. Estoy convencido de ello y creo que ese cambio es más importante que cualquier voluntarismo y compromiso individual, pero la situación es completamente diferente a lo que hasta ahora conocíamos.

Intenta ser práctico, no te sitúes en lo que te gustaría que fuera sino en mejorar lo que a tu alrededor es. A estas alturas ya sabemos que esta situación no cambiará por la fantástica coordinación colectiva de nuestros representantes, sino que más bien cambiará por el esfuerzo diario de muchos. Piénsalo de este modo: Dado que la presencialidad colectiva está limitada o prohibida, y dado que por el momento solo sabemos relacionarnos digitalmente para hacer y decir estupideces y no sabemos aún organizarnos de forma digital y colectiva para garantizar que no se pierdan libertades y derechos, la confianza en nuestros representantes es ahora obligada. Como tú, yo también compruebo que ante esta situación están perdidos y las declaraciones que hacen resultan vergonzosas, pero no hay otro remedio: céntrate en tu realidad diaria, en humanizar las relaciones en tu equipo, en no ser tan cretino como para exigir el mismo rendimiento, en conectar con tu entorno, en mostrar solidaridad con quien te necesita, y sobre todo, en tratar de meditar, reflexionar y sanear tus pensamientos.

 

NO VENDER TU SENTIDO CRÍTICO NI TU ESTADO DE ÁNIMO PARA COMPRAR SUCESIVOS ENTUSIASMOS

Nadie es completamente responsable de la pandemia, pero todos somos responsables de contenerla. Lo que tenemos es consecuencia de lo que hemos sido o hecho. Es duro aceptarlo pero somos responsables de nuestros actos. Conformarse con ese pensamiento, sin embargo, no es suficiente para construir una sociedad mejor. No basta con resignarse y desde luego -tal y como algunos irresponsables están manteniendo- tampoco basta con abrazar un entusiasmo baldío que nos llene continuamente de nuevas esperanzas. Es necesario demandar responsabilidades y mantener la convivencia. Los casos de corrupción, tráfico de influencias, abuso de poder y extorsión comercial que se han dado por parte de farmaceúticas y políticos durante la pandemia deben ser reprobados y castigados con dureza. Por contra, las muestras de generosidad empresarial inteligente y comportamiento cívico deben ser reconocidas y premiadas.

Si una jornada estás triste o te sientes deprimido, o simplemente no rindes como siempre, no te juzques y no permitas que te juzguen con dureza. Nos queda mucho por delante y todos de algún modo pasaremos por momentos difíciles, solo es cuestión de tiempo. La solidaridad y comprensión que muestras hoy te serán devueltas cuando las necesites mañana. Si por el contrario te sientes animado y alegre, redistribuye y comparte esa energía. Un sencillo gesto que aporta cariño o sensación de bienestar es un milagro en medio del apocalipsis zombie.

No seas tan idiota como para creer que solo está ocurriendo una epidemia. Se suceden en la sombra las decisiones políticas y económicas que están reconfigurando el mundo que viene. Las instituciones sociales y económicas están preparándose para que nada cambie para los de ARRIBA mientras todo está cambiando por completo para los de ABAJO. En mi investigación esto se está haciendo cada vez más evidente.

 

“CAMINANTE NO HAY CAMINO, SE HACE CAMINO AL ANDAR”

Tras un año de apocalipsis zombie las mentes andan averiadas. A la incertidumbre total a la que todas las empresas temían (ese rollo trasnochado del VUCA), la llamamos ahora rutina. Uno se acuesta por la noche repasando el mundo que aceptó durante el día y a la mañana siguiente amanece en un mundo diferente. Y así una y otra vez en un día de la marmota creciente. No cambian las casas que habitamos sino las variaciones del mundo que nos gobiernan. Las paredes de los apartamentos son las mismas pero las dinámicas de los actuales propietarios del mundo varían. Cuando todo cambia a nuestro alrededor constantemente, el horizonte o los márgenes del camino pierden relevancia a la hora de conquistar la tranquilidad de espíritu, y ganan protagonismo e importancia la atención al presente y la generación mental de contextos.

Lo siento pero en esta situación no puedes hacer planes a medio o largo plazo que dependan de un contexto global mejor; si los haces hazlos dependiendo de éste. Tu jornada está dedicada ahora a la tarea de vivir hasta la jornada siguiente. Se que te levantas cada mañana y te asomas por la ventana tratando de intuir el cataclismo que hoy toca. Enciendes la radio o el televisor y tu mirada indiferente recorre paisajes de una inverosimil distopía mientras tomas el primer café. A tu alrededor se despliega el mundo del Antiguo Testamento: Temblores de tierra, nevadas glaciares, sequías periódicas, cortes del suministro eléctrico, migraciones masivas, muerte de familiares directos, nuevos brotes de pandemia, crisis financieras, alguna innovadora plaga de Egipto, carestías alimentarias, quién sabe si la futura devaluación de la moneda o una enorme recesión, o tal vez el tímido saludo de un perplejo objeto extraterrestre que se extraña de no captar ya la atención de nada ni de nadie aquí en la Tierra (tan solo le extraña ya a un profesor de Harvard y a Iker Jimenez),…

Contemplas todo ello con la misma indiferencia de millones de espectadores que untan la líquida mantequilla sobre la temprana tostada rutinaria. Piénsalo así: La inestabilidad que ahora estás viviendo la llevan viviendo millones de personas desde hace tiempo en Argentina, Uruguay, México, India, Brasil, toda África o el sudeste asiático desde hace mucho. Si esta experiencia de incertidumbre continua no te ayuda a empatizar con todos ellos y a solidarizarte con la realidad ajena, tal vez ya no haya esperanza.

En las sesiones veo las miradas ofuscadas que pueblan de ojeras los rostros de mis clientes. Una ínitma sensación colectiva de tristeza esconde la resignada impotencia de quienes ni siquiera tienen ya el derecho a fingir que controlan su realidad diaria. Las personas dicen continuamente que necesitan salir a dar una vuelta para desconectar del canto al Infierno de Dante que entonan las noticias. Pero en realidad necesitan darse la vuelta a sí mismas, atreverse a cambiar y mejorar su vida. Aunque todo el mundo invite al conformismo en medio de la pandemia, mi experiencia opuesta cambiando la manera en la que me relaciono con el mundo, me hace intuir que quizás necesitemos salirnos del tiesto y que esta es una oportunidad clave para ello.

 

HABITAR LA NATURALEZA, GOBERNAR EL MUNDO

En el despliegue de su ontología trágica comparte el maestro Eugenio Trías más de 70 proposiciones esenciales que hablan bien de su filosofía del límite y de la práctica de la razón fronteriza. Como de costumbre sus reflexiones son tan extraordinarias que resultan actuales. Las dos primeras proposiciones dicen lo siguiente: “1. Naturaleza es el conjunto de todo lo que puede darse, 2. Mundo es el conjunto de todo lo que puede experimentarse“. Es decir, habitamos la naturaleza, gobernamos el mundo. Y si antes lo segundo lo hacíamos con más frecuencia que lo primero; en el contexto pandémico no hacemos ninguna de las dos cosas. No nos estamos permitiendo habitar la naturaleza de todo LO QUE PUEDE SER en nuestra realidad diaria, dado que nos estamos resignando a la esperanza de un mundo futuro o la desesperanza del mundo presente de LO QUE PUEDE EXPERIMENTARSE.

Siguiendo el hilo de este razonamiento, todo cuanto hemos vivido en las primeras décadas del siglo XXI y todo cuanto probablemente viviremos en las dos siguientes, parece un gran laboratorio donde se dirimen las dimensiones del nuevo mundo, es decir, el límite humano hasta donde nuevas perversiones pueden experimentarse. Así llegamos a la sexta y séptima proposición de la filosofía del límite de Trías: “6. Sujeto es el lugar de toda experiencia posible. En torno a él se constituye un mundo, 7. Hay tantos sujetos como mundos: modos de experiencia posible.” Es decir, una sola persona -incluso en medio de una global pandemia- puede ser varias personas diferentes. Lo que está ahora en juego es cuántos y de qué modo serán los mundos que somos. Y las decisiones se están tomando sin que en absoluto participemos. Es importante destacar esto. Si hasta ahora las decisiones de ARRIBA se tomaban ignorando las opiniones de ABAJO la mayor parte del tiempo, ahora las decisiones de ARRIBA se están tomando renunciando por completo a escuchar a los de ABAJO. Por descontando, dado que pocos lo practicamos, se están perdiendo el MEDIO y el CENTRO. Militar en la equidistancia, atributo fundamental del pensamiento filosófico y científico, se ha convertido en un insulto.

 

ABANDONAR LA ACTITUD DEFENSIVA O DOCTRINARIA

Derivado de todo lo anterior, extraigo lo siguiente: Solo podemos vivir si experimentamos la vida diaria desde la certeza de que ignoramos la vida y estamos aprendiendo a comprenderla. Solo podemos vivir si cada día acometemos la tarea de vivir desde la actitud pueril, humilde y racional de aceptar que no sabemos casi nada. El antropocentrismo se ha revelado ridículo como modelo de percepción del mundo durante la pandemia. Quien vive creyendo que sabe o creyéndose el centro, mata la naturaleza para imponer su propia experiencia. Experimenta una manera de vivir doctrinaria que le aleja de la gente o le aproxima a la ficción de una seguridad irreal. Quien vive sabiendo que ignora, halla porque vive buscando y no solo porque encuentra. Quien cree en sistemas que lo abarcan todo, gobierna sus ideas pero no las habita. Y solo vive quien se deja secuestrar por ellas, no quien las secuestra. Hay que transitar la naturaleza más allá del mundo, habitar el conjunto de lo que puede darse y no solo gobernar el conjunto de lo que uno experimenta. Gobernar es sobre todo ejercer el control ficticio de la vida, pero habitar es sobre todo despojarse, desnudar de aparente luz el miedo y conciliar la incertidumbre de las sombras. Quien habita las posibilidades de ser accede al misterio de la vida, pero quien se gobierna sin habitarse se defenestra.

Me duele” decimos cuando sentimos dolor físico o emocional. La frase completa sería “Esto me duele” donde “esto” cumple el rol abstracto de sujeto contra el que oponemos resistencia, mientras nosotros adoptamos el papel de predicado consciente como víctimas. Nos ayuda sentir que una cosa somos nosotros (lo sano) y otra nuestro dolor (lo enfermo). Aceptamos de forma puntual estar enfermos (realidad sucia y extractiva) en contraposición a una normalidad que es saludable (realidad limpia y generativa). Por ello decimos “el dolor me duele” y no decimos “nos dolemos nosotros“. El dolor no somos nosotros, es algo ajeno a la normalidad que nos visita. Por un lado existe la enfermedad y por otro lado nosotros. El dolor es un error, nosotros somos lo correcto. Nos exponemos cuando estamos sanos y nos replegamos cuando estamos enfermos. Creemos que si el dolor nos extraña, la vuelta a la normalidad nos significa. Por eso decimos “Estoy enfermo” y no “Soy enfermo“. Es una realidad binaria: o estamos enfermos o no lo estamos. No aceptamos términos medios ni matices.

Hasta la fecha el modelo de relaciones humano ha estado fundado en la necesaria invención lineal de continuos apartados y fronteras. Asignamos certidumbre y dotamos de concepto a la realidad natural porque nos resulta confusa e incierta. Establecemos esta útil dualidad entre nosotros y el dolor con el ánimo de definir, acotar y combatir al enemigo a batir. Una vez caracterizado y definido el enemigo es más efectiva la concentración de fuerzas. Sin un émulo concreto no hay posible batalla. A nivel neurológico nuestro ser necesita algo contra lo que continuar existiendo. Hemos llamado a todo esto instinto de supervivencia. La inestimable racionalidad de la ciencia médica se fundamenta en ayudarnos a evitar o paliar el dolor. Hasta aquí todo es aceptable y sensato. La lógica que acabo de exponer parece sólida y honesta.

El problema viene cuando más allá de la comprensión dualista y médica del dolor necesaria para el tratamiento clínico de una enfermedad concreta, entendemos también nuestra experiencia de vida como tensión continua entre dos trincheras. Por un lado está la enfermedad o el error que todas las personas consideran ajenos, y por otro la normalidad y el acierto que todas las personas consideran propios. He aquí donde se produce la brecha. Somos capaces de aceptar que padecemos más o menos dolor cuando somos conscientes de él, pero no somos capaces de aceptar que también a diario somos más o menos sanos y enfermos, correctos e incorrectos. Al no entenderme nunca a mí mismo como sujeto de enfermedad y error, mi relación con los otros se limita y obtura, y a la vez convierto mi dolor puntual en sufrimiento eterno.

Cuando entendemos la corrección propia como atributo exclusivo, nos abocamos a un alejamiento continuo entre naturalezas idénticas, esto es, entre personas. Nuestro instinto de supervivencia juega así también en nuestra contra. Desde que el dolor o el error llegan a nosostros, deseamos continuamente que se vayan, incluso negamos que se den o existan. Por eso nos cuesta pedir perdón y reconocer que estamos o somos enfermos. No entendemos que el dolor no opera de acuerdo a nuestra dualidad instrumental y arbitraria, sino que opera de acuerdo a la naturaleza, que es continua. La vida en su totalidad es a la vez dolor y gozo, normalidad y extrañeza, error y acierto. Mientras la naturaleza es una, nuestro mundo es dos o varios diferentes

El actual escenario distópico parece obligarnos a vivir esta ambivalencia en dimensiones masivas y estratosféricas. Nosotros somos a la vez sujetos de gozo y dolor, aunque tan solo queramos jugar a lo primero. Al enfrentarnos a una situación desconocida en la que no existen planes ni horizontes, solo inseguridad continua, la masiva falta de aceptación de este hecho nos sume en una profunda tristeza. El dolor nos duele ahora de forma universal. No solo nos dolemos ya nosotros, sino que además nos duele el mundo que nos agobia y rodea.

 

NO SOMOS SERES COMPLETOS Y EXPONENCIALES SINO SERES VIVOS INCONSTANTES

Somos una sociedad opulenta, acomodada y autocomplaciente” decía el maestro Murrow. El triunfo de la individualidad y el egoísmo que fomenta un modelo de relaciones economicista caduco, está alcanzando su máximo exponente durante la pandemia global. Las personas leen o hablan para armar su razón, no para modificarla. Los algoritmos digitales que mercantilizan la conducta humana fomentan la ignorancia sistémica y nos hacen sentir seguros en una intimidad pública sin filtros. Esto ocurre porque habíamos olvidado lo básico, esto es, QUE NO ESTAMOS HECHOS sino que NOS ESTAMOS HACIENDO; QUE NO PODEMOS CRECER ETERNAMENTE sino que NUESTRA NATURALEZA ES INCONSTANTE. La pandemia nos ha situado en un nuevo umbral histórico que ejerce de recordatorio. Parece decirnos “No sois lo que creíais que erais, tan solo sois seres biológicos”.

Nacemos como seres inconclusos pero crecemos creyéndonos sólidos y eternos. Pero la naturaleza nos indica lo contrario. Nada al nacer salvo la vida nos es dado, todo lo demás hay que lograrlo. En septiembre de 2019 descendí del tren en el que iba. “Yo me bajo aquí” me dije. Seguiré con mi vocación pero tomaré distancia para leer el mundo que se cree completo y escribir el nuevo mundo que se sabe ya inconcluso. Comencé así una investigación que trata de aportar claridad a un presente turbio en el que la generalidad del mundo se tambalea y el foco de las personas yerra o se dispersa. Seis meses después una pandemia global asoló el mundo y en medio de un apocalipsis zombie el eufemismo de una nueva normalidad prometida escondió el totalitarismo económico que llega. Cada página que leo y que escribo me desgarra por dentro. Siento que continuamos instalados en la ambivalencia, que relativizamos la gravedad de todo cuanto lleva décadas sucediendo.

 

EL MODELO ECONOMICISTA SE EVIDENCIA

Duele decir que el menor de los problemas al que se enfrenta la humanidad ante el nuevo milenio es una pandemia mundial que ha provocado millones de muertos. Muchos otros movimientos y decisiones sociales y económicas que se aceleran en la sombra eclipsan la gravedad y las consecuencias de una nueva periodicidad pandémica. Se está fraguando una nueva normalidad indecente de seres cuya centralidad moral es periférica. Mientras la sociedad se desposee de atributos a un ritmo acelerado en favor de una razón económica totalitaria (Wendy Brown dixit) los dos polos de la extinción se encuentran. De un lado las lógicas del neoliberalismo amoral responden a una genealogía de ideas económicas que envilecen. Insistimos en equivocarnos por completo en un sistema que no solo tiene buenos y malos momentos (eso sería aceptable y es parte de la vida) sino que nos resigna a ser cada vez peores. De otro lado encontramos el neoconservadurismo moralista que sermonea, fruto tardío de la sociedad disciplinaria (Deleuze dixit) que vigila y castiga (Foucault dixit). Sobre las cenizas de la sociedad entusiasta y destructiva que nos regalamos a finales del siglo XX, se teje hoy -sin que lo notemos- la nueva sociedad de la miseria. Un lugar en el que la enorme mayoría de personas rivalizarán entre sí para llegar a pobres.

La lucha de clases continúa y la estamos ganando los ricos” anunció socarronamente Warren Buffet. Pocos y muy atrevidos se atreven hoy a defender las bondades de la trickle down economy o economía de goteo, esa destructiva creencia que defendió que enriqueciendo cada vez más al que más tiene, todos aquellos a quienes desposee aumentarán su nivel y podrán atender mejor a sus necesidades e intereses. Esta falacia ya no se sostiene. Tras años de congelación salarial de los desposeidos en sus territorios e incremento bestial de los propietarios globales en el planeta, se fragua la nueva mendicidad productiva caracterizada por una reducción del mercado de trabajo a la caridad laboral de la minoría mundial de los que viven hacia la mayoría mundial de los que sobreviven.

Los apartamentos y los pisos se han llenado de nostalgia. La epidemia sentimental supera la pandemia biológica. Millones de personas se entregan a la emocionalidad de un mundo que deciden otros. Ya no gobernamos las sociedades, regulamos y modulamos nuestros miedos (Heinz Bude dixit). Queda lejos hoy la humanidad utópica que trataba de imaginar futuros mejores desde presentes buenos. Todo eso fue posible en los siglos XVIII y XIX cuando la transparencia cotidiana del mal nos incitó a soñar mundos mejores. Hoy dejamos también atrás la humanidad distópica que trajo el peor futuro posible al presente en plena resaca de un desquiciado siglo XX del que solo consiguió salir con vida una entre tantas supremacías totalitarias. Nos hallamos hoy en esa humanidad retrotópica del maestro Zygmunt Bauman que consiste en dar por imposible un mejor futuro y comenzar a echar de menos el presente. Leemos libros y hablamos de pasados mejores aunque en realidad nunca lo fueron. Construimos teorías y modelos que reescriben el pasado para dar sentido a un inestable y roto presente. En una suerte de malabarismo histórico inventamos nuevas explicaciones del pasado, nuevas lecturas de los hechos que nos ayudan a aceptar la completa incertidumbre del presente.

 

EL OPTIMISMO SISTÉMICO SE ESCONDE

Pasamos a velocidad supersónica de la postergación indefinida de la tarea que nunca acaba (esperanza en el futuro) a la nostalgia constante de lo que creíamos tener y no teníamos (esperanza en el pasado). Entre medias está el camino explotado por el economicismo vacío de la financiarización total, el voluntarismo hueco del pensamiento positivo y el amoral emprendimiento de quienes arrojan más madera al horno del infierno (entusiasmo por el presente). Ese entusiasmo que ya nadie pide por vergüenza desde Bruselas o Washington pero cuya terca insistencia en un sistema económico obsoleto continúa causando estragos que sientan las bases de la llegada del peor milenio.

Difícil comprender el entusiasmo con el que los grandes fondos de inversión abrazan su mejor año de la historia (mientras los pequeños inversores desaparecen) en un contexto en el que por necesidades sanitarias nuestros familiares mueren sin derecho a vivir el propio cierre o la despedida oficial de una vida de sacrificio y esfuerzo. Difícil ver ahora todos esos discursos de intelectuales que escribieron nutridos libros y dictaron poderosas conferencias defendiendo que este era el mejor momento de la historia. Todos esos profetas de repente ahora desaparecen, ya no sacan tanto pecho y abren nuevos mercados de ideas comerciando con nuevas conferencias. Dificil entender que EEUU haya lanzado al mercado global más dólares en 2020 que en toda su historia cuando sobre la sangre derramada del tejido empresarial pequeño y mediano se teje una tupida alfombra roja para recibir a los nuevos monopolios sectoriales. Difícil escuchar a un solo político del mundo en defensa de un nacionalismo más (otro a la lista) y darle hoy algún tipo de crédito en un mundo que siempre fue interdependiente a nivel biológico, social y económico, pero cuya verdad sistémica solo ahora padecemos pasajeramente.

 

NUNCA OLVIDES LO QUE ESTÁS PASANDO AHORA

Todas esas estupideces volverán aunque se pospongan si no lo remediamos. De nosotros depende recordar todo esto, todo lo que nos está doliendo ahora, memorizar hoy el mundo tal y como nos está doliendo a diario. Para que nadie nos venda de nuevo falsas promesas, para que nadie mercadee con nuestra dignidad y para que respire aún con libertad nuestra conciencia. Si cometemos la imbecilidad de olvidar todo esto para volver a abrazar la misma mierda, la misma tensión constante y la misma pérdida de atributos y realidades sociales para redundar en la individualidad aislada del que quiere y convence en lugar de apostar por la colectividad solidaria de quienes aman y respetan… entonces todo cuanto nos pase será poco.

Sería cómodo y justo pensar que lo que mi especie es ahora, nada tiene que ver conmigo. Pero también sería irresponsable. Me niego a abandonar mi vocación de mejorarla. Confieso que me agota su ritmo, que a diario no soporto dosis tan altas de dispersión y estupidez colectiva, pero me encomendé hace tiempo la difícil tarea de convertir las genealogías de ruido que me rodean en una sola voz nítida, inclusiva y diligente. Escribo y leo durante días y noches enteros. De momento, me digo, parece que lo estoy logrando. Y sonrío. De fondo suena Leiva cantado en acústico por Gonzalo Alhambra:

Tú sabes que te va a alcanzar y que a veces lo mereces. Nunca es para tanto. Lo harías otros 20 años más. Ya se ha dormido la ciudad y quedamos los de siempre. Solo un sobresalto me recuerda que soy de verdad. Es algo de mi propio cuerpo, hablo de una forma extraña. Odio al tipo del espejo unas 7 días por semana. Casi ya no veo el puerto, solo hay una cosa clara: Fuimos demasiado lejos y ninguno se cubrió la espalda. Hazlo como si ya no te jugaras nada, como si fueras a morir mañana aunque lo veas demasiado lejos. Hazlo como si no supieras que se acaba, como si fueras a morir mañana. Hoy nadie te va a perdonar, ni los tuyos, ni los haters. Hueles el impacto. Bienvenidos a la era digital. El juego acaba de arrancar, ya lo saben los de siempre. Algo huele a rancio, te aseguro que nos va a explotar.

Good night and good luck

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#COVID19 Reflexiones en la calma y la distancia

#COVID19 Reflexiones en la calma y la distancia

 

Como no teníamos muebles no había que limpiarlos ni se rompían.

Como no sabíamos que existía otra vida, éramos felices en esta.”

Una habitante de las Hurdes, sobre su infancia

 

Este no es un artículo científico, es un artículo de opinión. Si usted quiere obtener información real sobre la situación o recomendaciones del COVID19 acuda a las autoridades sanitarias de su país o la web de la World Health Organization.

 

En uno de sus maravillosos libros cuenta Salvador de Madariaga, genial maestro de la Historia, que en los gobiernos de Sagasta y Cánovas la compra del voto era una práctica bastante habitual. Relata el maestro que un buen día un cacique fue a la pequeña chabola de un jornalero andaluz, y le ofreció los dos duros que habitualmente se pagaban por un voto. Ante la sorpresa del terrateniente, el jornalero le arrojó las monedas a la cara, y mientras regresaba a su pequeño reino le gritó: “En mi hambre mando yo“. Sirva este artículo como homenaje a aquella ejemplar y anónima persona.

Es domingo de madrugada y amanezco tras una semana de viaje en mi biblioteca. A los varios miles de libros en papel que me abrigan y custodian, sumo varios cientos de ensayos digitales. Dedico días y noches a tomar apuntes. La redacción del libro avanza a pasos agigantados y cada vez me siento más contento con ella. Con toda probabilidad, tengo suficiente material para redactar una enciclopedia sobre todo lo que a nuestra especie lleva décadas pasándole y por qué y cómo podemos superarlo. Por respeto a la cuarentena decidí no realizar las dos últimas compras mensuales de libro nuevo y viejo, así que durante las últimas semanas no he sumado hermanos a mi actual familia.

Escribo este artículo tras meses de silencio, centrado en el servicio a mis clientes y llevando una vida feliz tras un periodo personal de enorme desconsuelo. Hoy hablaré, lector o lectora, sobre un tiempo de confusión y de pandemia, un relato del mundo que aunque parezca ficticio ya estamos viviendo.

Personalmente considero que no tengo ni capacidad técnica, ni autoridad sanitaria, ni voluntad ética para opinar acerca de esta crisis sanitaria. Siento además el deber moral de no hacerlo y de confiar en los profesionales que se encargan de ello. Creo simplemente que todos debemos hacer lo posible para superarla cuanto antes, y esto en mi caso concreto se traduce en el compromiso de un confinamiento total. Lo que aquí expondré es exclusivamente una reflexión sobre la sociedad a la que está afectando la pandemia.

Si tuviera que medir mi salud mental actual por el grado de adaptación a la forma de entender la vida del resto de personas, concluiría que estoy loco. Solo una pequeña reflexión me salva de este rápido diagnóstico. La hizo el maestro Jiddhu Krishnamurti hace unos años cuando afirmó que “no es saludable estar adaptado a una sociedad profundamente enferma“.

Dado que no volveré a escribir nada sobre esta crisis, este será un extenso artículo. He pretendido estructurar la visión sobre lo que está pasando de acuerdo a este pequeño índice de puntos:

  • El triunfo del ruido
  • El triunfo de la inercia
  • El triunfo del entretenimiento
  • Los 3 discursos mayoritarios para explicar lo que está pasando
  • 10 reflexiones sobre lo que nos está pasando

Ánimo valientes. Comenzamos.

 

EL TRIUNFO DEL RUIDO

Llevo semanas observando tranquilo los acontecimientos. Hasta hoy he tomado como guía de conducta un principio clave durante toda mi vida: hacer todo lo que nadie hace. Y no es porque los demás no sean capaces, sino porque el contexto de todas las personas que conozco, sin excepción, no les invita en absoluto a vivir el confinamiento desde la perspectiva del recogimiento, la tranquilidad y la reflexión. Sus formas de relaciones inmediatas (trabajo, familia, pareja, amigos) no ayudan a la práctica de una vida consciente. Si ésta sería una gran oportunidad para reducir la velocidad y reflexionar sobre ello, la mentalidad de todas las personas que conozco sin excepción es la de que todo esto -aunque puede que se institucionalice- es pasajero y volverán en algún momento a la normalidad.

Todos sus juicios o comentarios están enfocados a valorar qué o cual político se está comportando de forma más sensata para volver a lo que todos queremos: lo qie ya estabamos haciendo. Cada mañana se levantan esperando en su más profundo interior que alguna noticia les de un horizonte de expectativa que les ayude a seguir haciendo lo de antes. Algunos, los más snob, hipsters o privilegiados, comparten una cita de un filósofo o una infografía o un meme que habla de que el problema era la normalidad. Pero son frases hechas, quedan bien como pie de foto y las comparten porque aparentan cierta inteligencia. De hecho los que se consideran más inteligentes hacen uso de ese superpoder universal que tienen como CAPITANES A POSTERIORI, como héroes de la edad moderna, y crean o se adscriben a teorías descabelladas sobre el mundo que vendrá, sobre lo que ha pasado y sobre lo que nos está pasando. Pero en el fondo todos guardan la infértil y triste esperanza de volver a la normalidad. Porque en su normalidad, todo aunque vacío era más llevadero y agradable. Todo era mejor que disponer de tiempo en su propia vida.

 

EL TRIUNFO DE LA INERCIA

Durante los primeros días previos al Estado de Alerta, llevé una vida similar a la que llevan todas las personas que conozco: ocupaba mi tiempo tratando de procesar y poner en orden el enorme ruido del mundo. A partir de entonces lo tuve claro. Acudí mentalmente a una de las escuelas de vida a las que pertenezco, y recordé nuestro hábito de explorar la incomodidad constantemente para aprender a crecer en la adversidad. Al igual que en las dos crisis inmediatas anteriores aunque por motivos diferentes, tenía la fortuna de haber llegado hasta esta crisis muy bien preparado: una década compatibilizando teletrabajo y presencial, clientes que confían en mí pase lo que pase, una caja contra apocalipsis nucleares, una vida articulada alrededor del hogar, y continuos periodos de soledad, reflexión y confinamiento en mi vida.

En este contexto, decidí aprovechar el momento para apartarme del mundo en la medida de lo posible, en lugar de adaptarme a él. Como si en mi confinamiento en lugar de pretender la normalidad, aprovechara la excepcionalidad para mejorarme. En las circunstancias de aquellos primeros días, visto hoy con la perspectiva de varias semanas, eso fue exactamente lo que hice. Si bien conectaba contadas veces al día con el mundo (noticias, chats o llamadas) y me veía a menudo atacado por la crispación y susceptibilidad social creciente, aprendí poco a poco a normalizar y comprender el estado de ansiedad colectivo de la gente. Salvo estas pequeñas interacciones, he desaparecido literal y progresivamente del enorme y absorbente Leviatán (bendito Hobbes).

La experiencia está siendo tan gratificante que estoy eliminando mi perfil de varias redes sociales y aplicaciones de uso común que no me aportaban en su mayor parte nada bueno. Llevaba varios años queriendo tomar esta decisión, y aprovechando el estado de confusión de la gente me pareció un buen momento. La reacción normal de todas las personas que conozco ante esta progresiva desaparición era que había perdido el juicio, dado que si antes era necesario “vivir conectado o en línea“, con el aislamiento y en mi soledad era aún más necesario. Rememorando el mito de la caverna de Platón, algunas personas me llamaban preocupadas por si había entrado en depresión o tratando de comprobar si me había vuelto loco. Otras me manifestaban que sin estar en una aplicación de mensajería instantánea de uso global, iban a perder su contacto conmigo. Yo respondía sonriendo y con buen humor limitándome a decir que si nuestra relación era solo tecnológica, ¿por qué continuar teniéndola? Salvo tímidas manifestaciones de apoyo, no he visto que nadie haya adoptado esta actitud al más puro estilo Groucho Marx: “Paren el mundo que yo me bajo“. Mis respetos y oraciones están con todos vosotros, ánimo.

 

EL TRIUNFO DEL ENTRETENIMIENTO

Quien no lee con frecuencia, se envilece. Muchos de los maestros que me han educado, han escrito mucho sobre la barbarie. A lo largo de estas semanas he comprobado que estaban en lo cierto. Ante la realidad de esta crisis sanitaria global, las personas que conozco no solo no han disminuido su presencia sino que han aumentado y multiplicado su sobrexposición al mundo a través de chats grupales, videollamadas familiares y con amigos, varias convocatorias de aplausos diarias, ejercicios físicos, maualidades, grupos de apoyo, reuniones de trabajo online, redes sociales, artículos, noticias y una gran cantidad de interacciones con que ocupar su tiempo. La realidad común es para mí muy evidente: la mayoría de personas permanece totalmente ajena a la reflexión sincera y huyen ante la mínima oportunidad de conocerse. Por extensión aquellos que no son alérgicos a la reflexión sincera, dedican grandes esfuerzos a compartirla con violencia y certeza, en lugar de aprender a cuestionarla.

Todos ellos, tanto los que huyen de sí mismos como los que se gustan demasiado, entienden la vida en clave de entretenimiento (el otium humanista mal vivido) o en clave aburrimiento (contra el que la ética protestante industrial recetó siempre el trabajo, labora). En otras palabras, lo que me entretiene me gusta, lo que me aburre o cuesta esfuerzo, no me gusta; y cada vez que alguien abra la boca, yo dedicaré todos mis esfuerzos a decir si me gusta o no me gusta. Dedicamos nuestro tiempo a decir, a hablar, a opinar, y no a escuchar, parar o disfrutar.

Ocupamos al niño con los deberes de un sistema educativo muerto en el que no creemos, mientras grabamos videos dando pautas al mundo o aconsejando cómo poner una lavadora, meditar y evitar que se quemen las lentejas, para no dejar en ningún momento de rendir. Porque esa misma mentalidad del entretenimiento está asociada a la idea de rendimiento, a esa viaje lección aprendida que nos dice que ningún momento debe desaprovecharse en labores que no sean productivas. Y allí llega el agobio, la ansiedad, la necesidad de que el tiempo no pase tan lento, el vértigo que siento al no ocuparme. El entretenimiento social que consumimos y el entretenimiento mental que generamos para no volvernos locos, provoca serios estragos en el comportamiento. Sin autodisciplina mental, sin filtros ni control sobre nuestras emociones, lo importante de la vida es no aburrirse.

 

LOS 3 DISCURSOS MAYORITARIOS PARA EXPLICAR LO QUE ESTÁ PASANDO

Pertenezco a esa vieja nobleza pobre de personas que ante la agitación universal encuentra hogar en la calma. Por eso la mayoría de reflexiones que hoy se comparten me parecen atrevidas o agitadas. Dado que en los momentos claves de mi vida nunca huí de mí, con anterioridad y de forma casi constante he vivido largos periodos de soledad y confinamiento. Parte de todo lo que soy es gracias a momentos muy parecidos a los que ahora estamos viviendo.

En contra de lo que algunos fanáticos del #COVID19 pueden sostener, no minusvaloro la tragedia de la crisis, trabajo para explicarla en su contexto. Yo también al estar en uno de los focos mundiales de la pandemia, conozco varios casos de contagio y yo también he sufrido varios fallecimientos cercanos. Aún a pesar de la tristeza evidente por la pérdida inestimable de estas personas, nada de todo lo que está ocurriendo y está por venir es para mí revolucionario o diferente. Todo para mí forma parte de la lógica en el marco de un largo relato social y económico que se ha gestado durante mucho tiempo, y que he vivido en primera persona durante años como facilitador y agente de cambio. Pero veamos en qué consiste este relato.

Uno de los más frecuentes errores de juicio a la hora de comprender y vivir una situación excepcional es tratar de sobrestimar el pasado e infravalorar el futuro. En una suerte de amnesia colectiva la historia se diluye en el agua del tiempo. Si la intelectualidad ha fallado durante milenios en similares y titánicas tareas, créanme, seguirá fallando en ésta con el agravante de que, por absoluta desgracia para todos nosotros, cualquier paria del planeta, sepa o no de lo habla y sepa o no decirlo, dispone hoy de un altavoz en continuo contacto con la inmediata atención de una inmensa cantidad de gente.

Precisamente por todo ello, en nuestra responsabilidad se encuentra saber filtrar la ingente cantidad de información, y localizar a aquellos discursos relevantes. Dado el actual clima de totalismo y polarización social que estamos viviendo (en esto de la crisis sanitaria hay clases), en apariencia tengo cuatro opciones a la hora de escribir un artículo que hable de lo que está pasando:

 

1) “El capitalismo ha muerto”: La profecía mesianica de Slavoj Zizec

La primera opción que tengo es comprar o participar de ese discurso que abandera Zizec y que sostiene -leo con asombro- que una catástrofe similar no ha pasado nunca en la historia de la Humanidad y que esto cambiará por completo nuestra forma de entender la vida, el trabajo y las relaciones. Zizec augura la caída de China, la ruptura de los mercados financieros y la reconquista social del papel de la ciudadanía en el mundo a través del advenimiento de una forma de comunismo mejorada. En este contexto, para el autor, un nuevo comunismo, más realista, menos ideal y autoritario que el que ya conocemos, sería la única solución viable:

La bien fundamentada necesidad médica de establecer aislamientos ha hecho eco en las presiones ideológicas para establecer límites claros y mantener en cuarentena a los enemigos que representan una amenaza a nuestra identidad. Pero tal vez otro -y más beneficioso- virus ideológico se expandirá y tal vez nos infecte: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá de la nación-Estado, una sociedad que se actualice con solidaridad global y cooperación

El primer modelo vago de una coordinación global de este tipo es la Organización Mundial de la Salud, de la cual no obtenemos el galimatías burocrático habitual, sino advertencias precisas proclamadas sin pánico. Dichas organizaciones deberían tener más poder ejecutivo

El autor ha alertado, al igual que muchos otros, de la necesidad de haber vivido una tragedia global para plantearnos un cambio en el modelo de sociedad, pero dice estar seguro de que este cambio se va a producir muy pronto.

 

2) “Esta crisis acelerará la inercia”: La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han

La segunda de las opciones es comprar el otro discurso más extendido a la hora de entender la crisis. Es aquel que abanderan un ejército de intelectuales entre los que destacan las palabras del filósofo Byung-Chul Han. Esta lectura de la realidad defiende que si no cambiamos nada en nuestra forma de vida, nada cambiará a mejor para nosotros. El virus no va a lograr ningún cambio a positivo por sí mismo, sino tal vez precisamente todo lo contrario. En esta lectura hay una enorme cantidad de advertencias sobre las viejas estructuras nacionalistas, la soberanía digital, el capitalismo salvaje y los derechos ciudadanos. En las palabras de Han se huele esa sensación al más puro estilo Naomi Klein o Noam Chomsky, de que el triunfo de la inercia es tan grande, que el #COVID19, del mismo modo que otras crisis anteriores, ha llegado para fortalecer y reforzar el avance del neoliberalismo deshumanizador que nos consume. Y que si no estamos dispuestos a hacer algo más que ser la gestapo del balcón o los que aplauden cada día a las 8 de la tarde, el mundo seguirá tendiendo a convertirse en una mierda.

Sin duda una interpretación de la realidad con la que me siento muy identificado y cuya lectura puede servir para agitar conciencias. Sus palabras resuenan en nuestra responsabilidad sobre la sociedad embrutecida a la que estamos yendo:

Los peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación. La negatividad del enemigo no tiene cabida en nuestra sociedad ilimitadamente permisiva. La represión a cargo de otros deja paso a la depresión, la explotación por otros deja paso a la autoexplotación voluntaria y a la autooptimización. En la sociedad del rendimiento uno guerrea sobre todo contra sí mismo.”

Han alerta de que la sensación de un terror permanente, un enemigo común (el otro), puede garantizar una involución hacia épocas pasadas, en la forma de totalitarismos y de una religión financiera fundada en el aprovechamiento del shock y en el pánico constantes. El autor concluye:

La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta.”

 

3) “La emergencia como modelo de vida”: El mundo vigilado de Yuval Noah Harari

Algunas reflexiones de este discurso que encabeza Harari son especialmente interesantes. Pese al momento histórico de progreso que vive la humanidad, nos sentimos más frágiles que en la Edad Media. Aunque Harari ha reiterado en numerosas ocasiones que no estamos viviendo la peste negra de la Edad Media, ha reconocido enormes similitudes como la necesidad de aislamiento, la vigilancia masiva, las medidas autoritarias necesarias, el pánico colectivo o el creciente sentimiento de indefensión. Pese a ello, la situación en términos sociales es muy diferente en cuanto a esperanza de vida, realidad diaria, cobertura sanitaria o acceso a los bienes fundamentales. Tenemos, según este autor, la tecnología y la economía necesaria para superarlo. Mi enorme certeza tras estas semanas, pero sobre todo tras estos años, es que no estamos aprovechando tecnología, ciencia ni economía en la dirección correcta, sino en la totalmente contraria. Sabemos lo que está ocurriendo en términos sanitarios y estamos luchando por una solución. Opina que la información es más importante aún que el aislamiento.

La tesis fundamental de Harari está fundada en que las decisiones de urgencia que se adopten para combatir esta crisis, se institucionalizarán cuando aparentemente pase. Sostiene esta opinión en gran medida basándose en que lo que está ocurriendo es que Occidente está entrando en el mismo modo de vida de emergencia en el que llevan viviendo muchos países en el mundo desde hace décadas. No habla por hablar, él mismo vivió cómo su estado -Israel- estableció hace más de sesenta años medidas de emergencia que todavía hoy siguen en vigor.

La base de esperanza para Harari está en la ciencia y en el adecuado flujo de información a la población. Una sociedad informada y culta, conocedora de la información veraz, será mejor que otra que se mueve de acuerdo a intuiciones o fake news virales. Para el autor algunas medidas de vigilancia masiva están justificadas e incluso es saludable acostumbrarnos a medir constantemente nuestra salud. Su más inteligente contribución, creo yo, ha sido su reflexión relativa a la falta de un plan global para situaciones de emergencia como esta, en las que claramente hemos visto medidas individualistas y centradas en el Estado-nación, en un mundo totalmente intercomunicado y aparentemente conectado.

Algunos otros autores han hablado de la realidad inmediata que viene, ese ejército de marcas y marketing que se va a empeñar en bombardearnos para que volvamos a la normalidad enferma de la que nos hablaba Krishnamurti.

 

10 REFLEXIONES SOBRE LO QUE NOS ESTÁ PASANDO

Aunque estoy en plena redacción de un libro que creo que nos ayudará a comprender por qué se nos ha ido tanto la cabeza y hasta qué punto podemos o no recuperarla, quiero terminar este artículo hablando muy sintéticamente de mi visión sobre toda esto:

 

1) No estamos aprovechando el confinamiento para hacer un examen de conciencia: Ni como personas ni a nivel empresarial. Veo muchos casos de empresas que simplemente están traduciendo y multiplicando a una nueva realidad de teletrabajo, los mismos errores que cometían en lo presencial: no hay espacios significativos de reflexión; no hay naturalización de una situación extraordinaria que requiere relajación, compasión y empatía con realidades personales en cada hogar; y por último la exigencia es idéntica o mayor a la que existía en la oficina. Los maestros Pablo de Tarso y Miguel de Cervantes son dos de los miles de ejemplos de personas que en su confinamiento fueron capaces de alumbrar grandes reflexiones y construir el cambio del pensamiento occidental. Todos ellos dedicaron momentos de máxima contención y aislamiento a aprender a conocerse, a imaginar y soñar mundos mejores. ¿Por qué nosotros no estamos siendo capaces de hacerlo ni a nivel personal ni corporativo? De nuevo creo que es una cuestión de desconocimiento e inercia, de falta de perspectiva y absoluta y diletante ejecución. Conclusión: Aprovecha estos momentos para abandonar el sobrepensamiento, deja de exigirte lo mismo que si estuvieras en una situación normal (por dios, tu hijo se te está subiendo por el brazo vomitando mientras lees esto) y, por favor, practica el autoconocimiento y el silencio sinceros. Apaga la tele, desconéctate un poco, aprende a decir NO. Te necesitamos fuerte durante y tras la crisis. Si el mundo se ha interrumpido, ¿por qué tú no?

 

2) El proceso de medievalización del mundo se acelera. La pandemia está ayudando a una velocidad supersónica a marcar las nuevas clases sociales que se sitúan a uno y otro lado del pensamiento único. En la nueva pirámide feudal, la guerra por los recursos básicos (agua, medicina, alimento) comienza a acelerarse. En la nueva Edad Media, no serán la agricultura y el pueblo los sustentos de la desigualdad, sino la concentración corporativa y el control de la tecnología digital en la explotación de las ciudades. El ya lamentable deterioro de la cultura y la educación durante las últimas décadas, está favoreciendo la aceptación de este nuevo orden mundial distópico y totalitario. Que las personas confinadas en su cada por puro aburrimiento se dignen a abrir un libro o ver un documental o consultar un artículo, no es suficiente. Que lo hagan por la convicción de que este sistema perverso que todos hemos alimentado ya nos está robando incluso el derecho a la vida, es lo necesario. Conclusión: este proceso no solo se acelera, sino que además es invisible.

 

3) Lo que está pasando ahora es la causa de un modelo de vida destructivo y absurdo. El sistema del capitalismo voraz y autodestructivo sigue tan sobradamente vivo y está tan implantado en tu vida que al morir tu abuelo no puedes ir a su entierro por peligro de contagio un sábado pero el lunes estás obligado a ir a trabajar a tu puesto de trabajo donde interactuarás con decenas de personas y con suerte podrás tener una mascarilla, que por cierto nadie salve si te libra del contagio. Con total certeza, si no te pones las pilas tus hijos vivirán un mundo peor que el que ahora vives, y los hijos de tus hijos también. Millones de personas vivimos recluidas en nuestras casas (o en las de otros, por ser más precisos) porque durante décadas salimos de ellas a diario para construir el mismo mundo que ahora nos encierra, ese mismo mundo al que queremos volver “cuando todo esto acabe”. Conclusión: no estamos aprendiendo nada, ¿Cómo estás dispuesto a comencer a hacerlo?.

 

4) La pandemia está recordándonos las tres cosas importantes para el mantenimiento de una sociedad avanzada: cooperación no violenta, acceso universal a una educación integral y humanista, y derecho a una atención sanitaria pública. A ver quién tiene ovarios o cojones a cuestionar ahora o a recortar aún más las condiciones de todos esos profesores sin recursos, médicos y enfermeras saturados de trabajo, y agentes sociales, cuyo cambio he acompañado por toda España durante años constatando realidades profesionales flagrantes, y que ahora están sacando a todo un país con enorme coraje de la total debacle. Esto ha sido una pandemia impredecible en terminos sanitarios, sí, pero he vivido en primera persona cómo nuestras sociedades llevaban años ejercitándose en una mercantilización del pensamiento único a través de un salvaje capitalismo financiero que nos ha desprotegido y esquilmado a nivel de diálogo, derechos y libertades. Pese a ello, continuamos confiando nuestro futuro a personas que no están preparadas para preverlo, y nuestro presente a personas mediocres que aceptan no dos duros, sino uno por comprar su voto. Conclusión: Si no recuperamos el tiempo perdido, la implosión es segura

 

5) Nada de la sociedad que tienes va a cambiar por un virus, porque esto lleva décadas pasando. O cambias tú o nada cambia. Que nos hayamos dado cuenta ahora de que el mundo no está tan bien, no significa que otros no llevemos alertando de ello y trabajando años por mejorarlo. El #COVID19 es un indicador de la situación del mundo, un testimonio del comportamiento de la naturaleza a la que por cierto habíamos olvidado, pero también un reflejo de una gran cantidad de fenómenos simultáneos e insostenibles: un crecimiento demográfico abusivo, desigual y desproporcionado en el mundo, unas instituciones creadas en la Edad Media (y que por eso tienden a validar la nueva Edad Media), y un comportamiento humano insaciable. Conclusión: Cuando acabe esta crisis, tendremos aún menos derechos, ¿Qué estás dispuesto a hacer para recuperarlos o construir otros nuevos?.

 

6) La sociedad violenta del LIKE: La gestapo del balcón se ha sumado a la más antigua gestapo de twitter. El virus no ha hecho más que subrayar lo que ya éramos y hacíamos, pero en nuevos formatos. Sea como fuere, hemos llegado a tal nivel de desquiciamiento colectivo, que todo lo que leemos o escuchamos pasa ese filtro infantil tan primario, inmaduro, y peligroso que se resume en ME GUSTA/NO ME GUSTA. En esta eterna dialéctica de acumulación de likes, en esta crisis aún más que fuera de ella pero como siempre en nuestra  historia como especie, no seguimos a quienes tienen más criterio sino a los que más nos gustan. Si algo gusta a muchos, será porque es verdad… Es el triunfo de la comodidad sobre el esfuerzo. La sociedad está tan rota y despistada y es tan iletrada que los comportamientos y el lenguaje violento a través de canales que ya estaban viciados (redes sociales, formaciones políticas y medios de comunicación), se han disparado eliminando ya de lleno los filtros mentales ante reacciones emocionales inmediatas, al tiempo que las reflexiones más sencillas contenidas en artículos de 6 párrafos nos parecen extraordinarias y se hacen virales. Conclusión: Instalados como idotas en el ME GUSTA/NO ME GUSTA, otras personas seguirán tomando las decisiones sobre nuestra vida por nosotros. ¿Estás dispuesto a escuchar, dialogar y construir en lugar de a juzgar continuamente e indignarte?

 

7) Panorama político desolador: El escenario politico está tan roto que las escasas demostraciones de mínima sensatez nos parecen admirables. Nos agarramos al primero que llega y dice algo sensato, y se lo agradecemos porque el nivel es tan bajo que nos conformamos con eso, aunque solo sea algo temporal o aparente. Conclusión: Lo que compras y consumes es tan importante como lo que defiendes y votas. No necesitamos que te representen mejor, sino que te representes bien.

 

8) Exceso de simplificación y de milagros. La esperanza de la gente está tan rota que nos lanzamos a agarrar el primer salvavidas que vemos en forma de lo que sea: declaraciones triunfalistas de la crisis, incitaciones a volver a “la normalidad” tras el confinamiento, proclamaciones de un nuevo orden mundial, identificación de la solidaridad coyuntural con una nueva sociedad cooperativa y solidaridaria,… Si ahora parecemos solidarios es porque tan solo vemos que esto nos toca cerca, no porque lo seamos a diario fuera de la excepcionalidad. Eso se llama miedo propio, no solidaridad común. Muchos hablan de un nuevo orden mundial. Así, de repente, porque una pandemia vaya a matar a 1 de los 8.000 millones de personas en el mundo que sobrevivirán. La pregunta es ¿Qué cambios se están dando en los órganos de poder y decisión del mundo en estos momentos para que estas personas afirmen con rotundidad esto? Conclusión: Que esta situación de excepcionalidad no te engañe, no hemos conquistado nada, queda mucho trabajo por delante.

 

9) Partícipes del engaño. La única nueva realidad a conquistar se llama coherencia social y estaremos más lejos de ella ahora que antes de esta crisis. Es evidente que el modelo de relaciones que tenemos no opera con ética y denigra nuestra humanidad, pero ¿Creemos de veras que de acuerdo a los indicadores financieros que siguen gobernando el mundo el modelo social actual de veras no funciona? Personalmente yo lo veo muy rentable a nivel económico. Las gallinas que entran por las que salen; si no aceptan este abuso que propongo, aceptan silenciosamente otro. ¿Acaso han visto algún cambio en los mercadores financieros, las medidas adoptadas por los gobiernos o las leyes que rigen nuestras sociedades en una dirección diferente a la de seguir haciendo lo mismo que hemos hecho siempre?. Cuando algunos hablan de un cambio social, exactamente ¿a qué se refieren? ¿A  la ausencia de contaminación coyuntural porque no hay tráfico en las calles y los cervatillos cruzan el puente de Brooklin?, ¿A felicitar al vecino por su cumpleaños todos en el patio y meterme luego en casa para tener una reunión online que prepara la siguiente campaña de marketing global para “volver a la normalidad” que garantiza que sigamos dejando morir solos a los ancianos? Conclusión: La alegría circunstancial ante determinados gestos no nos garantizará la felicidad constante tras todo esto. Aprende a practicar el pensamiento crítico.

 

10) Esse quam videri. En uno de los capítulos del libro hablo de esta tendencia malsana que hemos desarrollado a aparentar y parecer, en lugar de limitarnos a ser. Esta tendencia a venderlo y mercantilizarlo todo, incluso nuestra vida. Personas colgando videos, audios, consejos constantes sin ejercer el mínimo esfuerzo de introspección, alimentando el ruido del samsara, engordando a la bestia… ¿Por qué?, ¿Por qué hacemos esto una y otra vez? Pretender parecer limita nuestra capacidad de ser. Conclusión: En lugar de tratar de parecer que lo sabemos todo y de intentar vender como una estampida de ñúes, ¿No sería más útil aprender a mostrarnos vulnerables?

 

NOTA: Mi compañera Eva Trías me acaba de mandar un artículo que habla precisamente de alguien que NO QUIERE VOLVER A LA NORMALIDAD. Disfrutadlo. Gracias, Eva.

Espero de corazón que este artículo haya despertado en tí alguna útil reflexión. Vuelvo a recluirme tras esta breve reflexión. Poco a poco iré alejándome cada vez más del ruido para aprender a escuchar el verdadero río, tal y como Vasudeva enseñó a Siddhartha.

Gracias por tu tiempo.

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Aprender a convivir con el dolor

Aprender a convivir con el dolor


 

“Algunas personas piensan que tengo poderes sanadores. Si los tuviera ya los habría utilizado para evitar la operación de vesícula por la que tuve que pasar. En realidad sólo puedes obtener algún beneficio de mis palabras y experiencias por el simple hecho de que tú y yo somos iguales.”

S.S. XIV Dalai Lama, gran maestro, encarnación de Avalokitesvara, bodhisattva de la compasión

 

Escribí hace años un artículo hablando de la felicidad, y otro artículo hablando de grandes claves de la vida. Ambos han tenido durante años una gran cantidad de visitas. Este artículo, lo adelanto y lo asumo, nunca las tendrá. En la vida ignoramos con frecuencia todo lo que incluya la palabra “dolor”.

Llegado el tiempo de vacaciones o descansos, muchas personas necesitan ponerse una pulsera e ir de la habitación del hotel a la piscina y de la piscina a la habitación del hotel sin apenas esperar alguna otra cosa. Esto es algo fantástico para todos aquellos a los que les sirva. En mi caso, si bien practico otras muchas incoherencias en mi vida, esta en concreto me haría sentir verdaderamente pobre. Pese a que muchos artículos en la prensa tradicional invitan a perpetuar este modo de vida basado en la conexión-desconexión continua, no entiendo que el ser humano frecuentemente desee abstraerse de su realidad o su dolor, negarlos o hacer como si no existieran en una suerte de huida hacia delante donde nada se supera y todo permanece dentro. No es mi caso y el hecho de que no lo sea me ha convertido en una persona a la que verdaderamente aprecio.

Sostengo que la mayor parte de personas no se gustan a sí mismas porque huyen del dolor, lo esquivan, lo mantienen aparentemente alejado aunque repose en realidad muy dentro. No es su belleza aparente lo que no les permite alcanzar la paz; es su dolor latente lo que no les da consuelo. Dado que atravieso un momento delicado en mi vida (¿cuándo no? 🙂 trataré de explicar por qué ocurre esto. Comenzamos.

Somos mortales pese a nuestra insistencia continua por dejar de parecerlo. Todas esas personas que idolatras o todos esos momentos que idealizas están sujetos al ciclo de la vida. Permanecen por tanto ajenos a la rígida idea de lo perfecto. Todos sentimos en algún momento dolor, todos estamos llamados a aceptarlo y todos podemos crecer en la medida en que aprendemos a superarlo.

Huir del dolor es huir de la vida. Negar la tristeza, la desesperanza, el enfado o la frustración es negar la parte de la vida que representa el mayor aprendizaje. Querer pasar página demasiado rápido o intentar solapar antiguas y nuevas experiencias sin apenas tiempo para la meditación, significa dejar para mañana lo que llevo dentro. Sin excepción, las personas que se dejan para luego son las personas que no se llegan. Si todas las almas se expanden a través del manso rocío de la experiencia, también todas las almas se templan en la fragua del dolor. Por eso cuanto más queremos huir de nuestra condición, más se nos revela y aparece.

Nuestra bondad natural se nubla cuando contemplamos el mundo y al resto de personas como “todo lo demás”. Pensamos que vivimos algo único o nuevo o que somos diferentes, pero al hacerlo nos separamos de la naturaleza de las cosas y nuestra mente nos posee. Imaginamos que nuestras conquistas o nuestras aflicciones son más o menos importantes o mejores o peores que las de “todos los demás”. El verdadero problema es que vivir en la comparación continua no nos hace demasiado diferentes. No representa, por ejemplo, nada nuevo que te ocurra algo y creas que todo el mundo tiene que saberlo o que vivas tratando que “todos los demás” estén de acuerdo. Tampoco representa algo novedoso o diferente estar completamente enamorado de un mensaje, una idea del mundo o de la vida y acabar cegado por ello hasta apenas distinguir la belleza que late en el detalle de las pequeñas cosas.

Queremos trascender e influir, imponer o convencer y a través de esta insaciable sed de relevancia, nos distanciamos cada día de esas pequeñas cosas. Y ahí, en mitad de ese oscuro rincón de aparente sociabilidad y cercanía, en esa sonrisa compartida o ese paisaje publicado emerge la tempestad oculta del postureo, la incoherente pose que parece convertirnos en verdaderos dioses. Pero nada de esto permanece, nada de todo esto dura mucho. Y cuando el velo cae, cuando la realidad se muestra, nos debatimos entonces entre la sana utilidad de convivir con el dolor o la nada rentable costumbre de seguir huyendo.

Es una época dulce para mí. Disfruto de la sana amistad de mis clientes en una etapa de madurez profesional que en mi vida no tiene precedentes. Ayudo a diario a cientos de personas y soy uno más de esos a los que escucha nuestra desgastada especie. Todos los días apago nuevas guerras mundiales en mi mente. La mayor parte de mi tiempo vivo en absoluta riqueza, de modo que no me quita la felicidad decir que estos últimos muchos meses en mi vida personal fueron mierda y que no me dejaré llevar por el victimismo o la autocomplacencia. Me dedico a la espeleología emocional de otros; por eso mis vacaciones no estarán basadas en escapar de mis abismos sino en vivir a conciencia este dolor.

Cuando uno es como yo he querido ser, cuando uno decide vivir la vida tal y como yo quiero vivirla no existen vacaciones de los otros ni descansos de uno mismo. Cualquiera que lleve este rollo no necesita ni le apetece huir. Cuando las cosas vienen mal, cualquiera que viva así tiene el infinito consuelo de vivir en la conciencia de todo lo que es y con o sin razón le pasa. En mi caso caigo muy lento, y me levanto rápido. No nos pongamos dramáticos, entonces… Mírenlo así, amigos: mucho peor sería vivir de acuerdo a lo contrario.

No cifro mi sabiduría en no tener dolor sino en aceptarlo y aprender a convivir con él.

No cifro mi bienestar en ocultar mi dolor sino en no necesitar huir de él.

No soy feliz porque no sufra sino porque sufriendo se poner en su justa perspectiva el diminuto abismo del que tengo que salir en relación a la enorme belleza del conjunto de la vida.

Que todo lo que aprendí hasta hoy me eleve porque todo el amor que di sin excepción me fue devuelto.
 

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