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«Creo que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar»

maestro Amos Oz, Contra el fanatismo

 

Una de las consecuencias directas del proceso patológico de aceleración vital de nuestras sociedades es la devaluación del lenguaje. No solo consumimos productos y servicios, sino también métodos, ideas, estados de ánimo, aspiraciones y… PALABRAS. Cómo y cuándo hemos llegado al actual zoológico de papagayos empresariales que pueblan los espacios laborales de comunicación y decisión crítica. De esto quiero hablar hoy. Muchos foros y canales de comunicación vinculados al mundo profesional (congresos sectoriales, conferencias, entrevistas, el propio linkedin,…) son un genial ejemplo antropológico del actual agotamiento de significados y sentidos. Depreciamos la riqueza que nos regalan las palabras antes incluso de poder rentabilizar el potencial que atesoran.

Este artículo tendrá 3 apartados:

  • El actual camino hacia el abismo expresivo en las empresas
  • Las razones para la devaluación del lenguaje en las empresas
  • Cómo dignificar el lenguaje en las empresas

Comenzamos.

 

EL ACTUAL CAMINO HACIA EL ABISMO EXPRESIVO EN LAS EMPRESAS

La madurez o decadencia de una civilización se mide en buena medida por su lenta o nula velocidad de desgaste semántico. Cuanto menos tiempo dura un significado (porque se agota o pasa a ser un lugar común o una commodity), más decadente es la cultura en la que se asienta ese universo referencial y lingüístico. Lo contrario a esta obsolescencia acelerada del lenguaje son las ideas de legado y tradición. Pienso por ejemplo en el empleo evocador y vinculante, altamente sugestivo y propiciador de pensamiento, que han tenido durante más de 20 siglos las culturas que se asentaron sobre el lenguaje griego y el latino. Palabras, máximas y etimologías que vinculaban la experiencia humana a lo radical (de raíz u origen) y lo telúrico (de tierra o pragmatismo), lenguajes cuyo uso implicaba un proceso de instrucción vital de la persona, una educación referencial que suponía una sólida base y estructura con las que acometer la belleza cruda y liminal del mundo. Palabras dotadas de sentido cuya evolución de uso propiciaba nuevas realidades, transformaba escenarios compartidos. Todo un legado que aunaba ficción y realidad con la intención de promover sentidos.

Por oposición a este legado milenario fundado en la sabiduría de quienes se sienten mortales (el in ictu oculi del vanitas barroco) y se saben humildes (el γνῶθι σεαυτόν del oráculo de Delfos), encontramos el actual proceso de adulteración empresarial del lenguaje. Palabras vacías que por repetidas una y otra vez no solo no aumentan su valor sino que lo pierden por completo, nos generan rechazo o -peor aún- indiferencia. El mundo empresarial hegemónico de la actualidad -esa falaz forma de deshonrar el noble comercio- favorece de forma activa -así lo vivo a diario- estas dinámicas de vaciamiento de sentido, actúa como multiplicador de la devaluación del lenguaje. Palabras como PROPÓSITO, TRANSFORMACIÓN o FACILITACIÓN son usadas a diario de manera completamente superficial y anodina, desde una pose puramente estética. Todo ello representa una involución palpable y evidente para quienes desean hablar de forma consecuente y con un mínimo sentido de responsabilidad semántica.

 

LAS RAZONES DE LA DEVALUACIÓN DEL LENGUAJE EN EL MUNDO EMPRESARIAL

Este paso del lenguaje habilitante y transformador -que nace del sentido etimológico y crece en su sentido social dotándonos de horizonte y contenido- a un lenguaje puramente performativo y vacío -que nos desposee de significado y nos avoca al zumbido- hace un tremendo daño a cualquier intento significativo de cambio o mejora.

Precisamente por este motivo, uno de los primeros objetivos de todo proceso consciente de cambio empresarial consiste en dotar a las palabras de sentido, resignificarlas a partir de cierta ética de la coherencia entre las palabras y los actos. Y para poder lograrlo es necesario entender las causas de este desgaste lingüístico en el entorno empresarial. Aquí ofrezco las que a mi parecer son principales:

El proceso de obsolescencia lingüística del mundo empresarial está íntimamente ligado a la escandalosa fiebre por la reducción del Time-To-Market y el ansioso culto por lo nuevo. La novolatría posmoderna exige victimas propiciatorias ante un altar sacrificial de ideas y conceptos que mueren a una velocidad cada vez mayor como peaje necesario del progreso. Este sacrificio ritual que genera campañas periódicas y banales de conceptos redentores, necesita a su vez de palabras que se repitan una y otra vez hasta que pierdan su sentido dentro de la lógica de rendimiento ilimitado que promueve nuestra incompleta idea de consumo.

Los dilatados y continuos procesos modernos de hiperespecialización laboral han generado dedicaciones profesionales huecas que necesitan relleno, algo así como enormes continentes vacíos que se llenan de forma compulsiva de gramáticas, sintagmas y epítetos con los que parecer que se hace algo. Este largo camino hacia la nada pervierte el cometido del lenguaje haciendo que pase de ser un medio para la comunicación efectiva a un instrumento para la comunicación efectista. Puro cartón-piedra. Si en la dicción y la expresión verbal antigua los fines jamás justificaban los medios, en el uso actual del lenguaje cualquier medio (palabra o concepto) vale para el fin de existir desde la perspectiva posmoderna (esto es, aparentar que se es o se hace, en lugar de ser o hacer)

La ausencia habitual de pensamiento crítico en las estructuras y comportamientos empresariales, la mayoría de los cuales están orientados a contribuir a la aceleración de la inercia o crear aceleraciones nuevas- demandan discursos autorreferenciales que se nutren muy bien de la resonancia estéril que acaban teniendo las palabras vacías. Éstas se acaban convirtiendo en lugares comunes o fórmulas fraseológicas -frases hechas- cuya utilización por parte del comunicador genera cierto status quo. Se trata de la estupidez sublimada hasta la ostentación oratoria.

Existe además una tendencia muy marcada en el mundo empresarial actual hacia la grandilocuencia. La metáfora que se me viene a la cabeza es la de un enorme rascacielos completamente diáfano y sostenido sobre palillos. El problema es que cuanto más hinchado está el supuesto propósito de una empresa o su meta, menos probable o posible es su coherencia. Ante esta paradoja, el establishment opto por habitar el mundo de las ideas y desasistir de auxilio o de socorro al mundo de las realidades. Esta actitud esencialista aumenta el creciente divorcio entre el discurso y la lógica empresarial, y la realidad cotidiana de la gente. Y cuanto más esencialista es un discurso, más repetitivo resulta, y en consecuencia menos caudal léxico sostiene. La ingente riqueza del lenguaje se ve asediada por un reduccionismo empresarial expresivo que tratando de ser elitista o selecto, acaba por ser insustancial y frívolo. De este modo las diferentes variedades del lenguaje -que a nivel sociolingüístico siempre fueron un elemento de diferenciación funcional (variedades diafásicas o registros expresivos), sociocultural (variedades diastráticas o niveles lingüísticos), geográfico (variedades diatópicas o dialectales) e incluso histórico (variedades diacrónicas o epocales), quedan todas ellas reducidas a un mero compendio de palabras que uno repite como un papagallo en una conferencia, una reunión o ante una junta de accionistas.

Por último, el proceso de vulgarización de la función directiva está contribuyendo enormemente a la devaluación del lenguaje en el ámbito empresarial. Trataré de explicarlo empezando por aportar contexto. Vivimos la época histórica de la tardomodernidad o posmodernidad si se prefiere. Es el triunfo absoluto de la modernidad en la manera en la que nos relacionamos y comportamos unos con otros. Un triunfo que apunta a la inminente declaración de su cénit que antecede a la caída. Y la modernidad, o si se prefiere el progreso, es ante todo 4 cosas íntimamente relacionadas: individualidad romántica (idealismo desaforado y sin freno, ya sea de Flaubert o de Hollywood), dignidad universal (ética cosmopolita), identidad cultural (ya sea a través de un estado-nación, un nuevo victimismo o la millonésima ideología) y triunfo de la vulgaridad (acceso a una mejor cantidad de oportunidades reduciendo la calidad de las mismas). En este último punto me centro…

Dado que el discurso empresarial ha estado íntimamente orientado al managerialismo desde que hace casi 100 años los dueños de las empresas comenzaran a confiar sus propiedades (negocios) a directores expertos (managers), el acceso a puestos de liderazgo empresarial se ha facilitado enormemente. Añadido a esto, el ya mencionado proceso de hiperespecialización profesional, ha generado -con la connivencia de universidades y escuelas de negocios- perfiles especializados en hacer cumplir órdenes o, en su defecto, en lograr que las personas las cumplan sin necesidad de darlas. A medida que se ha ido vulgarizando el acceso a los puestos de liderazgo, cualquier atisbo de educación cultural elevada ha ido dejando de ser un requisito necesario para liderar negocios y personas, pero sin embargo ha permanecido la necesidad de aparentar que se sabe o se es educado. Y para ello nada mejor que una colección reducida de palabras que van cambiando y mutando según las circunstancias. En la conquista de las élites sociales de control y de mando por parte de la cultura de masas (un proceso bien descrito de Le Bon, Canetti u Ortega entre tantos otros) el lenguaje vendría a ser una estrategia de enmascaramiento efectiva de una ignorancia cultural militante. De este modo un auténtico zote, un mero cazurro, un absoluto idiota (en su significado más griego) puede subirse a un escenario y repetir por activa y por pasiva un conjunto de palabras útiles para parecer exquisito. Bajo este prisma, el lenguaje que siempre fue un medio de representación simbólico y expresión de lo sabido, se estaría transformando ahora en un medio de ocultación elocuente y expresión de lo desconocido.

 

CÓMO DIGNIFICAR EL LENGUAJE EN LAS EMPRESAS

Hay un camino largo para dignificar el lenguaje en las empresas que requiere tu disciplina y esfuerzo. Se llama educación intelectual, parte de la adquisición y el contraste de conocimiento, y es una forma de instrucción con perspectiva. Por mucho que uno quiera aparentar estar al día usando el vocabulario más actual o novedoso que imagine, toda persona que accede a la élite social del liderazgo de negocios y personas debe saber que la ignorancia se nota, sobre todo por parte de las personas que no la tienen. Esto quiere decir que -tal y como rezaba el Panchatantra hace miles de años- un jefe de facciones no necesariamente ha de ser un sabio, pero sí le resulta extremadamente útil ser y estar educado. Y esto no significa picotear informaciones -esto no es diferencial porque lo hace todo el mundo- sino más bien construir de forma ordenada un edificio intelectual, sentimental y espiritual que te dote de perspectiva, criterio y contexto. En otras palabras, en un mundo totalmente sumido en la desorientación continua y el ruido, lo diferencial es estar orientado y tener capacidad de foco. La consecuencia natural de este esfuerzo a largo plazo es la adquisición de una habilidad expresiva y lingüística tentadora y cristalina.

Hay un camino medio para dignificar el lenguaje en las empresas que requiere tu completa atención y compromiso. Se llama pensamiento crítico, parte de la desconexión o el cuestionamiento continuo de la cultura de masas, y es una forma eficiente de innovación. La clave de esta vía reside no tanto en tratar de estar continuamente conectando con lo nuevo o de moda, como con el compromiso de conectar en cada nuevo reto con lo que siempre funciona o pertenece a la sabiduría perenne. Es, expresado de un modo muy simple, dejar de adorar a Steve Jobs o el último profeta de la IA, y conectar con el mensaje habilitante de grandes maestros de nuestra humanidad. Qué se yo… un Jesús de Nazaret, un Sócrates o un Buda, por ir a alguno de los grandes maestros radicales de todo cuanto somos.

Y por último hay un camino corto para dignificar el lenguaje en las empresas que requiere tu sentido de la dignidad propia y tu respeto hacia el mérito ajeno. Se llama «callarte cuando no tienes ni puta idea de lo que hablas» y parte de la idea de saberte lo suficientemente grande para hablar de algo que sabes y lo suficientemente pequeño para callar cuando no sabes de algo. Esto, claro está, choca de lleno con las jodidas cantinelas sobre los neurotransmisores, la última gran profecía del cuadrante Gartner, la publicación cuñado de linkedin o las innumerables certezas que nos arrojan los millones de solucionadores mesiánicos que se multiplican en nuestras sociedades actuales. Por extensión, ayuda mucho a este camino corto de contención e inteligencia, saber escuchar a quienes aportan y aprender a distinguir -con la experiencia- el grano de la paja.

Me encantaría decir que estos tres caminos puedes recorrerse de forma independiente, pero están genuinamente relacionados y a menudo no es posible recorrer el uno sin el otro. Hablamos en definitiva de bajarse de la carrera de la rata, dejar la rueda del hamster, detener la aceleración y el ruido empresarial para hacer que la inteligencia comunicativa en las empresas deje de estar en sede vacante. Habemus papam.

Espero que hayas disfrutado la lectura.
Gracias por tu tiempo.
 

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