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Tormento

Tormento

El día 20 iba Lentz por la montaña. Las altas cumbres y las cimas cubiertas de nieve; valle abajo, rocas parduscas, llanuras verdes, peñascos, abetos. Hacía un frío húmedo, el agua murmuraba en su descenso por las rocas y salpicaba el camino. Las ramas de los árboles de vencían por el peso en el aire acuoso. Unas nubes negras avanzaban por el cielo, sin embargo todotan denso, y además, la niebla desprendía vapor y atravesaba pesada y húmeda entre los arbustos, tan lenta, tan torpe. Continuó andando indiferente, no le importaba nada del camino, ya fuera subir, ya fuera bajar. No sentía el cansancio, lo único que a veces le resultaba molesto era no poder andar cabeza abajo. Al principio le daba un vuelco el corazón cuando las piedras caían rodando de tal manera que el grisáceo bosque temblaba bajo sus pies y la niebla ora engullía las formas, ora dejaba entrever la grandiosidad de sus componentes. Algo le inquietaba, buscaba algo, quizá sueños perdidos, pero no encontraba nada. Todo le resultaba tan insignificante, tan próximo, tan mojado, que habría deseado poner la tierra al calor del hogar, no comprendía que le llevara tanto tiempo descender una pendiente para alcanzar un punto a lo lejos; creía que habría podido recorrerlo todo en unos cuantos pasos.(…)

Lenz, Georg Büchner

Así comienza el viaje del alma de Büchner para proyectarse en cada árbol, cada tierra, cada trozo de vida y objeto inanimado que se encuentra en el camino. No encontrando nada; con un tormento infinito y recurrente; lejos de la débil referencia, de los planos de rutina contagiosos. Y así, solo, en mitad del mundo, ante la vida, ha llamado a mi puerta en esta noche . Nuestro encuentro ya es alto secreto y no habrá orden de búsqueda y captura que pueda separarme del mensaje.

Orden de detención contra George Büchner

Orden de detención contra George Büchner. 13 de junio de 1835

Al día siguiente

Se levantó fusilado y concluyó su vida. Señaló cinco puntos cardinales, a saber: norte, sur, este, oeste y la persona que le amaba. Abrió la puerta y saltó. Aunque el vacío no responde ni distingue, sí reconoció su voz y la frecuencia lenta de sus pasos. Se abandonó a él y en él encontró refugio; hablo de una manta con que dormir todas las tardes y una taza con que saludar los días repetidos. Al fin y al cabo, él andaba en busca de ilusión y de certeza. En la carta no vi rastro alguno de su llanto y, según cuentan, todos sus amigos sucumbieron. Nadie más supo del resto de su vida pese a que las personas que han dicho conocerle aparentemente se multiplican en el tiempo. Los camareros de cuatro barrios diferentes declaran haberle servido te con pastas cada tarde; los conductores de autobús le reconocen como contertulio en algún viaje; las estatuas de márfil, bronce y caliza se sienten halagadas por al menos una de sus esporádicas visitas. Su familia ha dicho recientemente que está vivo y les visita con frecuencia, sus antiguos compañeros de trabajo dicen que siempre llega tarde y los que beben con él todavía le reprochan actitudes opacas y distantes aunque pueden jurar con certeza que han estado en su presencia. Su documento nacional de identidad no ha sido revocado, no existe registro cierto sobre una defunción, cada mes se renueva su billete de transportes y cada día sobre la misma hora los vecinos oyen cómo gasta la escalera hasta la calle. Incluso yo, que escribo en esta línea, creo verle pensar en la siguiente.

Decimotercer día en la India

En Calcuta el tranvía es relativamente cómodo. Los monzones aún no han llegado aunque dicen que pasaron la costa de Kerala hace ya dos semanas. Hace niebla de noche y algo de frío a la tarde. Se puede sobrellevar con ropa larga aunque la humedad se me hace realmente insoportable y sudo casi veinticuatro horas. El número de musulmanes por las calles va en aumento a medida que desciendo el río; lo noto en sus costumbres y saludos y en el modo en que entienden los paseos. Los guettos son frecuentes y el barrio rojo deja tras de mí una ejército de prostitutas que asedian a las hordas de turistas, a mí me esquivan y logro entender que voy algo desarrapado a estas alturas. El metro de la ciudad de Kali tiene dos líneas infinitas que se proyectan custodiando el río. A través de una de ellas acudo a la primera razón por la que he arribado a esta parte del antiguo imperio. La casa es de un rojo globular almenada de balcones y con un patio repleto de columnas. El jardín es amplio y me siento a contemplarlo. Aquí nació el maestro y aquí escribió los primeros versos. Me encuentro con una pareja de españoles y me comentan que acaban de venir del norte y que la Escuela está aún abierta y ahora se ha convertido en el campus de Visva-Barathi, un gran ciudad universitaria. Como con ellos, no he visto el templo jainita y me hablan de él, llevan apenas cuatro días y yo les hablo de mi viaje. Cuando acabo, duermo un rato en la calle, cerca de un mercado. Mañana iré a Santiniketan, reconvertido en el centro educativo de la India. Estoy algo cansado, los últimos cinco días no he dormido bien por la humedad; espero al sueño pero como siempre, llega tarde.

Sexto día en la India

El lunes partida en Finnair a las cuatro de la mañana empollando hindi en el avión. Destino Delhi con trece millones de habitantes. Mentada por primera vez hace dos mil seiscientos años en el Mahábharata como lugar donde vivían los cinco hermanos conocidos descendientes del rey Pandú, incluido el héroe Arjuna al que tantas veces he admirado, el gran hijo fiel y leal de Indra, un dios principal temeroso, con un harén de putas, rezagado y envidioso. A pesar de que tenía la ilusión de encontrar la ciudad pérdida de más de tres mil años, me conformo con ver Jama Masjid y Qila Rai Pitora, el sueño de los Chauhan en el siglo XII. Delhi está desencantada por los coches y el ruido constante pero nos entendemos bien, gran parte de la gente que me habla lo hace en inglés. He pensado en ir a Jaipur pero mi sueño es llegar a Agra y luego bajar a Varanasi; puede que vuelva a la ciudad rosa a la vuelta. Repaso el plano en la pensión; el dueño no hace reverencia cuando le pido luz y extiende la mano buscando el latón de pocas rupias. Me meto y respondo a los correos. A la noche paseo con fruición por Delhi recordando que fue agasajada por imperios y olvidada por todos los británicos.

El cuarto día lo paso viajando en un turbio tren atestado de hermanos, viendo a los ascetas caminar a pie de un lugar a otro buscando su interior en otra vida. El tiempo no pasa y todo parece detenido. Varanasi fue lugar sagrado, centro espiritual y comercial; cuna quebrada del alma y del dinero de esta parte del mundo hace ya siglos. Quiero bajar por alguno de los cien ghats hasta el gran río. Mi idea es bañarme en calzoncillos, entiendo que no seré arrestado. Cuando quiero darme cuenta, se detiene el treb. Paramos media hora creo que por una vaca tendida en medio de la vía. A la hora estamos en Agra, gran ciudad mogola; oigo hablar al Templo Rojo y miles de turistas atestan el Mahal. La entrada a Agra es desoladora, una contaminación brutal te impide ver el fin. Cansado por el viaje, espero ansioso ver la tumba de la Joya del Palacio, quiero prescindir de guías y compro algo de comida algo cara para los que somos extranjeros de este mundo.

Al entrar al recinto siento que la historia se ríe de todos los que creen ser algo, de todos los que me han dañado y amado en mi alejado continente. Llevo años esperando este momento, he pasado meses en pie sin alcanzar un sueño tranquilo ni el descanso. Todos los que creen en el honor, en una casa o un coche más grande, en el fin y no en los medios, todos los que visitan este templo como algo más en un viaje por el mundo, se quedan a las puertas de ver con nitidez esta belleza. Aquí, en el rincón interior en que me encuentro, hablando con los jardines que humedecen mi poema, recito de memoria la secuencia que escribí hace casi quince años. La recito como un rezo, esperando una respuesta. Sonrío a Jahan y pienso que él lo consideraría un tiempo breve. Expoliado y nacido en la llanura, el Taj Mahal es un gran Corán con paredes y techos infinitos, es un sueño de cuarenta mil manos amputadas trabajando en un sagrado compromiso; en conjunto es un concepto, en concreto es todo lo que se puede entender por el amor. Nueve iwanes y el brillo inmortal del mármol blanco me iluminan. Al girarme veo al fin edificios de piedra roja que me recuerdan que estoy vivo. Pienso en no moverme y no lo hago. Tras más de tres horas sentado en el blanco, no puedo antender qué me pudo preocupar en Madrid, qué problemas -si tenía- no me dejaban seguir hacia delante. Busco un sitio en la ciudad y al fin descanso. Hoy recorreré Agra y compraré unas sandalias; lavaré la ropa y seguiré a Varanasi, detrás está Kanpur.