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“Pero alguno dirá: Tú tienes fe y yo tengo obras.

Muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.”

Santiago, profeta cristiano (Epístola de Santiago, 2:18)

 

Estos niños que usted tiene sobre estas líneas, no están aprendiendo a jugar leyendo un libro llamado “Cómo jugar a los muñecos entre dos personas” sino jugando a los muñecos entre ellos. Si los directivos, empresas y personas particulares que integran nuestra sociedad, comprendieran este matiz, créame, todo sencillamente cambiaría. Lo vivo a diario en mi trabajo.

Conocí a una persona que había leído más que ninguna otra que yo había conocido. Pero era como esos cuencos horadados por cuyos agujeros pasa el agua. No ponía en práctica lo que leía, por lo que no aprendía nada. No contenía nada, tan solo existía para verlo todo pasar. Era un lector pero no un sabio.

Conocí a otra persona que había conocido tanto que se encontraba llena. Era como ese vaso repleto que rebosa agua y en cuyo interior ya nadie ni nada cabe. Estaba sola con su conocimiento. Y nadie ni nada se acercaba a ella. Porque su conocimiento no dejaba espacio a los demás. Era un técnico pero no un maestro.

Y por último también conocí a muchas personas que se enfrascaron tanto en la búsqueda de la verdad en los libros, los planes estratégicos a cinco años y los discursos de personas con nombres en inglés, que se olvidaron de salir a la calle para verla, de salir de su despacho para contemplar la verdad de otros, o de atreverse a formular una verdad propia.

Soy amante de los libros, un auténtico devorador insaciable de ellos. Pero creo que ningún vicio o amor puede ser más pretencioso o nocivo en exceso. Lo sabe bien mi maestro Don Quijote. Porque los libros y las teorías que contienen los libros, son muy importantes; pero lo son aún más las personas que los leen o los escriben. Solo ellas son la verdadera vida, solo a partir de sus acciones y no de sus palabras, cualquier cosa -todo- puede cambiar. Mi trabajo consiste en trabajar el aprendizaje a partir de la coherencia o incoherencia de los demás. Y esto no es otra cosa que el alineamiento correcto o incorrecto de sus pensamientos y acciones.

Sirva este breve fragmento inicial que a continuación te regalo, lector o lectora, para que comprendamos juntos el sentido de este artículo. No encuentro mejor ejemplo que éste para sacudirte antes de empezar:

“Los principios que guían la vida de un filósofo cínico no deben expresarse en largos discursos, sino en actos y éstos se dejan escribir mejor en anécdotas, porque éstas funcionan como instantáneas de un aspecto particular, quedando así resaltadas. De ahí proviene la actitud de la filosofía cínica ante la escritura y el libro que, sin rechazarlos y aún aceptándolos como un medio de difusión eficaz, de cualquier manera los coloca en una situación subordinada. Citamos una anécdota:

“Un día, Hegesías buscaba pedir prestados unos libros de Diógenes el Cínico para leerlos. Al enterarse, éste respondió: “Qué necio eres, Hegesías; tratándose de higos tu prefieres los verdaderos y no los que están dibujados, mientras que para comprender la vida olvidas la verdadera y te precipitas hacia aquella que encuentras en los libros”

El fragmento es de ese maravilloso libro de Sergio Pérez Cortés que es Palabras de filósofos: oralidad, escritura y memoria en la filosofía antigua (Siglo XXI Editores, 2004). Comenzamos.

 

TODOS NOS SABEMOS MUY BIEN LA TEORÍA…

Una gran cantidad de personas que acompaño conocen muy bien una larga colección de teorías de la vida. Saben o, en otras palabras, han leído o escuchado lo que es bueno para ellos y para todos los mortales. Me encuentro con clientes que han acudido a tal o cual seminario, cursado tal o cual programa de liderazgo, leído tal o cual libro, estudiado e incluso escrito mucho. De hecho es frecuente que en mi vida aparezcan personas que antes de hablar conmigo digan algunas cosas que para mí aparentemente carecen de sentido por sí mismas. Pongo tres ejemplos:

Me ha ocurrido ya cinco veces que con la actual burbuja de un modelo concreto de comprensión del individuo, alguna persona se haya acercado a mí y me haya dicho: “He estudiado Programación NeuroLingüística” a lo que suelo responder “Habiéndote formado en esto, ¿Es eso lo primero que tienes que decirme?” Formarte en algo no es a menudo haberlo aprendido por completo.

Me ha ocurrido ya al menos quince veces, que al comienzo de un programa de coaching o un taller, alguien se acerque a mí y me diga: “Me he formado en Inteligencia Emocional” a lo que suelo responder “¿Quiere eso decir que te conoces o simplemente que has estudiado cómo puedes conocerte?”. No es mejor ni más sano el que memoriza un gran guión de vida, sino el que practica hasta el final una sola porción de ella.

Me ocurre con una frecuencia pasmosa que mucha gente con la que hablo me diga “Yo tengo muy claros mis valores” tras lo que suelo contar una anécdota curiosa. Se trata de esa famosa historia de un poeta inglés que en un club victoriano de Londres escuchó de un joven empresario cristiano decir “Yo soy un buen cristiano. Antes de morir tengo planeado ir al Monte Sinaí y recitar en lo alto los diez mandamientos del señor”. A lo que el poeta inglés le espetó “¿Qué tal si te quedas y los cumples?”. No se trata de que tengas claros tus valores, sino de que te autorices a vivirlos.

Todo esto me pasa con frecuencia. De algún modo todas estas personas son como Hegesías, buscan vivir bien sin practicar la vida, tan solo aprendiendo una y otra vez a estudiarla. Serían verdaderos señores de sus palabras si no fuera porque en verdad son solo sus esclavos.

Algo en su interior les impide o les hace desconocer cómo ponerlo en práctica. Ese algo se llamo miedo y suele estar conectado con la siguiente lista de emociones (según el maestro Rafael Bisquerra):

  • En un primer nivel la galaxia emocional que alimenta el miedo está formada por el pavor, el pánico, el horror, el terror, el temor y el susto.
  • En un segundo nivel, la galaxia emocional del miedo contiene vulnerabilidad, recelo, desasosiego y espanto.
  • El miedo está conectado también con otras galaxias emocionales: Ira, asco y ansiedad; e indirectamente con la tristeza y la emoción social de la vergüenza, que es el orgullo herido.

Este último nivel de conexión, el del orgullo, es el que hace ver a aquellas personas que estudian una y otra vez intrincadas teorías, que están cambiando tan solo con memorizarlas. Pero el hecho es que nada se comprende si no se pone en práctica. Su cambio no es un cambio significativo sino un pequeño cambio en la misma línea de razonamiento en la que se creó el problema que intentan resolver. Ninguna vida se lee, toda vida se vive.

Un famoso profeta cristiano llamado Mateo suele decir una y otra vez en sus escritos una frase que cuesta comprender: “Por sus frutos los conoceréis”. Lo dice varias veces pero una de ellas, cuando ya el hombre debía estar algo cabreado de la gente que tan solo dice y no hace, advierte: “Cuidaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos; pero el árbol malo da frutos malos.”

Muchas personas cuyo crecimiento acompaño suelen tener siempre el mismo miedo: el miedo al error. Viven estudiando continuamente una y otra teoría pensando que alguna vez encontrarán o crearán una mágica fórmula perfecta con la que resolver su vida. Y esa fórmula no llega. Porque todos sabemos o podemos saber muy bien la teoría…

 

… PERO MUY POCOS TIENEN EL VALOR DE EXPERIMENTAR LA PRÁCTICA

La vida es tu mejor escuela. El verdadero maestro no lo es de un libro sino de algún aspecto de su propia vida.

Tal vez puedes sentirte protagonista de un libro o una obra de cine o de teatro. Puedes jugar a imaginarte en tal o cual lugar o sentirte identificado con una canción o una historia. Pero en estos juegos no hay nada de valiente ni esforzado. Sin embargo la vida cada día te hace sentir víctima o protagonista de acuerdo a tus acciones y las de otros. En eso sí hay algo respetable. Mi amigo Javier, ese genial filósofo, tiene un colgante que a menudo se ve prendido de su cuello. En él se ve esa máxima latina Primum vivere, deinde philosophare. Primero vive, luego filosofa.

Mueve el culo. No respeto más a aquel que ha escrito veinte libros hablando de otros que a aquel que se atrevió a escribir un solo renglón firme de su propia vida. Ten la claridad en tu mente y la certeza de que no necesitas ser perfecto o tenerlo todo claro para avanzar. En el capítulo I de esa belleza de libro que es el Hagakure, escrito hace ahora trescientos años (1716), el maestro Yamamoto Tsunetomo comparte lo siguiente:

“Un maestro de espada dijo en su vejez:

En nuestra vida atravesamos varios niveles en el estudio.

En el nivel inferior, la persona estudia sin obtener resultados, y tiene la impresión de que él es torpe y los demás también. El que está en este nivel no sirve para nada.

En el nivel medio, sigue siendo inútil, pero es consciente de sus carencias y también es capaz de advertir las carencias de los demás.

En el nivel más elevado, se enorgullece de su propia habilidad, le agradan las alabanzas de los demás y lamenta la falta de habilidad de sus compañeros. Un hombre así tiene valía. El hombre que está en el nivel más alto tiene aspecto de no saber nada.

En general, estos son los niveles. Pero existe un nivel trascendente que es el más excelente de todos. En él, la persona es consciente de que el Camino que sigue es interminable, y no considera nunca que ha llegado su final. Conoce bien sus carencias y no llega a pensar nunca, en su vida, que ha conseguido superarlas. Pero ello no le impide avanzar. No tiene pensamientos orgullosos; contempla el Camino en toda su extensión con humildad. Se cuenta que el maestro Yagyu dijo una vez: “Yo no conozco el modo de vencer a los demás, sino el de vencerme a mí mismo”

Avanza diariamente a lo largo de tu vida adquiriendo más habilidad que el día anterior, más habilidad que hoy. El proceso es interminable.”

Algún desalmado mucho después creyó inventar aquello de las cuatro fases de aprendizaje humano en un libro llamado Programación Neurolingüística. Las fases que creyó inventar fueron las siguinetes: Incompetencia inconsciente, Incompetencia consciente, Competencia consciente e Incompetencia inconsciente. Ahora por fin sabes que tan solo creyó inventarlo, que él solo lo escribía, pero que en realidad trescientos años antes ya se había atrevido a vivirlo Tsunetomo.

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