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“Tengo la determinación de sacar algo bueno de cada catástrofe de mi vida.
Llegará el día en el que viaje por todo el mundo y conoceré
los nombres y los rostros de hombres, mujeres y niños.
Conoceré los giros en las carreteras y tendré tantos amigos
que será imposible contarlos, y aún así me sentiré sola
como me siento ahora, y seguiré deseando conocer
más rostros, nombres y ciudades.
Soy la buscadora perpetua”

 

maestra Patricia Highstmith

 
 

Pocas personas han retrado el alma humana con tanta precisión y certeza como el anciano sabio que encabeza este artículo. Llegará el día en que le agradezca adecuadamente todo cuanto le debo. Hoy toca otra cosa pero sirva su venerable imagen para ilustrar la esencia de lo que compartiré aquí.

Hay un artículo con el que todo empezó, un texto inagural que dio paso a la maravillosa travesía por el desierto que ha sido mi vida. ¿Quién diría que alguien como yo sobreviviría hasta hoy? Nadie, ni siquiera yo. Las buenas personas no caben en las grandes ciudades. Y aún así, resisto. ¡Cuánto me acuerdo a diario del maestro Robert Frost y de los 2 caminos que se bifurcan!

Cuando yo era niño en la casa de mis padres se compraba EL PAÍS los domingos al volver de misa. Por casualidades de la vida esta columna del maestro Manuel Vicent se publicó en la contraportada de este diario un domingo de 1994, de modo que este texto entró en mi casa aquel día. Yo tenía entonces 12 años.

Tomé el periódico, le di la vuelta buscando una nueva columna de Vicent y con atención leí el breve texto.

Aquel artículo hablaba de mí.
326 palabras, 2006 carácteres tipográficos impresos con tinta mala en la contraportada de un periódico.
326 palabras, 2006 carácteres que me daban esperanza.

Soy poco amigo de las epifanías. Me parecen mistificaciones forzadas que tratan de aportar sentido a una existencia natural que no necesita otra belleza que la vida misma. No creo que en la vida de nadie un solo instante cambie por completo su vida, más bien creo que nos convencemos de ello. Ahora bien, sí creo que determinados momentos en la vida de una persona marcan etapas clave de su desarrollo. Aquel domingo 16 de octubre de 1994 fue uno de esos momentos.

Siempre he tenido la impresión -y por desgracia a menudo la certeza- de ser un hombre inteligente y bueno rodeado de gente que a menudo me ha considerado ingenuo, idiota o idealista. Al menos hasta aquel día. Recuerdo que al final de aquel domingo, cuando todos habían ya leído el periódico, recorté la columna y la plastifiqué para conservarla. Tenía la manía de plastificar y forrar todo cuanto me conectaba con la vida con el ánimo incierto de convertir una sensación pasajera en algo eterno.

Con el tiempo estudié y trabajé, me hice adulto sin necesitad de olvidar este mensaje, tal y como el propio artículo pronostica que le sucede a todos los adultos. La completa rebeldía irreverente que ha supuesto haberme negado a convertirme en un puto gilipollas pragmático y desengañado, ha marcado toda mi vida.

Han pasado 30 años de aquel domingo y todavía recuerdo esa sensación de descubrimiento único. En estos 30 años me he hecho a mí mismo contra toda suerte de egoístas, reprimidos, amargados, desgraciados, miserables, reaccionarios y listos de la vida. He ayudado a decenas de personas a superar situaciones y problemas aparentemente irresolubles en principio. He salido adelante contra todo pronóstico y he tomado una larga sucesión de decisiones difíciles.

Le debo mucho a este artículo.
Y todas las personas que me disfrutaron, también.


 

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