por David Criado | May 20, 2025 | DESARROLLO DIRECTIVO

«Creo que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar»
maestro Amos Oz, Contra el fanatismo
Una de las consecuencias directas del proceso patológico de aceleración vital de nuestras sociedades es la devaluación del lenguaje. No solo consumimos productos y servicios, sino también métodos, ideas, estados de ánimo, aspiraciones y… PALABRAS. Cómo y cuándo hemos llegado al actual zoológico de papagayos empresariales que pueblan los espacios laborales de comunicación y decisión crítica. De esto quiero hablar hoy. Muchos foros y canales de comunicación vinculados al mundo profesional (congresos sectoriales, conferencias, entrevistas, el propio linkedin,…) son un genial ejemplo antropológico del actual agotamiento de significados y sentidos. Depreciamos la riqueza que nos regalan las palabras antes incluso de poder rentabilizar el potencial que atesoran.
Este artículo tendrá 3 apartados:
- El actual camino hacia el abismo expresivo en las empresas
- Las razones para la devaluación del lenguaje en las empresas
- Cómo dignificar el lenguaje en las empresas
Comenzamos.
EL ACTUAL CAMINO HACIA EL ABISMO EXPRESIVO EN LAS EMPRESAS
La madurez o decadencia de una civilización se mide en buena medida por su lenta o nula velocidad de desgaste semántico. Cuanto menos tiempo dura un significado (porque se agota o pasa a ser un lugar común o una commodity), más decadente es la cultura en la que se asienta ese universo referencial y lingüístico. Lo contrario a esta obsolescencia acelerada del lenguaje son las ideas de legado y tradición. Pienso por ejemplo en el empleo evocador y vinculante, altamente sugestivo y propiciador de pensamiento, que han tenido durante más de 20 siglos las culturas que se asentaron sobre el lenguaje griego y el latino. Palabras, máximas y etimologías que vinculaban la experiencia humana a lo radical (de raíz u origen) y lo telúrico (de tierra o pragmatismo), lenguajes cuyo uso implicaba un proceso de instrucción vital de la persona, una educación referencial que suponía una sólida base y estructura con las que acometer la belleza cruda y liminal del mundo. Palabras dotadas de sentido cuya evolución de uso propiciaba nuevas realidades, transformaba escenarios compartidos. Todo un legado que aunaba ficción y realidad con la intención de promover sentidos.
Por oposición a este legado milenario fundado en la sabiduría de quienes se sienten mortales (el in ictu oculi del vanitas barroco) y se saben humildes (el γνῶθι σεαυτόν del oráculo de Delfos), encontramos el actual proceso de adulteración empresarial del lenguaje. Palabras vacías que por repetidas una y otra vez no solo no aumentan su valor sino que lo pierden por completo, nos generan rechazo o -peor aún- indiferencia. El mundo empresarial hegemónico de la actualidad -esa falaz forma de deshonrar el noble comercio- favorece de forma activa -así lo vivo a diario- estas dinámicas de vaciamiento de sentido, actúa como multiplicador de la devaluación del lenguaje. Palabras como PROPÓSITO, TRANSFORMACIÓN o FACILITACIÓN son usadas a diario de manera completamente superficial y anodina, desde una pose puramente estética. Todo ello representa una involución palpable y evidente para quienes desean hablar de forma consecuente y con un mínimo sentido de responsabilidad semántica.
LAS RAZONES DE LA DEVALUACIÓN DEL LENGUAJE EN EL MUNDO EMPRESARIAL
Este paso del lenguaje habilitante y transformador -que nace del sentido etimológico y crece en su sentido social dotándonos de horizonte y contenido- a un lenguaje puramente performativo y vacío -que nos desposee de significado y nos avoca al zumbido- hace un tremendo daño a cualquier intento significativo de cambio o mejora.
Precisamente por este motivo, uno de los primeros objetivos de todo proceso consciente de cambio empresarial consiste en dotar a las palabras de sentido, resignificarlas a partir de cierta ética de la coherencia entre las palabras y los actos. Y para poder lograrlo es necesario entender las causas de este desgaste lingüístico en el entorno empresarial. Aquí ofrezco las que a mi parecer son principales:
El proceso de obsolescencia lingüística del mundo empresarial está íntimamente ligado a la escandalosa fiebre por la reducción del Time-To-Market y el ansioso culto por lo nuevo. La novolatría posmoderna exige victimas propiciatorias ante un altar sacrificial de ideas y conceptos que mueren a una velocidad cada vez mayor como peaje necesario del progreso. Este sacrificio ritual que genera campañas periódicas y banales de conceptos redentores, necesita a su vez de palabras que se repitan una y otra vez hasta que pierdan su sentido dentro de la lógica de rendimiento ilimitado que promueve nuestra incompleta idea de consumo.
Los dilatados y continuos procesos modernos de hiperespecialización laboral han generado dedicaciones profesionales huecas que necesitan relleno, algo así como enormes continentes vacíos que se llenan de forma compulsiva de gramáticas, sintagmas y epítetos con los que parecer que se hace algo. Este largo camino hacia la nada pervierte el cometido del lenguaje haciendo que pase de ser un medio para la comunicación efectiva a un instrumento para la comunicación efectista. Puro cartón-piedra. Si en la dicción y la expresión verbal antigua los fines jamás justificaban los medios, en el uso actual del lenguaje cualquier medio (palabra o concepto) vale para el fin de existir desde la perspectiva posmoderna (esto es, aparentar que se es o se hace, en lugar de ser o hacer)
La ausencia habitual de pensamiento crítico en las estructuras y comportamientos empresariales, la mayoría de los cuales están orientados a contribuir a la aceleración de la inercia o crear aceleraciones nuevas- demandan discursos autorreferenciales que se nutren muy bien de la resonancia estéril que acaban teniendo las palabras vacías. Éstas se acaban convirtiendo en lugares comunes o fórmulas fraseológicas -frases hechas- cuya utilización por parte del comunicador genera cierto status quo. Se trata de la estupidez sublimada hasta la ostentación oratoria.
Existe además una tendencia muy marcada en el mundo empresarial actual hacia la grandilocuencia. La metáfora que se me viene a la cabeza es la de un enorme rascacielos completamente diáfano y sostenido sobre palillos. El problema es que cuanto más hinchado está el supuesto propósito de una empresa o su meta, menos probable o posible es su coherencia. Ante esta paradoja, el establishment opto por habitar el mundo de las ideas y desasistir de auxilio o de socorro al mundo de las realidades. Esta actitud esencialista aumenta el creciente divorcio entre el discurso y la lógica empresarial, y la realidad cotidiana de la gente. Y cuanto más esencialista es un discurso, más repetitivo resulta, y en consecuencia menos caudal léxico sostiene. La ingente riqueza del lenguaje se ve asediada por un reduccionismo empresarial expresivo que tratando de ser elitista o selecto, acaba por ser insustancial y frívolo. De este modo las diferentes variedades del lenguaje -que a nivel sociolingüístico siempre fueron un elemento de diferenciación funcional (variedades diafásicas o registros expresivos), sociocultural (variedades diastráticas o niveles lingüísticos), geográfico (variedades diatópicas o dialectales) e incluso histórico (variedades diacrónicas o epocales), quedan todas ellas reducidas a un mero compendio de palabras que uno repite como un papagallo en una conferencia, una reunión o ante una junta de accionistas.
Por último, el proceso de vulgarización de la función directiva está contribuyendo enormemente a la devaluación del lenguaje en el ámbito empresarial. Trataré de explicarlo empezando por aportar contexto. Vivimos la época histórica de la tardomodernidad o posmodernidad si se prefiere. Es el triunfo absoluto de la modernidad en la manera en la que nos relacionamos y comportamos unos con otros. Un triunfo que apunta a la inminente declaración de su cénit que antecede a la caída. Y la modernidad, o si se prefiere el progreso, es ante todo 4 cosas íntimamente relacionadas: individualidad romántica (idealismo desaforado y sin freno, ya sea de Flaubert o de Hollywood), dignidad universal (ética cosmopolita), identidad cultural (ya sea a través de un estado-nación, un nuevo victimismo o la millonésima ideología) y triunfo de la vulgaridad (acceso a una mejor cantidad de oportunidades reduciendo la calidad de las mismas). En este último punto me centro…
Dado que el discurso empresarial ha estado íntimamente orientado al managerialismo desde que hace casi 100 años los dueños de las empresas comenzaran a confiar sus propiedades (negocios) a directores expertos (managers), el acceso a puestos de liderazgo empresarial se ha facilitado enormemente. Añadido a esto, el ya mencionado proceso de hiperespecialización profesional, ha generado -con la connivencia de universidades y escuelas de negocios- perfiles especializados en hacer cumplir órdenes o, en su defecto, en lograr que las personas las cumplan sin necesidad de darlas. A medida que se ha ido vulgarizando el acceso a los puestos de liderazgo, cualquier atisbo de educación cultural elevada ha ido dejando de ser un requisito necesario para liderar negocios y personas, pero sin embargo ha permanecido la necesidad de aparentar que se sabe o se es educado. Y para ello nada mejor que una colección reducida de palabras que van cambiando y mutando según las circunstancias. En la conquista de las élites sociales de control y de mando por parte de la cultura de masas (un proceso bien descrito de Le Bon, Canetti u Ortega entre tantos otros) el lenguaje vendría a ser una estrategia de enmascaramiento efectiva de una ignorancia cultural militante. De este modo un auténtico zote, un mero cazurro, un absoluto idiota (en su significado más griego) puede subirse a un escenario y repetir por activa y por pasiva un conjunto de palabras útiles para parecer exquisito. Bajo este prisma, el lenguaje que siempre fue un medio de representación simbólico y expresión de lo sabido, se estaría transformando ahora en un medio de ocultación elocuente y expresión de lo desconocido.
CÓMO DIGNIFICAR EL LENGUAJE EN LAS EMPRESAS
Hay un camino largo para dignificar el lenguaje en las empresas que requiere tu disciplina y esfuerzo. Se llama educación intelectual, parte de la adquisición y el contraste de conocimiento, y es una forma de instrucción con perspectiva. Por mucho que uno quiera aparentar estar al día usando el vocabulario más actual o novedoso que imagine, toda persona que accede a la élite social del liderazgo de negocios y personas debe saber que la ignorancia se nota, sobre todo por parte de las personas que no la tienen. Esto quiere decir que -tal y como rezaba el Panchatantra hace miles de años- un jefe de facciones no necesariamente ha de ser un sabio, pero sí le resulta extremadamente útil ser y estar educado. Y esto no significa picotear informaciones -esto no es diferencial porque lo hace todo el mundo- sino más bien construir de forma ordenada un edificio intelectual, sentimental y espiritual que te dote de perspectiva, criterio y contexto. En otras palabras, en un mundo totalmente sumido en la desorientación continua y el ruido, lo diferencial es estar orientado y tener capacidad de foco. La consecuencia natural de este esfuerzo a largo plazo es la adquisición de una habilidad expresiva y lingüística tentadora y cristalina.
Hay un camino medio para dignificar el lenguaje en las empresas que requiere tu completa atención y compromiso. Se llama pensamiento crítico, parte de la desconexión o el cuestionamiento continuo de la cultura de masas, y es una forma eficiente de innovación. La clave de esta vía reside no tanto en tratar de estar continuamente conectando con lo nuevo o de moda, como con el compromiso de conectar en cada nuevo reto con lo que siempre funciona o pertenece a la sabiduría perenne. Es, expresado de un modo muy simple, dejar de adorar a Steve Jobs o el último profeta de la IA, y conectar con el mensaje habilitante de grandes maestros de nuestra humanidad. Qué se yo… un Jesús de Nazaret, un Sócrates o un Buda, por ir a alguno de los grandes maestros radicales de todo cuanto somos.
Y por último hay un camino corto para dignificar el lenguaje en las empresas que requiere tu sentido de la dignidad propia y tu respeto hacia el mérito ajeno. Se llama «callarte cuando no tienes ni puta idea de lo que hablas» y parte de la idea de saberte lo suficientemente grande para hablar de algo que sabes y lo suficientemente pequeño para callar cuando no sabes de algo. Esto, claro está, choca de lleno con las jodidas cantinelas sobre los neurotransmisores, la última gran profecía del cuadrante Gartner, la publicación cuñado de linkedin o las innumerables certezas que nos arrojan los millones de solucionadores mesiánicos que se multiplican en nuestras sociedades actuales. Por extensión, ayuda mucho a este camino corto de contención e inteligencia, saber escuchar a quienes aportan y aprender a distinguir -con la experiencia- el grano de la paja.
Me encantaría decir que estos tres caminos puedes recorrerse de forma independiente, pero están genuinamente relacionados y a menudo no es posible recorrer el uno sin el otro. Hablamos en definitiva de bajarse de la carrera de la rata, dejar la rueda del hamster, detener la aceleración y el ruido empresarial para hacer que la inteligencia comunicativa en las empresas deje de estar en sede vacante. Habemus papam.
Espero que hayas disfrutado la lectura.
Gracias por tu tiempo.
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por David Criado | Abr 8, 2025 | ACOMPAÑAMIENTO AL CAMBIO

«La aceleración de la información-movimiento genera como efecto
poner todo el inconsciente humano fuera de nosotros como entorno,
creando así lo que parece ser un mundo loco se mire por donde ser mire»
maestro Marshal McLuhan, 1967
Aunque muchos de mis compañeros de vocación creen que el verdadero problema del pensamiento empresarial es su obsesión exclusiva por la generación de beneficios económicos, personalmente creo que si no existiera esta obsesión no podríamos disfrutar de la mayor parte de comodidades actuales. Creo que el problema está en otro lado. No tanto en querer ganar riqueza material (algo que veo fantástico) sino en cómo ha evolucionado durante las últimas décadas la manera en la que queremos ganarlo. En otras palabras, la ética de la obtención del beneficio ha cambiado.
A la hora de establecer una foto del modelo de provisión de beneficios que tiene una empresa siempre distingo entre 2 tipos de culturas:
Empresas con mentalidad de abundancia que se mueven por dinámicas generativas de valor. Son organizaciones que generan beneficios a través del mantenimiento, diversificación o aumento de su valor (sana facturación, riqueza distribuida, posicionamiento dinámico, etc…) y que mantienen una gestión proporcional de sus ingresos en relación a sus gastos y sus costes. Su foco de preocupación es la rentabilidad del negocio desde el punto de vista del valor generado. Hablo aquí de empresas que viven de sí mismas, no contra sí mismas, fomentando una cultura virtuosa de trabajo y negocio. Suelen ser sitios en los que da gusto estar.
Empresas con mentalidad de escasez que se mueven por dinámicas restrictivas de coste. Organizaciones que generan beneficios desde planteamientos de suma cero a partir de exprimir de manera incremental su modelo de relaciones y recursos (trabajadores, proveedores y/o clientes) por medio de estrategias sacrificiales de presión, cicatería o ahogamiento que afectan primero a los gastos y luego siempre acaba atacando a los costes. Hablo de empresas que viven contra sí mismas, fomentando una continua batalla entre fuerzas orientada en exclusiva a hacer más dando cada vez menos. Suelen ser sitios en los que es horrible trabajar.
Ambos tipos de mentalidades de provisión de riqueza obtienen beneficios, pero lo determinante es desde dónde y cómo los obtienen. La manera en la que practicamos el comercio y entendemos el trabajo es la clave para entender la diferencia entre estas dos lógicas: la primera es generativa a largo plazo, y la segunda es profundamente destructiva incluso a inmediato y corto plazo.
En mi estudio sobre la historia del pensamiento empresarial he detectado claramente varios hitos clave en el deterioro de la mentalidad de abundancia y en el paso gradual hacia una mentalidad de la escasez que lleva varias décadas atentando contra nuestro bienestar social y contra la salud de un sistema socioeconómico sostenido en la actualidad gracias al proceso de pauperización continuo y a sucesivos infartos y golpes de efecto dramáticos.
Durante las últimas 2 décadas mi experiencia es que el sistema socioeconómico global ha evolucionado a nivel mercantil, legislativo y de negocio para castigar a las empresas con mentalidad de abundancia y premiar a las empresas con mentalidad de escasez. De este modo la mayoría de empresas que consideramos financieramente exitosas hoy en día se están convirtiendo -con nuestra colaboración- en enormes parásitos que exprimen las estructuras sociales y crecen contra los propios intereses de las sociedades que les proporcionan beneficios.
Esta dinámica empresarial de la gestión de la miseria ha sustituido a la dinámica empresarial de la gestión de la abundancia que trato de honrar cada día. Pongo algunos ejemplos que se derivan de mi experiencia con clientes:
Sostengo que la inmensa mayoría de las empresas en el contexto actual no pueden crecer de forma exponencial sin convertirse en una empresa con mentalidad de escasez y a la larga en una empresa parasitaria. Si bien en la historia originaria del pensamiento empresarial, las empresas crecían gracias a su éxito y asunción de riesgos (empresas ambiciosas), en la actualidad tienden a crecer gracias a su evitación del fracaso y su omisión de riesgos (empresas conservadoras). Por medio del progreso divorcio histórico entre propiedad del negocio y gestión del negocio, y gracias a la demanda de retornos de inversión cada vez más ajustados, las empresas muchas veces se ven obligadas a crecer contra sí mismas, esto es, contra el valor y/o la identidad que les otorgó su éxito.
En lo tocante al comportamiento organizacional, lleva varias décadas siendo frecuente el fomento de la competitividad entre departamentos para ver quién da más dinero con menos recursos, lo que favorece una guerra fratricida continua entre talentos en una carrera de la rata por destacar contra otros y no en colaboración con ellos. La guerra extrema por el recorte de costes está comenzando a resultar cómica en el interior de las organizaciones. Se da el caso de empleados que tienen dificultades para reservar salas de reunión o puestos de trabajo en sus propias oficinas, porque las empresas han implementado un sistema de aumento de la eficiencia en el uso de las oficinas que implica estar continuamente buscándose la vida para poder trabajar. Dinámicas similares se dan en el uso de otros recursos.
Las guerras de precio y tiempos que se dan en sectores como el logístico o el de reparto y distribución de mercancías, así como en el transporte, están muy ligadas a esta gestión de la escasez en la que entre la satisfacción del cliente final y la del propietario del negocio, pocos interlocutores ubicados en medio de esa cadena de valor se encuentran satisfechos o al menos desde hace años han aprendido a conformarse con estar medianamente insatisfechos.
Lo anterior nos lleva a un punto clave en el giro hacia la gestión de la escasez en nuestras sociedades: el hecho -para mí ya evidente a tenor de mi estudio y experiencia- de que las empresas con mentalidad de abundancia favorecen una batalla por la riqueza que da lugar a una riqueza social sistémica, proporcionada y equitativa; y las empresas con mentalidad de escasez favorecen una batalla por la riqueza que da lugar a la expansión de la pobreza social sistémica, no proporcional y desigual.
¿Hay alternativas a la actual inercia empresarial? Defiendo que sí. Cada día amanezco para trabajar por ellas.
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por David Criado | Ene 31, 2025 | DESARROLLO PERSONAL

«Quien desee penetrar en el palacio del saber por la puerta grande,
necesita poner de su parte tiempo y maneras. Los hombres que
andan con prisas y no se prestan a ceremonias se contentan
con acceder al interior por la puerta trasera»
maestro Jonathan Swift
Existe toda una épica de la superación que tiende a subestimar la importancia de los momentos gozosos en la vida de toda persona. Obsesionados con recordar y enaltecer la victoria sobre todos los tristes obstáculos que hemos rebasado, olvidamos a menudo la importancia de celebrar las cosas. Omitimos en nuestras vidas una experiencia introspectiva altamente necesaria. Celebrar es ante todo recordarse afortunado, saber agradecerse los logros conseguidos, dotarse de contexto y perspectiva favorables para acometer el necesario balance de satisfacciones y desengaños con el adecuado tiento y calibre.
Hay personas, dicho queda, que no saben disfrutar de una tregua. Educadas en la mortificación de la batalla, se impiden recordar y festejar lo bueno bajo la oscura certeza de que es algo pasajero o momentáneo. Lo malo -se recuerdan- todavía sigue ahí y por eso no puedo regalarme descanso. No hay razón -se dicen- para bajar la guardia por un instante y suspender de forma transitoria mi lucha constante contra todo riesgo, amenaza o contingencia. Estas personas que viven siempre alerta acaban consumidas por su propio celo y sus reservas. El tierno y dulce camino del placer se hace angosto y estrecho para ellas. Tiemblan y recelan ante cualquier atisbo de celebración. Toda conmemoración les parece intrascendente o pueril. Desprecian la confianza mutua que rebosa de un festejo compartido. No descansan -se diría- de sí mismos y por ello no se atreven a abandonarse a la compañía de todos los demás. Cualquiera que se aproxima a ellos lo siente: no están equipados para la alegría.
En igual medida existen los que solo celebran, aquellos que impulsados por un fervor entusiasta viven en la fiesta. Son aquellas personas que no soportan mirar de frente a la tristeza y la esquivan. Evitan situaciones y detalles que enturbien su feliz relato. Niegan la cruz de la moneda, la sombra en la forma, y en definitiva se ciegan. Permanecen invidentes antes realidades evidentes. Se esconden de la crudeza del fiero mundo. Omiten la inclemencia rigurosa de estar vivos, se alimentan de indolencia, huyen del esfuerzo y rehúsan todo sacrificio. Estos puritanos de la diversión no viven sino que se entretienen. Esparcen su existencia sobre el territorio como si vivir fuera un juego y la vida fuera un mero recreo.
Entre quienes celebran todo y no se permiten penar, y quienes penan de continuo y se impiden celebrar, los hay -escasos, yo diría- que se atienen a la Vida tal y como es. Se conceden el provecho del placer y no impugnan ni refutan la tristeza. Habitan la vida porque entienden que toda situación es hogar. Viajan diligentemente y en paz porque conocen en cada luz y cada sombra los hitos necesarios del camino. Son porque están y en su mirada tranquila respiran las estrellas. Comprenden que el goce y el dolor son vivencias hermanas y sucesivas. Y por eso no tratan de padecer cuando hay que gozar, ni se recrean en el solaz disfrute cuando han de sufrir o expiar.
Podríamos concluir de este paisaje que una vida placentera no es una vida de enormes excesos o puntuales acentos, sino ante todo una vida que se dota de sentido en la continua gramática de la presencia. La mejor forma de sentirte satisfecho es aprender a ser una persona consecuente.
Espero que te haya servido de ayuda esta reflexión.
Gracias por tu tiempo.
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por David Criado | Ene 24, 2025 | CREATIVIDAD e INNOVACIÓN
«Hay personas cuya existencia no es más que una serie de zigzags,
puesto que primero toma el control una inclinación y luego otra.
Desean cosas incompatibles. Sus vidas son un largo drama
de arrepentimiento y un esfuerzo por reparar faltas y errores»
maestro William James
Hoy quiero compartir con vosotros mi experiencia durante 15 años en lo tocante a captación de clientes ofreciendo servicios de acompañamiento al cambio empresarial. Me ha costado escribir esta publicación aunque llevaba tiempo queriendo escribirla. Creo que es buen momento para hacerlo con la experiencia de una facturación recurrente y generosa desde hace bastantes años, y teniendo claro también cuál es mi público y mi foco.
Llevo década y media defendiendo y manteniendo una propuesta de aproximación al cambio empresarial que trata de ser un soplo de aire fresco y que es diferenciable de tantas otras por 3 principios:
1) RENUNCIA AL EFECTISMO MEDIÁTICO y LA ESCLAVITUD DEL ALGORITMO: Esto implica que me niego a participar del circo promocional alrededor de formatos, tácticas y posicionamientos digitales que todos sabemos que contribuyen a aumentar la mierda digital en circulación y que están basados en un secuestro intencional de la atención a cualquier precio.
2) FOCO EN LA CALIDAD DE MIS SERVICIOS: La mayoría de proveedores que conozco dentro de la disciplina del cambio empresarial focalizan todos sus esfuerzos en facturar y llegar a clientes (bien por ellos) pero con un peaje que para mí lleva siendo evidente desde hace años: sus servicios son cada vez más superficiales y vanales. Por contra, hace años decidí aceptar que llegaré a quien tenga que llegar si lo que ofrezco es verdaderamente bueno y diferencial. Todos mis clientes sin excepción saben que así es.
3) COMPROMISO CON LA HONESTIDAD PROFESIONAL: Se hace patente en todo lo que hago: publicaciones en redes sociales sin paños calientes, artículos y colaboraciones que no esconden realidades incómodas, conversaciones y entrevistas sinceras, y una prestación de servicios que en efecto es más cara que la mayoría de catálogos del mercado pero que ofrece una relación de confianza única y ejemplar.
En toda esta batalla contra legiones enteras de profesionales efectistas el trabajo es duro. En este tiempo he notado estos 7 cambios o mutaciones visibles para todos que que listo aquí:
1) MIERDIFICACIÓN MASIVA: Casi a diario recibo ofertas de copywriters, marketeros digitales en ciernes y expertos en redes sociales que me ofrecen su dominio de las tácticas de secuestro de la atención con el ánimo de captar clientes. No es algo que me pase a mí exclusivamente. He hablado con muchos compañeros y comienza a ser algo recurrente. Realidad: Estamos multiplicando profesiones de mierda (vendedores de crecepelo) para ofrecer mierda que no deje de ser mierda pero que cada vez sea más aparente. A nivel sociológico veo que puede ser una consecuencia de la precarización profesional, educativa y de servicios, y de la necesidad masiva de salir adelante sin contratos realmente estables.
2) MICROEXHIBICIONISMOS A GRANEL: A los panas que se grababan en el coche ofreciendo sus consejos de cuñado, a los runners emprendedores o CEOs dando un paseíto mañanero en ropa deportiva para aconsejarnos cómo ser felices, se añaden ahora videos de personas en modo Llados que en 7 o 10 segundos te resuelven la vida. Realidad: Estamos creando sociedades de consejeros y no de practicante
3) ARTIFICIALIDAD CRECIENTE: Con la llegada de la mal llamada Inteligencia Artificial se multiplican igualmente las opciones para crear «contenidos» de forma automática con apenas unos minutos de corrección humana posterior. Esto está favoreciendo que los discursos ya apenas se distingan y las publicaciones tiendan a situarse en una franja de comodidad acrítica que apenas contribuye al cambio de mentalidad o al cuestionamiento de lo establecido. En la práctica es el triunfo del Gran Hermano de George Orwell. Mi pronóstico respecto a este tipo de tendencias es que la Inteligencia Artificial contribuirá a la vez a empantanar la realidad en un primer momento, pero a la larga será un selector natural muy útil de imbéciles y ágrafos superficiales que no aportan nada y tendrán que abandonar.
4) DESCONTEXTUALIZACIÓN DE LOS FOROS PROFESIONALES: He notado igualmente durante estos años un auge en redes y foros profesionales de contenidos personales que nada tienen que ver con lo profesional. Creo que esto es debido a varios factores, entre ellos: al agotamiento de las fórmulas de comunicación de siempre, a la pobreza del pensamiento empresarial hegemónico que busca inspiración fuera, a la necesidad acuciante de muchas personas de llamar la atención y no permanecer en silencio en una huida hacia adelante por aparentar que «siempre publican y comentan» y posicionarse en el algoritmo, pero sobre todo a la certeza de que las personas cada vez están peor de la cabeza y tratan de buscar validación ajena de pensamientos, interpretaciones o decisiones propias contribuyendo a una psicologización y sentimentalización de la sociedad que es creciente.
5) PLAGIO CONSTANTE DE CONTENIDOS, IDEAS y/o DISCURSOS: Hay también una tendencia ominosa a fusilar contenidos de otros (copiar sin respeto ni pudor) que se está multiplicando cada vez más a medida que el ruido crece y crece. En algunos casos es tan cómico que las mismas personas que adoptan un posicionamiento público irrenunciable a favor de la autenticidad, lo hacen copiando reflexiones, gráficos o discursos de otras sin sentir la más mínima obligación de citar al autor. He vivido casos en primera persona que me resultan absolutamente vergonzosos. Más allá de que serás inevitablemente copiado cuando lo que dices tiene calidad -y trabajo, leo e investigo mucho para ello-, lo vergonzoso es que se haga desde el más pobre engaño.
6) ANECDOTISMO y ACTUALISMO SIMPLISTAS: Denomino «anecdotismo» a esa tendencia ridícula y risible de comentar anécdotas desde una visión aterrizable al ámbito de especialidad del autor. Llamo «actualismo» a vivir para las noticias diarias y luchar por ser el último o el más rápido comentando la última novedad (éxito deportivo, noticia del telediario, movimiento político,…) Lo que veo es que todo ello se hace desde análisis cada vez menos contextuales y cada vez más simplistas. Todo ello redunda en el atontamiento colectivo.
7) CONFLICTOS DISCURSIVOS ENTRE LA SUPERACIÓN PERSONAL y LA CRÍTICA SOCIAL: Veo igualmente que ya están más que universalizados y aceptados los discursos mierdas de superación personal que ponen todo el foco de bienestar y realización en cada persona particular, pero que además se están abriendo paso discursos de crítica social que tratan de ampliar el espectro de análisis de la gente y ver la realidad de una forma más ampliada y enriquecida. En este sentido aunque la compra masiva de discursos simplificadores sigue siendo real y muy rentable, soy optimista respecto al agotamiento mental de muchas personas en lo tocante a aproximaciones idiotizantes y de flores y colores. Creo que este cambio tiene que ver con la polarización creciente de las sociedades y la búsqueda de conocimiento genuino más allá de atajos y paquetizaciones ideológicas vacías.
Todas estas tendencias actuales chocan de lleno contra la estrategia comercial que realizo desde vorpalina y desde TRAINING DAYS Academy. En ambos casos he realizado hasta ahora una apuesta de difusión de mi actividad bastante arriesgada y centrada en 3 pilares:
Confiar en el boca a boca viral y en la satisfacción y compromiso continuo de clientes y alumnos para no meter dinámicas exponenciales de crecimiento comercial que dinamiten la autenticidad de lo que transmito y me impidan seguir siendo honesto con lo que lidero desde ambas iniciativas. Esto implica premiar la fidelidad y agradecer la generosidad.
Realizar publicaciones, entrevistas e intervenciones en foros que estén sujetas a los 3 principios que comentaba. Esto supone no morderme la lengua y recordar a todas las personas propietarias del cambio necesario en cada caso a las que sirvo.
Difundir lo que hago de manera humilde confiando en que llame la atención de la gente adecuada, es decir, primando que los clientes y alumnos que me llegan sean los que necesito que lleguen, y no cualquier tipo de persona u organización (para esto último ya está el resto del mercado). Esto conlleva no buscar clientes o alumnos a cascoporro como si todo lo que hago estuviera supeditado a objetivos de venta y no a calidades de contenido. Nota: no me sirven los discursos de que ambas cosas no están reñidas. Llevo décadas conociendo y asesorando empresas y de sobra se que sí que están reñidas y que necesariamente llegado a un punto de éxito hay que elegir entre primar las ventas o la calidad de lo que se hace.
Esta triple apuesta lleva implícita la idea de no hacerme rico con mi vocación pero también la certeza de no renunciar a una calidad de vida media-alta que me procuren la suficiente independencia y autonomía para conservar esta aproximación ética y moral. Por encima de todo ello está el compromiso de trabajar para que ninguna persona tenga que esperar al final de su jornada laboral para sentirse viva. En ello estamos y en ello seguimos.
Espero que este artículo te haya resultado interesante.
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por David Criado | Ene 13, 2025 | ACOMPAÑAMIENTO AL CAMBIO, Blog

«…Y es que parece connatural al ser humano ver con malos ojos
la dicha ajena recién alcanzada, y pretender que la fortuna
con nadie sea más exigente que con aquellos
que conocieron un estado semejante al tuyo.»
maestro Cornelius Tacitus,
Historiarum Libri, 20 (año 100-110)
Dos grandes males aquejan a la condición humana desde tiempos pretéritos: todos nos creemos muy listos, y derivado de ello castigamos a los pocos que realmente lo son. Somos supervivientes de estas dos enormes lacras con las que convivimos a diario y que eternamente nos pueden y superan. Nada de lo que Tácito, Suetonio, Lucrecio o cualquier de las sagradas escrituras o poemas épicos antiguos no advirtieran.
Hoy quiero hablar de cómo contener, domar y transformar nuestra perturbada comprensión de la rareza, y de algunos antídotos contra la falsa creencia de esa supuesta inteligencia humana que nunca duerme.
Hablo en primer lugar de la inmensa variedad de formas en las que la mayoría de miembros de mi especie (ORTODOXIA) tratan de vejar, denigrar, excluir, atacar, humillar o penalizar a priori a una eterna minoría de personas intelectual, sensitiva o socialmente extraordinarias (HETERODOXIA) que han nacido o se educan para destacar, y de cómo solo muy pocas de estas personas logran superar este rechazo constante para aprender a brillar. Pero también hablo de una creencia lacerante que subyace a todas nuestras acciones: el absurdo, ridículo y contumaz error de presuponer que la mayor parte del tiempo todos y cada uno de nosotros actuamos de forma consciente, cabal o inteligente. Estos dos graves males condicionan la vida diaria de toda la Humanidad. Mi propuesta es clara: aceptar la estupidez humana como realidad constante con el ánimo de vivir para contenerla (humildad y vocación académica), y dejar de fabricar hogueras continuas contra aquellas escasas personas que nos ilustran y nos hacen pensar.
Este artículo tendrá los siguientes apartados:
- Por qué no aceptamos la estupidez y la rareza
- Cómo aprender a ser menos estúpidos y fomentar la rareza
Comenzamos.
POR QUÉ NO ACEPTAMOS LA ESTUPIDEZ Y LA RAREZA
Expondré lo evidente: nos cuesta aceptar que el animal con mayor índice de inteligencia social de la historia evolutiva sea con toda probabilidad el ser vivo más estúpido a nivel individual. Nos duele ver que somos capaces de construir grandes cosas unidos, y a la vez comprobar que somos capaces de las peores y más estúpidas cosas en la intimidad de nuestros pensamientos o la media luz de nuestro despacho o nuestro cuarto. Duele aceptar la realidad pero algunas evidencias la confirman. En primer lugar nuestra Historia es cíclica y no lineal. Esto quiere decir que de forma constatada repetimos una y otra vez los mismos errores pero con nuevas tecnologías y capacidades reinventadas. Nos cuesta mucho menos inventar un transbordador especial que orbite alrededor de la Tierra o coordinar una cirugía cardiovascular milimétricamente precisa, que mantener una conversación honesta en la que pidamos disculpas a nuestra pareja o ser capaces de mantener una mínima disciplina de salud mental o física.
El consuelo de las tradiciones milenarias hasta la llegada de la Edad Moderna consistía en depositar todas nuestras esperanzas por mejorar nuestra ESTUPIDEZ NO ACEPTADA en pequeños destellos históricos y muy poco frecuentes llamados GENIALIDAD INDIVIDUAL. El problema es que muy pocas personas anómalas (fuera de lo normal), extraordinarias (fuera de lo ordinario) o diferentes (fuera de lo único) han sido capaces de sobrevivir a las constantes muestras de rechazo, incomprensión, desprecio o castigo que la normalidad mayoritaria infligía sobre ellas. De hecho hemos entendido siempre el virtuosismo exquisito de los verdaderos genios que llegan a consumarse y reconocerse como tales, como una historia de lucha y superación constante contra la medianía moral o la mediocridad social que les rodeaba, y hemos entendido este rechazo o incomprensión social constante como algo necesario para que la genialidad brotara si tenía que brotar. En el camino no hace falta decir que se han quedado sin reconocer ni poder serlo, enormes genios que han sido verdaderas víctimas de nuestra eterna estupidez. Sobran los ejemplos: encuentren ustedes por su cuenta todo tipo de biografías de personas que siglos más tarde adoramos pero que en su tiempo fueron humilladas o condenadas al ostracismo o el hambre.
En realidad -no nos engañemos- de lo que estamos hablando aquí es de pecados capitales. En concreto hablamos de ENVIDIA (un síndrome de inferioridad masivo fruto de la comparación insufrible de sabernos menos dotados que esos raros) y de SOBERBIA (esa colección de sesgos cognitivos que nos impiden ver la viga en el ojo propio pero nos hace finísimos detectando la paja en el ojo ajeno). Pero igualmente estamos hablando de dos actitudes ante la vida: el INCONFORMISMO de quienes creen que debemos darnos la oportunidad de mejorar, o el CONFORMISMO de quienes viven activamente para quitárnosla.
Con la llegada de la Edad Moderna la admiración por la GENIALIDAD INDIVIDUAL continuó pero la ficción de creer vivir en una especie de INTELIGENCIA COLECTIVA llegó para quedarse. Si bien en la Antigüedad la mayoría de mortales no tenían grandes razones para presumir o sentir un vano orgullo por lo que hacían a diario dado que la jerarquía de privilegios y capacidades era evidente, con la Modernidad fuimos reinventando una y otra vez las razones para creer que debíamos presumir, sentirnos orgullosos e incluso publicitar a diestro y siniestro toda clase de vulgaridades y gilipolleces que en otro tiempo -y también en este- carecerían por completo del mínimo interés.
Huelga decir a la hora de contrarrestar estos dos males de la negación de la estupidez propia y la lucha contra la rareza ajena, las propuestas de la cultura posmoderna que sucedieron a aquella época y que hoy son hegemónicas en nuestro modo de entender y ver el mundo, no solo no resolvieron el problema sino que contribuyeron a acrecentarlo. Por un lado la condición posmoderna nos invita a universalizar la rareza encumbrando la vulgaridad como algo auténtico, admirable o extraordinario en esa fábrica de llorones perpetuos donde todo ser banal se cree auténtico en esa máquina de multiplicar nuevas formas de victimismo en la que estamos convirtiendo a nuestras sociedades. Por otro lado lo posmoderno apuesta por una hipercorrección conductual (totalitaria y alérgica a la crítica), una deconstrucción cultural (nihilista y sin propuestas), y un relativismo moral (antiético y precarizante) que nos dejan huérfanos de sentido y nos aleja de toda norma o principio. Dicho lo cual, ambas tiritas son en realidad aciagos cánceres.
El caso es que la incapacidad del animal más inteligente de la Tierra para reconocer su propia estupidez y de la incapacidad de algunos de sus más escasos miembros para aceptar su rareza en el ánimo de poder encajar en el rabaño, nos ha condenado a una sucesión estrepitosa y muy desequilibrada de infinitos errores y muy escasos aciertos a lo largo de la Historia.
Dado que las personas que más admiro son aquellas que siendo raras aceptan su rareza, y aquellas que siendo raras o normales reconocen su propia estupidez, me propongo ahora sugerir qué hacer a diario para que las primeras no se encuentren siempre al borde la inanición o la extinción, y las segundas no sigan multiplicándose hasta llegar a ocupar los más ínclitos y destacados puestos de gobierno, éxito o poder.
CÓMO APRENDER A SER MENOS ESTÚPIDOS Y A INTERIORIZAR LA RAREZA
Dos premisas me han resultado inmensamente útiles a lo largo de mi vida para conquistar grandes cuotas de bienestar y tranquilidad:
En primer lugar vivir aceptando que la la práctica totalidad de personas -incluido yo mismo- durante la mayor parte del tiempo se comportan de forma estúpida. De hecho aunque la mayoría de personas desearían no ser estúpidas, trabajan a diario activamente para serlo sin ninguna voluntad, esfuerzo o intención de mejora.
Dado que inequívocamente todas las decisiones que he tomado en mi vida y los hechos que las respaldan demuestran que soy raro, en segundo lugar vivir aceptando que soy raro -y por eso enormemente necesario para muchos- y tratar en todo momento de sentirme genial por no encajar en la inmensa mayoría de lugares, actitudes o ideas en las que casi todo el mundo se siente cómodo o a gusto. Todo ello bajo el solo pretexto de entender que estar completamente adaptado a una sociedad profundamente enferma no parece muy buena señal de casi nada (gracias Jiddu por aquel texto). Hace muchos años cuando era niño me hice la promesa de no seguir tratando de encontrar sentido a la inmensa y abrumadora cantidad de gilipolleces que hacían y seguirían haciendo los adultos, y me propuse -en ello sigo aún hoy- tratar simplemente de corregir en mi propia vida aquellos comportamientos, planteamientos, acciones o ideas que para mí carecen por completo de sentido. Añadido a esto ya adulto entendí que querer cambiar las cosas (mejorarlas) no implica necesitar humillar a quienes prefieren no hacerlo. En todo el espectro de vida que abarca la naturaleza a la que pertenecemos, tiene que haber de todo y todos -lo creamos o no- somos por uno u otro motivo necesarios.
A la hora de entender el enfoque de mi trabajo diario como facilitador de cambios significativos en empresas creo que es útil destacar y volver a incidir en la importancia de 2 aproximaciones que considero casi inéditas en mi profesión:
Acepto que la mayor parte del tiempo y la mayoría de personas somos estúpidas. Generalmente el resto de mis compañeros parte de la base de que todos somos muy inteligentes o buenos y que las personas solo tenemos que encontrar nuestra esencia. El camino que yo recorro es el inverso: parto de la base de aceptar que todos somos estúpidos y frecuentemente perversos y dispersos, y tan solo tenemos que aprender a controlarnos de manera que vivamos haciendo el bien para dignificar nuestra existencia. Creo que logramos un mundo mejor si aceptamos nuestra enfermedad intrínseca en lugar de maximizar o exagerar las supuestas bondades sistémicas de nuestra condición. Soy en este sentido bastante pragmático. No dejaré de recordar que yo creo en la Humanidad porque desconfío a diario del ser humano.
Comprendo perfectamente la necesidad de que exista una normalidad vigente. De nuevo la mayor parte de mis compañeros se dedica a poner en cuestión o tratar de cambiar la normalidad vigente. Se ríen de ella, la cuestionan, la ridiculizan o la muestran como algo absurdo. No es mi caso. Si algo existe o ha existido -por poner un ejemplo- durante milenios o desde la creación del pensamiento empresarial, es por algo, esto es, hay una razón que no podemos obviar ni minusvalorar si queremos mejorar ese «algo». Así las cosas, acepto que todo sistema -incluido todo sistema humano complejo- necesite formular y defender una normalidad vigente en la que no que quepa todo el mundo. De hecho yo suelo estar entre esas personas que no caben. Mi labor no consiste en hacer que la mayoría cambie las normas, sino en lograr que la normalidad vigente sea medianamente soportable para todos. Aunque a muchos compañeros en esto del cambio les generan urticaria los prejuicios, las tradiciones y las estructuras, yo convivo perfectamente con ellos y no busco derrocarlos, tan solo vivo y trabajo para que la normalidad se construya a partir del cuestionamiento continuo. Esto implica, entre otras cosas, aceptar grados de entropía elevados.
Quiero ahora justificar este doble enfoque:
Dar por hecho que todo el mundo es inteligente, consciente o bueno es el mayor error que una persona puede cometer si quiere mejorar efectivamente el mundo. Aunque al final el amor siempre vence, la estupidez gana por goleada a corto plazo hasta llegar a eso. Aunque al final los hechos son apabullantes y la lógica nos lleva a lo que era de sentido común predecir, hasta llegar a eso la irracionalidad, la ficción y el relato que nos contamos del mundo ganan por goleada a la racionalidad. No tengo ninguna duda sobre esto. Todas mis lecturas diarias, mis experiencias en el mundo empresarial, mis viajes, mi propia y agitada vida, me han demostrado esto que acabo de decir una y otra vez. Pero además es bueno tener presente que hay infinitas pruebas diarias, históricas y sociales de esto. Hace poco escribí acerca del único objetivo significativo que debería tener todo ser humano: aprender a ser estúpido de forma controlada. Esta comprensión de las personas -incluido yo mismo- me ha ayudado a ser más solidario, compasivo y efectivo. Si tuviera que elegir de donde proviene esta enseñanza, a nivel teórico lo tendría claro.
Recuerdo algo que leí hace muchos años y me marcó enormemente. Reunidos los famosos 7 sabios de Grecia al pie del monte Parnaso en Delfos, se les animó a cincelar una inscripción en el templo de Apolo donde las Pitias dictaban sus oráculos. Se les instó a escribir la conclusión universal más valiosa para todo ser humano en su vida. Conocemos el lema más famoso de todos cuantos se escribieron, el de Quilón de Esparta -«Conócete a tí mismo«- pero solemos desconocer lo que Brías de Priene cinceló: «La mayoría de los hombres son malos«. Y yo añado… y además inconscientes, estúpidos y a menudo cretinos, dejando así a las pocas personas sensibles y sensatas en una eterna minoría histórica.
Esto es lo que me llevaba y me lleva a seguir creyendo que debemos aceptar que somos estúpidos para aprender a evitarlo (y por favor no caigas en la comodidad de la desesperanza o el desconsuelo al leerlo y ponte a trabajar por cambiarlo):
- La enorme mayoría de personas del planeta van a lo suyo casi todo el tiempo sin comprender que «lo suyo» solo puede llegar haciendo posible «lo de todos». Todas ellas abrazan como única forma de construcción común la continua y estresante competencia y por el camino olvidan, denigran o atentan contra la misma vida.
- La enorme mayoría de personas carece de voluntad y criterio propios: hacen la mayor parte del tiempo cosas que no quieren, trabajan en lugares que detestan, duermen con personas a las que no aman, se dejan llevar por lo que dice el más aparente o por lo que les hace sentir mejores (aunque sea falso) y no se comprometen con el esfuerzo de estudiar ni ilustrarse para ver más allá de la vida que heredan.
- La enorme mayoría de personas son suicidas inconscientes inasequibles al desaliento: atentan contra su salud mental y emocional a diario, a menudo mueren sin haber vivido, con sus hábitos diarios asesinan sin excepción ni descanso la vida, están por lo general perdidas sin saber lo que buscan de modo que no se encuentran. Y en consecuencia ofenden a su propio planeta.
Para mí el resumen de los anteriores 3 puntos es lo que se conoce comúnmente como seres IMBÉCILES. Y además digamos que somos IMBÉCILES INCONSCIENTES porque hacemos todo esto -es decir, dañarnos- sin saberlo o, lo que es peor aún, sabiéndolo. En esta especie de holocausto de la inteligencia que caracteriza al ser humano confieso que trato de militar en la eterna resistencia aunque reconozco recaídas.
Es pues saludable aceptar la existencia de una normalidad vigente que siempre será mediocre y nunca será excelente, porque aunque no lo creamos es la única forma virtuosa de que todos los implicados convivan. De hecho es ley de vida y propiedad de todo sistema. Del mismo modo que un ser humano necesita neurológicamente sentirse seguro en un contexto concreto en el que poder descansar y bajar sus defensas, todo colectivo necesita una normalidad vigente cuyos fundamentos y dinámicas solo se renueven cada mucho tiempo. Me ha costado la primera parte de mi vida comprenderlo. El cambio significativo no llega de atentar contra la normalidad vigente, sino de renovarla. Añadido a esto, por mucho que raros como yo se empeñen, no tendría sentido que las sociedades estuvieran pensadas para el raro, el distinto o el diferente. Toda sociedad de seres vivos desde hace milenios se regula de acuerdo a lo mayoritario y lo mayoritario se conforma en torno a la normalidad vigente, de suerte que el grado de civilización de una sociedad se mide por la manera en la que trata a aquellos que no forman parte del estándar aceptado de persona.
En nuestras sociedades europeas este estándar ha evolucionado con el tiempo pero hoy en la mayoría del mundo global sería el siguiente: varón, occidental, blanco, heterosexual, conformista, culturalmente anglosajón, judeocristiano, moralmente distraído, evasivo respecto al abismo económico y climático, con una edad comprendida entre los 30 y 45 años, productor, propietario de una vivienda, con pareja de larga duración, creciente capacidad de consumo, varios coches y un hijo. Para todo facilitador del cambio es bueno conocer que este estándar aceptado de persona vigente cambia en función de los territorios que uno visita pero todos los estándares se subordinan a éste. Todo cuanto no esté en este pack no pertenece a la normalidad vigente y por tanto se enfrenta en alguno u otro modo y en alguno u otro momento -y de manera continua- a una exclusión social consecuente a través de costumbres, instituciones, creencias o leyes. De hecho podríamos decir que el número de raros o extraños aumenta en nuestra sociedad actual debido a que cada vez cabe menos gente en un estándar cada vez más estrecho. Nuestro trabajo como facilitadores del cambio – y este es mi enfoque- no es eliminar el estándar sino lograr que ese estándar se amplíe o ensanche para que dentro o fuera de él decrezca el sufrimiento.
No se trata de aceptar o no que exista este estándar o de resignarse a él, se trata de comprender que toda sociedad -sea la que sea- se rige de acuerdo a una centralidad prototípica normativa como base y garantía de la sostenibilidad del resto. Luchar por tanto contra lo Hegemónico es una estupidez supina que no logra ningún cambio significativo de forma eficiente. Sirve más luchar por cambios significativos realistas e incrementales que logren convertirse mirando atrás en enormes cambios respecto a lo que éramos. Basta ya de admirar las revoluciones y comencemos a admirar las evoluciones. Simplemente es bueno entender que aquellos que nacen o crecen en las periferias de esta centralidad, se ven gobernados o determinados por ella. Lo que decidan hacer con su condición -si adaptarse y diluirse en la centralidad o resistir y fortalecer la periferia- es ya cuestión aparte y decisión de cada uno. Por descontado mi vida habla de que elegí lo segundo. Así que cuando me extraño de haber llegado vivo, no lo comento como una queja sino que acepto que lo lógico en una sociedad con una centralidad prototípica como la que he descrito, alguien como yo debería ser continuamente castigado y excluido. Y aunque a veces esto ha sido cierto en todos los ámbitos de mi vida, en líneas generales y por extrañas circunstancias -y probablemente buenas decisiones- he llegado hasta hoy bien. Soy además consciente de que en otras épocas de nuestra historia colectiva ser extraño como yo era directamente mortal, condenatorio. Y por esto celebro haber nacido en mi época.
Si bien no me encuentro cómodo en lo general, me dan urticaria los mítines o los conciertos, tengo alergia a cualquier tipo de credo o sistema de ideas completo y apenas me mantengo en pie cuando camino por la calle entre tanta gente, aún así no soy de esos locos que odia lo estándar, insulta a los que van a los conciertos o hecha pestes sobre la vida urbana. He aprendido a amar lo que hasta cierto punto detesto aunque no lo comprenda. Acepté mal que bien mi condición de extraño y no traté de convertir en ningún momento al resto. Si las personas normales necesitan a las extrañas, los raros lo somos solo porque existe una normalidad. Así, la necesaria métrica del poema social tiende al trato igualitario, a la medianía moral, y a la recurrente existencia de una estabilidad aparente que garantice una sensación asumible de seguridad y control. Esto jamás cambiará ni puede o debe en mi opinión cambiar. Lo que sí debe cambiar -como ya dije- es eso que consideramos normalidad vigente, de suerte que esta normatividad integre y responda al credo de su época. El progreso moral depende en todo de esto.
Nunca en la historia humana ha existido una sociedad para todos y de hecho, a estas alturas de mi viaje, creo que es bueno que no exista. Tratar de que los extraños seamos vistos como normales, jamás funcionaría. Una cosa es que queramos caminar hacia sociedades inclusivas y otra bien distinta es que las sociedades sean rarocéntricas. La normatividad -lo que entendemos por lo normal o lo correcto- debe ser enunciado por las mayorías, y el resto tan solo debemos liderar el cambio significativo que creemos necesario con el ánimo de que otros se sumen.
En mi experiencia, para que alguien sea raro o diferente y pueda inspirar a otros, necesita que exista eso que llamamos Lo oficial, es decir esa suerte de normalidad vigente. He encontrado sobradas pruebas de ello en el ámbito del desarrollo humano (personas, equipos, colectivos y empresas). Esto ocurre porque el creativo, el original o el pionero lo son tan solo porque encuentran resistencia. Pienso por ello que sin una referencia media de algo que transformar, trascender o subvertir, la condición del inconformista no tiene sentido y el raro acaba convirtiéndose en un eterno insatisfecho, es decir, un infeliz insufrible.
Un filántropo me dijo una vez que yo era algo así como un inconformista satisfecho: no me conformo con lo que hay y contribuyo a mejorarlo, pero a la vez me atrevo a disfrutar de lo que ya es presente. Quizás sea demasiado decir. Me gustaría creer que es cierto y por eso trabajo cada día como si lo fuera.
Espero de corazón que este artículo te haya resultado útil. Gracias por tu atención.
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