Seleccionar página
Sobre raros y estúpidos

Sobre raros y estúpidos


 

«…Y es que parece connatural al ser humano ver con malos ojos
 la dicha ajena recién alcanzada, y pretender que la fortuna
  con nadie sea más exigente que con aquellos
 que conocieron un estado semejante al tuyo.»

maestro Cornelius Tacitus,
 Historiarum Libri, 20 (año 100-110)

 
 
Dos grandes males aquejan a la condición humana desde tiempos pretéritos: todos nos creemos muy listos, y derivado de ello castigamos a los pocos que realmente lo son. Somos supervivientes de estas dos enormes lacras con las que convivimos a diario y que eternamente nos pueden y superan. Nada de lo que Tácito, Suetonio, Lucrecio o cualquier de las sagradas escrituras o poemas épicos antiguos no advirtieran.

Hoy quiero hablar de cómo contener, domar y transformar nuestra perturbada comprensión de la rareza, y de algunos antídotos contra la falsa creencia de esa supuesta inteligencia humana que nunca duerme.

Hablo en primer lugar de la inmensa variedad de formas en las que la mayoría de miembros de mi especie (ORTODOXIA) tratan de vejar, denigrar, excluir, atacar, humillar o penalizar a priori a una eterna minoría de personas intelectual, sensitiva o socialmente extraordinarias (HETERODOXIA) que han nacido o se educan para destacar, y de cómo solo muy pocas de estas personas logran superar este rechazo constante para aprender a brillar. Pero también hablo de una creencia lacerante que subyace a todas nuestras acciones: el absurdo, ridículo y contumaz error de presuponer que la mayor parte del tiempo todos y cada uno de nosotros actuamos de forma consciente, cabal o inteligente. Estos dos graves males condicionan la vida diaria de toda la Humanidad. Mi propuesta es clara: aceptar la estupidez humana como realidad constante con el ánimo de vivir para contenerla (humildad y vocación académica), y dejar de fabricar hogueras continuas contra aquellas escasas personas que nos ilustran y nos hacen pensar.

Este artículo tendrá los siguientes apartados:

  • Por qué no aceptamos la estupidez y la rareza
  • Cómo aprender a ser menos estúpidos y fomentar la rareza

Comenzamos.

 

POR QUÉ NO ACEPTAMOS LA ESTUPIDEZ Y LA RAREZA

Expondré lo evidente: nos cuesta aceptar que el animal con mayor índice de inteligencia social de la historia evolutiva sea con toda probabilidad el ser vivo más estúpido a nivel individual. Nos duele ver que somos capaces de construir grandes cosas unidos, y a la vez comprobar que somos capaces de las peores y más estúpidas cosas en la intimidad de nuestros pensamientos o la media luz de nuestro despacho o nuestro cuarto. Duele aceptar la realidad pero algunas evidencias la confirman. En primer lugar nuestra Historia es cíclica y no lineal. Esto quiere decir que de forma constatada repetimos una y otra vez los mismos errores pero con nuevas tecnologías y capacidades reinventadas. Nos cuesta mucho menos inventar un transbordador especial que orbite alrededor de la Tierra o coordinar una cirugía cardiovascular milimétricamente precisa, que mantener una conversación honesta en la que pidamos disculpas a nuestra pareja o ser capaces de mantener una mínima disciplina de salud mental o física.

El consuelo de las tradiciones milenarias hasta la llegada de la Edad Moderna consistía en depositar todas nuestras esperanzas por mejorar nuestra ESTUPIDEZ NO ACEPTADA en pequeños destellos históricos y muy poco frecuentes llamados GENIALIDAD INDIVIDUAL. El problema es que muy pocas personas anómalas (fuera de lo normal), extraordinarias (fuera de lo ordinario) o diferentes (fuera de lo único) han sido capaces de sobrevivir a las constantes muestras de rechazo, incomprensión, desprecio o castigo que la normalidad mayoritaria infligía sobre ellas. De hecho hemos entendido siempre el virtuosismo exquisito de los verdaderos genios que llegan a consumarse y reconocerse como tales, como una historia de lucha y superación constante contra la medianía moral o la mediocridad social que les rodeaba, y hemos entendido este rechazo o incomprensión social constante como algo necesario para que la genialidad brotara si tenía que brotar. En el camino no hace falta decir que se han quedado sin reconocer ni poder serlo, enormes genios que han sido verdaderas víctimas de nuestra eterna estupidez. Sobran los ejemplos: encuentren ustedes por su cuenta todo tipo de biografías de personas que siglos más tarde adoramos pero que en su tiempo fueron humilladas o condenadas al ostracismo o el hambre.

En realidad -no nos engañemos- de lo que estamos hablando aquí es de pecados capitales. En concreto hablamos de ENVIDIA (un síndrome de inferioridad masivo fruto de la comparación insufrible de sabernos menos dotados que esos raros) y de SOBERBIA (esa colección de sesgos cognitivos que nos impiden ver la viga en el ojo propio pero nos hace finísimos detectando la paja en el ojo ajeno). Pero igualmente estamos hablando de dos actitudes ante la vida: el INCONFORMISMO de quienes creen que debemos darnos la oportunidad de mejorar, o el CONFORMISMO de quienes viven activamente para quitárnosla.

Con la llegada de la Edad Moderna la admiración por la GENIALIDAD INDIVIDUAL continuó pero la ficción de creer vivir en una especie de INTELIGENCIA COLECTIVA llegó para quedarse. Si bien en la Antigüedad la mayoría de mortales no tenían grandes razones para presumir o sentir un vano orgullo por lo que hacían a diario dado que la jerarquía de privilegios y capacidades era evidente, con la Modernidad fuimos reinventando una y otra vez las razones para creer que debíamos presumir, sentirnos orgullosos e incluso publicitar a diestro y siniestro toda clase de vulgaridades y gilipolleces que en otro tiempo -y también en este- carecerían por completo del mínimo interés.

Huelga decir a la hora de contrarrestar estos dos males de la negación de la estupidez propia y la lucha contra la rareza ajena, las propuestas de la cultura posmoderna que sucedieron a aquella época y que hoy son hegemónicas en nuestro modo de entender y ver el mundo, no solo no resolvieron el problema sino que contribuyeron a acrecentarlo. Por un lado la condición posmoderna nos invita a universalizar la rareza encumbrando la vulgaridad como algo auténtico, admirable o extraordinario en esa fábrica de llorones perpetuos donde todo ser banal se cree auténtico en esa máquina de multiplicar nuevas formas de victimismo en la que estamos convirtiendo a nuestras sociedades. Por otro lado lo posmoderno apuesta por una hipercorrección conductual (totalitaria y alérgica a la crítica), una deconstrucción cultural (nihilista y sin propuestas), y un relativismo moral (antiético y precarizante) que nos dejan huérfanos de sentido y nos aleja de toda norma o principio. Dicho lo cual, ambas tiritas son en realidad aciagos cánceres.

El caso es que la incapacidad del animal más inteligente de la Tierra para reconocer su propia estupidez y de la incapacidad de algunos de sus más escasos miembros para aceptar su rareza en el ánimo de poder encajar en el rabaño, nos ha condenado a una sucesión estrepitosa y muy desequilibrada de infinitos errores y muy escasos aciertos a lo largo de la Historia.

Dado que las personas que más admiro son aquellas que siendo raras aceptan su rareza, y aquellas que siendo raras o normales reconocen su propia estupidez, me propongo ahora sugerir qué hacer a diario para que las primeras no se encuentren siempre al borde la inanición o la extinción, y las segundas no sigan multiplicándose hasta llegar a ocupar los más ínclitos y destacados puestos de gobierno, éxito o poder.

 

CÓMO APRENDER A SER MENOS ESTÚPIDOS Y A INTERIORIZAR LA RAREZA

Dos premisas me han resultado inmensamente útiles a lo largo de mi vida para conquistar grandes cuotas de bienestar y tranquilidad:

En primer lugar vivir aceptando que la la práctica totalidad de personas -incluido yo mismo- durante la mayor parte del tiempo se comportan de forma estúpida. De hecho aunque la mayoría de personas desearían no ser estúpidas, trabajan a diario activamente para serlo sin ninguna voluntad, esfuerzo o intención de mejora.

Dado que inequívocamente todas las decisiones que he tomado en mi vida y los hechos que las respaldan demuestran que soy raro, en segundo lugar vivir aceptando que soy raro -y por eso enormemente necesario para muchos- y tratar en todo momento de sentirme genial por no encajar en la inmensa mayoría de lugares, actitudes o ideas en las que casi todo el mundo se siente cómodo o a gusto. Todo ello bajo el solo pretexto de entender que estar completamente adaptado a una sociedad profundamente enferma no parece muy buena señal de casi nada (gracias Jiddu por aquel texto). Hace muchos años cuando era niño me hice la promesa de no seguir tratando de encontrar sentido a la inmensa y abrumadora cantidad de gilipolleces que hacían y seguirían haciendo los adultos, y me propuse -en ello sigo aún hoy- tratar simplemente de corregir en mi propia vida aquellos comportamientos, planteamientos, acciones o ideas que para mí carecen por completo de sentido. Añadido a esto ya adulto entendí que querer cambiar las cosas (mejorarlas) no implica necesitar humillar a quienes prefieren no hacerlo. En todo el espectro de vida que abarca la naturaleza a la que pertenecemos, tiene que haber de todo y todos -lo creamos o no- somos por uno u otro motivo necesarios.

A la hora de entender el enfoque de mi trabajo diario como facilitador de cambios significativos en empresas creo que es útil destacar y volver a incidir en la importancia de 2 aproximaciones que considero casi inéditas en mi profesión:

Acepto que la mayor parte del tiempo y la mayoría de personas somos estúpidas. Generalmente el resto de mis compañeros parte de la base de que todos somos muy inteligentes o buenos y que las personas solo tenemos que encontrar nuestra esencia. El camino que yo recorro es el inverso: parto de la base de aceptar que todos somos estúpidos y frecuentemente perversos y dispersos, y tan solo tenemos que aprender a controlarnos de manera que vivamos haciendo el bien para dignificar nuestra existencia. Creo que logramos un mundo mejor si aceptamos nuestra enfermedad intrínseca en lugar de maximizar o exagerar las supuestas bondades sistémicas de nuestra condición. Soy en este sentido bastante pragmático. No dejaré de recordar que yo creo en la Humanidad porque desconfío a diario del ser humano.

Comprendo perfectamente la necesidad de que exista una normalidad vigente. De nuevo la mayor parte de mis compañeros se dedica a poner en cuestión o tratar de cambiar la normalidad vigente. Se ríen de ella, la cuestionan, la ridiculizan o la muestran como algo absurdo. No es mi caso. Si algo existe o ha existido -por poner un ejemplo- durante milenios o desde la creación del pensamiento empresarial, es por algo, esto es, hay una razón que no podemos obviar ni minusvalorar si queremos mejorar ese «algo». Así las cosas, acepto que todo sistema -incluido todo sistema humano complejo- necesite formular y defender una normalidad vigente en la que no que quepa todo el mundo. De hecho yo suelo estar entre esas personas que no caben. Mi labor no consiste en hacer que la mayoría cambie las normas, sino en lograr que la normalidad vigente sea medianamente soportable para todos. Aunque a muchos compañeros en esto del cambio les generan urticaria los prejuicios, las tradiciones y las estructuras, yo convivo perfectamente con ellos y no busco derrocarlos, tan solo vivo y trabajo para que la normalidad se construya a partir del cuestionamiento continuo. Esto implica, entre otras cosas, aceptar grados de entropía elevados.

Quiero ahora justificar este doble enfoque:

Dar por hecho que todo el mundo es inteligente, consciente o bueno es el mayor error que una persona puede cometer si quiere mejorar efectivamente el mundo. Aunque al final el amor siempre vence, la estupidez gana por goleada a corto plazo hasta llegar a eso. Aunque al final los hechos son apabullantes y la lógica nos lleva a lo que era de sentido común predecir, hasta llegar a eso la irracionalidad, la ficción y el relato que nos contamos del mundo ganan por goleada a la racionalidad. No tengo ninguna duda sobre esto. Todas mis lecturas diarias, mis experiencias en el mundo empresarial, mis viajes, mi propia y agitada vida, me han demostrado esto que acabo de decir una y otra vez. Pero además es bueno tener presente que hay infinitas pruebas diarias, históricas y sociales de esto. Hace poco escribí acerca del único objetivo significativo que debería tener todo ser humano: aprender a ser estúpido de forma controlada. Esta comprensión de las personas -incluido yo mismo- me ha ayudado a ser más solidario, compasivo y efectivo. Si tuviera que elegir de donde proviene esta enseñanza, a nivel teórico lo tendría claro.

Recuerdo algo que leí hace muchos años y me marcó enormemente. Reunidos los famosos 7 sabios de Grecia al pie del monte Parnaso en Delfos, se les animó a cincelar una inscripción en el templo de Apolo donde las Pitias dictaban sus oráculos. Se les instó a escribir la conclusión universal más valiosa para todo ser humano en su vida. Conocemos el lema más famoso de todos cuantos se escribieron, el de Quilón de Esparta -«Conócete a tí mismo«- pero solemos desconocer lo que Brías de Priene cinceló: «La mayoría de los hombres son malos«. Y yo añado… y además inconscientes, estúpidos y a menudo cretinos, dejando así a las pocas personas sensibles y sensatas en una eterna minoría histórica.

Esto es lo que me llevaba y me lleva a seguir creyendo que debemos aceptar que somos estúpidos para aprender a evitarlo (y por favor no caigas en la comodidad de la desesperanza o el desconsuelo al leerlo y ponte a trabajar por cambiarlo):

  • La enorme mayoría de personas del planeta van a lo suyo casi todo el tiempo sin comprender que «lo suyo» solo puede llegar haciendo posible «lo de todos». Todas ellas abrazan como única forma de construcción común la continua y estresante competencia y por el camino olvidan, denigran o atentan contra la misma vida.
  • La enorme mayoría de personas carece de voluntad y criterio propios: hacen la mayor parte del tiempo cosas que no quieren, trabajan en lugares que detestan, duermen con personas a las que no aman, se dejan llevar por lo que dice el más aparente o por lo que les hace sentir mejores (aunque sea falso) y no se comprometen con el esfuerzo de estudiar ni ilustrarse para ver más allá de la vida que heredan.
  • La enorme mayoría de personas son suicidas inconscientes inasequibles al desaliento: atentan contra su salud mental y emocional a diario, a menudo mueren sin haber vivido, con sus hábitos diarios asesinan sin excepción ni descanso la vida, están por lo general perdidas sin saber lo que buscan de modo que no se encuentran. Y en consecuencia ofenden a su propio planeta.

Para mí el resumen de los anteriores 3 puntos es lo que se conoce comúnmente como seres IMBÉCILES. Y además digamos que somos IMBÉCILES INCONSCIENTES porque hacemos todo esto -es decir, dañarnos- sin saberlo o, lo que es peor aún, sabiéndolo. En esta especie de holocausto de la inteligencia que caracteriza al ser humano confieso que trato de militar en la eterna resistencia aunque reconozco recaídas.

Es pues saludable aceptar la existencia de una normalidad vigente que siempre será mediocre y nunca será excelente, porque aunque no lo creamos es la única forma virtuosa de que todos los implicados convivan. De hecho es ley de vida y propiedad de todo sistema. Del mismo modo que un ser humano necesita neurológicamente sentirse seguro en un contexto concreto en el que poder descansar y bajar sus defensas, todo colectivo necesita una normalidad vigente cuyos fundamentos y dinámicas solo se renueven cada mucho tiempo. Me ha costado la primera parte de mi vida comprenderlo. El cambio significativo no llega de atentar contra la normalidad vigente, sino de renovarla. Añadido a esto, por mucho que raros como yo se empeñen, no tendría sentido que las sociedades estuvieran pensadas para el raro, el distinto o el diferente. Toda sociedad de seres vivos desde hace milenios se regula de acuerdo a lo mayoritario y lo mayoritario se conforma en torno a la normalidad vigente, de suerte que el grado de civilización de una sociedad se mide por la manera en la que trata a aquellos que no forman parte del estándar aceptado de persona.

En nuestras sociedades europeas este estándar ha evolucionado con el tiempo pero hoy en la mayoría del mundo global sería el siguiente: varón, occidental, blanco, heterosexual, conformista, culturalmente anglosajón, judeocristiano, moralmente distraído, evasivo respecto al abismo económico y climático, con una edad comprendida entre los 30 y 45 años, productor, propietario de una vivienda, con pareja de larga duración, creciente capacidad de consumo, varios coches y un hijo. Para todo facilitador del cambio es bueno conocer que este estándar aceptado de persona vigente cambia en función de los territorios que uno visita pero todos los estándares se subordinan a éste. Todo cuanto no esté en este pack no pertenece a la normalidad vigente y por tanto se enfrenta en alguno u otro modo y en alguno u otro momento -y de manera continua- a una exclusión social consecuente a través de costumbres, instituciones, creencias o leyes. De hecho podríamos decir que el número de raros o extraños aumenta en nuestra sociedad actual debido a que cada vez cabe menos gente en un estándar cada vez más estrecho. Nuestro trabajo como facilitadores del cambio – y este es mi enfoque- no es eliminar el estándar sino lograr que ese estándar se amplíe o ensanche para que dentro o fuera de él decrezca el sufrimiento.

No se trata de aceptar o no que exista este estándar o de resignarse a él, se trata de comprender que toda sociedad -sea la que sea- se rige de acuerdo a una centralidad prototípica normativa como base y garantía de la sostenibilidad del resto. Luchar por tanto contra lo Hegemónico es una estupidez supina que no logra ningún cambio significativo de forma eficiente. Sirve más luchar por cambios significativos realistas e incrementales que logren convertirse mirando atrás en enormes cambios respecto a lo que éramos. Basta ya de admirar las revoluciones y comencemos a admirar las evoluciones. Simplemente es bueno entender que aquellos que nacen o crecen en las periferias de esta centralidad, se ven gobernados o determinados por ella. Lo que decidan hacer con su condición -si adaptarse y diluirse en la centralidad o resistir y fortalecer la periferia- es ya cuestión aparte y decisión de cada uno. Por descontado mi vida habla de que elegí lo segundo. Así que cuando me extraño de haber llegado vivo, no lo comento como una queja sino que acepto que lo lógico en una sociedad con una centralidad prototípica como la que he descrito, alguien como yo debería ser continuamente castigado y excluido. Y aunque a veces esto ha sido cierto en todos los ámbitos de mi vida, en líneas generales y por extrañas circunstancias -y probablemente buenas decisiones- he llegado hasta hoy bien. Soy además consciente de que en otras épocas de nuestra historia colectiva ser extraño como yo era directamente mortal, condenatorio. Y por esto celebro haber nacido en mi época.

Si bien no me encuentro cómodo en lo general, me dan urticaria los mítines o los conciertos, tengo alergia a cualquier tipo de credo o sistema de ideas completo y apenas me mantengo en pie cuando camino por la calle entre tanta gente, aún así no soy de esos locos que odia lo estándar, insulta a los que van a los conciertos o hecha pestes sobre la vida urbana. He aprendido a amar lo que hasta cierto punto detesto aunque no lo comprenda. Acepté mal que bien mi condición de extraño y no traté de convertir en ningún momento al resto. Si las personas normales necesitan a las extrañas, los raros lo somos solo porque existe una normalidad. Así, la necesaria métrica del poema social tiende al trato igualitario, a la medianía moral, y a la recurrente existencia de una estabilidad aparente que garantice una sensación asumible de seguridad y control. Esto jamás cambiará ni puede o debe en mi opinión cambiar. Lo que sí debe cambiar -como ya dije- es eso que consideramos normalidad vigente, de suerte que esta normatividad integre y responda al credo de su época. El progreso moral depende en todo de esto.

Nunca en la historia humana ha existido una sociedad para todos y de hecho, a estas alturas de mi viaje, creo que es bueno que no exista. Tratar de que los extraños seamos vistos como normales, jamás funcionaría. Una cosa es que queramos caminar hacia sociedades inclusivas y otra bien distinta es que las sociedades sean rarocéntricas. La normatividad -lo que entendemos por lo normal o lo correcto- debe ser enunciado por las mayorías, y el resto tan solo debemos liderar el cambio significativo que creemos necesario con el ánimo de que otros se sumen.

En mi experiencia, para que alguien sea raro o diferente y pueda inspirar a otros, necesita que exista eso que llamamos Lo oficial, es decir esa suerte de normalidad vigente. He encontrado sobradas pruebas de ello en el ámbito del desarrollo humano (personas, equipos, colectivos y empresas). Esto ocurre porque el creativo, el original o el pionero lo son tan solo porque encuentran resistencia. Pienso por ello que sin una referencia media de algo que transformar, trascender o subvertir, la condición del inconformista no tiene sentido y el raro acaba convirtiéndose en un eterno insatisfecho, es decir, un infeliz insufrible.

Un filántropo me dijo una vez que yo era algo así como un inconformista satisfecho: no me conformo con lo que hay y contribuyo a mejorarlo, pero a la vez me atrevo a disfrutar de lo que ya es presente. Quizás sea demasiado decir. Me gustaría creer que es cierto y por eso trabajo cada día como si lo fuera.

Espero de corazón que este artículo te haya resultado útil. Gracias por tu atención.
 

***

¡¡¡ÚLTIMOS DÍAS PARA MATRICULARTE EN LA 5ª EDICIÓN DE TRAINING DAYS ACADEMY!!!,
 una aventura de aprendizaje pionera y diferencial sobre la disciplina del cambio.

 

 

Consulta nuestro catálogo de servicios de acompañamiento al cambio y solicita más información a david.criado@vorpalina.com

***

 

Corazón

Corazón


 

«Tengo la determinación de sacar algo bueno de cada catástrofe de mi vida.
Llegará el día en el que viaje por todo el mundo y conoceré
los nombres y los rostros de hombres, mujeres y niños.
Conoceré los giros en las carreteras y tendré tantos amigos
que será imposible contarlos, y aún así me sentiré sola
como me siento ahora, y seguiré deseando conocer
más rostros, nombres y ciudades.
Soy la buscadora perpetua»

 

maestra Patricia Highstmith

 
 

Pocas personas han retrado el alma humana con tanta precisión y certeza como el anciano sabio que encabeza este artículo. Llegará el día en que le agradezca adecuadamente todo cuanto le debo. Hoy toca otra cosa pero sirva su venerable imagen para ilustrar la esencia de lo que compartiré aquí.

Hay un artículo con el que todo empezó, un texto inagural que dio paso a la maravillosa travesía por el desierto que ha sido mi vida. ¿Quién diría que alguien como yo sobreviviría hasta hoy? Nadie, ni siquiera yo. Las buenas personas no caben en las grandes ciudades. Y aún así, resisto. ¡Cuánto me acuerdo a diario del maestro Robert Frost y de los 2 caminos que se bifurcan!

Cuando yo era niño en la casa de mis padres se compraba EL PAÍS los domingos al volver de misa. Por casualidades de la vida esta columna del maestro Manuel Vicent se publicó en la contraportada de este diario un domingo de 1994, de modo que este texto entró en mi casa aquel día. Yo tenía entonces 12 años.

Tomé el periódico, le di la vuelta buscando una nueva columna de Vicent y con atención leí el breve texto.

Aquel artículo hablaba de mí.
326 palabras, 2006 carácteres tipográficos impresos con tinta mala en la contraportada de un periódico.
326 palabras, 2006 carácteres que me daban esperanza.

Soy poco amigo de las epifanías. Me parecen mistificaciones forzadas que tratan de aportar sentido a una existencia natural que no necesita otra belleza que la vida misma. No creo que en la vida de nadie un solo instante cambie por completo su vida, más bien creo que nos convencemos de ello. Ahora bien, sí creo que determinados momentos en la vida de una persona marcan etapas clave de su desarrollo. Aquel domingo 16 de octubre de 1994 fue uno de esos momentos.

Siempre he tenido la impresión -y por desgracia a menudo la certeza- de ser un hombre inteligente y bueno rodeado de gente que a menudo me ha considerado ingenuo, idiota o idealista. Al menos hasta aquel día. Recuerdo que al final de aquel domingo, cuando todos habían ya leído el periódico, recorté la columna y la plastifiqué para conservarla. Tenía la manía de plastificar y forrar todo cuanto me conectaba con la vida con el ánimo incierto de convertir una sensación pasajera en algo eterno.

Con el tiempo estudié y trabajé, me hice adulto sin necesitad de olvidar este mensaje, tal y como el propio artículo pronostica que le sucede a todos los adultos. La completa rebeldía irreverente que ha supuesto haberme negado a convertirme en un puto gilipollas pragmático y desengañado, ha marcado toda mi vida.

Han pasado 30 años de aquel domingo y todavía recuerdo esa sensación de descubrimiento único. En estos 30 años me he hecho a mí mismo contra toda suerte de egoístas, reprimidos, amargados, desgraciados, miserables, reaccionarios y listos de la vida. He ayudado a decenas de personas a superar situaciones y problemas aparentemente irresolubles en principio. He salido adelante contra todo pronóstico y he tomado una larga sucesión de decisiones difíciles.

Le debo mucho a este artículo.
Y todas las personas que me disfrutaron, también.


 

***

Consulta nuestro catálogo de servicios de acompañamiento al cambio y formación y solicita más información a david.criado@vorpalina.com

Últimas plazas para el programa TRAINING DAYS que comienza en Marzo, una oportunidad única para conformar criterio propio, amueblar tu cabeza y adquirir perspectiva sobre cuánto es e importa en tu vida y tu trabajo.

***

Aprender a ser estúpido de forma controlada

Aprender a ser estúpido de forma controlada


 

«El más tonto es un simple término económico. Es un bobo. Para que los demás nos beneficiemos necesitamos uno mayor que compre caro y venda barato. La mayoría se pasa la vida tratando de no ser el más tonto. Le arrojamos la patata caliente y le quitamos su silla cuando acaba la música. El más tonto es alguien con una mezcla de capacidad para engañarse y egoísmo, para creer que triunfará donde otros fracasan. Este país fue creado para los más tontos

The Newsroom, T1/E10 (Sorkin, 2012)

 

No todo lo que se afronta puede cambiar, pero nada puede cambiar si no se afronta. Aceptemos la verdad: Todo en la vida se reduce a aprender a ser estúpido de forma controlada.

Ayuda mucho leer algo más que publicaciones de linkedin o twitter, ver algo más que directos de twitch o turras de youtube, pero lo que más ayuda es dejar de pretender no parecerlo. Porque cuanto más se empeña una persona en no parecer estúpida, más presente está la estupidez en ella.

Uno puede fingir que no es estúpido y vivir creyendo que los estúpidos son otros. Pero más temprano que tarde sus actos le acaban delatando y amanece a la única verdad: La estupidez humana es la verdadera democracia.

Hay ricos y hay pobres, felices e infelices, jóvenes y viejos, gordos y flacos, rubios y morenos, empleadores y empleados, personas que parecen perdidas y otras que se acaban de encontrar, bajos y altos, listos e idiotas, gente que lee y personas que no han abierto un libro, conductores de autobús y reyes en palacios, personas que no dejaron de ser niño y personas que jamás lo fueron,…

A todos nosotros nos une una misma cosa: somos profundamente estúpidos.

Se que crees que tú no, pero a mí no me engañas. He vivido lo suficiente para saber que mientes.

Puedes caminar erguido, marcar distancia, defender tus ideas con empaque y con encono, apasionarte por tal o cual libro, parecer sensato en una conversación, amar a unas y otras personas con cabeza, citar a tal o cual autor de manera solemne,… hasta que cometes un leve desliz, realizas un breve gesto, dices una palabra a destiempo o tomas una decisión incomprensible. Y entonces vuelves a la cruda realidad: nunca dejaste de ser estúpido. Te ha pasado muchas veces si lo piensas y tienes el valor de reconocerlo.

La clave no reside en dejar de ser estúpido sino en aprender a serlo con elegancia y dignidad.

Sobran los ejemplos:

  • Uno puede vivir buscando el respeto de los otros, pero nada hay más admirable que una persona que se respeta a sí misma.
  • Uno puede aparentar cierta seriedad inmutable, pero la belleza serena de la que hablaba Pericles reside en aquellos que saben reírse de sí mismos.
  • Uno puede parecer fiable por lo que dice de cuando en cuando, pero todos somos en realidad fiables tan solo por lo que hacemos a diario.

Nadie puede dejar de ser estúpido por mucho que lo pretenda, pero cualquier persona siempre está a tiempo de aprender a serlo dignamente.

Admiro más a quienes se saben y reconocen estúpidos que a los que viven vidas solemnes en las que aparentan no serlo y se permiten dar consejos sin que nadie se los pida.

Dios salve a la estupidez porque siempre nos iguala y a todos nos encuentra.
 

***

Está a punto de abrirse la convocatoria para la 3ª edición online de TRAINING DAYS. A los nuevos interesados, por favor contactad conmigo.

Consulta nuestro catálogo de servicios de acompañamiento al cambio y formación y solicita más información a david.criado@vorpalina.com

***

Lo que no cambia

Lo que no cambia


 

«No todo es incierto en el futuro.
Yo sé mucho acerca del futuro.
Estoy muy seguro de cosas relevantes del futuro.
Hay algo que inevitablemente se va a producir en el futuro:
Todo aquello que no cambia»

maestro Juan Luis Arsuaga, paleontropólogo

 

Obsesionados por lo que cambia constantemente (lo nuevo), a menudo olvidamos lo que siempre ha sido (lo eterno). Hay padres y madres que no explican bien a sus hijos todo aquello que no muta, hay personas que no saben lo que siempre necesita una pareja, o jefes que siempre exigen a los demás continuas adaptaciones. Todos ellos animan a los demás a situarse en el camino más común de la existencia: el de la lucha por el reconocimiento ajeno cueste lo que cueste, remando siempre a favor de la corriente. Pero así es cómo el mundo se llena de reprimidos, frustrados o cobardes, y cómo la mayor parte del tiempo nuestra especie, nuestra relación de pareja, nuestro equipo o nuestra empresa no avanzan.

Sin embargo hay muchas cosas que han sido constantes a lo largo de toda la historia de nuestra especie y que lo seguirán siendo. Durante todos estos años como profesional del acompañamiento he centrado mi trabajo en ampliar nuestra conciencia de lo continuo y constante, en conectar con lo que nos une a todas las personas. Y en medio de un tiempo convulso llevo de crisis, epidemias, fenómenos naturales impredecibles y guerras, conviene recordar y dejar por escrito todo esto. Hoy hablaré de una de esas cosas que nunca cambia: LA BONDAD.

Soy partidario de dejar las cosas claras desde el inicio, de modo que aquí lo dejo dicho: Hacer lo correcto suele ser optar siempre por el camino más difícil, de modo que en este mundo la bondad humana es la única forma real de resistencia. Militar en el bien es la manera más sublime de ubicarse en la rebeldía más heroica. Y el rebelde se ve abocado a sufrir todo lo indecible porque todas aquellas heridas y lágrimas que muestre serán propicias para asegurar la cobardía ajena. Ser bueno o actuar correctamente es, sobre todo, estorbar, ser a menudo molesto. Y -digámoslo muy claro- atentar contra la certeza o la comodidad de otros, se paga siempre.

Esto equivale a decir que el mundo tan solo es un lugar tranquilo y previsible para quien vende a diario su propio corazón, o dicho de otro modo, el mundo es tremendamente confortable para los que buscan perseguir sus propios intereses sin importarles qué demonios es eso de la ética, la honestidad o la moral. Si quieres una buena vida o disfrutas imaginándote en lo más alto, lame el culo y humíllate ante el resto. He visto a tantas personas con carreras profesionales supuestamente existosas que simplemente han hecho eso, que a estas alturas considero que esa actitud es el patrón del éxito social y se puede prescribir como infalible. Haz lo que todos esperan de tí y no hagas lo que casi nadie haría para que nadie te envidie o se avergüence. Porque el que quiere hacer siempre lo correcto está condenado a sufrir mientras decida hacerlo.

Y es bueno añadir a este recordatorio, un apunte más: el precio que paga el que actúa con honestidad es siempre muy alto. Lo se por propia experiencia. Mi propia vida es una sucesión de peajes y heridas que no niego ni oculto. ¿Y cuáles son entonces las ventajas? Solo hay una: poder mirar a la cara de todas las personas que te conocen sin culpa, sin temor y sin vergüenza. Pero ni siquiera esto llega a corto plazo porque como todos sabemos la maldad endémica milita en la obsesión por el inmediato plazo (lugar en el que se hallan ahogadas casi todas las empresas), pero la bondad auténtica no se conquista buscando el beneficio cercano sino que llega por obsesión, como resultado de un largo esfuerzo. Veamos por qué.

Lo más normal si una persona decide hacer lo correcto de forma continuada es que desespere y renuncie a ello con el tiempo. Cansado de remar contra las dificultades o aguantar continuas críticas o resistencias, lo lógico es que esta persona que alumbraba una ilusión, acabe rindiendo su propia dignidad al servicio de comportamientos infames o intereses mediocres. Solo entonces, declarada ya su obediente sumisión por medio de un hecho o un gesto que demuestre su abandono, esta persona verá caer cualquiera de las anteriores dificultades que se le presentaron, y su existencia -repleta hasta ese instante de continuas desventuras y penumbras- transitará por la más luminosa, grácil y confortable de todas las veredas. Será absorbido de manera silente por el inmenso ejército de seres que niegan cualquier oportunidad a la conciencia. Acogido como parte indivisible de una unidad de seres inerciales, será en ese momento uno más de todos los miles de millones de individuos que frecuentemente se resignan.

Se levantará entonces cada mañana para autojustificarse, se repetirá que este es el mejor de los mundos posibles y en los momentos de mala conciencia se recordará que si las cosas ocurren, sencillamente será por algo. Llegado ese momento esta persona ya no será ni el pálido reflejo de lo que era, habrá perdido el brillo que iluminaba a otros y contribuirá durante el resto de su vida de forma activa a la aceleración de un mundo malvado, cruel y deshonesto. Con una insultante condescencia hacia los que todavía lo intentan (ser buenos, me refiero), denominará madurez a este deshonroso tránsito de la esperanza al desengaño. Se mirará al espejo diciéndose que hace lo que hace por aquellos a los que quiere. Bajo esta proyección emocional que sitúa la responsabilidad moral de su vida en otros, encontrará una paz autoinducida basada en dejar que las cosas sencillamente sigan su curso.

Esta es la evolución que describe la vida de la enorme mayoría de personas que tratan de obrar de acuerdo a lo correcto. En el lenguaje de los seres conformistas y crédulos, saber callarse a tiempo -un consejo eternamente repetido- significa no resultar molesto a quienes deberían llevar una vida profundamente incómoda por cómo son, actúan o se comportan. El mediocre es toda persona que sabiendo qué es lo correcto, opta la mayor parte de su vida por elegir y actuar de acuerdo de manera diferente. Sin embargo he aquí que a veces algunas personas insistimos en militar del lado de lo correcto, sin apropiarnos o militar en ninguna idea de pureza; he aquí que a estas extrañas personas nada nos motiva más que la continua resistencia contra el desalmado, el reprimido y el triste. Y resulta que estas personas que nos alimentamos de nuestra propia paciencia, representamos la sagrada excepción al destino general de las personas buenas sin ella, esto es, somos la alternativa a la hoguera.

Ser bueno y lograr seguir siéndolo requiere así una tolerancia al dolor sin límites, un compromiso con lo que se sabe que es correcto que va más allá de las continuas decepciones, una convicción plena de que aquello que se hace es lo que se debe hacer y lo que para cualquiera debería ser exigible (imperativo categórico). Ser bueno y lograr seguir siéndolo es sobre todo morir en cada gesto, acto o palabra con las botas puestas para poder decirse a uno mismo al final de una vida que hizo todo lo que nadie esperaba que hiciera.

Porque cuando uno hace esto, cuando uno está realmente convencido de que hace lo correcto, de cuando en cuando despierta esa parte autorreprimida de la gente que de repente transforma sus corazones dormidos en flores que despiertan tras la anestesia.

Sí, tienes razón, el mundo humano es un verdadero infierno para la buena gente. No por nada demasiado complicado de entender. Sencillamente hemos poblado y llenado este planeta de auténticos malnacidos y deficientes morales sin escrúpulos. Hay mucho desgraciado suelto, mucha persona que disfruta viendo caer a aquellos cuya dignidad envidia. Y sí, también tienes razón en esto otro: el mundo por regla general está lleno de seres traumatizados y cobardes, productos de una forma de mirar la vida que nos vacía y desquicia. De modo que sí, allá donde uno mire contemplará confusión y donde quiera que uno vaya presenciará almas ateridas por el miedo, corazones congelados e inmóviles que se esconden detrás de cuerpos en continua agitación y movimiento.

Pero si uno insiste y se atreve a respetar los tiempos de la gente, se dará cuenta de que toda planta capaz de tener flores, si es bien atendida y cuidada, y si demuestra la suficiente fe y disciplina en quererse a sí misma, finalmente florece. Y si no lo hace, es que esa planta no tenía flores. Una vida sin dolor ni decepciones es más bien una agonía lenta. Siento ponerme muy flamenco pero es mejor sufrir de forma consciente que reprimirse para evitar el regalo continuo de la vida. Ser bueno no es ser fuerte o débil sino sobre todo ser vulnerable y consciente, estar presente en la vida, dar amor a quien no lo pide y lo merezca, mostrar firmeza ante la crueldad y no ser tibio o indiferente ante la injusticia. Ser bueno consiste en no vivir secuestrado por el miedo. Ser bueno es ser valiente y aprender a vivir o morir cuando no te queden fuerzas.

¿Y si esta actitud de la que son capaces muy pocas personas no es suficiente para evitar conflictos, crisis, colapsos o extinciones apocalípticas? Entiendo tu pregunta, yo tampoco tengo mucha esperanza en nosotros como especie pero si me permites, esa pregunta no me la hagas a mí, házsela a los que duermen cada noche sin haber hecho todo lo que pudieron. Yo ya tengo suficiente con lo mío: hacer lo correcto y disfrutar y sufrir las consecuencias.

 

***

La convocatoria de la segunda edición online de TRAINING DAYS comenzará en marzo de 2022. Anímate y reserva tu matrícula

Consulta nuestro catálogo de servicios de acompañamiento al cambio y formación y solicita más información a david.criado@vorpalina.com

***

Cultivar el amor por la lectura

Cultivar el amor por la lectura

 

«Y así llevó a su casa todos cuantos pudo dellos… Y con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni el mismo Aristóteles si resucitara solo para ello… Y se enfrascó tanto en su lectura que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco domir y del mucho leer, se le secó el cerebro…

Rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció conveniente y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante…

Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana se armó de todas sus armas, subió sobre su Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa de un corral salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo.»

 

maestro Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, cap.I y II

 
 

No llamamos locos a quienes lo son, sino a quienes nos hacen parecerlo. El mundo del libro dignifica la vida de quien accede a él. Hablo de relaciones sociales enriquecedoras, respetuosas y sinceras. Autores, editores, impresores, libreros y lectores formamos un sólido tejido de actos, encuentros y conversaciones que resulta emotivo y esperanzador. Aún así intentaré hacerlo en este texto.

En este artículo trataré de argumentar por qué es necesario leer y cómo desarrollar el amor por la lectura. Aunque creo que hemos idealizado el conocimiento y vejamos frecuente e injustamente a las personas analfabetas, o incultas, creo que en esto de la defensa de la lectura es necesario hacer una distinción entre personas que tienen una elevada capacidad de decisión en una comunidad social y personas que se limitan a llevar una vida sencilla y digna.

Escribo este artículo para inspirar a las personas que toman decisiones a que lean. No he podido tomar decisión más importante en mi vida que leer con frecuencia y fruición desde hace años. Sin duda leer -y todas las actividades que rodean a la lectura- te ayudarán a encontrar la paz que siempre has buscado fuera y aguardaba a que la cultivaras muy dentro.

Necesitamos que las personas que toman decisiones se comprometan a leer. Mi experiencia acompañando empresas durante estos años me dice que el nivel de conocimientos sobre la historia, la economía o el comportamiento humano que manejan los directivos es tremendamente limitado o directamente muy bajo. Intentemos remediarlo.

He dividido el artículo en 3 apartados:

  • Leer es un acto revolucionario
  • Los datos de la deriva lectora
  • Por qué y cómo cultivo la lectura

Espero, lector o lectora, que lo disfrutes.

Comenzamos.
 

LEER ES UN ACTO REVOLUCIONARIO

Para mí es evidente que las personas que toman decisiones relevantes en el mundo deberían alimentar un conocimiento en perspectiva de la vida que reúna no solo experiencias vitales inmediatas sino sobre todo un hábito lector que vista de argumentos la experiencia propia. Y la realidad es que esto, en mi experiencia acompañando a directivos/as, no ocurre. Sostengo que en el marco de sociedades altamente complejas e interdependientes, representa un comportamiento altamente irresponsable ocupar puestos de mando relevantes sin dedicarle tiempo a la lectura.

Las personas no leen porque leer requiere tiempo y espacio adecuados, y porque leer es desacelerar el alma, sintonizar la frecuencia de nuestra atención para comprender lo que otros dijeron o escribieron antes. Leer es sobre todo vivir con el compromiso de superar la mirada propia identificándome con otros. Quien lee nunca está solo porque calienta su espíritu al abrigo del eco de lo que otros lectores y escritores fueron alumbrando durante siglos. Si quieres leer -y ya te adelanto que lo necesitas- nada más adecuado que reservar un espacio y un tiempo para hacerlo para, con el tiempo -es mi caso- poder entregarte a la enfervorecida aventura de devorar páginas.

Tal y como George Orwell (1984) se encargó de dejar claro no existe nada más revolucionario que leer y escribir. En Fahrenheit 451 Ray Bradbury relataba un mundo distópico en el que legiones de bomberos se dedicaban a quemar sistemáticamente todos los libros. Hablaba de sociedades que ya existieron. El Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia Católica -que estuvo vigente 400 años hasta 1966 y cuya alargada sombra inspiraría a los sucesivos dictadores del mundo- censuraba, prohibía y quemaba libros que se escondían en los rincones y dobles fondos de los anaqueles para escapar de la misma depredación idiotizante que promovieron los nazis.
 

LOS DATOS DE LA DERIVA LECTORA

Partamos de lo básico. Vayamos a los datos. Esta es la realidad del mundo analizada desde una perspectiva desarrollista (más cantidad = mejor): Sumando los libros editados desde que se hizo el cálculo inicial de Google, podemos estimar que existen aproximadamente 150.000.000 de libros diferentes (titulos no duplicados) en el mundo. Cada día se publican 100 libros nuevos. En realidad, como lector y como profesional del libro, diré que esta estimación está muy centrada en una forma de cómputo sesgada propia de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos (el organismo de referencia y control en EEUU tal y como la Biblioteca Nacional lo es de España).

En estas cifras, la pujanza de la cultura normativa anglosajona es evidente: Reino Unido es el país que más libros imprime per cápita en el mundo. Hace poco alguien comentaba en una red asocial que en su disciplina concreta era imposible estar al día sin saber inglés. Esto sigue siendo rigurosamente cierto. Añado un ranking a esta verdad. Estos son los 10 países que más libros publican al año:
 

Rank Country Year Titles Notes Ref.
1  United States 2013 275,232 New titles and re-editions [3]
2  China 2013 208,418 New titles and re-editions [3]
3  United Kingdom 2018 188,000 [4]
4  Japan 2017 139,078 New titles and re-editions [5]
5  Russia 2019 115,171 [6]
6  Iran 2018 102,691 New and revised [7]
7  France 2018 106,799 [4]
8  India 2013 90,000 total: revised editions not included; 26% in Hindi, 24% in English, and the rest in other Indian languages [8][9]
9  Spain 2017 89,962 New titles and re-editions (ediciones y reimpresiones) [10]
10  Germany 2018 79,916 [4]

 
Los datos apuntan que se leen libros una media de 5,5 horas a la semana en los países ricos. Sorprendente cifra que no se corresponde con ninguno de los testimonios sinceros del común de las personas que tengo a mi alrededor (vivo en un país rico) y tampoco con ninguno de los directivos/as que acompaño a diario.

¿Pero lo publicado se adapta a lo leído? La respuesta es NO. Ni los datos cuadran ni las personas suelen reconocer el escaso tiempo que dedican a la lectura. Solo por citar una realidad palmaria, la media de lectura anual por países es un dato claro a este respecto: Según el World Culture Score Index «a nivel mundial, las personas afirman que pasaron 16.6 horas viendo televisión, 8 horas escuchando la radio, 6.5 horas leyendo y 8.9 horas en computadoras / Internet (por razones no relacionadas con el trabajo) de promedio cada semana.» Siguiendo con los datos, ¿Cómo se comportan en términos de hábito lector los lectores en el mundo y cuántos leen al menos 1 libro al año (sutil y épica proeza)?:
 


 

Cifra arriba, cifra abajo, concluyamos que si incluímos a todos los países del mundo (aquí solo están los que supuestamente más leen) aproximadamente lee un 40% de personas en el mundo. Esto significa que la mayoría de personas no lee nunca o casi nunca. Los datos de la OCDE son sin embargo poco creíbles -al menos en mi experiencia, insisto- dado que según este organismo 2/3 de los estudiantes de la OCDE leen por placer.

Lo que sí es fácil de creer -y los editores no dejan de repetirlo- es que las mujeres leen más que los hombres. La proporción que arroja el informe PISA de la OCDE (ciclo 2000-2009) es que un 52% de estudiantes masculinos leía por placer frente a un 73% de estudiantes femeninas. También hay barreras socioeconómicas y una relación entre nivel de desarrollo y lectura: el 72% de estudiantes de clase media o clase alta o países más aventajas económicamente aseguraron leer por placer frente al 56% alumnos en situación más desaventajada. Pese a esta celebración de cifras, la OCDE admite que incluyendo el ciclo ampliado (2009-2020) el porcentaje de lectores jóvenes por placer (y no por obligación de estudios) ha descendido progresivamente durante los últimos años. Caminamos hacia una sociedad literalmente imbécil y desprovista de conocimiento más allá de la técnica.

Los datos de la UNESCO tampoco acompañan en lo relativo a educación en términos de diversidad, inclusión y escolaridad. Según la UNESCO -no es la primera vez que lo dice- los chavales, básicamente, no salen preparados para entender la realidad actual del mundo y hay una evidente disonancia entre lo que se enseña en las escuelas del mundo y el conocimiento sobre los principales debates de nuestra especie en este momento de la historia.

En España leen en términos reales (relación entre frecuencia y cantidad) 1 de cada 2 personas. El 40% de personas no lee nunca. Los datos de la Federación de Gremios de Editores de España son claros a este respecto y apuntan a cierta recuperación del sector en los últimos años. Se venden unos 150 millones de libros al año en España con una tirada media de 2.700 libros, un precio medio de 14 € y un fondo editorial nacional de entre 500.000 y 600.000 libros. El informe panorámico de la edición española que elabora anualmente el Ministerio de Cultura de España apunta a que se traduce poco de otros idiomas (siempre menos de un 20%), lo cual representa una asignatura pendiente. Aún así parece que la concesión de ISBNs (números únicos de identificación de títulos y ediciones) vive cierto auge en los últimos 5 años, tanto como lo hace la venta de libros que no parece corresponderse con el descenso en picado de ejemplares publicados. Es decir, se imprimen menos ejemplares pero se vende un poco más cada año. Como siempre ha ocurrido, la ficción gana por goleada al ensayo en términos de facturación anual.
 

POR QUÉ y CÓMO CULTIVO LA LECTURA

Durante años he recorrido muchos quilómetros conociendo a centenares de personas y es duro comprobar cómo la mayor parte de ellas se limita a creer lo que alguien o un conjunto de personas dice y desconoce los rudimentos esenciales del cuestionamiento propio. En mi experiencia la lectura profunda y detallada -es decir, no internet, sino los libros- es fundamental en la conformación del carácter filosófico. Me refiero a una actitud de vida basada en el cuestionamiento y el disfrute de las cosas de una manera consciente e informada que te ayude a tomar mejores decisiones.

Leer es la apoyatura necesaria y básica para aprender a pensar, y aprender a pensar es practicar la verdadera libertad y autonomía en la vida. Por contra, lo hegemónico nos sugiere que no se vive de acuerdo a un criterio propio sino de acuerdo a un conjunto amorfo y aleatorio de influencias ajenas. Por descontado, estas influencias no están basadas en la solidez argumental o intelectual sino en la capacidad de impacto por captación de la atención de grandes masas. Es decir, el esperpento vence casi siempre a la sensatez y al criterio.

Nos hallamos así en sociedades que idolatran, premian y nos saturan de la ocupación explosiva (trabajo y entretenimiento) pero eliminan o excluyen la ocupación reflexiva y contemplativa (introspección, lectura, meditación, diálogo). Más allá de que unos y otros tengamos un carácter o una estructura perceptiva más o menos proclive a cuestionarnos las cosas, es fundamental entender que necesitamos conocer los detalles que articulan a nuestro alrededor la vida.

¿Cómo lo hago yo? Mi caso es extremo pero no quiero dejar de compartirlo. Leer, aunque sobre todo escribir, y en general el cultivo de la palabra, es mi gran pasión desde pequeño. Dado que soy una mezcla curiosa entre afable y huraño, siempre he pensado que debería acabar en algún momento viviendo en medio del campo rodeado de libros, con una vida tranquila y apacible (a la manera de Tolstoi) pero en continuo contacto con el mundo. Todo llegará.

Hace ya muchos años, acepté que las instituciones educativas del sistema jamás me iban a procurar un conocimiento en profundidad y riguroso porque no estaban pensadas para ello. Emprendí así una no planeada ni proyectada larga formación autodidacta en varias disciplinas de conocimiento. Me interesan sobre todo las ciencias humanas y sociales en su conjunto y desde hace años tan solo leo ensayo con esporádicas incursiones en la literatura de ficción.

En muchos casos -lo he sabido al hablar con catedráticos o doctorandos- manejo niveles de lectura en cada ámbito equiparables a una especialización universitaria o profesional. Por así decirlo he explorado -y sigo explorando a diario- el universo del conocimiento humano de manera integral y tratando de armar una visión en perspectiva e informada de las cosas que me ha aportado una mirada enriquecida en mi labor diaria.

No diría que tengo una sistemática definida de lectura, soy bastante inconstante en lo que leo. Leo siempre varios libros a la vez, nunca menos de entre 30 y 40 para poder conservar el hilo de la lectura. Lo que sí hago es dedicarle la mitad de mi jornada a la lectura. Lo hago sin un ritmo frenético, sin presión, a razón de unas 160-200 páginas en cada tanda de lectura (hay días en los que leo 1 sola tanda, otros 2 tandas y los menos días leo 3 tandas interrumpidas por descansos intermedios). Toda mi casa es una zona de lectura. Por supuesto he necesitada trabajar mucho para lograr una vida en la que pueda mantener este ritmo de lectura, pero eso daría para otro artículo

No hago todo esto conscientemente (de hecho he tenido que calcular todos estos detalles mientras iba escribiendo el artículo), tan solo lo hago porque amo hacerlo, y la única manera de amar la lectura -del mismo modo que la única manera de amar a una persona- es dedicándole tiempo. No conozco otra fórmula. Diría que lo fundamental para leer en mi caso es disponer de mucho tiempo en mi agenda.

Pero no todo en la lectura son buenas noticias, también hay peligros. El conocimiento y en general la sabiduría -que es algo muy diferente- suelen ofender. Leer, y sobre todo leer a un buen ritmo durante muchos años en una sociedad enferma diseñada para multiplicar estúpidos, también implica que uno puede convertirse en un completo extraterrestre si se descuida. Poco a poco lo notas. De repente te das cuenta de que hablas y la gente se pone a tomar apuntes, o te mira frunciendo el ceño tratando de comprender lo que dices como si fueras un marciano.

Cuando uno es vulgar sin conocimiento, entonces no tiene alternativas: solo puede ser vulgar. Cuando uno sin embargo se procura cierta formación y cultura, llega el peligro porque uno puede convertirse o bien en un imbécil condescendiente (un estúpido más estúpido que el resto porque además lo es tras haber leído), o bien en una persona fácil de tratar, respetuosa y honesta. En definitiva, tus relaciones sociales pueden resentirse si no eres capaz de modular tu discurso en función del foro y las personas con las que te comunicas o si te crees superior por haber dedicado tiempo a la lectura, lo cual sinceramente me parece patético y es el caso de buena parte de pensadores.

En mi caso, dado que ni nací ni crecí en un entorno cultural de élite -como le ha pasado a tantos otros pensadores- con personas altamente leídas con las que poder hablar en detalle de muchos temas, trato de recordar algo que aprendí hace tiempo:

Por un lado, en todo lenguaje existen lo que se denominan variedades diastráticas, es decir niveles culto, estándar y vulgar en el habla. Es útil distinguir cuándo utilizar uno y otro dependiendo de los foros en los que uno se mueva y sobre todo no caer en la ridícula y egoica condescendencia conservando la humildad. En mi caso recuerdo que leer no me hace menos ignorante que nadie, sino que me ayuda a serlo de forma noble y controlada. Por cierto, a menudo se nos olvida que nadie puede alcanzar un nivel estándar o culto en el habla sin leer.

Por otro lado, me obligo a recordar cuando estoy con amigos en un contexto informal que no estoy sentando cátedra y tan solo se trata de opinar y hablar de manera relajada. Quien olvida esto, acaba su vida como el bueno de Alonso Quijano. Y aunque hace ya muchos años que -como él- salí al campo «con grandísimo contento y alborozo«, vivo para no poder ser ignorado por el resto.
 

***

La convocatoria de la segunda edición online de TRAINING DAYS comenzará en marzo de 2022. Anímate y reserva tu matrícula

Consulta nuestro catálogo de servicios de acompañamiento al cambio y formación y solicita más información a david.criado@vorpalina.com

***