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La práctica de lo complejo frente a la tormenta perfecta

La práctica de lo complejo frente a la tormenta perfecta


 

“Hemos privatizado los beneficios y compartimos el apocalipsis”

Lorenzo Marsili, Tu patria es el mundo entero (2021). p.194


 

Este será un extenso artículo en el que trato de bosquejar las razones fundamentales por las que sentimos alergia a lo complejo mientras nos devora la tormenta perfecta que se fragua en nuestro tiempo en varias magnitudes y órdenes. Avisar de que se avecina una tormenta perfecta me recuerda a la historia de Pedro y el lobo. Unas pocas personas -tampoco muchas- llevan casi 6 décadas advirtiendo de ello. Y ahora que todo el mundo se suma al carro ante las incontestables evidencias de que la estamos cagando, y acepta que las predicciones que realizaron estas pocas personas se han cumplido e incluso se han superado, es bueno recordar el Informe de los Límites del Crecimiento (1972) y la continua turra que nos dieron muchos filósofos y sociológos alertándonos de que fabricábamos una tormenta perfecta (La Escuela de Francfort a la cabeza).

Sabemos por tanto desde hace mucho que nuestro modelo de relaciones (trabajo, sociedad, economía, afectos) es insostenible a nivel energético, climático y psicológico. Y aún así nos negamos a creerlo y practicamos continuas huidas empresariales y personales hacia adelante. Los argumentos que conocemos no son teorías engañosas porque aportan pruebas reales/científicas de lo que estamos cargándonos desde hace tiempo, pero aún así la combinación de una desposesión global de riqueza sin precedentes y una machacona insistencia en reducir la educación a una empobrecedora mirada al inmediato plazo y al interés propio productivista, han logrado que casi nadie comprenda el peligro de la tormenta en la que nos estamos metiendo. Parecemos ir encaminados a toda velocidad contra las rocas mientras en el timón se discute quien limpia la cubierta. Las pruebas, insisto, son ya incontestables y se sostienen sobre estudios científicos detallas con muestreos sociológicos, económicos y climáticos recogidos durante décadas.

Necesitamos un faro que nos guíe entre tanta desazón y desidia, tanto acontecimiento inesperado y tanta agitación masiva. Y lo necesitamos ya. Ante tan enorme complejidad global ese faro solo puede construirlo la voluntad y la demanda colectiva de un cambio significativo por pura necesidad o urgencia. Tengo claro que por convicción o inteligencia ese faro jamás se construirá. La mayoría de todo cuanto hoy somos rema en dirección contraria: la sociedad global de mercado vence por goleada a la democracia deliberativa, el individualismo posesivo al colectivismo solidario, la participación ignorante a la especialización ilustrada, el inmediato plazo al largo, la educación finalista y productivista a la instrucción de matices y perspectivas, y la certeza militante vence a la duda razonable. El cambio en esta realidad tan manipulable, sumisa y acrítica, no vendrá de lo intencional sino de lo que vaya siendo en cada momento necesario. Me gustaría creer otra cosa, pero los hechos hablan por sí mismos.

Este artículo de nuevo es otro avance de la investigación en la que ando inmerso desde hace años. Si en Por qué parece que el mundo se va a la mierda compartí mi certeza de que estamos a las puertas de la mayor crisis del capitalismo desde su invención secular, aquí expondré los principales titulares que me hacen pronosticar que no solo no estamos evitando algunos cambios disruptivos severos, sino que los aceleramos a diario. Entre ellos, destaco lo que ya han destacado instituciones tan variadas ideológica y moralmente como el Banco de Inglaterra, Accenture, la Organización de las Naciones Unidas, los países productores de petróleo, la Organización Mundial del Comercio, el WorldWatch Institute o Intermón Oxfam. El hecho de que ya prácticamente todos los expertos -economistas neoliberales, verdes o marxistas, bancos y ONGs, sociólogos y científicos ambientales de todo tipo- se sumen a la idea de que puede que se esté gestando uno de los cambios más salvajes de la historia de la humanidad, debería hacernos reflexionar sobre lo que hoy escribo.

Es evidente que todas mis tesis defienden que nos hallamos en un tiempo histórico de clara decadencia en los órdenes ecosistémico, energético-económico y social-humano. Mi posición es claramente contraria al tecnooptimismo y a la fe absoluta en la autorregulación del mercado y la satisfacción del interés común por medio del encuentro de las necesidades individuales en continua competencia. Creo que todo ello es lo que nos ha traído a esto. Soy por contra partidario del pensamiento crítico, la reinvención de nuestro modelo de relaciones, la apuesta por una cultura del cuidado y el más profundo y honesto cuestionamiento ético de nuestro comportamiento individual y colectivo.

Este artículo contará con los siguientes apartados:

  • La vida como centro y referencia
  • El estigma biológico
  • El estigma cultural
  • El estigma relacional
  • La práctica de lo complejo
  • BONUS TRACK: El sentido común

Comenzamos.
 

LA VIDA COMO CENTRO y REFERENCIA

Pocos libros de vida me resultan tan inspiradores como Desert Solitaire: A Season in the Wilderness escrito por el maestro Edward Abbey en 1968. A la sencillez de su mensaje, carente de complejidad innecesaria pero repleto de colores y matices, se une la más sensata de las profundas convicciones. Sus descripciones de la naturaleza sobrecogen: grandes cañones, paisajes desnudos, esplendorosos desiertos,… El relato de su retiro en plena comunión con lo salvaje y palpitante de la vida, se integra dentro del nacimiento de la contracultura, aquella fiebre mística que para nuestra desgracia acabó siendo -como todo lo sensato- una fiebre pasajera. Abbey actualizó el trascendentalismo norteamericano de Thoreau y revitalizó la pretérita llamada a lo salvaje que entonara Jack London. De todas sus palabras son siempre recordadas las siguientes. Reconozco que yo a veces me descubro recitándolas antes de emprender alguno de mis viajes:

Un hombre puede ser un amante y defensor de la naturaleza sin dejar nunca en su vida los límites del asfalto, las líneas eléctricas y las superficies en ángulo recto. Necesitamos la naturaleza, pongamos o no un pie en ella. Necesitamos un refugio aunque nunca necesitemos poner un pie en él. Necesitamos la posibilidad de escapar con tanta seguridad como necesitamos la esperanza; sin ella, la vida de las ciudades empujaría a todos los hombres al crimen, a las drogas o al psicoanálisis.”

Si nosotros nos alejamos cada vez más de lo natural, por su parte hoy en día la Naturaleza ya con toda claridad nos rechaza. Lo natural nos expulsa desde hace tiempo, intenta a toda costa liberarse de la más mortal de sus plagas, la nuestra. Mientras seguimos dando conferencias o haciéndonos pajas mentales con el siguiente cachibache electrónico, se aproxima la mayor de todas las tormentas perfectas. Y nosotros a lo nuestro. Pero ninguna especie animal puede sobrevivir a su ecosistema a base de mantenerse casi 200 años sobreactuando, poniendo al absoluto límite todas sus capacidades.

¿Cómo hemos llegado a este sinsentido absurdo y ridículo? De acuerdo a mi investigación hay 3 grandes estigmas estructurales que han favorecido la negación de la evidencia y nos sitúan hoy ante la tormenta perfecta:

  • EL ESTIGMA EVOLUTIVO: La manera en la que hemos evolucionado como especie (biología evolutiva) Por eso estoy tan al día de la paleoantropología y los escasísimos e insuficientes hallazgos y certezas de la neurociencia.
  • EL ESTIGMA CULTURAL: La manera en la que nos relacionamos con el mundo (cultura, técnica y generación de energía) Por eso investigo sobre la evolución antropológica y social del ser humano a lo largo de la historia y estoy en contacto diario con su comportamiento en esas organizaciones políticas y colectivas llamadas empresas.
  • EL ESTIGMA RELACIONAL: La manera en la que nos relacionamos entre nosotros (sociedad, economía y política). En la especie humana, la combinación de las 3 cosas ha comenzado a ser de forma acelerada desde hace 4 décadas una lacra para el mantenimiento de la vida en el planeta.

Cada estigma es más o menos evitable en algún sentido pero ninguno de ellos es evitable por completo. Son parte de la mochila humana y de la experiencia de vida de nuestra especie. Te invito a repasarlos conmigo:

 

EL ESTIGMA EVOLUTIVO (biología)

Empecemos por el estigma más sencillo de explicar. Somos una extravagancia evolutiva. Nos hemos desarrollado por encima de las necesidades de nuestro ecosistema hasta tratar de sojuzgarlo por completo y someterlo a nosotros. Eso ha ocurrido porque somos los grandes masturbadores mentales del reino animal. Todo cuanto tocamos lo convertimos en ciencia ficción. Nos gusta más fiarnos de lo que está en nuestra cabeza que de lo que es real o sencillamente cierto. Decía el maestro Ernesto Sábato que “el creador es un tipo a quien la realidad le viene mal“. Y eso somos nosotros, en su mayoría creadores de pajas mentales continuas. Podemos aceptarlo y tratar de controlarlo con cierta dignidad y estilo, o bien abandonarnos a ello y dejarnos perturbar por nuestras descabelladas ocurriencias. Y esto último es lo que cada vez de forma más falaz estamos haciendo.

Lo poco -prácticamente nada- que sabemos de nuestro cerebro es que consume una ingente cantidad de energía corporal y que no para, que está siempre en continuo e incesante movimiento, ideando la mayor parte del tiempo cosas que no existen hasta convertirlas en ciertas. Tatúate esto en la memoria: disponemos de un cerebro que dejó de evolucionar significativamente en el Paleolítico tratando de sobrevivir en un mundo que nunca antes ha existido y para el que no existen aún leyes ni instituciones medianamente preparadas. Somos hombres de las cavernas construyendo rascacielos y mundos paralelos. Somos perfectamente capaces de pensar una cosa y hacer exactamente la contraria sin experimentar grandes remordimientos colectivos. Mezcla un cerebro perfectamente armado con millones de atajos y automatismos inconscientes para la supervivencia y la adaptación, con una capacidad técnica que rivaliza con los dioses y comprenderás el lio en el que estamos metidos. Todo se complica si recordamos que hasta la aparición de la ciencia -y aún hoy dado que la ciencia está todavía eclipsada por el poder real de nuestras pretéritas ficciones- nuestra manera de abordar la realidad ha consistido en huir de ella o negarla para controlar nuestro miedo a la naturaleza y la incertidumbre.

No soportamos la realidad natural que no es otra cosa que una combinación de alegrías pasajeras y esfuerzos y dolores constantes. En consecuencia fabricamos grandes y pequeñas neurosis, conglomerados intelectuales de conceptos, agendas llenas de confusión y dispersión continua, comunidades físicas que repelen o huyen del contacto con la naturaleza. No soportamos por ejemplo las estaciones del año ni los ciclos y ritmos propios de cada cosa, antes bien tratamos de imprimir nuestros propios tiempos a las cosas.

Como le pasó al bueno de Don Quijote (probablemente el arquetipo del ser humano moderno por excelencia junto a Fausto), resulta que de tanto imponer y de tanto inventar, se nos secó el cerebro. Literalmente. Estamos distraídos, perdidos y agotados. Nos pesa la pretérita y constante invención humana de los últimos 10 milenios. La llevamos a la espalda como quien lleva un castigo. Y tal y como les ocurría a las personas de la cueva de Platón, al no conocer otra realidad que la proyectada no nos atrevemos a creer que existe la realidad propia, la natural, la que siempre será y ha sido. Y así negamos todo lo innegable, creemos todo lo increíble, defendemos todo lo que no tiene defensa.

 

EL ESTIGMA CULTURAL (cultura, técnica y energía)

El paleobiólogo Thomas Halliday ha declarado que el ecosistema actual en el que vivimos no se parece en nada a los otros 15 anteriormente conocidos a lo largo de la historia. Aunque ha habido cinco extinciones masivas en la historia del planeta, y la mayor acabó hace 250 millones de años con el 95% de la vida, lo cierto es que muchas de las características que estamos provocando gracias al enfrentamiento continuo entre cultura humana y biología orgánica desde hace décadas se parecen bastante a un escenario pre-extinción masiva: reducción drástica del número de especies, sobresaturación de una sola, agotamiento acelerado de recursos naturales, grandes cambios climáticos… Sería aventurado decir que estamos al borde desaparecer pero hemos generado las condiciones adecuadas para la gestación de una tormenta perfecta. Repasemos una a una algunas de estas condiciones perfectas: nuestra relación con el tiempo, la manera en la transformamos y consumimos energía y nuestra relación con la técnica

ACELERACIÓN: Llamamos vida a esa ficción lineal que hemos inventado llena de cajones, lenguajes, símbolos, categorías y edificios. Es una invención repleta por doquier de ángulos rectos que está presente en una extensa sucesión de jornadas diarias aceleradas por la inercia. Su mirada nos juzga con dureza cuando paseamos por las calles del centro de cualquier ciudad, al montarnos en un coche para ir a una cita o acudir a una empresa a trabajar. Estos dos últimos actos que menciono -querer “llegar antes” a un sitio que nos gusta y querer “salir antes” de otro que no- son ya indisolubles de la voluntad artificialmente adquirida de ir en todo momento más deprisa. Lo importante hoy no es llegar, sino llegar antes que otros. El problema es que cuando todo tiende a ser antes, nada puede ser ahora.

Eficacia -nos decía Drucker y repetimos como loros una y otra vez- es hacer bien lo correcto. Sin embargo nosotros decidimos qué significa “hacer algo a tiempo” y qué significa “no llegar” a él. No puede habitar un espacio quien no habita también un tiempo. Uno puedo estar queriendo siempre hacerlo todo antes o deprisa pero al existir de este modo niega su capacidad de vivencia. Estar aquí y ahora se ha convertido en un ejercicio angustioso para quienes luchan contra su distracción continua. Y la belleza es un premio destinado tan solo al que permanece atento. Por contra, en una sociedad agitada el derecho a la paz, el amor o el afecto se convierten en privilegios y se consumen empaquetados como artículos de lujo. Uno va corriendo a hacer yoga porque “no llega a tiempo“, otro va deprisa al teatro con su pareja porque “salió tarde” de otro sitio que teóricamente le importa menos que ella pero al que en la realidad le “dedica más tiempo”. La vida urbana posmodern transcurre así sin acabar nunca de estar aquí porque viviendo en el antes y en el después se evita el ahora. Y ante la incapacidad de gobernar nuestro presente y hallarnos en el encuentro mutuo, ya otras personas -cada vez menos, como hemos visto- lo deciden por nosotros.

ENERGÍA: Nuestra relación actual con la energía está basada en la completa falta de eficiencia y en el despilfarro continuo de los sumideros del mundo. En 1957 el Almirante Hyman G. Rickover nos advirtió de lo que está pasando. Para medir el rango de desastre al que nos aproximamos por medio de un despilfarro desastroso de recursos, sirva este dato: Sabiendo que conocemos los combustibles fósiles desde hace 3.000 años, todos los combustibles fósiles empleados antes del año 1900, TODOS de todos los tiempos y todas las zonas del mundo hasta esa fecha, durarían tan solo 5 años al ritmo de consumo de 1957. Esa es la fecha en la que Rickover dio su conferencia; imaginen cuánto durarían hoy con 4 veces más población humana que entonces. No es que vivamos por encima de nuestras posibilidades, es que vivimos desde hace décadas por encima de las posibilidades de TODO EL PLANETA.

TÉCNICA: Respecto a la Técnica actual (mayoritariamente industria pesada deudora de los combustibles fósiles y tecnología digital soportada en recursos naturales que se agotan y procesos extractivos precarizantes) está en una fase de huida hacia adelante y negación continua de la realidad que se enmarca dentro del ciclo de duelo que la maestra Elizabeth Kübler Ross (1969) ideara en su día. Y gracia a ella sabemos que los tiempos de las etapas de duelo que tiene todo moribundo, son difícilmente acortables. Nuestra actual relación con la tecnología es acrítica, diría que religiosa. Nos movemos como zombies guiados por tendencias sin controlar ni cuestionarlos quién y cómo las fabrican, para qué las utilizan o quienes se benefician en mayor grado de ellas. No tenemos, por así decirlo, acceso al código fuente de nuestras vidas. La técnica no obstante decide la mayor parte del tiempo por nosotros: qué compramos, qué comemos o incluso qué y cómo somos. El algoritmo arbitra y dirime nuestras vidas donde antes gobernaban los prejuicios sociales. Si bien éstos redundaban en insuficiencias y carencias continuas, lo cierto es que la capacidad de limitación de la experiencia de vida de los algortimos ha superado con creces a la capacidad de articulación y aproximación comunitaria de los prejuicios. Los algoritmos no solo aumentan nuestros sesgos cognitivos sino que se aprovechan de ellos y nos mantienen en una continua caja de resonancia. Uno tiene que luchar cada día contra lo que le sugieren para aprender a saber lo que verdaderamente quiere. Esto implica que la mayor parte del tiempo la técnica actual es conscientemente malintencionada, algo que no ocurría con la invención de la azada, la espada de cobre, el tren de vapor o el teléfono, solo por citar algunos ejemplos. La técnica de hoy es casi por completo ideología enmascarada de progreso inevitable. Es así, por lo general, excluyente y no inclusiva. Otra cosa es el uso que hagamos de los frankenstein que se multiplican… que a veces -solo a veces- nos ayudan a comunicarnos mejor. Ahí están los casos del correo electrónico, las videoconferencias o las comunidades de trabajo online basadas en plataformas abiertas.

 

EL ESTIGMA RELACIONAL (sociedad, economía y política)

Nuestro modelo de relaciones es altamente inmaduro y desde el punto de vista de la teoría y la práctica política es claramente insuficiente para abordar retos globales. Mientras el mundo literalmente se va a la mierda, dedicamos nuestras mañanas a mapear el abismo y nuestras tardes a debatir cómo llegaremos a él, cuando y de qué manera. Una cumbre tras otra y una decisión diaria tras otra nos demostramos que nuestro deseo de comodidad inmediata vence casi siempre a nuestra capacidad real de evitación de un desastre futuro. La Historia nos demuestra que somos buenos para rehacernos tras las situaciones límite pero horriblemente necios para evitarlas.

En términos de conciencia y coherencia lógica somos desastrosos. El pensamiento científico-crítico solo ha podido superar a la religión como instrumento para mejorar la técnica, pero jamás como herramienta lógica de toma de decisiones y gobierno. Seguimos siendo vapuleados por nuestros prejuicios y creencias. Otra constante en la Historia es el malditismo de los sabios o genios: las personas más inteligentes y sensatas raramente progresan, son reconocidas en vida o medran. Basta entrar a un parlamento y escuchar a un político para darse cuenta de que la sensatez es nublada por la necesidad continua de agradar a otros. Tenemos serias limitaciones como especie para practicar el verdadero gobierno colectivo de acuerdo a estándares éticos universales, lo cual nos ayudaría a gobernar los problemas globales. El cosmopolitismo de la escuela cínica formulado hace 2.500 años o la ética cosmopolita del maestro Kant formulada hace 250 años continúan siendo ideas revolucionarias e inéditas imposibles de ser llevadas a la práctica. Ganan por goleada los identitarismos sectarios y la demagogia más barata.

Todo esto ocurre porque durante siglos hemos practicado la autocensura continua y a rasgos generales nuestro comportamiento social no dista demasiado del de una hormiga salvo por el hecho de que ninguna hormiga atenta contra su colonia. Ni qué decir tiene que la manera en la que nos relacionamos hoy en día es suicida. Nos afecta psicológicamente a nivel individual y está generando unas patologías colectivas dificilmente curables. He hablado de todos estos síntomas ampliamente en otros artículos y te invito a que navegues por el blog.

En lo relativo a nuestros representantes y líderes tanto como los medios y canales de relación actuales, todos ellos caminan exactamente en la dirección contraria a todo cuanto necesitas ahora mismo. La práctica totalidad de las decisiones políticas (gubernamentales y empresariales) contradicen cuanto sería hoy recomendable y sensato. El propio pensamiento empresarial es a menudo contrario a la vida y hemos sido capaces de alumbrar la incongruente ficción de que la economía puede practicarse al margen de la ecología. No paro de escuchar a clientes que me piden que “motive o de esperanzas a su gente” en una suerte de oráculo continuo en el que alguien debe venir a motivar lo que tú diariamente desmotivas. Como auténticos imbéciles creemos que las palabras o las presentaciones son más importantes que los actos, y si lo creemos por desgracia lo convertimos en cierto.

Ningún otro animal ha sido tan estúpido como nosotros a un nivel MACRO y tan increíblemente inteligente a niveles MICRO. Sorprende lo fatal que empleamos a diario nuestras capacidades cognitivas poniéndolas al servicio de irracionales creencias al mismo tiempo que mandamos una nave a Saturno a millones de quilómetros de distancia de la Tierra. Con la misma tecnología con la que mágicamente dividimos un átomo, asolamos ciudades con cientos de miles de habitantes.

Después de esta época -como en momentos similares de la historia- y tras una inmensa criba y selección de personas, ideas y sistemas, quedarán muy pocas de las actuales certezas. Mi perspectiva ante esta realidad consiste en no perder nunca la esperanza y trabajar siempre desde lo que las personas y los entornos pueden hacer, y no desde lo que a mí me gustaría que hicieran. Lo hago por un sencillo motivo. Por mucho que un inocente individuo repleto de argumentos tratara de hablar con la enorme mayoría de propietarios de empresas o corporaciones actuales sobre todos los continuos indicadores que hablan de un futuro ecofascista, una desigualdad nunca antes vista, una carestía de alimentos generalizada, la pérdida de conquistas sociales que han costado milenios o las consecuencias funestas de mirar hacia otro lado en cada junta de accionistas, no lograría otra cosa que silencio o un rechazo absoluto.

Digámoslo abiertamente: la práctica totalidad de los inversores que conocemos quieren rentabilidad económica y les importa un huevo lo que les digan más allá de los márgenes de beneficio. Es así de simple por mucho que resulte doloroso. Hablar de inversores verdes y capitalismo verde basado en mantener los mismos márgenes de crecimiento es el nuevo engaño masivo. Dado que nuestra economía es hoy una economía financiera global basada en la deuda, por mucho que nos vendan que el cliente manda, en realidad manda siempre la voluntad de los que más o mejor consumen la capacidad adquisitiva de las personas. Y estas personas se han llamado y se siguen llamando inversores.

Por otro lado en un modelo socioeconómico como el actual, de suma cero, quien tiene es sencillamente porque le ha quitado a otros. Todos le quitamos cosas a los demás, sin excepción. El problema es cuando unos pocos se quedan con casi todo. Y tú dirás, amigo mío, que puede que tras la pandemia hayan cambiado las cosas porque nos hallamos concienciado de que no podemos continuar así. Y tienes razón: las cosas han cambiado, pero a mucho peor. Actualmente hay en el mundo 2668 milmillonarios, 573 más que en enero de 2020 cuando comenzó la pandemia. Mi pulso tiembla al escribir la siguiente frase porque jamás pensé que llegaríamos a esto pero… Los 10 hombres más ricos del mundo poseen más riqueza que el 40 % más pobre de la humanidad, es decir que en el año 2022 tan solo 10 personas poseen la misma riqueza que 3.160.000.000 de personas. La riqueza total de los 2668 milmillonarios equivale ahora al 13,9 % del producto interior bruto (PIB) mundial, 3 veces más que la equivalencia existente al comienzo del año 2000 cuando suponía el 4.4 %. Elon Musk, el hombre más rico del mundo, es tan rico que si perdiese el 99 % de su riqueza, seguiría formando parte del 0,0001 % de las personas más ricas del mundo. Desde 2019, su riqueza ha aumentado en un 699 %. Los ingresos del 99% de la humanidad se han deteriorado por la pandemia con pérdidas equivalentes a 125 millones de empleos a jornada completa en 2021 hasta el punto de que 1 persona perteneciente a la mitad más pobre de la población tardaría 112 años en ganar lo que alguien del 1% + rico gana en tan solo 1 año.

Quien crea que no está pasando nada a nivel global y que hemos vuelto a la normalidad, no se entera de nada. De hecho si eres de esos ingenuos homicidas socales que piensa que los 10 oligarcas más ricos se lo han ganado solos… un día tomamos un café y te lo explico pero vente a esa cita protegido con una collejera. No me molestan las personas que tienen mucho dinero, me molestan las que necesitan empobrecer y sojuzgar la vida de otras para acumular riqueza. Esas personas son íntegramente inmorales porque promueven una realidad social sencillamente abominable. No existe ningún caso de similar desproporción social en todo el reino biológico animal y en toda la historia de la humanidad hasta nuestros días. Quien defienda que un mundo donde la riqueza está cada vez más concentrada puede ser un mundo relativamente justo o habitable es que no tiene ni la más mínima noción de teoría de sistemas, comportamiento animal, historia o antropología social y cultural. Una cosa es defender que la desigualdad es inevitable en todo tipo de comunidades sociales históricas y otra muy distinta es defender que el neofeudalismo oligárquico o el ecofascismo que se está perfilando será una salida digna a todas las encrucijadas actuales para la enorme mayoría de personas.

Para hacerse una idea del extremo nivel de aproximación al abismo en el que estamos inmersos, tan solo hace falta ver que los nuevos milmillonarios creados durante la pandemia pertenecen a 4 sectores económicos que marcarán el futuro inmediato de la humanidad:

  • Agronegocio (ante la hambruna extensible y la incapacidad de transporte de alimentos de los próximos años)
  • Combustibles fósiles (ante la lucha por un bien accesible en la actualidad que se convertirá en privilegio, y ante la incapacidad de las alternativas energéticas para mantener el actual ritmo de vida)
  • Fármacos (ante el aumento de las vacunas y brotes globales)
  • Tecnología (ante la continuación de una paja mental que ya me agota y dura ya décadas pero que cuenta siempre con renovadas víctimas rituales en cada nueva generación de ingenuos).

 

LA PRÁCTICA DE LO COMPLEJO

Nuestra indefectible alergia a lo complejo nos genera grandes achaques. Lo complejo sencillamente nos acojona. Sin embargo uno no puede argumentar o justificar que no se pondrá manos a la obra “porque algo es complejo”. Negarse a coger un fruto del árbol porque no se conoce el bosque al completo es un acto de idiotez severa. Desistir de subir a ese mismo árbol y morir de hambre porque al subir puedo caerme, es ya de ser completamente gilipollas. Hemos llegado hasta este punto porque hemos querido simplificar en exceso la vida a un juego de suma cero basado en la oferta y la demanda de servicios y productos materiales. Y nada a nivel ecosistémico funciona de este modo tan pobre. Si lo pensamos, la vida simple y cómoda que hemos querido mantener ha estado llena de sacrificios y esfuerzos demasiado grandes para disfrutar de tan poco. Comparto algunas pequeñas reflexiones que compartía en twitter hace poco:

La naturaleza de la vida es la complejidad. En la vida no gobierna lo simple sino que determina lo complejo. Todo en la vida es una combinación de acciones y vacíos de acción que los seres vivos conocen o ignoran, pero cuyas consecuencias siempre les afectan. Quien no habita la complejidad no vive sino que se limita a ir muriendo. Uno puede negarse a explorar el detalle o lo profundo pero decidiendo hacerlo por acción u omisión, acabará siempre centrifugado por el enorme poder de lo complejo. Toda persona tiene la obligación moral de explorar la realidad que vive tratando de extraer aprendizajes. Quien se niega a frecuentar lo complejo sume su existencia en un océano de frustraciones y entrega a otros la capacidad de ejercer como ser vivo.

La alergia a la complejidad es un estigma social y un incapacitante individual provocados por la ausencia de pensamiento crítico y la ignorancia militante acerca de los comportamientos, ritmos y ciclos consustanciales a “estar vivo”. La vida es ante todo interdependencia y ningún comportamiento natural sujeto a ella es en realidad autónomo o independiente. Todo está conectado antes o después. Quien se niega a hacer, decir o actuar sobre algo porque ese algo es complejo, se distancia de la vida. No podemos percibir la Belleza sin habitar la complejidad. El goce siempre se encuentra en los detalles y en la fascinación continuada por lo desconocido, lo imprevisto o lo diferente. Todo es complejo siempre que esté vivo y todo es sencillo solo porque está muerto.

La idea de comprenderlo todo para luego poder abordarlo -lo que hemos hecho hasta ahora- es por tanto completamente suicida, inmovilizante y carente de lógica. Lo complejo no se comprende sino que se practica. Con lo complejo se interactúa porque es la fuente esencial que nos permite sobrevivir en la ficción de lo simple.

 

BONUS TRACK: EL SENTIDO COMÚN

Por su parte, el sentido común de un ser humano es ante todo la conciencia del funcionamiento, ritmos y ciclos de la naturaleza. Quién está o insiste en permanecer fuera de la naturaleza, se aleja de lo común para abrazar su construcción o identidad ficticia como individuo. Hubo un tiempo para trabajar en todo lo que podíamos evitar y como humanidad, y como sociedades, no lo hicimos y seguimos a lo nuestro. Ahora todo ha cambiado. Los indicadores del PeakOil, las emisiones indiscriminadas de moneda, el regreso a la fe suicida en la deuda, el aumento de la financiarización tras una crisis de 2008 de la que aún nadie se ha recuperado, el auge de los populismos e identitarismos fraccionarios, el cuestionamiento de las realidades más básicas, la generación de una nueva economía basada en lo invisible y dirimida por muy pocos, el aumento imparable de las temperaturas, la proliferación de fenómenos naturales anómalos, la intensiva contaminación de los alimentos que ingerimos, la extinción masiva de especies, el crecimiento demográfico sin medida,… todos estos y más indicadores dibujan una complejidad inabarcable. Ante ella parece ineludible tender a simplificaciones estúpidas o promover nuevas negaciones de las evidencias. Pero nada salvo recuperar el contacto, estudio, conocimiento de la naturaleza que reclamaba Abbey nos salvará de la vorágine que se avecina.

Ante la tormenta perfecta, cabe sobre todo la aplicación ordenada de nuestros conocimientos pero ante todo la recuperación de un sentido común que hemos ido destruyendo poco a poco hasta olvidarlo por completo. Ante el algoritmo, la fidelidad a los ritmos y ciclos de nuestra naturaleza. El sentido común es una tecnología social tácita creada a lo largo de muchas generaciones y capaz de dar respuestas inmediatas ante riesgos imprevistos. Es una gran herramienta porque combina una dilatada experiencia contrastada con una capacidad de respuesta medianamente efectiva. Dice un refrán que “el sentido común es el menos común de los sentidos”. Y así es, pero aún así merece la alegría y la pena practicarlo. Creo que cada uno debe practicar el sentido común a su manera pero que hay algo que todos necesitamos y compartimos.

Con independencia del modo de vida que cada uno elija, sería bueno recordar algunos elementos de referencia o de sentido común para controlar todos los estigmas estructurales que he enunciado en este artículo y que nos acompañan a diario. Tan solo hablaré de una selecta colección de todos cuanto tratao de practicar en mi propia vida. Y son estos (de todos ellos he escrito algo):

Esto al menos para empezar 😉 Y vale para lo individual y lo colectivo, lo sencillo y lo complejo.
 

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El valor del trabajo

El valor del trabajo

 

Debemos juzgar el dinero de acuerdo con su verdadero valor ponderando
el fin por encima de los medios y prefiriendo lo bueno a lo útil

maestro John Maynard Keynes

 

Hoy escribiré sobre el trabajo, un ámbito de estudio, investigación y acompañamiento que suelo abordar con mis clientes. El futuro del trabajo es incierto pero las tendencias reales que observo a diario son sin embargo muy claras.

Sobre este particular versa uno de los ensayos que me encuentro escribiendo ahora en el marco de mi proyecto de investigación (ese ambicioso trabajo que es mi legado a este mundo que me tocó vivir y consta de 4 libros). En dicho ensayo no solo comparto una foto detallada de la historia del trabajo y la empresa, sino una crítica furibunda y argumentada de por qué necesitamos transformar profundamente el mal llamado pensamiento empresarial.

Este artículo es un breve aperitivo de todo ello y consta de 4 partes que espero que te inspiren:

  • El trabajo os hará libres
  • Marco teórico de estudio del trabajo
  • El valor del trabajo en nuestro tiempo
  • Caso práctico: Qué hacer para dignificar el trabajo

Comenzamos.

 

EL TRABAJO OS HARÁ LIBRES

Hace ahora casi 100 años que el maestro Keynes -al que considero el mayor economista del siglo XX- pronunció en la Universidad de Madrid las palabras que encabezan este artículo a modo de cita. Rondaba el año 1928 y tituló a su conferencia Las posibilidades económicas de nuestros nietos. En ella imaginó y describió el futuro que profetizaba que le esperaría a los jóvenes que vivieran 100 años después, en 2028. Queda poco para eso, apenas unos años. En dicha conferencia predijo que las personas se sentirían desligadas o desconectadas de la economía. También predijo que para entonces habríamos destrozado nuestro medio ambiente como resultado de una comprensión de la explotación, la producción y el consumo que causaría estragos irreversibles en el ambiente natural. El ensayo -insisto, hace 100 años- comenzaba de este modo: “Estamos sufriendo precisamente ahora un ataque inadecuado de pesimismo“. Lo decía por la cruda corriente de desmotivación que poblaba los mercados tras el desastre económico del año 1929. Pero tan solo 9 años después de esta conferencia estalló el mayor episodio histórico de violencia de la historia de la humanidad: la II Guerra Mundial, que trajo consigo la sistematización colectiva del Infierno de Dante a manos de los nazis, aquellas personas totalitarias inspiradas por ideas que hoy -incomprensible y estúpidamente- volvemos a encumbrar y dar espacio en las democracias europeas. La historia, dicen algunos, se repite.

A la entrada de los campos de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, Gros-Rosen, Sachsenhausen; Neuengamme o Dachau figura una inscripción que todavía hoy puede verse como recordatorio de la mayor barbarie global perpetrada por la humanidad. Dicha inscripción reza ARBEIT MACHT FREI. Literalmente puede traducirse por “El trabajo os hará libres. Toda persona que entraba a un campo nazi o volvía a él tras realizar trabajos forzados podía leer esa inscripción tomada de una novela de Loren Diefenbach, autor nacionalista alemán del siglo XIX. Ante esa revelación continua, cualquier persona albergaba aún una esperanza movida por una falsa llamada al sacrificio, un afán continuo de supervivencia y la más cruel de las alusiones a esa creencia judeocristiana de que la cultura del esfuerzo todo lo puede.

El lema había sido copiado por el NSDAP (el partido nazi) del lema oficial de la anterior República de Weimar que combatió el desempleo alemán a base de generar grandes construcciones públicas que requerían ingentes masas de trabajadores y mano de obra. En algunos campos de exterminio, Heinrich Himmler añadió bajo la inscripción las siguientes palabras: “Hay un camino a la libertad. ¡Sus pilares son obediencia, laboriosidad, fidelidad, orden, limpieza, sobriedad, veracidad, sacrificio y amor a la patria!“.

En el campo de exterminio de Buchenwald la expresión ARBEIT MACHT FREI se cambió por JEDEM SAS SEINE, literalmente “A cada uno lo suyo” en clara referencia a la condición que por justicia nazi a cada persona le correspondía en este mundo, pero también un lema que sería igualmente aplicable a los adoradores del “Si quieres, puedes” o el “Si es pobre es porque no trabajó lo suficiente. La expresión JEDEM SAS SEINE había sido traducida al alemán del latín SUUM CUIQUE, empleado por la monarquía prusiana como recordatorio del lugar que cada persona merecía en la Tierra, incluida la posición de privilegio de la realeza.

A la enorme mayoría de personas que se adentraban en aquellos lugares de atrocidad y horror, lo que les esperaba era el trabajo que antecedía con suerte a una rápida muerte en cámaras de gas o a una lenta agonía por enfermedas y hambruna. La mayoría de ellos comenzaban creyendo que lo que hacían podría garantizarles la supervivencia, pero en realidad casi todos ellos murieron tras arduos, severos, inhumanos e ingentes esfuerzos. Es difícil imaginar algo más doloroso que trabajar cada día por algo que casi nunca llega. El maestro Victor Frankl, superviviente de uno de estos campos, enseñó a sus compañeros de campo que cualquier posibilidad de supervivencia jamás llegaría por el trabajo y tan solo llegaría por algo que nadie podía quitarles: la dignidad y la esperanza que cada uno se diera a sí mismo aún en medio de aquel infierno.

Desde la invención del trabajo en el Neolítico, nuestra comprensión del esfuerzo ha estado vinculada a la generación de sentido. Queremos creer que lo que hacemos sirve para algo. Trabajamos para “ganarnos la vida“, para “tener un sitio” o “encontrar nuestro lugar“. Al esforzarnos nos sentimos útiles. Nos levantamos cada mañana para acostarnos cada noche diciendo “Yo hago lo que puedo“. Pero ¿cómo lo hacemos? y más importante aún… ¿hacia dónde nos lleva como sociedad lo que cada uno hacemos y cómo lo estamos haciendo hoy?.

Veámoslo.

 

MARCO TEÓRICO DEL ESTUDIO DEL TRABAJO

Una estupenda, ligera y entretenida aproximación al lugar del trabajo en nuestras vidas a lo largo de la historia la ha hecho recientemente James Suzman en su libro Trabajo (2021). En ella se aborda la vinculación del sentimiento de culpa y la cultura del esfuerzo al mito bíblico del Edén, el jardín que todo lo provee, de cuya expulsión por influencia de la mujer, hizo que los descendientes de Adán y Eva tuvieran que “ganarse por sí mismos la vida“, relegando a la culpable de la expulsión -de acuerdo a este mito- a un lugar residual en el futuro sistema productivo. En realidad este mito no es exclusivo -nos recuerda Suzman- de las culturas abrahámicas. Todo mito de la creación, toda historia de un principio, lleva implícito un tiempo anterior donde ni quisqui trabajaba hasta que llegado un momento concreto, surge -como castigo o redención- la necesidad del trabajo. De eso a la muerte japonesa por trabajo (karoshi) distan solo unos pocos milenios en el curso de los cuales creamos la esclavitud sistemática que sostenía todos los imperios desde la Edad Antigua hasta la Edad Moderna. Por fortuna los grupos antikaroshi y las demandas de una mejor comprensión del trabajo prosperan a día de hoy aunque siguen siendo aún minoritarias.

Muchos autores han reflexionado ampliamente sobre el lugar que ocupa el trabajo en nuestras sociedades. Una estupenda retrospectiva histórica sobre el trabajo en España la coordinó Santiago Castillo bajo el título El trabajo a través de la historia (1996) donde decenas de autores dejaron por escrito la evolución del trabajo en el territorio español por medio de pequeños ensayos acerca de casos y realidades muy diversas. Miguel Ángel Muñoz Muñiz escribió en 1975 otro ensayo fascinante y riguroso sobre la Historia social del trabajo en EuropaLa mítica editorial Anthropos editó 2 libros de Enrique de la Garza en los que analiza bien las tesis de Offe, Richard Sennett, Zygmunt Bauman y Ulrich Bech sobre la transformación del trabajo en nuestros días con aportaciones interesantes acerca de la fragmentación de las identidades causada por trayectorias laborales discontinuas. Este fenómeno creciente propiciado por una competitividad endémica se sustenta sobre la volatilidad de las ocupaciones, lo efímero de la idea de “colaboraciones” esporádicas, la alienación social asociada y la creciente flexibilidad posfordista del mercado laboral que se decanta del lado de la progresiva precarización del empleado y no del mutuo beneficio de todos los actores (empleador y empleado).

Ni qué decir tiene que las reflexiones en torno a qué es el trabajo y cómo organizarlo han sido claves en los diferentes hitos históricos que se han sucedido en la Edad Moderna desde La riqueza de las naciones del maestro Adam Smith hasta El capital del maestro Karl Marx pasando por el nacimiento de la psicología profunda, las teorías del psicoanálisis de Freud, Adler y Jung, sin olvidar por supuesto la larga estela inspiradora que dejaron los padres de la Teoría Crítica formada en Viena. En definitiva todo lo que somos y hacemos hoy tiene que ver con el valor y el lugar que le damos al trabajo.

Verdaderas cabezas pensantes de la modernidad como Herbert Marcuse, Jurgen Habermas, Hans Georg Gadamer, Jean Baudrillard; Erich Fromm o Pierre Bourdieu han escrito ríos de tinta acerca del trabajo. El maestro John Maynard Keynes predijo el futuro desempleo asociado a la tecnología y la futura tendencia de reducción de jornadas laborales debida a la automatización del trabajo y el crecimiento poblacional. A Anthony Giddens le obsesiona todo lo que tenga que ver con el trabajo y mucho antes que ellos Max Weber dejó dichas muchas reflexiones que todavía hoy son actuales. No se entiende el trabajo sin entender el impacto que tuvieron 2 fenómenos que considero conectados: la emergencia de la fe en la escuela económica austriaca en la década de 1980 y la durísima crítica infértil y poco constructiva contra la modernidad que realizaron GIovani Vattimo y Jena Francois Lyotard en la misma década. Lo primero rompió el mercado económico hasta la fecha; lo segundo dejó sin una idea de verdad, ninguna certeza y una dispersión continua a las generaciones de jóvenes que se han sucedido desde entonces.

Los pensadores del star system actual (del tipo de Slavoj Zizec o Byung Chul Han) no han parado de hacer referencia al carácter esclavista o falto de ética en muchos aspectos que conlleva la comprensión actual del empleo. Una vez que los antiguos ilustrados dieron a Dios por muerto, después de que Nietzsche proclamara la muerte del hombre, en las últimas décadas también se ha declarado la muerte del trabajo. El autor más conocido que se ha unido a este fenómeno es Jeremy Rifkin (El fin del trabajo: nuevas tecnologías contra el trabajo, el nacimiento de una nueva era, 2010) aunque sin duda es el menos importante y tan solo es el último de una larga serie de pensadores que enunciaron el nacimiento del postrabajo, un modelo de relaciones en el que necesitaremos rediseñar los horarios laborales, las costumbres sociales y la redistribución de la riqueza. Todo apunta a que la cosa no será más justa. Los cambios que se han sucedido tras la pandemia apuntan a ello.

Mark Fisher ha escrito sobre al privatización del estrés, Remedios Zafra ha denominado expectativa cruel al sistema de injusticia sobre el que se asienta la producción cultural y cualquiera de los trabajos inmateriales en nuestro tiempo. La autora ha señalado que en nuestra sociedad del entusiasmo la precariedad y la gratuidad son los vehículos que sostienen en vilo el conjunto de cuerpos e intereses que luchan por la supervivencia continua. En este contexto la neutralización ética que favorece la inacción y la pérdida de derechos y libertades se produce de forma tácita entre personas o empleados que temen perder su fuente de ingresos porque -tal y como recuerdan desde hace décadas muchos directivos de banca a sus empleados- “hace mucho frío ahí fuera“.

 

EL VALOR DEL TRABAJO EN NUESTRO TIEMPO

Durante los últimos 20 años el mundo de los negocios se ha envilecido de una manera que sorprende. He vivido este proceso de precarización continua acompañando momentos de transición en empresas en las que se sinceraban los propietarios del negocio y los empleados. He acompañado muchos procesos dolorosos pero también he ayudado a mejorar la realidad diaria de mucha gente que había perdido la ilusión en un contexto de común desesperanza.

Por norma, el valor del trabajo a menudo queda a la altura del zapato y diferentes estrategias y tácticas -conscientes o inconscientes- han ayudado a precarizar un mercado laboral que por lo general atenta contra la dignidad de las personas. Si en el pasado reciente las ofertas de trabajo llevaban asociada una retribución exigua para todo aquel que empezaba a abrirse paso, durante estos años he observado en el mundo empresarial (clientes y conocidos) cómo esta tendencia se ha extendido a todo tipo de profesionales cualquiera que sea su formación, condición o ámbito de actividad.

Esto se nota especialmente en las políticas de retribuciones salariales a la baja que fomentan las grandes corporaciones en la actualidad. Un empleado que entra a trabajar en una gran empresa hoy suele tener por defecto peores condiciones laborales (salario base, pluses o beneficios añadidos) de las que tenía un empleado hace 20 años. Está ya generalizada la costumbre de aumentar los incentivos y recortar el salario cotizable y suele ser muy frecuente que el IRPF deducido en cada nómina mensual de un empleado por cuenta ajena sea mínimo de manera que se haya de regularizar la diferencia entre ese mínimo porcentaje deducido y el adecuado, mediante un pago posterior en la declaración anual que todo ciudadano debe realizar a la Hacienda pública. Estas y otras prácticas más lamentables son el pan nuestro de cada día y cualquiera que haya prestado servicios de acompañamiento empresarial o consultoría las conoce.

Se tiende además al empleo autónomo y la contratación de personas que trabajan por cuenta propia, de acuerdo a una inercia que no me parecería falta de ética si no llevara aparejada la reducción sustancial de las tarifas que los clientes finales llevan años realizando a los proveedores. No ayuda mucho que los frecuentes modismos barnizados de anglicismos chick presenten la miseria laboral como una tendencia trendie. En este sentido es fácil identificar que juegan a favor de toda esta inercia fenómenos sociales como la burbuja del emprendimiento, la cultura knowmad, el minimalismo mal entendido, la instrumentalización de la filosofía estoica para que aguantes lo que tienes, o la constante murga con alcanzar la felicidad en las empresas aunque te estén explotando. Se añade a esto la realidad de los falsos autónomos y una gran cantidad de pillerías y artimañas con las que continuamente tratamos de meternos un gol en propia puerta.

Muchas personas bien intencionadas tratan de suplir las carencias de inversión en formación o reciclaje que las empresas tienen para sus empleados, y algunas otras buscan algo que les ayude a cambiar su vida. En España existe un fondo con amplia dotación económica en forma de subvenciones del que toda empresa puede disfrutar de acuerdo al número de empleados en nómina. Pese a ello la formación y la innovación siguen ocupando un lugar cada vez más residual en los presupuestos económicos de las empresas. La idea es sencilla: producir más con menos. De modo que cuando a menudo se alcanza el techo de crecimiento, lo más frecuente es recortar en gastos.

 

CASO PRÁCTICO: QUÉ HACER PARA DIGNIFICAR EL TRABAJO

No creo en los discursos elevados de personas que no predican con el ejemplo. De modo que he decidido compartir un ejemplo de cómo en mi día a día trato humildemente de dignificar el trabajo y evitar la precarización constante del empleo que propiciamos a diario. Tengo miles de anécdotas, aquí comparto tan solo el ejemplo más próximo. Me ocurrió hace unos días y -al igual que siempre hago con todo lo relativo a mi actividad- conservaré el anonimato de la persona y la organización implicadas en esta anécdota.

Hace unos días contactó conmigo una persona muy amable a través de una red social. Me había conocido en una formación pasada que le había entusiasmado y quería que diera una breve charla en el marco de una iniciativa de innovación de la que formaba parte. Le solicité con la misma amabilidad con la que se dirigía a mí que me escribiera un correo electrónico indicando el tiempo del que dispondría, el presupuesto asociado y el público objetivo. Al escribirme igual de amablemente por correo electrónico se identificó como empleado de una gran empresa española, como miembro de un grupo de “embajadores” internos de innovación y respondió dándome los datos que le solicitaba e indicándome que no habría remuneración alguna.

Esta fue mi respuesta literal:

 

“Hola XXXXXX,

Gracias por contactar conmigo. He leído la propuesta con atención.

En primer lugar, te agradezco que trates de promover la innovación dentro de tu empresa. En segundo lugar, he deducido una serie de cosas de tu correo:

1) Eres empleado de ZZZZ. Lo deduzco porque tu correo está escrito desde el dominio de la empresa matriz MMMM vinculada a ZZZZ

2) Organizas algo para empleados de ZZZZ. Lo deduzco porque te has presentado amablemente como embajador de innovación de esa empresa y me comentas que publicitarías mi participación dentro de la organización teniendo como único público objetivo a compañeros de ZZZZ

3) Mi colaboración no estaría retribuida. No hay presupuesto asociado

Si lo anterior es cierto, además de animarte a seguir vinculado al mundo de la innovación conservando tu entusiasmo, permíteme compartir contigo 2 reflexiones:

El lugar de la innovación en la empresa. Desde hace años algunas organizaciones (por lo general grandes corporaciones) han tendido a desvincularse o renegar de uno u otro modo de su responsabilidad como empresas respecto a la formación y reciclaje de sus empleados. En este sentido ha sido frecuente que se reduzcan las tarifas de contratación de profesionales, o se reutilice deslealmente el contenido profesional de proveedores, o se adelgace o desaparezca el catálogo formativo, o se responsabilice por completo al propio empleado -por su cuenta y riesgo- de su formación. En esta inercia constante las empresas están situando a la innovación como un valor del que presumen pero que en absoluto facilitan o promueven. Este tipo de comportamientos que sitúan a la innovación en el ámbito del voluntarismo individual no me parecen éticamente admisibles. La empresa debe responsabilizarse de invertir económicamente en sus propios empleados. De otro modo hablamos de procesos de precarización laboral.

El valor del profesional de la innovación. Durante mis primeros años emprendiendo a veces algunas organizaciones me llamaban para colaborar puntualmente sin obtener ninguna remuneración económica bajo el pretexto de que su propia marca me daría prestigio o yo podría publicitarme. En este punto, confieso que los primeros 2 años por pura necesidad aceptaba dichos encargos. Con el tiempo tomé una decisión que mantengo. Acepto colaborar en estos términos con iniciativas sociales desinteresadas sin ánimo de lucro pero creo que toda colaboración con un negocio con actividad económica debe estar retribuida. Conozco bien la empresa de la que estamos hablando. ZZZZ es una de las mayores empresas privadas de España, cotiza en Bolsa, tiende rendimientos económicos y alrededor de 10.000 empleados contratados según fuentes oficiales.

Por todo lo anterior te agradezco la oferta y la rechazo. Me has comentado que otros compañeros han aceptado. No juzgo su elección, tan solo actúo de acuerdo a lo que considero ético.

Gracias de nuevo.

Un saludo”

 

¿Habría logrado algún futuro cliente en esa colaboración? Lo más seguro es que sí. Siempre suele pasar que a alguien le llama la atención lo que hago o explico. Pero la pregunta no es esa. De veras que no. Es importante señalar que no trato de culpabilizar a nadie. Con mi ejemplo tan solo trato de fomentar una actitud responsable. Creo que esto que hago se llama comportamiento ético. Se distingue muy bien mediante una pregunta sencilla: ¿Lo que estoy haciendo facilitará que alguien que venga después de mí sea tratado justamente?

Entiendo que muchas personas no puedan permitirse formular este pregunta por diferentes necesidades adquiridas, por otras prioridades personales o por una visión diferente de las cosas. En mi caso trato de ser fiel a comportamientos como este en todo momento porque creo que este tipo de actos dignifica el trabajo y hace reflexionar a las personas con las que hablo sobre aquello que estamos destruyendo: EL VALOR DEL TRABAJO.

No solo se trata de renunciar a colaboraciones injustas con uno mismo, también se trata de intentar que posibles ofertas de colaboración poco éticas sean mínimamente decentes para todos los implicados. No pido más. Cuando veo este tipo de abusos trato de no reproducirlos con ninguno de mis colaboradores. Toda persona que trabaja conmigo es justamente remunerada en función de los ingresos y todo cliente que me contrata debe aceptar que contrata algo valioso y que cada uno merece lo que es -como decía aquel lema prusiano- pero todos sin excepción merecemos lo digno.

Espero que este artículo te haya parecido interesante.

 

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Por qué parece que el mundo se va a la mierda

Por qué parece que el mundo se va a la mierda


 

No se vive en las casas, aquí solo se viene a dormir.
Abajo a dos mil metros de profundidad es donde vivimos.

 
Un minero belga a Van Gogh en la película El loco del pelo rojo (Minnelli, 1956)

 
 

Repite conmigo: Parece que el mundo se está yendo a la mierda porque en realidad lo está haciendo. Hoy trataré de explicar de qué manera nos estamos complicando el futuro. Yo se bien qué debo hacer para remediarlo en lo que respecta a mi responsabilidad, tan solo espero que tras leer este artículo, tengas también clara cuál es la tuya.

Antes de nada, permítame, lector o lectora, una disculpa. Siento mucho la crudeza de este artículo. Pido perdón por escribir lo que nadie quiere oír pero necesita ser dicho. Ojalá la intolerancia de las personas a las malas noticias que les lleva a creer que todo es cuestión de actitud, no les anime a entender que por dejar de verlas o escucharlas, desaparecen. Ojalá que este artículo contribuya a que alguien comprenda que la ecuación espiral de pensamiento positivo + fe en la autorregulación libre del mercado + ruido constante, nos está llevando a la mierda. Algunos pocos lo llevamos advirtiendo mucho tiempo, pero que no sea porque no insistimos.

Rusia ha invadido Ucrania, los polos se derriten, las especies se extinguen, el petróleo se agota, el trabajo se precariza de forma sistémica, las parejas no tienen hijos,… pero todo el mundo parece entonar el DON´T LOOK UP (¡se positivo, la cosa no está tan mal!): Un zulo donde malvivir es una tiny house; la pobreza se llama hoy minimalismo; la inestabilidad sistémica no es irresponsabilidad social de todos sino un entorno VUCA; la fruta orgánica es real food por oposición a lo que todo el mundo come (¿fake food?); un trabajo de mierda es un minijob; y un parado madurito que trata de sobrevivir autoempleándose es un emprendedor silver surfer.

En fin, vaja jaleo mental, ¿no?. Mejor comenzaré por el principio:
 
👴👵 Hace ahora unos meses me reuní con mis padres. Fui a su casa y les pregunté sobre algo que llevaba tiempo rondándome la cabeza. Me preocupaba que tuvieran los recursos necesarios para afrontar la dureza de todo lo que se nos viene encima. Llevo mucho tiempo convencido de que se avecinan los tiempos más duros que una persona viva haya vivido. Mantuve esa conversación con ellos tras 2 años de pandemia mundial, el estallido de algunos volcanes, antes del actual pánico nuclear y tras haber pasado una ciclogénesis polar en el centro de la península ibérica. Así nos las gastamos los humanos hoy en día.

Al principio, cuando empecé a compartirles mi preocupación no sabían de lo que les estaba hablando pero pronto comencé a exponerles el contexto real al que nos dirigimos. Hablo de una fotografía que no se me va de la cabeza, llevo viendo venir -como tantos otros- mucho tiempo y que es el resultado de mi experiencia de acompañamiento diario, de mis conversaciones con gente con poder de decisión real y de mis lecturas e investigaciones.

Solo seremos capaces de salir adelante si dejamos de rasgarnos las vestiduras por “nuestra mala suerte” de las últimas décadas y comenzamos a entender que el modelo de relaciones actual es literalmente homicida para nuestra especie y su entorno. Para ver si de una vez por todas comenzamos a entenderlo, a veces conviene exponer de seguido todo lo que lleva más de 2 décadas acelerándose y que venimos incubando desde que empezó el siglo XXI en 1989. Me refiero a ese catastrófico y monstruoso paradima religioso-económico del Mercado neoliberal en sus diferentes manifestaciones y formas: deslocalización de mercados; desrregulación financiera; multiplicación del consumo, los desechos y las emisiones; alargamiento infinito o acortamiento forzado de los ciclos económicos de Kondratieff; individualismo superficial extremo desde el cuestionamiento posmoderno de las cosas más esenciales; ruptura de los tejidos y ritos de paso sociales; y por último -y no menos grave- desmontaje de las instituciones y la lex pública como garantes de derechos y obligaciones.

La foto de lo que estamos incubando y que nos va a estallar de forma súbita en alguna de estas variantes, viene a ser algo parecido a esto (lo pinto todo junto a ver si de una vez por todas entendemos que todo está relacionado):

🌎 PLANETA: Un contexto ecológico completamente adverso. Todo ello se puede ver con mucha claridad en estos hechos que ocurrirán en los próximos 10 y 20 años: el aumento de las temperaturas globales (doy por hecha la incapacidad de contener esos 1,5 grados de temperatura), grandes migraciones continuas y movimientos de fronteras, conflictos por el acceso al agua, proliferación de nuevas enfermedades y pérdida de riqueza nutricional en los alimentos.

👨‍👩‍👦‍👦 POBLACIÓN: Un crecimiento demográfico desproporcionado entre America/Occidente y el sudeste asiático y el centro de África que dará lugar a más de 11.000 millones de personas con una concentración poblacional en puntos concretos del planeta inasumible. Más de la mitad del crecimiento de la población mundial será africana.

🔥 ENERGÍA: Un modelo energético en caída libre con una creciente carestía de materias primas y fuentes de energía, insuficiente para mantener el actual ritmo y nivel de vida sin alternativas factibles ni realistas que lo superen. Las energías renovables tal y como las estamos planteando no son una alternativa para la mayoría de transacciones, usos energéticos masivos y movimientos actuales, lo que dará lugar a una reducción de la movilidad y una transición desde lo global a lo local no exenta de grandes conflictos territoriales entre grupos de interés.

💵 ECONOMÍA: Un contexto socioeconómico polarizado caracterizado por la concentración de la riqueza y la extensión de las condiciones de vida precarias sobre un adoctrinamiento educativo en la mentalidad acrítica. Los economistas de referencia a los que sigo (desde cada una de sus escuelas económicas) están de acuerdo en señalar que se avecina algo gordo en forma o bien de estanflación, o bien de larga recesión o directamente de una depresión económica sin precedentes desde la década de 1970 o desde la segunda posguerra mundial. Solo para entender las dimensiones de lo que se avecina, los principales fondos de inversión y macroeconomistas de referencia hablan de quiebres de países enteros o “tercera guerra mundial pero económica“. Los movimientos de capitales indican que la gente de arriba lleva entre 3 y 4 años preparándose para el descalabro. Insisto: no es algo ideológico, hay sobrado acuerdo en que está comenzando lo peor que hayamos vivido (subidas inasumibles de precios, caídas de mercados enteros, reposicionamiento del orden económico global,…) Vamos a un mundo en el que cuanto menos poseas, más alto será el precio que habrás de pagar. Doy por hecho que habrá una o varias largas recesiones de un modelo económico que agoniza pero para el que no existen aún alternativas. Con el pinchazo de la enorme burbuja china que estamos generando y la más que previsible caída en desgracia de una EEUU cada vez más rota por dentro, se hará inevitable la emergencia de un nuevo tablero internacional caracterizado por un darwinismo social sin precedentes.

📍 SOCIEDAD: Como aderezo no hay quien niegue a día de hoy que el Estado de Bienestar (fundado sobre una ficción de vida insostenible pero sobre ideas de convivencia admirables) se está desmontando aceleradamente. Los identitarismos y el regreso de la fe en el determinismo ambiental van en aumento y están generando nuevas divisiones sociales que siempre anteceden a los momentos prebélicos. En todo este contexto -espero que esto nadie hoy lo esté poniendo en duda porque se lleva décadas produciendo- peligrarán los sistemas de pensiones y las coberturas a los más ancianos, los sistemas de salud, el acceso universal a un sistema educativo y el acceso a bienes de primera necesidad (alimentos, vivienda,…) porque todo ello estará en manos de un Mercado incontenible que si bien guiado en el siglo XX favoreció el bienestar de muchos, instrumentalizado de forma totalitaria en defensa de una supuesta libertad, hará que nos matemos los unos a los otros en la búsqueda de una indigna supervivencia mientras los que han sabido explotar convenientemente en silencio, habrán acumulado el suficiente capital para comenzar a colonizar y mandar a la mienda nuevos planetas.

Todo esto vino a decir un hijo a sus padres. ¡Ten hijos para esto!. A medida que avanzaba describiendo la realidad, noté 2 reacciones en sus caras:

Por un lado noté en sus caras que no entendían la mayoría de cosas que les estaba compartiendo. En general nada de esto es algo de lo que se hable en las noticias, nadie suele sentarse con los suyos a hablar con tanta crudeza más allá del desengaño y el pesimismo generales o la mera queja o lamento anecdóticos. La gente no se para a tener una idea tan clara de lo que lleva años ocurriendo, sino que más bien nos limitamos a coleccionar desastres esporádicos sin pararnos a pensar si todo ello forma parte de una inercia y una dirección concretas. Mis padres no son una excepción a esta norma genérica, sus rostros me miraban extrañados por tratar de explicarles todo aquello.

Por otro lado para aquellas cosas que les exponía y cuya gravedad entendían y compartían en buena medida, noté que se sentían algo contrariados por la certeza y la tranquilidad con la que les hablaba. Me refiero a que cuando alguien imagina a una persona anunciando la suerte de colapso sistémico al que nos dirigimos, suele imaginarse a esa persona haciendo aspavientos, sobrepasada, triste, indignada, colérica o qué se yo, incluso agobiada o decaída. Pero cuando les comenté lo que hoy voy a compartiros, yo no estaba de ninguna de todas esas formas. No lo estaba porque en realidad ya pasé por todo eso. Hace años que doy por hecho que mucho de lo que hoy es normal (modelo de relaciones afectivas, laborales, económicas y sociales, así como mínimas cuotas de solidaridad y cobertura social) dejará de ser una realidad en menos de una década y media si continuamos a este ritmo de destrucción de “lo humano hasta ahora conocido.

Unas semanas después de todo esto, Europa amanecía con el riesgo de una amenaza nuclear a expensas de la invasión de Ucrania por Vladimir Putin, un amigo temía por la integridad inmediata de su familia política en la futura Letonia, los barriles de crudo de Oriente Medio se encarecían y el precio de los cereales y el gas se disparaba tras un encarecimiento prebélico de la electricidad que no tenía precedentes en el continente.

Mientras algunos se afanan buscando futuro en baratijas tecnológicas (malditos dataístas y multiversistas del carajo), y mientras en la vida real las personas siguen yendo a sus trabajos, están pasando muchas cosas a un ritmo muy acelerado que reconfigurarán lo que somos. Y el caso, como digo, es que yo -sin ser muy inteligente ni avispado- llevo viendo que todas estas cosas están pasando desde hace bastante tiempo…

Cuando hace ahora 3 años comencé mi proyecto de investigación para tratar de explicar de forma ilustrativa de dónde venimos como especie y qué debemos hacer durante las siguientes décadas para evitar un escenario dantesco de darwinismo social a gran escala, una fecha rondaba mi cabeza: lo que sea que escribiera o publicara debía terminarlo antes de 2030. La fecha no era casual. Más allá de ese año no habrá tiempo posible de reacción ni remedio para los retos más importantes que aquí se plantean y que de momento estamos gestionando como el culo.

El problema es que añadido a todo esto el estado evolutivo de nuestra especie es más bien primitivo o insuficiente para resolver los problemas globales que hemos creado. Me ceñiré a lo más básico: no tenemos un entorno global de entendimiento prescriptivo y de obligado cumplimiento más allá del capricho o el interés político del más fuerte; seguimos repitiendo la historia de las sucesivas violencias (sistémicas contra sectores excluidos o intergrupales entre sociedades o clanes); y por último no hemos aprendido aún a utilizar nuestra inteligencia coordinada (ciencia, técnica, progreso) en comunión con los ciclos de la vida sino en claro atentado continuo contra ellos.

Todo lo listos que creemos ser, lo somos contra nosotros mismos y de forma cada vez mejor coordinada y más interdependiente.

Se que entre tanto apocalipsis continuado (pandemia, volcanes, guerras, corrupción, sequías, impresiones de moneda en cantidades inéditas, concentración de la riqueza sin precedentes, transformación de la idea y las condiciones de trabajo, nepotismo, fake news, vuelcos políticos continuos…) no nos está dando tiempo a procesar la dimensión de los acontecimientos ni a ser conscientes de lo que está ocurriendo a escala global, sin embargo los próximos 20 años son claves para la manera en la que la vida humana continuará en el planeta hasta su futura extinción. Así de claro.

Todo cuanto estoy hallando en mi investigación -tanto las anteriores experiencias del pasado como las actuales decisiones y las proyecciones de futuro- todo -insisto- apunta en una sola dirección: el camino hacia el colapso energético, la caída a plomo y de forma progresiva de la interdependencia económica global, la mayor recesión económica de la historia del capitalismo, el fin de las clases medias en Occidente y el comienzo de una nueva forma de esclavismo extendido.

🌡️ LO MÁS URGENTE AHORA: Además de aprender a dejar de matarnos los unos a los otros, convendría recordar que sin un contexto apropiado, nada será posible. Lo que puede parecer más extraño es que nada de todo lo mencionado hasta ahora en este artículo me preocupa tanto como la increíble aceleración de la debacle ecológica que no estamos entendiendo.

He aquí los últimos datos de 28 de febrero de 2022… Esta es la conclusión del 6° informe del IPCC elaborado por 270 científicos de 67 países revisando 34.000 estudios a partir de datos contrastados: “4 de cada 10 personas (3.300 millones) son ya vulnerables al cambio climático”, “Sobre el estudio de riesgo de extinción de 100.000 especies, sin medidas drásticas y urgentes contra las emisiones de CO2 (aumentando los 1,5 grados previstos) el ritmo de extinción aumentará al 10% de las especies”, “El sistema meteorológico mundial se ha alterado por completo”, “Entre 1/3 y 1/2 de la población española sufrirá escasez de agua”, “Por cada grado de temperatura en aumento se reducirá un 4% la lluvia, por lo que la previsión de seguir así llega a una reducción del 20% de lluvias en el Mediterráneo”

En resumen queridos amigos de la nave del misterio ;), mientras la práctica totalidad de la humanidad sigue alimentando burbujas aspiracionales y creyendo en nuevas panaceas (transhumanismo, bitcoin, grafeno, automatización del trabajo, inteligencia artificial,…) con las que redimir o herir aún más a nuestra castigada especie, todo a nuestro alrededor se viene abajo (incluso las materias primas necesarias para que esas nuevas pajas mentales sean posibles).

Si algo necesitamos hoy es aprender a cuestionarnos (ética) y no seguir aprendiendo nuevas formas de huir hacia adelante (inercia).

Hace poco reflexionaba sobre ello el político Íñigo Errejón al recordarnos esta gran verdad que se repite en la historia: “En toda sociedad los pobres dejan a sus hijos instituciones y derechos (y si no las cuidan, los pierden) y los ricos les dejan a sus hijos apellidos, contactos, cuentas bancarias, casas, empresas,… Demoler las instituciones nos sitúa en una guerra de todos contra todos en la que los fuertes siempre vencen porque no tienen sujeciones. Eso instala un estado general de miedo que es exactamente lo opuesto a la libertad. Esta sensación de que tu vida vale muy poco porque puede depender de fuerzas que no están sujetas a ninguna razón definida por los humanos colectivamente (caprichos de alguien, algoritmos,…) es el estado general de incertidumbre y miedo que es lo completamente contrario a la libertad. En eso consiste exactamente no ser libre.

De modo que espero que comprendáis por qué ahora es el momento exacto para hacer 2 cosas:

  • PREMEDITATIO MALORUM: Hablar con vuestros padres sobre el futuro y preparaos para lo peor 
  • EX FUMO IN LUCEM: Levantarse cada mañana para remar en contra de toda esta marea de mierda

 
NOTA AÑADIDA EL 22/03/22

Recientemente 2 usuarios de twitter (@Dani91643797 y @Phrynos) compartieron 2 reflexiones interesantes sobre nuestro tiempo que me parecen el mejor resumen de toda una época. Las comparto por aquí muy resumidas:

  • Esperando un gran colapso contribuimos a él por inacción: No habrá un gran colapso súbito sino una larga y dolorosa caída.
  • El colapso real llega por goteo debido a la sucesión de acontecimientos cada vez más graves. Si nos paramos a recapacitar sobre los últimos años (sobre todo desde 2008) nos daremos cuenta de que el sistema socioeconómico está en caída libre desde hace tiempo

 

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Lo que no cambia

Lo que no cambia


 

“No todo es incierto en el futuro.
Yo sé mucho acerca del futuro.
Estoy muy seguro de cosas relevantes del futuro.
Hay algo que inevitablemente se va a producir en el futuro:
Todo aquello que no cambia”

maestro Juan Luis Arsuaga, paleontropólogo

 

Obsesionados por lo que cambia constantemente (lo nuevo), a menudo olvidamos lo que siempre ha sido (lo eterno). Hay padres y madres que no explican bien a sus hijos todo aquello que no muta, hay personas que no saben lo que siempre necesita una pareja, o jefes que siempre exigen a los demás continuas adaptaciones. Todos ellos animan a los demás a situarse en el camino más común de la existencia: el de la lucha por el reconocimiento ajeno cueste lo que cueste, remando siempre a favor de la corriente. Pero así es cómo el mundo se llena de reprimidos, frustrados o cobardes, y cómo la mayor parte del tiempo nuestra especie, nuestra relación de pareja, nuestro equipo o nuestra empresa no avanzan.

Sin embargo hay muchas cosas que han sido constantes a lo largo de toda la historia de nuestra especie y que lo seguirán siendo. Durante todos estos años como profesional del acompañamiento he centrado mi trabajo en ampliar nuestra conciencia de lo continuo y constante, en conectar con lo que nos une a todas las personas. Y en medio de un tiempo convulso llevo de crisis, epidemias, fenómenos naturales impredecibles y guerras, conviene recordar y dejar por escrito todo esto. Hoy hablaré de una de esas cosas que nunca cambia: LA BONDAD.

Soy partidario de dejar las cosas claras desde el inicio, de modo que aquí lo dejo dicho: Hacer lo correcto suele ser optar siempre por el camino más difícil, de modo que en este mundo la bondad humana es la única forma real de resistencia. Militar en el bien es la manera más sublime de ubicarse en la rebeldía más heroica. Y el rebelde se ve abocado a sufrir todo lo indecible porque todas aquellas heridas y lágrimas que muestre serán propicias para asegurar la cobardía ajena. Ser bueno o actuar correctamente es, sobre todo, estorbar, ser a menudo molesto. Y -digámoslo muy claro- atentar contra la certeza o la comodidad de otros, se paga siempre.

Esto equivale a decir que el mundo tan solo es un lugar tranquilo y previsible para quien vende a diario su propio corazón, o dicho de otro modo, el mundo es tremendamente confortable para los que buscan perseguir sus propios intereses sin importarles qué demonios es eso de la ética, la honestidad o la moral. Si quieres una buena vida o disfrutas imaginándote en lo más alto, lame el culo y humíllate ante el resto. He visto a tantas personas con carreras profesionales supuestamente existosas que simplemente han hecho eso, que a estas alturas considero que esa actitud es el patrón del éxito social y se puede prescribir como infalible. Haz lo que todos esperan de tí y no hagas lo que casi nadie haría para que nadie te envidie o se avergüence. Porque el que quiere hacer siempre lo correcto está condenado a sufrir mientras decida hacerlo.

Y es bueno añadir a este recordatorio, un apunte más: el precio que paga el que actúa con honestidad es siempre muy alto. Lo se por propia experiencia. Mi propia vida es una sucesión de peajes y heridas que no niego ni oculto. ¿Y cuáles son entonces las ventajas? Solo hay una: poder mirar a la cara de todas las personas que te conocen sin culpa, sin temor y sin vergüenza. Pero ni siquiera esto llega a corto plazo porque como todos sabemos la maldad endémica milita en la obsesión por el inmediato plazo (lugar en el que se hallan ahogadas casi todas las empresas), pero la bondad auténtica no se conquista buscando el beneficio cercano sino que llega por obsesión, como resultado de un largo esfuerzo. Veamos por qué.

Lo más normal si una persona decide hacer lo correcto de forma continuada es que desespere y renuncie a ello con el tiempo. Cansado de remar contra las dificultades o aguantar continuas críticas o resistencias, lo lógico es que esta persona que alumbraba una ilusión, acabe rindiendo su propia dignidad al servicio de comportamientos infames o intereses mediocres. Solo entonces, declarada ya su obediente sumisión por medio de un hecho o un gesto que demuestre su abandono, esta persona verá caer cualquiera de las anteriores dificultades que se le presentaron, y su existencia -repleta hasta ese instante de continuas desventuras y penumbras- transitará por la más luminosa, grácil y confortable de todas las veredas. Será absorbido de manera silente por el inmenso ejército de seres que niegan cualquier oportunidad a la conciencia. Acogido como parte indivisible de una unidad de seres inerciales, será en ese momento uno más de todos los miles de millones de individuos que frecuentemente se resignan.

Se levantará entonces cada mañana para autojustificarse, se repetirá que este es el mejor de los mundos posibles y en los momentos de mala conciencia se recordará que si las cosas ocurren, sencillamente será por algo. Llegado ese momento esta persona ya no será ni el pálido reflejo de lo que era, habrá perdido el brillo que iluminaba a otros y contribuirá durante el resto de su vida de forma activa a la aceleración de un mundo malvado, cruel y deshonesto. Con una insultante condescencia hacia los que todavía lo intentan (ser buenos, me refiero), denominará madurez a este deshonroso tránsito de la esperanza al desengaño. Se mirará al espejo diciéndose que hace lo que hace por aquellos a los que quiere. Bajo esta proyección emocional que sitúa la responsabilidad moral de su vida en otros, encontrará una paz autoinducida basada en dejar que las cosas sencillamente sigan su curso.

Esta es la evolución que describe la vida de la enorme mayoría de personas que tratan de obrar de acuerdo a lo correcto. En el lenguaje de los seres conformistas y crédulos, saber callarse a tiempo -un consejo eternamente repetido- significa no resultar molesto a quienes deberían llevar una vida profundamente incómoda por cómo son, actúan o se comportan. El mediocre es toda persona que sabiendo qué es lo correcto, opta la mayor parte de su vida por elegir y actuar de acuerdo de manera diferente. Sin embargo he aquí que a veces algunas personas insistimos en militar del lado de lo correcto, sin apropiarnos o militar en ninguna idea de pureza; he aquí que a estas extrañas personas nada nos motiva más que la continua resistencia contra el desalmado, el reprimido y el triste. Y resulta que estas personas que nos alimentamos de nuestra propia paciencia, representamos la sagrada excepción al destino general de las personas buenas sin ella, esto es, somos la alternativa a la hoguera.

Ser bueno y lograr seguir siéndolo requiere así una tolerancia al dolor sin límites, un compromiso con lo que se sabe que es correcto que va más allá de las continuas decepciones, una convicción plena de que aquello que se hace es lo que se debe hacer y lo que para cualquiera debería ser exigible (imperativo categórico). Ser bueno y lograr seguir siéndolo es sobre todo morir en cada gesto, acto o palabra con las botas puestas para poder decirse a uno mismo al final de una vida que hizo todo lo que nadie esperaba que hiciera.

Porque cuando uno hace esto, cuando uno está realmente convencido de que hace lo correcto, de cuando en cuando despierta esa parte autorreprimida de la gente que de repente transforma sus corazones dormidos en flores que despiertan tras la anestesia.

Sí, tienes razón, el mundo humano es un verdadero infierno para la buena gente. No por nada demasiado complicado de entender. Sencillamente hemos poblado y llenado este planeta de auténticos malnacidos y deficientes morales sin escrúpulos. Hay mucho desgraciado suelto, mucha persona que disfruta viendo caer a aquellos cuya dignidad envidia. Y sí, también tienes razón en esto otro: el mundo por regla general está lleno de seres traumatizados y cobardes, productos de una forma de mirar la vida que nos vacía y desquicia. De modo que sí, allá donde uno mire contemplará confusión y donde quiera que uno vaya presenciará almas ateridas por el miedo, corazones congelados e inmóviles que se esconden detrás de cuerpos en continua agitación y movimiento.

Pero si uno insiste y se atreve a respetar los tiempos de la gente, se dará cuenta de que toda planta capaz de tener flores, si es bien atendida y cuidada, y si demuestra la suficiente fe y disciplina en quererse a sí misma, finalmente florece. Y si no lo hace, es que esa planta no tenía flores. Una vida sin dolor ni decepciones es más bien una agonía lenta. Siento ponerme muy flamenco pero es mejor sufrir de forma consciente que reprimirse para evitar el regalo continuo de la vida. Ser bueno no es ser fuerte o débil sino sobre todo ser vulnerable y consciente, estar presente en la vida, dar amor a quien no lo pide y lo merezca, mostrar firmeza ante la crueldad y no ser tibio o indiferente ante la injusticia. Ser bueno consiste en no vivir secuestrado por el miedo. Ser bueno es ser valiente y aprender a vivir o morir cuando no te queden fuerzas.

¿Y si esta actitud de la que son capaces muy pocas personas no es suficiente para evitar conflictos, crisis, colapsos o extinciones apocalípticas? Entiendo tu pregunta, yo tampoco tengo mucha esperanza en nosotros como especie pero si me permites, esa pregunta no me la hagas a mí, házsela a los que duermen cada noche sin haber hecho todo lo que pudieron. Yo ya tengo suficiente con lo mío: hacer lo correcto y disfrutar y sufrir las consecuencias.

 

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La tiranía del cliente como paradigma destructivo

La tiranía del cliente como paradigma destructivo


 

“…Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido:

Su cuerpo dejará no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado”

maestro Francisco de Quevedo,

 

Morir con las botas puestas, viviendo para que mis cenizas hallen su sentido. Eso es lo que hago a diario. Y este texto no es una excepción. Este será un extenso artículo que quiere invitarte a reflexionar sobre un principio que hasta hoy parecía incuestionable: el cliente siempre tiene razón. Fue una máxima para los explotadores industriales de Manchester en el siglo XIX, para las fábricas en serie inventadas por Henry Ford que adelantaron el siglo XX, pero también lo es para los modernos design thinkers de IDEO, los acólitos de la innovación abierta, los fieles de la experiencia de usuario, o los profetas del negocio centrado en el cliente.

Esta es una historia de una perversión que se fue incubando durante décadas hasta lograr finalmente el control de nuestras vidas. En este artículo expondré por qué considero que situar al cliente en el centro como único validador de una actividad profesional es un horrible enfoque. Asociaré con este peaje histórico la existencia de los actuales comportamientos inerciales de consumo, la multiplicación de trabajos pecarios, el empeoramiento de la calidad y perspectiva de vida generacionales, la destrucción ambiental, el debilitamiento de los tejidos asociativos y la lenta demolición de los ritos de paso colectivos que sostienen toda sociedad.

He dividido el artículo en 4 apartados:

  • Las 2 formas de demoler una sociedad de forma acelerada
  • La prestación de servicios como arte o el trabajo desde la calidad y la autoexigencia
  • Carta a todos mis presentes y futuros clientes
  • Carta al ejércitos de aceledores de inercia

Comenzamos.
 

LAS 2 FORMAS DE DEMOLER UNA SOCIEDAD DE FORMA ACELERADA

Hay 2 formas de romper una sociedad de acuerdo a las dinámicas del mercado. La primera de ellas es dar siempre la razón al cliente y olvidar todo lo demas. La segunda de ellas es no hacerle caso nunca y aún así lograr que te necesite. Un buen ejemplo de la primera manera de romper una sociedad son Amazon, Uber o Deliveroo. Un buen ejemplo de la segunda forma de romper una sociedad lo representan Ryanair, cualquier corporación eléctrica, cualquier gran entidad financiera o bancaria que impone su voluntad, o alguna de las pocas compañías de telecomunicaciones que existen y de las que nos hemos hecho dependientes.

Sobre la primera, se nos ha dicho que “el cliente siempre tiene razón. Hemos repetido esta frase como un mantra o una letanía. Esas 5 palabras unidas han sobrevolado escuelas de negocio, se han escuchado como un eco imparable en congresos y forman parte de los libros de texto de los estudiantes de empresa o economía. Parece un razonamiento inapelable: si el cliente es el que compra, debemos plegarnos a lo que nos exige. De modo que durante décadas hemos articulado la actividad profesional alrededor de la satisfacción del cliente, haciendo depender a ésta del cumplimiento de sus exigencias. El cliente ha pasado de ser un usuario de productos y servicios a un tirano que impone su criterio. Y en consecuencia el trabajo orientado a la mejora del producto y servicio ha dejado de tener en el centro la propia calidad a medio y largo plazo de lo que se ofrece y desde hace décadas se ha basado en contentar a inmediato plazo al cliente. Esto es como decir que hemos pasado del trabajo o el oficio a la servidumbre o la esclavitud, y de la calidad real a la apariencia. Todo ello con la consiguiente pérdida de humanidad y rigor en el resultado de todo lo que hacemos.

Contra esta tendencia quasi universal, he aquí mi experiencia… He escuchado pocas cosas más estúpidas que la frase “el cliente siempre tiene razón“. De hecho, en mi experiencia profesional, casi nunca la tiene. Dado que el cliente se ha acostumbrado a ostentar un poder sin conocimiento ni criterio, su voluntad es pasto de la inercia inconsciente. No se mueve de acuerdo a lo que le conviene sino de acuerdo a lo que todo el mundo hace. No se cuestiona sino que se encumbra. Tiene, a todos los efectos, lo que el maestro Jean-Pierre Faye llamaría un lenguaje y un comportamiento totalitarios. Se ha fraguado de este modo una manera de ser cliente que no invita a la reflexión sosegada sino al consumo desmedido desde la propia tiranía. Todas estas cosas, claro está, ocurren si se permiten. No es mi caso y explicaré por qué.

Está aún por llegar el día que hable con un cliente y sepa realmente lo que quiere, menos aún lo que verdaderamente necesita. Y es normal, porque enuncia su necesidad desde el más absoluto desconocimiento. Por lo general el cliente sabe tan solo que tiene que hacer algo. Hay 3 razones por las que un cliente cree que necesita algo: O bien sufre un dolor o nota una carencia de la que es consciente, o bien tiene sospechas de que algo no funciona pero desconoce lo que es, o bien por último -tal y como señaló el maestro Thorstein Veblen- se mueve de acuerdo a impulsos de ostentación, comparación o adaptación a un contexto de cambio en el que se siente atrasado.

Por descontado las 2 últimas razones son las más frecuentes. Es decir, el cliente se mueve sobre todo por comparación respecto a otras referencias. Entender esto es crucial para comprender por qué un cliente casi nunca tiene razón y dársela continuamente es malcriarle. Si se mueve por comparación con otros, no se mueve por lo general motivado por una necesidad intrínseca sino extrínseca. Esto es, no solicita o exige algo porque lo necesite sino porque ve que otros lo tienen. Si además el mercado se aprovecha de esta tendencia y genera al cliente más necesidades de las que tiene, he aquí el comienzo del auténtico calvario en el que nos encontramos: No sabemos lo que necesitamos pero confiamos continuamente en resolverlo exigiendo a otros más objetos, servicios o soluciones. Cuanto más aceleramos esta escalada aparentemente infinita, más nos aproximamos al abismo.

Sobre la 2ª forma de romper una sociedad: no hacer ni puñetero caso al cliente (pasar absolutamente de sus necesidades) y pese a ello lograr que te necesite, tenemos sobrados ejemplos en sectores ampliamente monopolizados (telecomunicaciones, aerolíneas, transporte de mercancías, energía,…). Me refiero a empresas que maltratan, ignoran y vejan continuamente a sus clientes y continúan obteniendo inapelables resultados financieros. Al tiempo que dicen situar al cliente en el centro en ominosos y vergonzantes anuncios televisivos, lo manipulan e insultan continuamente con limitaciones draconianas en sus servicios de atención al cliente y con exigencias de consumo abusivas que atentan contra sus libertades y derechos esenciales. Casos como el de Ryanair son especialmente nocivos. este no es el modelo que pretendo defender en este artículo. Defiendo que hay un término medio entre dar siempre la razón al cliente y no hacerle ni puto caso.

La gran pregunta es… ¿Ha existido alguna vez una época o un tiempo en el que todo esto no se haya producido?. Y la respuesta es SÍ, SIN DUDA. Todos estos extremos comerciales son inventos de la modernidad tecnológica e industrial. Por fortuna, durante toda nuestra historia hemos vivido las relaciones comerciales de forma bastante diferente. Y no es casualidad que cuando hemos comenzado a comportarnos como acabo de exponer en este apartado, el planeta entero y nuestra salud mental peligren. Veamos de dónde provenimos.

 

LA PRESTACIÓN DE SERVICIOS COMO ARTE o EL TRABAJO DESDE LA CALIDAD Y LA AUTOEXIGENCIA

Aunque hoy en día asociamos el arte a la belleza, al consumo estético o a la expresividad no productiva, esta distorsión se produjo al comienzo de la Edad Moderna, en el Renacimiento. El artista, que antes era un proveedor de servicios y productos, pasó a ser una persona sostenida por las élites que proveía de belleza a los que podían permitírsela. Se separó de este modo el arte del oficio o ciencia. En esta larga travesía que duró casi 3 siglos, se desvistió de espiritualidad, emoción y trascendencia a los productos y servicios, para barnizarlos de una supuesta racionalidad que luego la Ilustración vendría a prescribir como eterna dotando al trabajador de cierta condición de servidumbre y al artista de cierta autonomía y reconocimiento propios. Comenzaba entonces a perfilarse una orientación del servicio hacia la satisfacción de las exigencias del cliente (por descabelladas que sean) en lugar de hacia el perfeccionamiento y la calidad del resultado en sí mismo.

Solo por citar algunas referencias que nos hablan de una concepción del trabajo más enriquecida y diferente a la actual, basta leer esta bien fundada relación de citas en una de las mejores y mejor fundadas entradas de Wikipedia (la relativa al arte): “Aristóteles, por ejemplo, definió el arte como aquella «permanente disposición a producir cosas de un modo racional», y Quintiliano estableció que era aquello «que está basado en un método y un orden» (via et ordine). Platón, en el Protágoras, habló del arte, opinando que es la capacidad de hacer cosas por medio de la inteligencia, a través de un aprendizaje. Para Platón, el arte tiene un sentido general, es la capacidad creadora del ser humano. Casiodoro destacó en el arte su aspecto productivo, conforme a reglas, señalando tres objetivos principales del arte: enseñar (doceat), conmover (moveat) y complacer (delectet).“​ Como vemos el hecho productivo y el hecho artístico eran una sola cosa en la Antigüedad. Pero, ¿Cómo es posible que ocurriera esto y que lo hayamos perdido? He aquí la respuesta:

Utilizando un lenguaje bíblico, al principio no era el cliente, sino el producto o servicio. Desde la emergencia de las primeras civilizaciones (Mesopotamia, Egipto, Persia) hasta la etapa comercial precapitalista del último periodo de la Edad Media, el celo profesional en la calidad del servicio garantizaba por sí solo la satisfacción del cliente. ¿Quién dirimía que algo era de calidad? Desde luego no lo hacía el cliente. El profesional o proveedor de servicios fue altamente valorado desde la invención de las ciudades. Muchos de los profesionales con conocimientos complejos sobre su materia, formaron parte de los puestos de poder de las sociedades en Oriente y Occidente, y a menudo acompañaban y asesoraban a los jerarcas o reyes siendo socialmente muy reconocidos. Un escriba, un arquitecto, un filósofo, un propietario de una ceca que acuñaba moneda, un hacedor de barcos, un matemático o un ingeniero civil,… todos ellos si eran buenos en su oficio/arte ostentaron siempre posiciones destacadas en las sociedades griega, fenicia, cartaginesa o romana. Pero también eran muy valorados alfareros o artistas del metal -así se les llamaba-. Un acueducto, una carretera, una vasija o una espada eran obras de arte, porque arte y oficio caminaban de la mano. La cosa no cambió con los años.

En el surgimiento de las incipientes profesiones medievales, el taller gremial se articulaba en torno al perfeccionamiento de un oficio. Lo importante -insisto- no era el cliente sino la puesta en práctica de arcanos conocimientos y dilatadas experiencias que daban lugar a un producto o servicio de calidad que el cliente finalmente adquiría. Maestros y aprendices convivían en un entorno cercano y directo en el que prescribían reglamentos y disposiciones orientados a la mejora continua del producto. El indicador de éxito de un producto era la propia autoexigencia gremial y la competencia virtuosa con otros talleres. Un alfafero de un burgo conocía bien el trabajo del resto de alfareros de su entorno. El conocimiento, las innovaciones y los avances de unos y otros fluían de acuerdo a un sistema de corporación gremial en el que el especialista siempre tenía la primera y última palabra como conocedor de lo que hacía. Cada taller incorporaba sus propias innovaciones dentro de un marco práctico profesional que procuraba un amor por el proceso y el resultado. Se hace necesario recordar aquí que este sistema -a la vez escuela y negocio- era un modo de vida en sí mismo y con el tiempo fue predecesor de los sindicatos laborales industriales que años más tarde harían frente a los desmanes y abusos de la Revolución Industrial.

La orientación al servicio no se cifraba en torno a la satisfacción del capricho del cliente sino en torno a la calidad del proceso y el resultado. Poco tenía que decir un cliente más allá de sus deseos iniciales o el pago final, dado que su respeto y confianza eran depositados de forma natural en personas que dedicaban toda su vida a perfeccionar su arte. He aquí la palabra fundamental que en algún momento de esta historia olvidamos: arte. El pescador tenía un arte de redes, el sastre un arte o patrón de referencia, pero también el panadero, el cestero o el zapatero. En aquel tiempo el arte no era algo que reposaba en los museos, sobre todo porque no existían. El arte del pan, el arte del zapato o el botín, el arte de la piedra o el arte del mimbre o la cestería eran artes vinculados a un conocimiento específico reservado tan solo para los iniciados y del que el cliente era un mero usuario final que se limitaba a disfrutarlo. Así, el arte ((del latín ars, y del griego τέχνη téchnē) era el dominio de un conjunto de técnicas y procesos que tenían afán estético y comunicativo. El arte contenía emociones, era un recurso de comprension del mundo, un componente cultural con valor en sí mismo mucho antes de que un mercado le pusiera precio. El arte aportaba cohesión y consistencia a los rituales sociales, dotaba de sentido material a un discurso estético y era el gran pegamento relacional de su tiempo.

Con la llegada de la Edad Moderna y la irrupción del sistema socioeconómico capitalista, se castigó la práctica gremial por considerarse contraria a la libertad de mercado. La cultura asociada a los gremios, altamente rica y efectiva, sobrevivió relegada a un entorno y un contexto rurales. Las aldeas y pueblos se convirtieron en refugios de un conocimiento y un saber ancestrales que se transmitían entre generaciones y sobrevivían incorporando con humildad los sucesivos adelantos técnicos. En una realidad inventada, artificial y paralela -las macrociudades de la modernidad- poco a poco quedó disociado completamente el arte del oficio y los productos y servicios modificaron su comprensión del negocio hasta cambiar el modelo de autoexigencia del artesano al modelo de exigencia del cliente.

El proceso de democratización y extensión del consumo para la inclusión de grandes masas de clientes conllevó una trampa histórica cuyas consecuencias hoy pagamos: La calidad o el éxito de un servicio o producto ya no dependía del criterio informado y experimentado de los creadores (proveedores), sino de la variable satisfacción de personas sin conocimiento ni criterio (clientes). Desde esto a la actual tiranía del cliente, pasaron varios siglos y sucesivas dinámicas de mercado que nos malcriaron a todos hasta que la caprichosa voluntad y la tiranía de personas sin conocimiento, se impuso a la calidad, la humanidad, el cuidado y el arte. De alguna manera todos tras este tiempo nos fuimos convirtiendo en proveedores serviles (que se pliegan a lo que les exijan) y clientes insatisfechos (o satisfechos de forma cada vez más temporal y menos duradera).

No conozco una mejor manera de expresar el desdoblamiento de personalidad que vivimos a diario (somos cliente insatisfecho + proveedor explotado) que esta parodia de los Pantomima Full:
 

 

CARTA A TODOS MIS PRESENTES y FUTUROS CLIENTES

De todo lo anterior, extraigo y declaro lo que sigue y es aplicable a todos mis presentes y futuros clientes:

Manifiesto una falta de interés total en perseguirte. No tengo un plan de acción con el que llegar a tí y sorprenderte. No lucharé por ser visible o conocido, por llegar a pocos o a muchos. No competiré contra nadie para captar tu atención. No venderé lo que no soy ni trataré de parecer lo que no tengo. No estudiaré qué formatos tienen más público para centrarme en ellos, porque yo tengo algo que decir y se cómo decirlo, sean más o menos aceptados mis formatos. Me muevo por valores, no por intereses ajenos. Seguiré sin hablar de lo que todo el mundo habla. Defenderé lo que creo que siempre necesitan las personas, y no aquello que inconscientemente demandan.

Permíteme ser sincero contigo: No me resulta apasionante prestar mi servicio al mundo y ejercer mi vocación desde el cumplimiento de tus puntuales o infundadas expectativas. No he llegado a este mundo para complacerte. No he nacido para satisfacer tu paja mental, sino para ayudarte a entender qué necesitas y apoyarte a la hora de obtenerlo. La dinámica habitual de las relaciones comerciales dicta una forma de actuar muy concreta: unas personas (proveedores de productos y servicios) dedican tiempo a crear algo, luego invierten una gran cantidad de tiempo en captar, perseguir y mantener la atención de otras personas (clientes potenciales) para que finalmente estas personas cifren el valor del trabajo realizado pagando un precio (y convirtiéndose en clientes). De acuerdo a este ciclo el valor o la relevancia de cualquier cosa queda fijado por el cliente, es decir por la cantidad de atención que despierta en el resto de personas esa cosa creada por alguien. Y he aquí mi problema: no estoy de acuerdo con nada de esto. Más bien creo algo bien diferente: El mundo está profundamente enfermo y sentirme completamente adaptado a él para satisfacerle no parece una fantástica señal que me indique que estoy haciendo lo correcto.

Antes bien, creo que lo que hago es valioso en sí mismo. Me dedico a curar el dolor de cientos de equipos y organizaciones. Se que lo hago importa y veo a diario los resultados de mi esfuerzo y del esfuerzo de las personas a las que acompaño. Por eso, me niego a darte la brasa, a dedicarle ingentes cantidades de tiempo o técnicas disruptivas de manipulación que llamen tu atención. No he sido ni seré como esa enorme legión de personas que mediante estrategias de venta depuradas se dedican a vender el contenido que no tienen. No milito en la apariencia, sino que formo parte del minoritario ejército de personas que cifran su honestidad en función de estándares de coherencia. Soy real y si quieres saber quién soy y lo que hago es sencillo informarte, conocerme o escuchar lo que otros dicen de mí. Por ello no andaré ni mucho ni demasiado tiempo detrás de tí para convencerte de que vivas o disfrutes de algo de todo cuanto soy y ofrezco. Ni tú ni yo somos tan importantes, querido cliente. Soy lo que soy y si eso no te convence, sigamos nuestro camino. Pero jamás te cederé la autoridad o el derecho a validar mi fracaso o mi éxito. Soy un profesional artesano, mimo y cuido los detalles, lo que significa que no te sirvo como esclavo, ni te daré siempre la razón.

No tengo necesidad alguna de conquistarte. Invierto cada día de mi vida en conquistarme a mí mismo y alcanzar una vida honesta, y con eso -créeme- ya tengo suficiente. Si como resultado de mi esfuerzo, lo que digo o hago crees que puede ayudarte, estaré encantado de servirte, pero no forzaré que me llames o que me necesites. Ni mi autoestima ni mi bienestar dependen de tí. Tampoco necesito tu reconocimiento. Cada día desde el alba hasta la noche tengo ya demasiado con llegar a cumplir los estándares habituales de mi autoexigencia. Esto no significa que tu criterio no me resulte relevante, significa más bien que si quieres que tu opinión me importe, debes ganártelo. Y no vale con que tengas una cuenta anónima en twitter, con que me pagues y seas mi cliente o con que abras la boca para expresar lo que se te ocurra sin pensar lo que dices. Todas estas cosas las puede hacer cualquier y no me infunden ningún respeto. No, no me vale con eso. Si quieres que valore en algo tu criterio, necesito que tus actos y tu vida dignifiquen los del resto. Me importa lo que piensas, pero no me determinas.

 

CARTA AL EJÉRCITO DE ACELERADORES DE INERCIA

Aunque hace poco hablé de los limpiadores de conciencia, existe un ejército de profesionales mucho peor que ese. Se trata de los aceleradores de inercia. Quiero ahora dirigirme a ellos:

Redundando y alimentando la tóxica y destructiva inercia de las relaciones comerciales actuales entre proveedor y cliente, se encuentran todo tipo de believers del Mercado posmoderno, adoradores de la venta, generadores de emociones y experiencias, publicistas reciclados, copywriters de alto impacto, marketeros digitales y demás calaña… Todos ellos nos abocan a una comprensión de las relaciones comerciales nada virtuosa, en la que prima el hecho de captar (robar) la atención de los demás para que te compren a tí y no a otro. Nada se habla del valor ético o la honestidad de lo que se hace, tan solo importe “llegar al cliente”, “satisfacer una necesidad que tenía o que le generas” o “convencer al otro de que lo hago es único”. Todo un ejército de personas y profesiones se dedica a diario a echar más madera a nuestra inercia inconsciente, encumbrando a la supuesta dinámica autorreguladora del mercado al rango de divinidad tutelar. El problema hoy es que estamos viviendo a diario miles de consecuencias evidentes de esta forma de entender el comercio. La crisis climática, las sucesivas crisis económicas (de las que ya no nos recuperamos y vamos acumulando), o la ruptura del modelo social de mercado son el resultado de estos enfoques aspiracionales y mentirosos que nos abocan a la insolidaridad y el aislamiento del individuo.

Y ahora permíteme ser todavía más claro: Cada cierto tiempo me llega un mensaje de alguien comentándome que le encanta lo que hago y que por ello sería fantástico que pudiera ayudarme a mejorar mis técnicas de venta. Dado que soy nefasto vendiendo y que llevo 8 o 9 años sin vender nada más allá de todos los clientes que me llegan por recomendaciones, le dedico tiempo a leer o atender a estas personas. En sus correos siempre se incluye un texto detallando algunos consejos relacionados con captar la atención de la gente, engañarles con algún cebo, transformar mi discurso hacia mensajes persuasivos o abundar en el clickbait. En 5 ocasiones he recibido incluso un video personalizado en el que estas personas me interpelan. La cantidad y variedad de personas que se dirige a mí ofreciendo esto es sorprendente: copywriters, vendedores, expertos en marketing digital,… Las recomendaciones de todos ellos se resumen en estos puntos:

1) Prolonga la estupidez de las personas: La gente quiere cosas sencillas y rápidas, no tiene tiempo para pensar, ni capacidad para prestar atención de forma continuada. Funcionamos por impulsos de atención brevísimos y queremos tener soluciones sin esfuerzo. Aprovéchate de ello. ¿Y si yo creo que este modo de vida aunque de mucho dinero, genera una sociedad de mierda y no quiero contribuir a ella?

2) Trata a las personas como si fueran idiotas: Según estas personas -aunque nunca lo dicen con tanta claridad- las personas hoy en día no tienen criterio ni tiempo, y no quieren invertir el esfuerzo necesario en tenerlos. La labor de un proveedor de servicios es entonces servir a esta inercia. A menudo me interpelan de forma bastante atrevida apelando a una falta de autoestima o seguridad que no tengo. “Nadie va a leer tus artículos, David” o bien “Nadie va a matricularse en tus programas” o bien “Las grandes empresas demandan otro discurso” o bien “Si quieres llegar a grandes masas, simplifica mucho más todo“. Afirmaciones bastante gratuitas a las que nunca respondo por vergüenza ajena y cierto sentido de la compasión. Vender -según ellos- consiste en multiplicar la mierda, descender la calidad de lo que se hace y aumentar en número y profundidad la legión de imbéciles que pueblan el planeta. Es importante señalar que algunas de estas personas que se dirigen a mí realmente garantizan y son capaces de hacer que tu producto o servicio esté visible en todos lados y acabes captando clientes por saturación, pesadez o goteo. Es decir, bastantes de estas personas saben lo que hacen y lo hacen perfectamente aportándote resultados financieros. Puedes multiplicar tus ingresos con facilidad si inviertes en este tipo de cosas porque las formas de manipulación e impacto son hoy infinitas. Pero ¿Y si yo creo que sobran las personas que se ofrecen sin ser ni tener un contenido, y faltan las personas que dedican su vida a serlo o a tenerlo?

3) La gente no quiere calidad, quiere gratis e inmediato: Todos ellos también insisten en que precarice mis servicios. Que descienda la dedicación de mis programas o que ofrezca píldoras rápidas que nos envilezcan. Los contenidos de calidad -me dicen con atrevimiento- no funcionan. Lo que triunfa son los contenidos y ofertas impactantes que apelan a una necesidad que la persona siempre ha tenido o no conoce, es decir, que en realidad genera una necesidad que no necesitan. ¿Y si yo no trabajo para ampliar las mayorías inconscinetes sino para ampliar a esa minortía de personas que quiere una vida de calidad y de sentido?

He aquí mi respuesta a todos ellos: Nunca he tenido ninguna estrategia de venta ni trabajaré para tenerla. Más allá de que todo lo que hacéis redunda en el mito del profesional autónomo e independiente que tiene que cuidar de sí mismo porque nadie más lo hará -un mito falso que nos envilece como especie- cofieso que no soy experto en publicidad o marketing y que tras conocer durante años a los que lo son, no quiero parecerme a ellos. Prefiero el azar, la confianza ajena y el foco a la manipulación, la autopromoción y el bombardeo.

Pero quizás la clave está en que reflexiones sobre algo: En la era de la distracción masiva todas las personas se prestan a competir por la atención de otras, así que el gran dilema ético hoy en día es este: ¿Qué estoy dispuesto a hacer para captar la atención de otros? Si la respuesta es “lo que sea”, no lo dudes, formas parte del problema. Piénsalo.

Al final el dilema para mí es fácil de resolver: o bien decido sumarme a las legiones de centenares de millones de personas que alimentan una inercia de negocio en la que se vende lo que la gente pide (capricho o entretenimiento) sin pensar en lo que todos hoy necesitamos (comportamiento ético); o bien soy honesto y me cuestiono lo que llevamos décadas haciendo y nos está destruyendo como sociedad y como especie, y en consecuencia no trato de alimentar más a la bestia. Elijo lo segundo.

 

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Cultivar el amor por la lectura

Cultivar el amor por la lectura

 

“Y así llevó a su casa todos cuantos pudo dellos… Y con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni el mismo Aristóteles si resucitara solo para ello… Y se enfrascó tanto en su lectura que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco domir y del mucho leer, se le secó el cerebro…

Rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció conveniente y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante…

Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana se armó de todas sus armas, subió sobre su Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa de un corral salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo.”

 

maestro Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, cap.I y II

 
 

No llamamos locos a quienes lo son, sino a quienes nos hacen parecerlo. El mundo del libro dignifica la vida de quien accede a él. Hablo de relaciones sociales enriquecedoras, respetuosas y sinceras. Autores, editores, impresores, libreros y lectores formamos un sólido tejido de actos, encuentros y conversaciones que resulta emotivo y esperanzador. Aún así intentaré hacerlo en este texto.

En este artículo trataré de argumentar por qué es necesario leer y cómo desarrollar el amor por la lectura. Aunque creo que hemos idealizado el conocimiento y vejamos frecuente e injustamente a las personas analfabetas, o incultas, creo que en esto de la defensa de la lectura es necesario hacer una distinción entre personas que tienen una elevada capacidad de decisión en una comunidad social y personas que se limitan a llevar una vida sencilla y digna.

Escribo este artículo para inspirar a las personas que toman decisiones a que lean. No he podido tomar decisión más importante en mi vida que leer con frecuencia y fruición desde hace años. Sin duda leer -y todas las actividades que rodean a la lectura- te ayudarán a encontrar la paz que siempre has buscado fuera y aguardaba a que la cultivaras muy dentro.

Necesitamos que las personas que toman decisiones se comprometan a leer. Mi experiencia acompañando empresas durante estos años me dice que el nivel de conocimientos sobre la historia, la economía o el comportamiento humano que manejan los directivos es tremendamente limitado o directamente muy bajo. Intentemos remediarlo.

He dividido el artículo en 3 apartados:

  • Leer es un acto revolucionario
  • Los datos de la deriva lectora
  • Por qué y cómo cultivo la lectura

Espero, lector o lectora, que lo disfrutes.

Comenzamos.
 

LEER ES UN ACTO REVOLUCIONARIO

Para mí es evidente que las personas que toman decisiones relevantes en el mundo deberían alimentar un conocimiento en perspectiva de la vida que reúna no solo experiencias vitales inmediatas sino sobre todo un hábito lector que vista de argumentos la experiencia propia. Y la realidad es que esto, en mi experiencia acompañando a directivos/as, no ocurre. Sostengo que en el marco de sociedades altamente complejas e interdependientes, representa un comportamiento altamente irresponsable ocupar puestos de mando relevantes sin dedicarle tiempo a la lectura.

Las personas no leen porque leer requiere tiempo y espacio adecuados, y porque leer es desacelerar el alma, sintonizar la frecuencia de nuestra atención para comprender lo que otros dijeron o escribieron antes. Leer es sobre todo vivir con el compromiso de superar la mirada propia identificándome con otros. Quien lee nunca está solo porque calienta su espíritu al abrigo del eco de lo que otros lectores y escritores fueron alumbrando durante siglos. Si quieres leer -y ya te adelanto que lo necesitas- nada más adecuado que reservar un espacio y un tiempo para hacerlo para, con el tiempo -es mi caso- poder entregarte a la enfervorecida aventura de devorar páginas.

Tal y como George Orwell (1984) se encargó de dejar claro no existe nada más revolucionario que leer y escribir. En Fahrenheit 451 Ray Bradbury relataba un mundo distópico en el que legiones de bomberos se dedicaban a quemar sistemáticamente todos los libros. Hablaba de sociedades que ya existieron. El Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia Católica -que estuvo vigente 400 años hasta 1966 y cuya alargada sombra inspiraría a los sucesivos dictadores del mundo- censuraba, prohibía y quemaba libros que se escondían en los rincones y dobles fondos de los anaqueles para escapar de la misma depredación idiotizante que promovieron los nazis.
 

LOS DATOS DE LA DERIVA LECTORA

Partamos de lo básico. Vayamos a los datos. Esta es la realidad del mundo analizada desde una perspectiva desarrollista (más cantidad = mejor): Sumando los libros editados desde que se hizo el cálculo inicial de Google, podemos estimar que existen aproximadamente 150.000.000 de libros diferentes (titulos no duplicados) en el mundo. Cada día se publican 100 libros nuevos. En realidad, como lector y como profesional del libro, diré que esta estimación está muy centrada en una forma de cómputo sesgada propia de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos (el organismo de referencia y control en EEUU tal y como la Biblioteca Nacional lo es de España).

En estas cifras, la pujanza de la cultura normativa anglosajona es evidente: Reino Unido es el país que más libros imprime per cápita en el mundo. Hace poco alguien comentaba en una red asocial que en su disciplina concreta era imposible estar al día sin saber inglés. Esto sigue siendo rigurosamente cierto. Añado un ranking a esta verdad. Estos son los 10 países que más libros publican al año:
 

Rank Country Year Titles Notes Ref.
1  United States 2013 275,232 New titles and re-editions [3]
2  China 2013 208,418 New titles and re-editions [3]
3  United Kingdom 2018 188,000 [4]
4  Japan 2017 139,078 New titles and re-editions [5]
5  Russia 2019 115,171 [6]
6  Iran 2018 102,691 New and revised [7]
7  France 2018 106,799 [4]
8  India 2013 90,000 total: revised editions not included; 26% in Hindi, 24% in English, and the rest in other Indian languages [8][9]
9  Spain 2017 89,962 New titles and re-editions (ediciones y reimpresiones) [10]
10  Germany 2018 79,916 [4]

 
Los datos apuntan que se leen libros una media de 5,5 horas a la semana en los países ricos. Sorprendente cifra que no se corresponde con ninguno de los testimonios sinceros del común de las personas que tengo a mi alrededor (vivo en un país rico) y tampoco con ninguno de los directivos/as que acompaño a diario.

¿Pero lo publicado se adapta a lo leído? La respuesta es NO. Ni los datos cuadran ni las personas suelen reconocer el escaso tiempo que dedican a la lectura. Solo por citar una realidad palmaria, la media de lectura anual por países es un dato claro a este respecto: Según el World Culture Score Index “a nivel mundial, las personas afirman que pasaron 16.6 horas viendo televisión, 8 horas escuchando la radio, 6.5 horas leyendo y 8.9 horas en computadoras / Internet (por razones no relacionadas con el trabajo) de promedio cada semana.” Siguiendo con los datos, ¿Cómo se comportan en términos de hábito lector los lectores en el mundo y cuántos leen al menos 1 libro al año (sutil y épica proeza)?:
 


 

Cifra arriba, cifra abajo, concluyamos que si incluímos a todos los países del mundo (aquí solo están los que supuestamente más leen) aproximadamente lee un 40% de personas en el mundo. Esto significa que la mayoría de personas no lee nunca o casi nunca. Los datos de la OCDE son sin embargo poco creíbles -al menos en mi experiencia, insisto- dado que según este organismo 2/3 de los estudiantes de la OCDE leen por placer.

Lo que sí es fácil de creer -y los editores no dejan de repetirlo- es que las mujeres leen más que los hombres. La proporción que arroja el informe PISA de la OCDE (ciclo 2000-2009) es que un 52% de estudiantes masculinos leía por placer frente a un 73% de estudiantes femeninas. También hay barreras socioeconómicas y una relación entre nivel de desarrollo y lectura: el 72% de estudiantes de clase media o clase alta o países más aventajas económicamente aseguraron leer por placer frente al 56% alumnos en situación más desaventajada. Pese a esta celebración de cifras, la OCDE admite que incluyendo el ciclo ampliado (2009-2020) el porcentaje de lectores jóvenes por placer (y no por obligación de estudios) ha descendido progresivamente durante los últimos años. Caminamos hacia una sociedad literalmente imbécil y desprovista de conocimiento más allá de la técnica.

Los datos de la UNESCO tampoco acompañan en lo relativo a educación en términos de diversidad, inclusión y escolaridad. Según la UNESCO -no es la primera vez que lo dice- los chavales, básicamente, no salen preparados para entender la realidad actual del mundo y hay una evidente disonancia entre lo que se enseña en las escuelas del mundo y el conocimiento sobre los principales debates de nuestra especie en este momento de la historia.

En España leen en términos reales (relación entre frecuencia y cantidad) 1 de cada 2 personas. El 40% de personas no lee nunca. Los datos de la Federación de Gremios de Editores de España son claros a este respecto y apuntan a cierta recuperación del sector en los últimos años. Se venden unos 150 millones de libros al año en España con una tirada media de 2.700 libros, un precio medio de 14 € y un fondo editorial nacional de entre 500.000 y 600.000 libros. El informe panorámico de la edición española que elabora anualmente el Ministerio de Cultura de España apunta a que se traduce poco de otros idiomas (siempre menos de un 20%), lo cual representa una asignatura pendiente. Aún así parece que la concesión de ISBNs (números únicos de identificación de títulos y ediciones) vive cierto auge en los últimos 5 años, tanto como lo hace la venta de libros que no parece corresponderse con el descenso en picado de ejemplares publicados. Es decir, se imprimen menos ejemplares pero se vende un poco más cada año. Como siempre ha ocurrido, la ficción gana por goleada al ensayo en términos de facturación anual.
 

POR QUÉ y CÓMO CULTIVO LA LECTURA

Durante años he recorrido muchos quilómetros conociendo a centenares de personas y es duro comprobar cómo la mayor parte de ellas se limita a creer lo que alguien o un conjunto de personas dice y desconoce los rudimentos esenciales del cuestionamiento propio. En mi experiencia la lectura profunda y detallada -es decir, no internet, sino los libros- es fundamental en la conformación del carácter filosófico. Me refiero a una actitud de vida basada en el cuestionamiento y el disfrute de las cosas de una manera consciente e informada que te ayude a tomar mejores decisiones.

Leer es la apoyatura necesaria y básica para aprender a pensar, y aprender a pensar es practicar la verdadera libertad y autonomía en la vida. Por contra, lo hegemónico nos sugiere que no se vive de acuerdo a un criterio propio sino de acuerdo a un conjunto amorfo y aleatorio de influencias ajenas. Por descontado, estas influencias no están basadas en la solidez argumental o intelectual sino en la capacidad de impacto por captación de la atención de grandes masas. Es decir, el esperpento vence casi siempre a la sensatez y al criterio.

Nos hallamos así en sociedades que idolatran, premian y nos saturan de la ocupación explosiva (trabajo y entretenimiento) pero eliminan o excluyen la ocupación reflexiva y contemplativa (introspección, lectura, meditación, diálogo). Más allá de que unos y otros tengamos un carácter o una estructura perceptiva más o menos proclive a cuestionarnos las cosas, es fundamental entender que necesitamos conocer los detalles que articulan a nuestro alrededor la vida.

¿Cómo lo hago yo? Mi caso es extremo pero no quiero dejar de compartirlo. Leer, aunque sobre todo escribir, y en general el cultivo de la palabra, es mi gran pasión desde pequeño. Dado que soy una mezcla curiosa entre afable y huraño, siempre he pensado que debería acabar en algún momento viviendo en medio del campo rodeado de libros, con una vida tranquila y apacible (a la manera de Tolstoi) pero en continuo contacto con el mundo. Todo llegará.

Hace ya muchos años, acepté que las instituciones educativas del sistema jamás me iban a procurar un conocimiento en profundidad y riguroso porque no estaban pensadas para ello. Emprendí así una no planeada ni proyectada larga formación autodidacta en varias disciplinas de conocimiento. Me interesan sobre todo las ciencias humanas y sociales en su conjunto y desde hace años tan solo leo ensayo con esporádicas incursiones en la literatura de ficción.

En muchos casos -lo he sabido al hablar con catedráticos o doctorandos- manejo niveles de lectura en cada ámbito equiparables a una especialización universitaria o profesional. Por así decirlo he explorado -y sigo explorando a diario- el universo del conocimiento humano de manera integral y tratando de armar una visión en perspectiva e informada de las cosas que me ha aportado una mirada enriquecida en mi labor diaria.

No diría que tengo una sistemática definida de lectura, soy bastante inconstante en lo que leo. Leo siempre varios libros a la vez, nunca menos de entre 30 y 40 para poder conservar el hilo de la lectura. Lo que sí hago es dedicarle la mitad de mi jornada a la lectura. Lo hago sin un ritmo frenético, sin presión, a razón de unas 160-200 páginas en cada tanda de lectura (hay días en los que leo 1 sola tanda, otros 2 tandas y los menos días leo 3 tandas interrumpidas por descansos intermedios). Toda mi casa es una zona de lectura. Por supuesto he necesitada trabajar mucho para lograr una vida en la que pueda mantener este ritmo de lectura, pero eso daría para otro artículo

No hago todo esto conscientemente (de hecho he tenido que calcular todos estos detalles mientras iba escribiendo el artículo), tan solo lo hago porque amo hacerlo, y la única manera de amar la lectura -del mismo modo que la única manera de amar a una persona- es dedicándole tiempo. No conozco otra fórmula. Diría que lo fundamental para leer en mi caso es disponer de mucho tiempo en mi agenda.

Pero no todo en la lectura son buenas noticias, también hay peligros. El conocimiento y en general la sabiduría -que es algo muy diferente- suelen ofender. Leer, y sobre todo leer a un buen ritmo durante muchos años en una sociedad enferma diseñada para multiplicar estúpidos, también implica que uno puede convertirse en un completo extraterrestre si se descuida. Poco a poco lo notas. De repente te das cuenta de que hablas y la gente se pone a tomar apuntes, o te mira frunciendo el ceño tratando de comprender lo que dices como si fueras un marciano.

Cuando uno es vulgar sin conocimiento, entonces no tiene alternativas: solo puede ser vulgar. Cuando uno sin embargo se procura cierta formación y cultura, llega el peligro porque uno puede convertirse o bien en un imbécil condescendiente (un estúpido más estúpido que el resto porque además lo es tras haber leído), o bien en una persona fácil de tratar, respetuosa y honesta. En definitiva, tus relaciones sociales pueden resentirse si no eres capaz de modular tu discurso en función del foro y las personas con las que te comunicas o si te crees superior por haber dedicado tiempo a la lectura, lo cual sinceramente me parece patético y es el caso de buena parte de pensadores.

En mi caso, dado que ni nací ni crecí en un entorno cultural de élite -como le ha pasado a tantos otros pensadores- con personas altamente leídas con las que poder hablar en detalle de muchos temas, trato de recordar algo que aprendí hace tiempo:

Por un lado, en todo lenguaje existen lo que se denominan variedades diastráticas, es decir niveles culto, estándar y vulgar en el habla. Es útil distinguir cuándo utilizar uno y otro dependiendo de los foros en los que uno se mueva y sobre todo no caer en la ridícula y egoica condescendencia conservando la humildad. En mi caso recuerdo que leer no me hace menos ignorante que nadie, sino que me ayuda a serlo de forma noble y controlada. Por cierto, a menudo se nos olvida que nadie puede alcanzar un nivel estándar o culto en el habla sin leer.

Por otro lado, me obligo a recordar cuando estoy con amigos en un contexto informal que no estoy sentando cátedra y tan solo se trata de opinar y hablar de manera relajada. Quien olvida esto, acaba su vida como el bueno de Alonso Quijano. Y aunque hace ya muchos años que -como él- salí al campo “con grandísimo contento y alborozo“, vivo para no poder ser ignorado por el resto.
 

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