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“Hemos privatizado los beneficios y compartimos el apocalipsis”

Lorenzo Marsili, Tu patria es el mundo entero (2021). p.194


 

Este será un extenso artículo en el que trato de bosquejar las razones fundamentales por las que sentimos alergia a lo complejo mientras nos devora la tormenta perfecta que se fragua en nuestro tiempo en varias magnitudes y órdenes. Avisar de que se avecina una tormenta perfecta me recuerda a la historia de Pedro y el lobo. Unas pocas personas -tampoco muchas- llevan casi 6 décadas advirtiendo de ello. Y ahora que todo el mundo se suma al carro ante las incontestables evidencias de que la estamos cagando, y acepta que las predicciones que realizaron estas pocas personas se han cumplido e incluso se han superado, es bueno recordar el Informe de los Límites del Crecimiento (1972) y la continua turra que nos dieron muchos filósofos y sociológos alertándonos de que fabricábamos una tormenta perfecta (La Escuela de Francfort a la cabeza).

Sabemos por tanto desde hace mucho que nuestro modelo de relaciones (trabajo, sociedad, economía, afectos) es insostenible a nivel energético, climático y psicológico. Y aún así nos negamos a creerlo y practicamos continuas huidas empresariales y personales hacia adelante. Los argumentos que conocemos no son teorías engañosas porque aportan pruebas reales/científicas de lo que estamos cargándonos desde hace tiempo, pero aún así la combinación de una desposesión global de riqueza sin precedentes y una machacona insistencia en reducir la educación a una empobrecedora mirada al inmediato plazo y al interés propio productivista, han logrado que casi nadie comprenda el peligro de la tormenta en la que nos estamos metiendo. Parecemos ir encaminados a toda velocidad contra las rocas mientras en el timón se discute quien limpia la cubierta. Las pruebas, insisto, son ya incontestables y se sostienen sobre estudios científicos detallas con muestreos sociológicos, económicos y climáticos recogidos durante décadas.

Necesitamos un faro que nos guíe entre tanta desazón y desidia, tanto acontecimiento inesperado y tanta agitación masiva. Y lo necesitamos ya. Ante tan enorme complejidad global ese faro solo puede construirlo la voluntad y la demanda colectiva de un cambio significativo por pura necesidad o urgencia. Tengo claro que por convicción o inteligencia ese faro jamás se construirá. La mayoría de todo cuanto hoy somos rema en dirección contraria: la sociedad global de mercado vence por goleada a la democracia deliberativa, el individualismo posesivo al colectivismo solidario, la participación ignorante a la especialización ilustrada, el inmediato plazo al largo, la educación finalista y productivista a la instrucción de matices y perspectivas, y la certeza militante vence a la duda razonable. El cambio en esta realidad tan manipulable, sumisa y acrítica, no vendrá de lo intencional sino de lo que vaya siendo en cada momento necesario. Me gustaría creer otra cosa, pero los hechos hablan por sí mismos.

Este artículo de nuevo es otro avance de la investigación en la que ando inmerso desde hace años. Si en Por qué parece que el mundo se va a la mierda compartí mi certeza de que estamos a las puertas de la mayor crisis del capitalismo desde su invención secular, aquí expondré los principales titulares que me hacen pronosticar que no solo no estamos evitando algunos cambios disruptivos severos, sino que los aceleramos a diario. Entre ellos, destaco lo que ya han destacado instituciones tan variadas ideológica y moralmente como el Banco de Inglaterra, Accenture, la Organización de las Naciones Unidas, los países productores de petróleo, la Organización Mundial del Comercio, el WorldWatch Institute o Intermón Oxfam. El hecho de que ya prácticamente todos los expertos -economistas neoliberales, verdes o marxistas, bancos y ONGs, sociólogos y científicos ambientales de todo tipo- se sumen a la idea de que puede que se esté gestando uno de los cambios más salvajes de la historia de la humanidad, debería hacernos reflexionar sobre lo que hoy escribo.

Es evidente que todas mis tesis defienden que nos hallamos en un tiempo histórico de clara decadencia en los órdenes ecosistémico, energético-económico y social-humano. Mi posición es claramente contraria al tecnooptimismo y a la fe absoluta en la autorregulación del mercado y la satisfacción del interés común por medio del encuentro de las necesidades individuales en continua competencia. Creo que todo ello es lo que nos ha traído a esto. Soy por contra partidario del pensamiento crítico, la reinvención de nuestro modelo de relaciones, la apuesta por una cultura del cuidado y el más profundo y honesto cuestionamiento ético de nuestro comportamiento individual y colectivo.

Este artículo contará con los siguientes apartados:

  • La vida como centro y referencia
  • El estigma biológico
  • El estigma cultural
  • El estigma relacional
  • La práctica de lo complejo
  • BONUS TRACK: El sentido común

Comenzamos.
 

LA VIDA COMO CENTRO y REFERENCIA

Pocos libros de vida me resultan tan inspiradores como Desert Solitaire: A Season in the Wilderness escrito por el maestro Edward Abbey en 1968. A la sencillez de su mensaje, carente de complejidad innecesaria pero repleto de colores y matices, se une la más sensata de las profundas convicciones. Sus descripciones de la naturaleza sobrecogen: grandes cañones, paisajes desnudos, esplendorosos desiertos,… El relato de su retiro en plena comunión con lo salvaje y palpitante de la vida, se integra dentro del nacimiento de la contracultura, aquella fiebre mística que para nuestra desgracia acabó siendo -como todo lo sensato- una fiebre pasajera. Abbey actualizó el trascendentalismo norteamericano de Thoreau y revitalizó la pretérita llamada a lo salvaje que entonara Jack London. De todas sus palabras son siempre recordadas las siguientes. Reconozco que yo a veces me descubro recitándolas antes de emprender alguno de mis viajes:

Un hombre puede ser un amante y defensor de la naturaleza sin dejar nunca en su vida los límites del asfalto, las líneas eléctricas y las superficies en ángulo recto. Necesitamos la naturaleza, pongamos o no un pie en ella. Necesitamos un refugio aunque nunca necesitemos poner un pie en él. Necesitamos la posibilidad de escapar con tanta seguridad como necesitamos la esperanza; sin ella, la vida de las ciudades empujaría a todos los hombres al crimen, a las drogas o al psicoanálisis.”

Si nosotros nos alejamos cada vez más de lo natural, por su parte hoy en día la Naturaleza ya con toda claridad nos rechaza. Lo natural nos expulsa desde hace tiempo, intenta a toda costa liberarse de la más mortal de sus plagas, la nuestra. Mientras seguimos dando conferencias o haciéndonos pajas mentales con el siguiente cachibache electrónico, se aproxima la mayor de todas las tormentas perfectas. Y nosotros a lo nuestro. Pero ninguna especie animal puede sobrevivir a su ecosistema a base de mantenerse casi 200 años sobreactuando, poniendo al absoluto límite todas sus capacidades.

¿Cómo hemos llegado a este sinsentido absurdo y ridículo? De acuerdo a mi investigación hay 3 grandes estigmas estructurales que han favorecido la negación de la evidencia y nos sitúan hoy ante la tormenta perfecta:

  • EL ESTIGMA EVOLUTIVO: La manera en la que hemos evolucionado como especie (biología evolutiva) Por eso estoy tan al día de la paleoantropología y los escasísimos e insuficientes hallazgos y certezas de la neurociencia.
  • EL ESTIGMA CULTURAL: La manera en la que nos relacionamos con el mundo (cultura, técnica y generación de energía) Por eso investigo sobre la evolución antropológica y social del ser humano a lo largo de la historia y estoy en contacto diario con su comportamiento en esas organizaciones políticas y colectivas llamadas empresas.
  • EL ESTIGMA RELACIONAL: La manera en la que nos relacionamos entre nosotros (sociedad, economía y política). En la especie humana, la combinación de las 3 cosas ha comenzado a ser de forma acelerada desde hace 4 décadas una lacra para el mantenimiento de la vida en el planeta.

Cada estigma es más o menos evitable en algún sentido pero ninguno de ellos es evitable por completo. Son parte de la mochila humana y de la experiencia de vida de nuestra especie. Te invito a repasarlos conmigo:

 

EL ESTIGMA EVOLUTIVO (biología)

Empecemos por el estigma más sencillo de explicar. Somos una extravagancia evolutiva. Nos hemos desarrollado por encima de las necesidades de nuestro ecosistema hasta tratar de sojuzgarlo por completo y someterlo a nosotros. Eso ha ocurrido porque somos los grandes masturbadores mentales del reino animal. Todo cuanto tocamos lo convertimos en ciencia ficción. Nos gusta más fiarnos de lo que está en nuestra cabeza que de lo que es real o sencillamente cierto. Decía el maestro Ernesto Sábato que “el creador es un tipo a quien la realidad le viene mal“. Y eso somos nosotros, en su mayoría creadores de pajas mentales continuas. Podemos aceptarlo y tratar de controlarlo con cierta dignidad y estilo, o bien abandonarnos a ello y dejarnos perturbar por nuestras descabelladas ocurriencias. Y esto último es lo que cada vez de forma más falaz estamos haciendo.

Lo poco -prácticamente nada- que sabemos de nuestro cerebro es que consume una ingente cantidad de energía corporal y que no para, que está siempre en continuo e incesante movimiento, ideando la mayor parte del tiempo cosas que no existen hasta convertirlas en ciertas. Tatúate esto en la memoria: disponemos de un cerebro que dejó de evolucionar significativamente en el Paleolítico tratando de sobrevivir en un mundo que nunca antes ha existido y para el que no existen aún leyes ni instituciones medianamente preparadas. Somos hombres de las cavernas construyendo rascacielos y mundos paralelos. Somos perfectamente capaces de pensar una cosa y hacer exactamente la contraria sin experimentar grandes remordimientos colectivos. Mezcla un cerebro perfectamente armado con millones de atajos y automatismos inconscientes para la supervivencia y la adaptación, con una capacidad técnica que rivaliza con los dioses y comprenderás el lio en el que estamos metidos. Todo se complica si recordamos que hasta la aparición de la ciencia -y aún hoy dado que la ciencia está todavía eclipsada por el poder real de nuestras pretéritas ficciones- nuestra manera de abordar la realidad ha consistido en huir de ella o negarla para controlar nuestro miedo a la naturaleza y la incertidumbre.

No soportamos la realidad natural que no es otra cosa que una combinación de alegrías pasajeras y esfuerzos y dolores constantes. En consecuencia fabricamos grandes y pequeñas neurosis, conglomerados intelectuales de conceptos, agendas llenas de confusión y dispersión continua, comunidades físicas que repelen o huyen del contacto con la naturaleza. No soportamos por ejemplo las estaciones del año ni los ciclos y ritmos propios de cada cosa, antes bien tratamos de imprimir nuestros propios tiempos a las cosas.

Como le pasó al bueno de Don Quijote (probablemente el arquetipo del ser humano moderno por excelencia junto a Fausto), resulta que de tanto imponer y de tanto inventar, se nos secó el cerebro. Literalmente. Estamos distraídos, perdidos y agotados. Nos pesa la pretérita y constante invención humana de los últimos 10 milenios. La llevamos a la espalda como quien lleva un castigo. Y tal y como les ocurría a las personas de la cueva de Platón, al no conocer otra realidad que la proyectada no nos atrevemos a creer que existe la realidad propia, la natural, la que siempre será y ha sido. Y así negamos todo lo innegable, creemos todo lo increíble, defendemos todo lo que no tiene defensa.

 

EL ESTIGMA CULTURAL (cultura, técnica y energía)

El paleobiólogo Thomas Halliday ha declarado que el ecosistema actual en el que vivimos no se parece en nada a los otros 15 anteriormente conocidos a lo largo de la historia. Aunque ha habido cinco extinciones masivas en la historia del planeta, y la mayor acabó hace 250 millones de años con el 95% de la vida, lo cierto es que muchas de las características que estamos provocando gracias al enfrentamiento continuo entre cultura humana y biología orgánica desde hace décadas se parecen bastante a un escenario pre-extinción masiva: reducción drástica del número de especies, sobresaturación de una sola, agotamiento acelerado de recursos naturales, grandes cambios climáticos… Sería aventurado decir que estamos al borde desaparecer pero hemos generado las condiciones adecuadas para la gestación de una tormenta perfecta. Repasemos una a una algunas de estas condiciones perfectas: nuestra relación con el tiempo, la manera en la transformamos y consumimos energía y nuestra relación con la técnica

ACELERACIÓN: Llamamos vida a esa ficción lineal que hemos inventado llena de cajones, lenguajes, símbolos, categorías y edificios. Es una invención repleta por doquier de ángulos rectos que está presente en una extensa sucesión de jornadas diarias aceleradas por la inercia. Su mirada nos juzga con dureza cuando paseamos por las calles del centro de cualquier ciudad, al montarnos en un coche para ir a una cita o acudir a una empresa a trabajar. Estos dos últimos actos que menciono -querer “llegar antes” a un sitio que nos gusta y querer “salir antes” de otro que no- son ya indisolubles de la voluntad artificialmente adquirida de ir en todo momento más deprisa. Lo importante hoy no es llegar, sino llegar antes que otros. El problema es que cuando todo tiende a ser antes, nada puede ser ahora.

Eficacia -nos decía Drucker y repetimos como loros una y otra vez- es hacer bien lo correcto. Sin embargo nosotros decidimos qué significa “hacer algo a tiempo” y qué significa “no llegar” a él. No puede habitar un espacio quien no habita también un tiempo. Uno puedo estar queriendo siempre hacerlo todo antes o deprisa pero al existir de este modo niega su capacidad de vivencia. Estar aquí y ahora se ha convertido en un ejercicio angustioso para quienes luchan contra su distracción continua. Y la belleza es un premio destinado tan solo al que permanece atento. Por contra, en una sociedad agitada el derecho a la paz, el amor o el afecto se convierten en privilegios y se consumen empaquetados como artículos de lujo. Uno va corriendo a hacer yoga porque “no llega a tiempo“, otro va deprisa al teatro con su pareja porque “salió tarde” de otro sitio que teóricamente le importa menos que ella pero al que en la realidad le “dedica más tiempo”. La vida urbana posmodern transcurre así sin acabar nunca de estar aquí porque viviendo en el antes y en el después se evita el ahora. Y ante la incapacidad de gobernar nuestro presente y hallarnos en el encuentro mutuo, ya otras personas -cada vez menos, como hemos visto- lo deciden por nosotros.

ENERGÍA: Nuestra relación actual con la energía está basada en la completa falta de eficiencia y en el despilfarro continuo de los sumideros del mundo. En 1957 el Almirante Hyman G. Rickover nos advirtió de lo que está pasando. Para medir el rango de desastre al que nos aproximamos por medio de un despilfarro desastroso de recursos, sirva este dato: Sabiendo que conocemos los combustibles fósiles desde hace 3.000 años, todos los combustibles fósiles empleados antes del año 1900, TODOS de todos los tiempos y todas las zonas del mundo hasta esa fecha, durarían tan solo 5 años al ritmo de consumo de 1957. Esa es la fecha en la que Rickover dio su conferencia; imaginen cuánto durarían hoy con 4 veces más población humana que entonces. No es que vivamos por encima de nuestras posibilidades, es que vivimos desde hace décadas por encima de las posibilidades de TODO EL PLANETA.

TÉCNICA: Respecto a la Técnica actual (mayoritariamente industria pesada deudora de los combustibles fósiles y tecnología digital soportada en recursos naturales que se agotan y procesos extractivos precarizantes) está en una fase de huida hacia adelante y negación continua de la realidad que se enmarca dentro del ciclo de duelo que la maestra Elizabeth Kübler Ross (1969) ideara en su día. Y gracia a ella sabemos que los tiempos de las etapas de duelo que tiene todo moribundo, son difícilmente acortables. Nuestra actual relación con la tecnología es acrítica, diría que religiosa. Nos movemos como zombies guiados por tendencias sin controlar ni cuestionarlos quién y cómo las fabrican, para qué las utilizan o quienes se benefician en mayor grado de ellas. No tenemos, por así decirlo, acceso al código fuente de nuestras vidas. La técnica no obstante decide la mayor parte del tiempo por nosotros: qué compramos, qué comemos o incluso qué y cómo somos. El algoritmo arbitra y dirime nuestras vidas donde antes gobernaban los prejuicios sociales. Si bien éstos redundaban en insuficiencias y carencias continuas, lo cierto es que la capacidad de limitación de la experiencia de vida de los algortimos ha superado con creces a la capacidad de articulación y aproximación comunitaria de los prejuicios. Los algoritmos no solo aumentan nuestros sesgos cognitivos sino que se aprovechan de ellos y nos mantienen en una continua caja de resonancia. Uno tiene que luchar cada día contra lo que le sugieren para aprender a saber lo que verdaderamente quiere. Esto implica que la mayor parte del tiempo la técnica actual es conscientemente malintencionada, algo que no ocurría con la invención de la azada, la espada de cobre, el tren de vapor o el teléfono, solo por citar algunos ejemplos. La técnica de hoy es casi por completo ideología enmascarada de progreso inevitable. Es así, por lo general, excluyente y no inclusiva. Otra cosa es el uso que hagamos de los frankenstein que se multiplican… que a veces -solo a veces- nos ayudan a comunicarnos mejor. Ahí están los casos del correo electrónico, las videoconferencias o las comunidades de trabajo online basadas en plataformas abiertas.

 

EL ESTIGMA RELACIONAL (sociedad, economía y política)

Nuestro modelo de relaciones es altamente inmaduro y desde el punto de vista de la teoría y la práctica política es claramente insuficiente para abordar retos globales. Mientras el mundo literalmente se va a la mierda, dedicamos nuestras mañanas a mapear el abismo y nuestras tardes a debatir cómo llegaremos a él, cuando y de qué manera. Una cumbre tras otra y una decisión diaria tras otra nos demostramos que nuestro deseo de comodidad inmediata vence casi siempre a nuestra capacidad real de evitación de un desastre futuro. La Historia nos demuestra que somos buenos para rehacernos tras las situaciones límite pero horriblemente necios para evitarlas.

En términos de conciencia y coherencia lógica somos desastrosos. El pensamiento científico-crítico solo ha podido superar a la religión como instrumento para mejorar la técnica, pero jamás como herramienta lógica de toma de decisiones y gobierno. Seguimos siendo vapuleados por nuestros prejuicios y creencias. Otra constante en la Historia es el malditismo de los sabios o genios: las personas más inteligentes y sensatas raramente progresan, son reconocidas en vida o medran. Basta entrar a un parlamento y escuchar a un político para darse cuenta de que la sensatez es nublada por la necesidad continua de agradar a otros. Tenemos serias limitaciones como especie para practicar el verdadero gobierno colectivo de acuerdo a estándares éticos universales, lo cual nos ayudaría a gobernar los problemas globales. El cosmopolitismo de la escuela cínica formulado hace 2.500 años o la ética cosmopolita del maestro Kant formulada hace 250 años continúan siendo ideas revolucionarias e inéditas imposibles de ser llevadas a la práctica. Ganan por goleada los identitarismos sectarios y la demagogia más barata.

Todo esto ocurre porque durante siglos hemos practicado la autocensura continua y a rasgos generales nuestro comportamiento social no dista demasiado del de una hormiga salvo por el hecho de que ninguna hormiga atenta contra su colonia. Ni qué decir tiene que la manera en la que nos relacionamos hoy en día es suicida. Nos afecta psicológicamente a nivel individual y está generando unas patologías colectivas dificilmente curables. He hablado de todos estos síntomas ampliamente en otros artículos y te invito a que navegues por el blog.

En lo relativo a nuestros representantes y líderes tanto como los medios y canales de relación actuales, todos ellos caminan exactamente en la dirección contraria a todo cuanto necesitas ahora mismo. La práctica totalidad de las decisiones políticas (gubernamentales y empresariales) contradicen cuanto sería hoy recomendable y sensato. El propio pensamiento empresarial es a menudo contrario a la vida y hemos sido capaces de alumbrar la incongruente ficción de que la economía puede practicarse al margen de la ecología. No paro de escuchar a clientes que me piden que “motive o de esperanzas a su gente” en una suerte de oráculo continuo en el que alguien debe venir a motivar lo que tú diariamente desmotivas. Como auténticos imbéciles creemos que las palabras o las presentaciones son más importantes que los actos, y si lo creemos por desgracia lo convertimos en cierto.

Ningún otro animal ha sido tan estúpido como nosotros a un nivel MACRO y tan increíblemente inteligente a niveles MICRO. Sorprende lo fatal que empleamos a diario nuestras capacidades cognitivas poniéndolas al servicio de irracionales creencias al mismo tiempo que mandamos una nave a Saturno a millones de quilómetros de distancia de la Tierra. Con la misma tecnología con la que mágicamente dividimos un átomo, asolamos ciudades con cientos de miles de habitantes.

Después de esta época -como en momentos similares de la historia- y tras una inmensa criba y selección de personas, ideas y sistemas, quedarán muy pocas de las actuales certezas. Mi perspectiva ante esta realidad consiste en no perder nunca la esperanza y trabajar siempre desde lo que las personas y los entornos pueden hacer, y no desde lo que a mí me gustaría que hicieran. Lo hago por un sencillo motivo. Por mucho que un inocente individuo repleto de argumentos tratara de hablar con la enorme mayoría de propietarios de empresas o corporaciones actuales sobre todos los continuos indicadores que hablan de un futuro ecofascista, una desigualdad nunca antes vista, una carestía de alimentos generalizada, la pérdida de conquistas sociales que han costado milenios o las consecuencias funestas de mirar hacia otro lado en cada junta de accionistas, no lograría otra cosa que silencio o un rechazo absoluto.

Digámoslo abiertamente: la práctica totalidad de los inversores que conocemos quieren rentabilidad económica y les importa un huevo lo que les digan más allá de los márgenes de beneficio. Es así de simple por mucho que resulte doloroso. Hablar de inversores verdes y capitalismo verde basado en mantener los mismos márgenes de crecimiento es el nuevo engaño masivo. Dado que nuestra economía es hoy una economía financiera global basada en la deuda, por mucho que nos vendan que el cliente manda, en realidad manda siempre la voluntad de los que más o mejor consumen la capacidad adquisitiva de las personas. Y estas personas se han llamado y se siguen llamando inversores.

Por otro lado en un modelo socioeconómico como el actual, de suma cero, quien tiene es sencillamente porque le ha quitado a otros. Todos le quitamos cosas a los demás, sin excepción. El problema es cuando unos pocos se quedan con casi todo. Y tú dirás, amigo mío, que puede que tras la pandemia hayan cambiado las cosas porque nos hallamos concienciado de que no podemos continuar así. Y tienes razón: las cosas han cambiado, pero a mucho peor. Actualmente hay en el mundo 2668 milmillonarios, 573 más que en enero de 2020 cuando comenzó la pandemia. Mi pulso tiembla al escribir la siguiente frase porque jamás pensé que llegaríamos a esto pero… Los 10 hombres más ricos del mundo poseen más riqueza que el 40 % más pobre de la humanidad, es decir que en el año 2022 tan solo 10 personas poseen la misma riqueza que 3.160.000.000 de personas. La riqueza total de los 2668 milmillonarios equivale ahora al 13,9 % del producto interior bruto (PIB) mundial, 3 veces más que la equivalencia existente al comienzo del año 2000 cuando suponía el 4.4 %. Elon Musk, el hombre más rico del mundo, es tan rico que si perdiese el 99 % de su riqueza, seguiría formando parte del 0,0001 % de las personas más ricas del mundo. Desde 2019, su riqueza ha aumentado en un 699 %. Los ingresos del 99% de la humanidad se han deteriorado por la pandemia con pérdidas equivalentes a 125 millones de empleos a jornada completa en 2021 hasta el punto de que 1 persona perteneciente a la mitad más pobre de la población tardaría 112 años en ganar lo que alguien del 1% + rico gana en tan solo 1 año.

Quien crea que no está pasando nada a nivel global y que hemos vuelto a la normalidad, no se entera de nada. De hecho si eres de esos ingenuos homicidas socales que piensa que los 10 oligarcas más ricos se lo han ganado solos… un día tomamos un café y te lo explico pero vente a esa cita protegido con una collejera. No me molestan las personas que tienen mucho dinero, me molestan las que necesitan empobrecer y sojuzgar la vida de otras para acumular riqueza. Esas personas son íntegramente inmorales porque promueven una realidad social sencillamente abominable. No existe ningún caso de similar desproporción social en todo el reino biológico animal y en toda la historia de la humanidad hasta nuestros días. Quien defienda que un mundo donde la riqueza está cada vez más concentrada puede ser un mundo relativamente justo o habitable es que no tiene ni la más mínima noción de teoría de sistemas, comportamiento animal, historia o antropología social y cultural. Una cosa es defender que la desigualdad es inevitable en todo tipo de comunidades sociales históricas y otra muy distinta es defender que el neofeudalismo oligárquico o el ecofascismo que se está perfilando será una salida digna a todas las encrucijadas actuales para la enorme mayoría de personas.

Para hacerse una idea del extremo nivel de aproximación al abismo en el que estamos inmersos, tan solo hace falta ver que los nuevos milmillonarios creados durante la pandemia pertenecen a 4 sectores económicos que marcarán el futuro inmediato de la humanidad:

  • Agronegocio (ante la hambruna extensible y la incapacidad de transporte de alimentos de los próximos años)
  • Combustibles fósiles (ante la lucha por un bien accesible en la actualidad que se convertirá en privilegio, y ante la incapacidad de las alternativas energéticas para mantener el actual ritmo de vida)
  • Fármacos (ante el aumento de las vacunas y brotes globales)
  • Tecnología (ante la continuación de una paja mental que ya me agota y dura ya décadas pero que cuenta siempre con renovadas víctimas rituales en cada nueva generación de ingenuos).

 

LA PRÁCTICA DE LO COMPLEJO

Nuestra indefectible alergia a lo complejo nos genera grandes achaques. Lo complejo sencillamente nos acojona. Sin embargo uno no puede argumentar o justificar que no se pondrá manos a la obra “porque algo es complejo”. Negarse a coger un fruto del árbol porque no se conoce el bosque al completo es un acto de idiotez severa. Desistir de subir a ese mismo árbol y morir de hambre porque al subir puedo caerme, es ya de ser completamente gilipollas. Hemos llegado hasta este punto porque hemos querido simplificar en exceso la vida a un juego de suma cero basado en la oferta y la demanda de servicios y productos materiales. Y nada a nivel ecosistémico funciona de este modo tan pobre. Si lo pensamos, la vida simple y cómoda que hemos querido mantener ha estado llena de sacrificios y esfuerzos demasiado grandes para disfrutar de tan poco. Comparto algunas pequeñas reflexiones que compartía en twitter hace poco:

La naturaleza de la vida es la complejidad. En la vida no gobierna lo simple sino que determina lo complejo. Todo en la vida es una combinación de acciones y vacíos de acción que los seres vivos conocen o ignoran, pero cuyas consecuencias siempre les afectan. Quien no habita la complejidad no vive sino que se limita a ir muriendo. Uno puede negarse a explorar el detalle o lo profundo pero decidiendo hacerlo por acción u omisión, acabará siempre centrifugado por el enorme poder de lo complejo. Toda persona tiene la obligación moral de explorar la realidad que vive tratando de extraer aprendizajes. Quien se niega a frecuentar lo complejo sume su existencia en un océano de frustraciones y entrega a otros la capacidad de ejercer como ser vivo.

La alergia a la complejidad es un estigma social y un incapacitante individual provocados por la ausencia de pensamiento crítico y la ignorancia militante acerca de los comportamientos, ritmos y ciclos consustanciales a “estar vivo”. La vida es ante todo interdependencia y ningún comportamiento natural sujeto a ella es en realidad autónomo o independiente. Todo está conectado antes o después. Quien se niega a hacer, decir o actuar sobre algo porque ese algo es complejo, se distancia de la vida. No podemos percibir la Belleza sin habitar la complejidad. El goce siempre se encuentra en los detalles y en la fascinación continuada por lo desconocido, lo imprevisto o lo diferente. Todo es complejo siempre que esté vivo y todo es sencillo solo porque está muerto.

La idea de comprenderlo todo para luego poder abordarlo -lo que hemos hecho hasta ahora- es por tanto completamente suicida, inmovilizante y carente de lógica. Lo complejo no se comprende sino que se practica. Con lo complejo se interactúa porque es la fuente esencial que nos permite sobrevivir en la ficción de lo simple.

 

BONUS TRACK: EL SENTIDO COMÚN

Por su parte, el sentido común de un ser humano es ante todo la conciencia del funcionamiento, ritmos y ciclos de la naturaleza. Quién está o insiste en permanecer fuera de la naturaleza, se aleja de lo común para abrazar su construcción o identidad ficticia como individuo. Hubo un tiempo para trabajar en todo lo que podíamos evitar y como humanidad, y como sociedades, no lo hicimos y seguimos a lo nuestro. Ahora todo ha cambiado. Los indicadores del PeakOil, las emisiones indiscriminadas de moneda, el regreso a la fe suicida en la deuda, el aumento de la financiarización tras una crisis de 2008 de la que aún nadie se ha recuperado, el auge de los populismos e identitarismos fraccionarios, el cuestionamiento de las realidades más básicas, la generación de una nueva economía basada en lo invisible y dirimida por muy pocos, el aumento imparable de las temperaturas, la proliferación de fenómenos naturales anómalos, la intensiva contaminación de los alimentos que ingerimos, la extinción masiva de especies, el crecimiento demográfico sin medida,… todos estos y más indicadores dibujan una complejidad inabarcable. Ante ella parece ineludible tender a simplificaciones estúpidas o promover nuevas negaciones de las evidencias. Pero nada salvo recuperar el contacto, estudio, conocimiento de la naturaleza que reclamaba Abbey nos salvará de la vorágine que se avecina.

Ante la tormenta perfecta, cabe sobre todo la aplicación ordenada de nuestros conocimientos pero ante todo la recuperación de un sentido común que hemos ido destruyendo poco a poco hasta olvidarlo por completo. Ante el algoritmo, la fidelidad a los ritmos y ciclos de nuestra naturaleza. El sentido común es una tecnología social tácita creada a lo largo de muchas generaciones y capaz de dar respuestas inmediatas ante riesgos imprevistos. Es una gran herramienta porque combina una dilatada experiencia contrastada con una capacidad de respuesta medianamente efectiva. Dice un refrán que “el sentido común es el menos común de los sentidos”. Y así es, pero aún así merece la alegría y la pena practicarlo. Creo que cada uno debe practicar el sentido común a su manera pero que hay algo que todos necesitamos y compartimos.

Con independencia del modo de vida que cada uno elija, sería bueno recordar algunos elementos de referencia o de sentido común para controlar todos los estigmas estructurales que he enunciado en este artículo y que nos acompañan a diario. Tan solo hablaré de una selecta colección de todos cuanto tratao de practicar en mi propia vida. Y son estos (de todos ellos he escrito algo):

Esto al menos para empezar 😉 Y vale para lo individual y lo colectivo, lo sencillo y lo complejo.
 

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