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Radiografía de nuestro tiempo

Radiografía de nuestro tiempo


 

“Pensé VOY A MORIR pero me dije IMPOSIBLE, VOY A NATURHOUSE'”

maestro Raúl Cimas

 

Hoy hablaré de nuestro tiempo. Lo haré desde el sentido del humor y el compromiso. Trataré de pintar un retrato lo más certero posible de nuestra época, ese conjunto de realidades cada vez más crudas en lo económico y cada vez más fragmentadas y egoistas en lo relacional. En esta sangría continua que destila un hercúleo torrente de desilusión, ansiedad, parálisis, desengaño, pérdida de esperanza y agotamiento, me dedico -como recomienda el maestro Cadenas- a florecer en el abismo.

Este extenso artículo incluye los siguientes apartados:

  • Cambio de ciclo histórico
  • Apóstoles de la confusión masiva
  • Personas distraídas
  • Empresas muy perdidas y profesionales de apoyo mediocres
  • Ética del inadaptado

Hace tiempo escribí dos artículos en estrecha relación con este que lees: La práctica de lo complejo frente a la tormenta perfecta y también en la misma línea Por qué parece que el mundo se va a la mierda. Ambos artículos planteaban una descripción de nuestro tiempo desde un nivel muy macro. Sirva el presente texto para completar esta visión en lo más inmediato y cercano.

Comenzamos.

 

CAMBIO DE CICLO HISTÓRICO

Creo que vivimos una época de plena decadencia caracterizada por procesos intensivos de psicologización, aceleración, atomización, victimización y evasión de la realidad. No pasa nada por reconocerlo. Hay épocas fértiles y provechosas en la historia del desarrollo de la humanidad y épocas que son lo más parecido a un pozo negro. Y pese a fuegos artificiales tecnológicos y apariencias de progreso económico, vivimos un tiempo lamentable en términos éticos. A nadie se le escapa que esta época es una crisis continua, el claro declive o la resaca de tiempos anteriores, un tiempo de clara transición en el que estamos pagando una a una y de repente las consecuencias tardías de la Edad Moderna.

El problema de nuestro tiempo es que la realidad cotidiana de nuestras vidas (eso que alguien llamó la historia presente) se escribe por omisión y dejadez y no por acción o compromiso. Ocupadas en una enorme cantidad de distracciones ideológicas, culturales y ostentatorias (bendito Veblen), la mayoría de personas ha perdido la conexión y la referencia de las cosas verdaderamente importantes. Hace años me preguntaba por qué lo que digo y hago despertaba una atención creciente. Ahora ya no tengo duda: resulto interesante porque el sentido de la realidad más básica es hoy apenas un vestigio residual de un tiempo pretérito. Lo que digo y hago a diario le resulta cada vez más interesante a la gente porque la uniformidad social es cada vez mayor y la ética del inadaptado se convierte en algo curioso en consecuencia.

Vivimos un cambio de ciclo histórico fundado en el declive de un modelo de relaciones socioeconómico que resulta ya insostenible y que lleva 2 décadas devorándose a sí mismo. Quizás sea bueno echar un breve vistazo a la historia reciente de los últimos 150 años para darnos cuenta de que todo lo que estamos viviendo y vamos a vivir en adelante, es la consecuencia de un sueño irreal del que empezamos a despertarnos:

En las décadas de 1870, 1880 y 1890 los inventos técnico-científicos y los descubrimientos inéditos en la transformación de la energía en trabajo productivo, contribuyeron a desarrollar una industria incipiente y desmedida que sentó las bases de un crecimiento urbano nunca antes visto. El modelo de macrociudades contaminantes nunca fue puesto en entredicho a tenor de los sucesivos e incuestionables logros humanos en la lucha contra el dolor de la vida, esto es, en el camino de la cura de enfermedades y el retraso de la muerte. Las mejoras en la higiene, el saneamiento, las comunicaciones, los transportes, la producción material en cadena, la distribución a escala de productos y servicios, y en general el acondicionamiento progresivo de las comunidades humanas urbanas como lugares de prosperidad realtiva, tenían como contrapunto un alejamiento cada vez más masivo de las personas respecto a los ritmos y ciclos naturales. Aunque unos pocos alertaron entonces de este peligro, la fiebre del progreso nos cegaba a todos en una escalada de competitividad por ser los más individualistas, nacionalistas y modernos.

Las décadas de 1900, 1910 y 1920 contribuyeron a la creación de las sociedades de masas y el consumo especulativo gracias entre otros factores al fuerte desarrollo industrial y las mejoras sustanciales en la producción, distribución y acceso a los alimentos.

La década de 1930 fue la verdadera resaca de toda la borrachera del repentino éxito anterior. Lo fue al más puro estilo de una pesadilla colectiva al término de la cual estalló la mayor guerra humana de toda la Historia, esa que enfrentó a todos contra todos, y dejó a la práctica totalidad del mundo occidental en ruinas salvo a los Estados Unidos de América, y a la práctica totalidad del mundo oriental en una especie de fiebre tiránica desmedida que generó sufrimiento, hambre y más guerra.

En las décadas de 1940, 1950 y 1960 las sucesivas evoluciones del keynesianismo habían dado lugar a la creación de estados del bienestar colectivos tras la rápida reconstrucción de las naciones heridas. Todo ello parecía prometer la lenta salida de la Humanidad de la pobreza y una reducción real de las desigualdades. Pintaba bien hasta que todo en las sociedades cambió.

En la década de 1970 comenzó la lenta decadencia de las grandes ideologías y el derribo programado de la Modernidad sin aportar alternativas factibles al malestar creciente.

A partir de la década de 1980 las sucesivas mutaciones del capitalismo financiero global, generaron una ficción momentánea de progreso que se prolongó a duras penas hasta la década de 1990.

Pero ya desde la década de 2000 estas dinámicas extractivistas y privativas, que favorecían el aumento del consumo al tiempo que desposeían a las personas de riqueza relativa, fueron potencialmente aceleradas por la emergencia de las tecnologías digitales en una espiral de crecimiento descontrolado que aumentó drásticamente nuestra capacidad destructiva del planeta afectando a la totalidad de las especies y poniendo en cuestión nuestro actual modelo de vida fundado en el deseo, el petróleo y en la deuda. Digamos que a partir del año 2000 el capitalismo financiero que nos había traído grandes progresos acelerados sin necesitar pensar en sus límites naturales, se topó con su propia frontera. No dejó de explotar el mundo natural y comenzó a explotar a gran escala la alta rentabilidad de nuestras emociones. La pérdida de la idea de verdad o la actual confusión que voy a retratar aquí responden a los nuevos canales de comunicación -o incomunicación- que nacen en esta época.

Solo entonces -es decir, solo desde hace unos años- comenzamos a escuchar a los que nos advertían del suicidio colectivo, comenzamos a darnos cuenta de que este sueño de 150 años -con episodios abruptos de pesadillas- ha sido en realidad un extenso preámbulo de todo lo que nos está ocurriendo y en adelante nos ocurrirá. Hablo de una concentración de la riqueza sin precedentes fruto de un empobrecimiento masivo por estancamiento salarial y ruptura del mercado de trabajo, hablo de una polarización social inédita desde las grandes guerras, hablo de una atomización de las personas que impide su movilización colectiva, hablo de una ruptura de las tradiciones y tiempos vinculados a los afectos, hablo de una emisión de moneda como nunca antes se ha visto, hablo de carestía de alimentos y pérdidas significativas del nivel de vida, y hablo sobre todo de una tiranía tecnológica acrítica que pone el destino de la humanidad en la mano de 4 o 5 discapacitados morales.

El propio mercado (la dinámica acrítica y productiva empresarial), incapaz de remediar su propia ambición de crecimiento exponencial continuo, se ha pasado las últimas décadas favoreciendo una precarización social bajo la aspiración insaciable de mayores beneficios. De acuerdo a una encuesta realizada a 10.000 personas de entre 16 y 25 años en 10 países, la revista científica The Lancet concluyó que el 45% de la población encuestada se sentía emocionalmente afectada por la destrucción medioambiental continua, el 56% daba por hecho que “la humanidad está condenada”, y el 66% consideró directamente que el “futuro es aterrador”. Los colegios de psicólogos de varios países occidentales han elaborado manuales de recomendación para abordar posibles patologías vinculadas a la ansiedad climática o lo que se ha denominado ecoansiedad. Las emociones asociadas a la ecoansiedad se mueven en el arco incapacitante que va de la indignación y la tristeza al enfado, la impotencia, la desesperanza o la resignación, según Javier Garcés Prieto, presidente de la Asociación Española de Estudios Psicológicos y Sociales.

En resumidas cuentas, lector o lectora, vives en una época clave en la que todo está mutando.

 

APÓSTOLES DE LA CONFUSIÓN MASIVA

Desde mi castillo de paz contemplo la dispersión masiva. Me veo a menudo hablando con personas y observándoles como si fueran extraterrestres. A mi sensación ya histórica de sentirme fuera de lugar, se une ahora la certeza de que la estupidez -que siempre había permanecido como algo cotidiano pero controlado- cumple ya una función normativa y hegemónica. En su ánimo de salir adelante tratando de combinar infructuosamente el sistema de valores heredado y la emergencia de nuevos símbolos, convenciones y referencias, la persona posmoderna se halla indefensa en una situación de vulnerabilidad constante de la que presume por medio de un ambivalente comportamiento: de un lado la persona no para de compartir su opinión de mierda, y de otro huye de la verdad de su vida a través de continuos “postureos”.

Por un lado casi todo el mundo tiene una opinión de todo pero casi nadie tiene un compromiso con algo. Por otro lado las personas que no tienen nada que decir son las que más hablan porque son las que mejor distraen. Estas personas, grandes apóstoles de la confusión masiva, son prescriptores de discursos totalizantes y aborrecen los matices. Reconozcamos que vivimos en un tiempo en el que lo que más predomina es el ruido y la basura. Ante tal océano de mierda, la persona posmoderna se abandona al primer predicador o el más llamativo profeta en una batalla por la atención sin tregua en la que cada individuo es un vendedor obtuso y vergonzoso de sí mismo. Todo esto genera el caldo de cultivo perfecto para una nueva cultura de consumo del mundo fundada en la alienación continua y la destrucción del tejido social.

 

PERSONAS DISTRAÍDAS

Las personas andan distraidas. Confunden a diario lo superfluo con lo importante, su voluntad con la Vida. En esa especie de búsqueda que jamás termina, veo a cientos de personas sufrir constantemente. Pican de un sitio y de otro, recorren atajos sin salida, compran tal o cual relato. Ante este magma continuo de confusión, trato de mantenerme al margen del foco de atención del mundo y habito las pequeñas cosas: el estado de ánimo de uno, las lágrimas inconsolables de otra, la búsqueda infinita de amor sin compromiso de otra, las ganas de vivir sin trabajar de aquel, la alegría estacional de este, el sexo vacío de tal o cual persona, la mentira constante de unos o la aplastante verdad de otros.

Comerás comida BIO etiquetada altamente cara y medianamente natural y saludable por la que hace solo 1 generación todo el mundo a tu alrededor pagaba la mitad porque simplemente se llamaba “comida normal”, comerás insectos para que otros puedan comer carne y pescado, te ducharás con agua fría, ganarás lo justo para consumir el suficiente número de gilipolleces innecesarias que hacen rico a otro, no leerás un solo libro y repetirás opiniones adulteradas y frases de autoayuda y divulgación vertidas en mil podcasts, deambularás y comprarás una moda ideológica y la siguiente porque no tendrás criterio, votarás por miedo a la menos horrible de las opciones políticas sin involucrarte en ellas, irás al gimnasio para sentirte bien con tu cuerpo porque tu alma ha sido desahuciada, “trabajarás” tus emociones con ayuda de un terapeuta o un limpiador de conciencias para soportar la sociedad de mierda a la que contribuyes, la mitad de tu vocabulario será inglés, escucharás música vulgar con mensajes idiotizantes y vejatorios, emprenderás un negocio convencido de tu propia heroicidad asumiendo un riesgo tremendamente alto sin emitir ninguna queja ni sindicarte, puede que nunca te jubiles ni descanses pero pondrás la lavadora a las 3 de la mañana, la calefacción a 17° y el aire acondicionado a 32 para saberte alguien ecológico, irás encantado a trabajar en bici, no tendrás familia pero sí mascotas, tu mente habrá pasado toda una vida soñando con un amor que nunca llega mientras tu cuerpo se entretiene alquilando el cuerpo de otros, vivirás sin propiedad en un zulo coqueto alimentando el patrimonio y la calidad de vida de otro, fluirás de género para encontrarte, utilizarás lenguaje inclusivo porque eres abierto y tolerante, te conectarás a mi aplicación móvil y ganaré dinero con todo lo que haces, no tendrás nada pero dirás que es una elección de vida propia porque eres estoico, envejecerás solo y con cada vez menos amigos y personas a las que les importes, verás películas a la carta en tu televisor y tomarás todas tus decisiones en función de aquello que resulta más rápido o barato, socializarás a través de una pantalla, habrás viajado por el mundo entero sin sentirte parte de ningún lugar, comprarás las últimas mierdas electrónicas que pronto caducarán solo para sentirte bien y al día, querrás vivir eternamente y congelarás tus neuronas porque te importa un huevo el ciclo de la vida y quieres vivir eternamente, serás la abuela de tu hijo y el padre de tu gato, huirás continuamente del esfuerzo y el dolor, te convencerás de que tu vida es maravillosa, y aunque cada año que pase estés más y más podrido darás charlas motivacionales diciendo que eres feliz. Pero al final de cada día de tu vida -tal y como si fueras el viejo Prometeo- no podrás escapar de las consecuencias de tus actos y llegará siempre un momento justo antes de dormir en el que te pares un segundo a pensar en tu vida y te sepas completamente solo y vacío. Trata de curar entonces esa profunda y enorme herida con dinero, con profetas o con tecnología, y luego vienes y me dices qué tal ha ido. O mejor dicho, comienza a vivir de forma diferente…

Aprende a combatir la homeopatía intelectual, la compra compulsiva de discursos simplistas, de obras de divulgación que son sobre todo obras de vulgarización. Aprende a peregrinar a las fuentes, bebe del manantial eterno de la sabiduría sin sentir la necesidad de simplificarla ni el impulso lascivo y adormecedor de comer a dos manos la digestión de otros.

Recuerda el maestro William Blake que “el camino del exceso lleva al palacio de la sabiduria”. Hace ahora 29 años falleció el maestro Charles Bukowski. Su vida fue devorada por la inmensa sombra del antihéroe y eterno vagabundo Henry Chinaski. Hank siguió con dignidad y sucio realismo la senda del perdedor hasta su muerte. Su epitafio reza: NO LO INTENTES. Genial máxima de vida que hoy incumplimos a diario. Pareciera que nuestro tiempo es el lugar cronológico donde se suceden hasta el infinito los intentos. Nadie mantiene bien ni finaliza nada porque lo único que todos hacemos es intentarlo. Comenzamos infinitas acciones que jamás concluyen y que en todo momento se interrumpen. Y en esta dispersión continua perdemos día a día nuestras vidas.

Otro epitafio que resume por completo la condición humana me viene hoy a la memoria. Es el del Martinus von Biberach, aquel teólogo que murió allá en 1498. En su tumba reza una inscripción: “Vivo pero no se por cuánto tiempo / Moriré pero no se cuándo. / Voy y generalmente no se hacia adonde / Me pregunto si soy feliz” Si las personas con las que hablamos a diario fueran sinceras, reconocerían que su vida no dista mucho de este antiguo epitafio. El problema hoy es que casi todo el mundo presume de lo contrario.

Veo a muchos chavales con alergia al dolor y la tragedia y con adicción al placer y la risa. Viven distraídos, desmoralizados e insatisfechos. Son pasto de sofistas. Veamos que enseña el maestro Aristóteles sobre todo esto: La vida consiste ante todo en aprender a afrontar el dolor. Quien teme el dolor, aleja la vida; quien lo afronta, la multiplica. Educarse es saber dolerse bien. Todo dolor es una lección. Aprendemos también o sobre todo cuando sufrimos. Abrazar una vida despreocupada en la que huimos continuamente del dolor, no solo no nos ayuda a superarlo sino que lo atrae con más. fuerza Precisamente porque los jóvenes occidentales o del norte temen sufrir, los jóvenes orientales o del sur sufren por ellos e incluso aquellos mismos acabarán finalmente sufriendo.

Una buena educación consiste en aprender a filtrar las emociones morales y sociales para que lo bueno genere placer y compasión y lo malo provoque temor y rechazo. Para distinguir una cosa de la otra hay que aprender a vivir el dolor, a sentirlo y superarlo. Si no hacemos esto, confundiremos nuestras emociones sociales y creceremos adorando lo malo para nosotros mismos y los demás, y rechazando y alejando de nosotros lo bueno. Quien teme el dolor no se compromete. Quien huye del dolor se convierte en víctima de sí mismo. LONG LIFE TO DISLIKE. Al crear generaciones de personas que solo buscan satisfacer sus deseos y viven para lo que quieren, multiplicamos sociedades que solo perfeccionan la manera de herirse a sí mismas. Lo que no me gusta me fortalece, pero si vivo evitando lo que no me gusta, si huyo de ello y lo cancelo, alejo de mí el aprendizaje y por tanto alejo de mí la vida. El modelo de la virtud de la polis griega no era el honor o la satisfacción propia subjetiva (manipulable y relativa), sino el bien común objetivo (compartido y cívico). Aprender a afrontar el dolor es aprender a recibirlo y gestionarlo, y no a obviarlo o negarlo. Nunca alcanzarás la satisfacción si solo persigues tu interés y deseo propios. Siendo rico de tí mismo serás inmensamente pobre de todo lo demás.

Convive a diario y con valentía con la oscura noche del alma. A lo largo de la historia de las culturas humanas ha existido una forma recurrente y simbólica de expresar momentos de tránsito y dolor en la vida de toda persona. Desde el comienzo de los tiempos rapsodas, cronistas y poetas de todas las épocas y todas las latitudes se han referido al afrontamiento periódico del abismo como la larga noche o la noche oscura del alma. Contra la luz del fuego que ilumina nuestra alma y como complemento a la sensación de refugio que nos abraza (focus es foco pero también es hogar), una gran sombra se cierne cada cierto tiempo sobre nuestra vida cuando experimentamos el vértigo existencial. Esa certeza consciente de la soledad cósmica nos envuelve hasta creernos solos y a menudo nos abandonamos a su suerte.

Podría determinarse la entereza de una sociedad o incluso de una época por la medida en la que sus habitantes no necesitan negar, ocultar o dar la espalda a cada una de sus sombras. Pero se diría que nuestra época se caracteriza por la alergia o la huida del dolor. En términos jungianos hemos dejado de enfrentarnos a nuestras sombras, así que el inconsciente personal aflora, se fortalece y aumenta. No convivimos con ellas sino que las negamos y así ampliamos nuestra herida. Cuando esa herida se convierte en colectiva se hace parte de nuestra condición y ni los 7 sabios de Grecia pueden apaciguar ese dolor.

Dice el maestro Bukowski que llegado a un determinado momento de la vida, todo se repite una y otra vez. A estas alturas de mi vida he vivido varias veces con larga y profunda intensidad esa oscura noche del alma que describía el maestro Juan de la Cruz en su largo cautiverio. Tras este amplio y dilatado bagaje, de manera totalmente imprevista sigo vivo. Al empezar y terminar el día educo mi esperanza y entre medias cuido y alimento mi sensibilidad. De los retazos de cuanto fui construyo fortaleza, de las ruinas de cuanto quise insisto en querer de nuevo. Hago uso de todo tipo de estímulos culturales y artísticos para disciplinar mi esperanza. Oriento cada interacción humana al logro de un único objetivo: no huir del dolor ni dar la espalda a la vida.

 

EMPRESAS MUY PERDIDAS y PROFESIONALES DE APOYO MEDIOCRES

Hace tiempo abandoné el territorio de los ideales inasibles y las expectativas suicidas, y toda mi actividad se centra en fomentar el pragmatismo empresarial ilustrado. Con tristeza reconoceré aquí algo doloroso… Tras varias décadas de vida y más de dos décadas de experiencia como profesional amanezco a la claridad meridiana de 2 hechos: El nivel de la prestación de servicios de cambio empresarial me parece tremendamente bajo y a menudo me resulta horrible. Podría tirarme días hablando de esto con ejemplos infinitos que vivo a diario pero me limitaré a resumir mi tesis: la mayoría de personas que acuden a ayudar o apoyar a las empresas, las hunden todavía más en la mierda y cuando se van no suelen haber logrado nada. Así de sencillo.

El panorama profesional de los prestadores de servicios de consultoría y acompañamiento al cambio me parece a menudo desolador. Más allá de la infinidad de veces que las personas sin ideas, criterio o iniciativa han tratado de copiarme sin éxito, la mayoría de profesionales del cambio que conozco no ve más allá de la ciega militancia metodológica, el solucionismo simplificador de los libros de autoayuda, la ridicula y limitante jerga de los mal llamados libros de pensamiento empresarial, o la pobreza intelectual de las citas robadas o las ideas extraídas de charlas aspiracionales. Estoy muy acostumbrado a trabajar con clientes que me dicen que jamás habían vivido con ningún otro profesional una experiencia parecida a la que padecen y disfrutan conmigo. Y de verás no hago nada extraordinario, tan solo mantengo mi sensatez y educo a otras personas que toman decisiones para que la mantengan. Vivo de lo que ninguna otra persona quiere o sabe hacer. Allá donde nadie llega, voy. A menudo me siento aguantando lo que podría llamarse la última línea de batalla. Los resultados hasta hoy son magníficos, no podría estar más contento, pese a que otra realidad condiciona el cambio empresarial…

La mayoría de decisores empresariales no quiere ningún cambio significativo a priori: Aunque lo manifiesten una y otra vez en las reuniones previas o de manera declarativa en las presentaciones, las personas que toman decisiones importantes en las empresas no están preparadas para aceptar las consecuencias de los cambios que creen abanderar. En realidad, al contratante del cambio le gusta contratar sobre todo juegos pirotécnicos, distracciones eventuales de una realidad que al término de mi trabajo a menudo siempre vuelve a ser más de lo mismo. ¿Cómo consigo entonces que las cosas cambien en aquellos clientes a los que voy? Con mucha paciencia y empatía, sin condescendencia ni prisa, aceptando los tiempos de la gente y trabajando no sobre formulaciones de cambio posible sino sobre oportunidades de cambio real. Es sorprendente la cantidad de cosas que uno consigue cuando se limita a dejar que las cosas caigan por su propio peso sin forzarlas.

Por ambos motivos: empresas muy perdidas y profesionales de apoyo a menudo mediocres, es oficial desde hace años -pero la pandemia subrayó esta evidencia- que el mundo empresarial ha perdido el norte. Ya no es tan solo la forma acrítica de enfrentar el mundo que era, sino que además se ha convertido en un hacedor continuo de imprevisibles tempestades. Hace poco traté de condensar en un breve artículo mi visión sobre el recorrido histórico y el momento actual de las empresas: son el problema y a la vez la solución.

Me he logrado mantener al margen de las diferentes verbenas y chiringuitos de postureo empresarial y no he necesitado comprar por completo ningún discurso aspiracional ni idiotizante. Conservo una visión crítica del “pensamiento empresarial” y dedico gran parte de mi vida a desmontarlo favoreciendo que las empresas obtengan beneficios sin necesitar destruir el contexto sobre el que se proyectan. Me mantienen vivo mi espíritu de resistencia y mis convicciones. Rondo ya las 18.000 horas de acompañamiento a personas y equipos tras haber realizado 27.000 horas de consultoría previamente. Tengo el culo pelado de aguantar gilipolleces y afrontar problemas del tamaño del Gran Capitán de Yosemite. Por decirlo de algún modo, he visto empresas ardiendo más allá de Orión. Dedico mucho tiempo a la lectura desde hace años en una época en la que casi todo el mundo vive sin leer absolutamente nada o sucedáneos de reflexiones. Leo una media de 300 páginas al día. Mi lectura barre una gran cantidad de materias y ámbitos de estudio que me proveen de una visión en perspectiva que va más allá de las fórmulas de recurrencia empresarial que todo el mundo utiliza.

 

ÉTICA DEL INADAPTADO

Es la última escena de Zorba. Se aproxima a su jefe tras el desastre. Lo han perdido todo y solo quedan ellos dos sentados en el suelo. El viejo griego se aproxima al muchacho y le dice: “Caramba, jefe, le aprecio demasiado para no decirlo. Usted lo tiene todo menos una cosa: locura. Y el hombre tiene que estar un poco loco porque sino nunca se atreve a cortar la cuerda y ser libre.” El muchacho sonríe, se levanta y ordena al viejo que le enseñe a bailar. Así comienza la vida de toda persona interesante. En ella resuenan las palabras de la novela del maestro Kazantzakis (1946): “Una vez más sonó dentro de mí el terrible aviso de que sólo hay una vida para todos los hombres, que no hay otra y que todo lo que se puede disfrutar hay que disfrutarlo aquí. En la eternidad no se nos dará otra oportunidad.Ese espíritu dionisiaco y hedonista encerrado en un cuerpo mortal no pretende sobrevivir a la propia vida -que es lo que hoy todo el mundo parece pretender- sino que vive cada día para entregarse a ella.

Decía el maestro Krisnamurti que parece buena señal sentirse completamente adaptado a una sociedad profundamente enferma. Si estoy en el despacho de cuando en cuando miro a través de la ventana. Puede que suene Horowitz de fondo invadido por las lágrimas o Rubinstein matice el tercero de Beethoven o tal vez comiencen a sonar los primeros compases de la Pastoral y mi alma entonces bautice este planeta. También puede que un silencio abismal envuelva todo el espacio para saberme solo y que entonces la luz tenue de la libreria ejerza de faro. A este lado del cristal repito unos versos de Colinas o tomo notas de un detalle minúsculo de la historia con el ánimo de componer y sanar la Gran Herida. Al otro lado del reflejo las personas van de un lado a otro en la avenida. Todas ellas se ignoran y siguen con su ajetreada vida, se las ve caminar pensando siempre en otra cosa, siendo un buen tempo para el ruido. Ignoran que aquí arriba en la atalaya vive un completo inadaptado, una persona tranquila a la que el resto de personas le piden respuestas.

Llevo décadas en modo avión. Lo más habitual es que me sienta fuera de contexto o cobertura, en otra frecuencia, en una época distinta. Siento -supongo que siempre lo he sentido- que soy en todos los aspectos un ser extemporáneo, eso que los adaptados suelen llamar un tipo raro. De algún modo hace tiempo interioricé que yo vine a este mundo para contener la estupidez humana y no para sobrevivir multiplicándola. A medida que pasan los años estoy más lejos de aquello en lo que casi todo el mundo invierte su vida, su tiempo y su energía. Cuanto considera importante o urgente la mayor parte de individuos de mi especie hoy en día, suele parecerme irrelevante. Hablo otro lenguaje, vivo otra vida porque sencillamente el sistema de coordenadas no es el mismo. Mientras la lente de mi cámara vital realiza fotografías panorámicas con un gran angular de dificil mantenimiento, casi todo el mundo vive de una sucesión continua de fotografías milimétricas hechas con el mismo teleobjetivo.

Conservo -no sin esfuerzo- algunos rituales para tomar el pulso al ruido y la agitación masivos. Con el simple ánimo de poder combatirlas, permanezco al tanto de las últimas gilipolleces de mi especie. Se suceden en forma de modas, atenciones pasajeras y distracciones continuas. Participo en algunos encuentros cuyos temas de debate me dejan estupefacto, acudo a tal o cual presentación de un libro que a menudo suele ser insulso, y expongo a menudo pensamientos en un par de cajas de resonancia digitales. Trato de mantener una firme rebeldía inasequible al hambre de reconocimiento o a la mera exhibición.

Sin excepción todos los días compruebo que seguimos recorriendo el territorio de la vida en una dirección completamente equivocada. Erramos en la brújula y el mapa. El error es ya tan inmediato, palpable y evidente que ya nadie invierte tiempo en justificar sus actos o negarlos. Hemos pasado directamente a actuar sin escrúpulos. El sinsentido ya es tan grande que tiene consecuencias afectivas, vitales, psicológicas y humanas que todos observamos a diario. La sociedad acelerada y convulsa marca sus peajes e impone sus propias ruinas. Sentirse ligeramente bien tras examinar honesta y sinceramente la propia vida, es hoy en día un acto heroico.

Hablo con decenas de personas a la semana de lo que probablemente algunas no hablan con nadie. Sin excepción en la práctica totalidad de casos no hay nadie al volante. Así que vivo para respetar a otros desde el profundo cuestionamiento de lo que sienten o piensan. Y en esta suerte de extravagancia continua, en este ejercicio de inconformismo satisfecho, paso largas horas en completa soledad. La gente me llama y no respondo, me pincha y no sangro, me provoca y no reacciono. Una vida fuera de cobertura garantiza cierta capacidad de distancia y perspectiva sobre casi todas las cosas.

Hace 5102 años un texto mitológico consignó en palabras el inicio de nuestra época. Cuenta el Mahabarata que en el año 2025 de la era común concluirá el gran ciclo humano del Kali Yuga, un ciclo que habrá durado 5.000 años desde su comienzo. Durante esos 5 milenios los seres humanos habremos teñido de negro el alma del mundo, y ya en las últimas décadas previas a 2025 la virtud del hombre habrá ido reduciéndose tanto que comenzará a parecer algo imperceptible. ¿Qué vendrá ahora? podríamos preguntarnos. El Mahabarata responde que sucederán algunas catástrofes, que el ser humano sumido durante siglos en la ignorancia de su deseo vivirá un tiempo de transición y penitencia. ¿Quién sabe? Puede que el anciano que escribió aquel texto esté en lo cierto, pero también puede que no. Mi compromiso constante reside en mi lealtad absoluta a la voluntad de cambio y mejora de las personas y las empresas. En ello llevo ya varias décadas. Y las que me quedan.

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Queda abierta la convocatoria para la 4ª edición online del programa TRAINING DAYS que comienza en Marzo de 2024, una oportunidad única para conformar criterio propio, amueblar tu cabeza y adquirir perspectiva sobre todo lo que importa en esta vida.

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La tiranía del cliente como paradigma destructivo

La tiranía del cliente como paradigma destructivo


 

“…Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido:

Su cuerpo dejará no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado”

maestro Francisco de Quevedo,

 

Morir con las botas puestas, viviendo para que mis cenizas hallen su sentido. Eso es lo que hago a diario. Y este texto no es una excepción. Este será un extenso artículo que quiere invitarte a reflexionar sobre un principio que hasta hoy parecía incuestionable: el cliente siempre tiene razón. Fue una máxima para los explotadores industriales de Manchester en el siglo XIX, para las fábricas en serie inventadas por Henry Ford que adelantaron el siglo XX, pero también lo es para los modernos design thinkers de IDEO, los acólitos de la innovación abierta, los fieles de la experiencia de usuario, o los profetas del negocio centrado en el cliente.

Esta es una historia de una perversión que se fue incubando durante décadas hasta lograr finalmente el control de nuestras vidas. En este artículo expondré por qué considero que situar al cliente en el centro como único validador de una actividad profesional es un horrible enfoque. Asociaré con este peaje histórico la existencia de los actuales comportamientos inerciales de consumo, la multiplicación de trabajos pecarios, el empeoramiento de la calidad y perspectiva de vida generacionales, la destrucción ambiental, el debilitamiento de los tejidos asociativos y la lenta demolición de los ritos de paso colectivos que sostienen toda sociedad.

He dividido el artículo en 4 apartados:

  • Las 2 formas de demoler una sociedad de forma acelerada
  • La prestación de servicios como arte o el trabajo desde la calidad y la autoexigencia
  • Carta a todos mis presentes y futuros clientes
  • Carta al ejércitos de aceledores de inercia

Comenzamos.
 

LAS 2 FORMAS DE DEMOLER UNA SOCIEDAD DE FORMA ACELERADA

Hay 2 formas de romper una sociedad de acuerdo a las dinámicas del mercado. La primera de ellas es dar siempre la razón al cliente y olvidar todo lo demas. La segunda de ellas es no hacerle caso nunca y aún así lograr que te necesite. Un buen ejemplo de la primera manera de romper una sociedad son Amazon, Uber o Deliveroo. Un buen ejemplo de la segunda forma de romper una sociedad lo representan Ryanair, cualquier corporación eléctrica, cualquier gran entidad financiera o bancaria que impone su voluntad, o alguna de las pocas compañías de telecomunicaciones que existen y de las que nos hemos hecho dependientes.

Sobre la primera, se nos ha dicho que “el cliente siempre tiene razón. Hemos repetido esta frase como un mantra o una letanía. Esas 5 palabras unidas han sobrevolado escuelas de negocio, se han escuchado como un eco imparable en congresos y forman parte de los libros de texto de los estudiantes de empresa o economía. Parece un razonamiento inapelable: si el cliente es el que compra, debemos plegarnos a lo que nos exige. De modo que durante décadas hemos articulado la actividad profesional alrededor de la satisfacción del cliente, haciendo depender a ésta del cumplimiento de sus exigencias. El cliente ha pasado de ser un usuario de productos y servicios a un tirano que impone su criterio. Y en consecuencia el trabajo orientado a la mejora del producto y servicio ha dejado de tener en el centro la propia calidad a medio y largo plazo de lo que se ofrece y desde hace décadas se ha basado en contentar a inmediato plazo al cliente. Esto es como decir que hemos pasado del trabajo o el oficio a la servidumbre o la esclavitud, y de la calidad real a la apariencia. Todo ello con la consiguiente pérdida de humanidad y rigor en el resultado de todo lo que hacemos.

Contra esta tendencia quasi universal, he aquí mi experiencia… He escuchado pocas cosas más estúpidas que la frase “el cliente siempre tiene razón“. De hecho, en mi experiencia profesional, casi nunca la tiene. Dado que el cliente se ha acostumbrado a ostentar un poder sin conocimiento ni criterio, su voluntad es pasto de la inercia inconsciente. No se mueve de acuerdo a lo que le conviene sino de acuerdo a lo que todo el mundo hace. No se cuestiona sino que se encumbra. Tiene, a todos los efectos, lo que el maestro Jean-Pierre Faye llamaría un lenguaje y un comportamiento totalitarios. Se ha fraguado de este modo una manera de ser cliente que no invita a la reflexión sosegada sino al consumo desmedido desde la propia tiranía. Todas estas cosas, claro está, ocurren si se permiten. No es mi caso y explicaré por qué.

Está aún por llegar el día que hable con un cliente y sepa realmente lo que quiere, menos aún lo que verdaderamente necesita. Y es normal, porque enuncia su necesidad desde el más absoluto desconocimiento. Por lo general el cliente sabe tan solo que tiene que hacer algo. Hay 3 razones por las que un cliente cree que necesita algo: O bien sufre un dolor o nota una carencia de la que es consciente, o bien tiene sospechas de que algo no funciona pero desconoce lo que es, o bien por último -tal y como señaló el maestro Thorstein Veblen- se mueve de acuerdo a impulsos de ostentación, comparación o adaptación a un contexto de cambio en el que se siente atrasado.

Por descontado las 2 últimas razones son las más frecuentes. Es decir, el cliente se mueve sobre todo por comparación respecto a otras referencias. Entender esto es crucial para comprender por qué un cliente casi nunca tiene razón y dársela continuamente es malcriarle. Si se mueve por comparación con otros, no se mueve por lo general motivado por una necesidad intrínseca sino extrínseca. Esto es, no solicita o exige algo porque lo necesite sino porque ve que otros lo tienen. Si además el mercado se aprovecha de esta tendencia y genera al cliente más necesidades de las que tiene, he aquí el comienzo del auténtico calvario en el que nos encontramos: No sabemos lo que necesitamos pero confiamos continuamente en resolverlo exigiendo a otros más objetos, servicios o soluciones. Cuanto más aceleramos esta escalada aparentemente infinita, más nos aproximamos al abismo.

Sobre la 2ª forma de romper una sociedad: no hacer ni puñetero caso al cliente (pasar absolutamente de sus necesidades) y pese a ello lograr que te necesite, tenemos sobrados ejemplos en sectores ampliamente monopolizados (telecomunicaciones, aerolíneas, transporte de mercancías, energía,…). Me refiero a empresas que maltratan, ignoran y vejan continuamente a sus clientes y continúan obteniendo inapelables resultados financieros. Al tiempo que dicen situar al cliente en el centro en ominosos y vergonzantes anuncios televisivos, lo manipulan e insultan continuamente con limitaciones draconianas en sus servicios de atención al cliente y con exigencias de consumo abusivas que atentan contra sus libertades y derechos esenciales. Casos como el de Ryanair son especialmente nocivos. este no es el modelo que pretendo defender en este artículo. Defiendo que hay un término medio entre dar siempre la razón al cliente y no hacerle ni puto caso.

La gran pregunta es… ¿Ha existido alguna vez una época o un tiempo en el que todo esto no se haya producido?. Y la respuesta es SÍ, SIN DUDA. Todos estos extremos comerciales son inventos de la modernidad tecnológica e industrial. Por fortuna, durante toda nuestra historia hemos vivido las relaciones comerciales de forma bastante diferente. Y no es casualidad que cuando hemos comenzado a comportarnos como acabo de exponer en este apartado, el planeta entero y nuestra salud mental peligren. Veamos de dónde provenimos.

 

LA PRESTACIÓN DE SERVICIOS COMO ARTE o EL TRABAJO DESDE LA CALIDAD Y LA AUTOEXIGENCIA

Aunque hoy en día asociamos el arte a la belleza, al consumo estético o a la expresividad no productiva, esta distorsión se produjo al comienzo de la Edad Moderna, en el Renacimiento. El artista, que antes era un proveedor de servicios y productos, pasó a ser una persona sostenida por las élites que proveía de belleza a los que podían permitírsela. Se separó de este modo el arte del oficio o ciencia. En esta larga travesía que duró casi 3 siglos, se desvistió de espiritualidad, emoción y trascendencia a los productos y servicios, para barnizarlos de una supuesta racionalidad que luego la Ilustración vendría a prescribir como eterna dotando al trabajador de cierta condición de servidumbre y al artista de cierta autonomía y reconocimiento propios. Comenzaba entonces a perfilarse una orientación del servicio hacia la satisfacción de las exigencias del cliente (por descabelladas que sean) en lugar de hacia el perfeccionamiento y la calidad del resultado en sí mismo.

Solo por citar algunas referencias que nos hablan de una concepción del trabajo más enriquecida y diferente a la actual, basta leer esta bien fundada relación de citas en una de las mejores y mejor fundadas entradas de Wikipedia (la relativa al arte): “Aristóteles, por ejemplo, definió el arte como aquella «permanente disposición a producir cosas de un modo racional», y Quintiliano estableció que era aquello «que está basado en un método y un orden» (via et ordine). Platón, en el Protágoras, habló del arte, opinando que es la capacidad de hacer cosas por medio de la inteligencia, a través de un aprendizaje. Para Platón, el arte tiene un sentido general, es la capacidad creadora del ser humano. Casiodoro destacó en el arte su aspecto productivo, conforme a reglas, señalando tres objetivos principales del arte: enseñar (doceat), conmover (moveat) y complacer (delectet).“​ Como vemos el hecho productivo y el hecho artístico eran una sola cosa en la Antigüedad. Pero, ¿Cómo es posible que ocurriera esto y que lo hayamos perdido? He aquí la respuesta:

Utilizando un lenguaje bíblico, al principio no era el cliente, sino el producto o servicio. Desde la emergencia de las primeras civilizaciones (Mesopotamia, Egipto, Persia) hasta la etapa comercial precapitalista del último periodo de la Edad Media, el celo profesional en la calidad del servicio garantizaba por sí solo la satisfacción del cliente. ¿Quién dirimía que algo era de calidad? Desde luego no lo hacía el cliente. El profesional o proveedor de servicios fue altamente valorado desde la invención de las ciudades. Muchos de los profesionales con conocimientos complejos sobre su materia, formaron parte de los puestos de poder de las sociedades en Oriente y Occidente, y a menudo acompañaban y asesoraban a los jerarcas o reyes siendo socialmente muy reconocidos. Un escriba, un arquitecto, un filósofo, un propietario de una ceca que acuñaba moneda, un hacedor de barcos, un matemático o un ingeniero civil,… todos ellos si eran buenos en su oficio/arte ostentaron siempre posiciones destacadas en las sociedades griega, fenicia, cartaginesa o romana. Pero también eran muy valorados alfareros o artistas del metal -así se les llamaba-. Un acueducto, una carretera, una vasija o una espada eran obras de arte, porque arte y oficio caminaban de la mano. La cosa no cambió con los años.

En el surgimiento de las incipientes profesiones medievales, el taller gremial se articulaba en torno al perfeccionamiento de un oficio. Lo importante -insisto- no era el cliente sino la puesta en práctica de arcanos conocimientos y dilatadas experiencias que daban lugar a un producto o servicio de calidad que el cliente finalmente adquiría. Maestros y aprendices convivían en un entorno cercano y directo en el que prescribían reglamentos y disposiciones orientados a la mejora continua del producto. El indicador de éxito de un producto era la propia autoexigencia gremial y la competencia virtuosa con otros talleres. Un alfafero de un burgo conocía bien el trabajo del resto de alfareros de su entorno. El conocimiento, las innovaciones y los avances de unos y otros fluían de acuerdo a un sistema de corporación gremial en el que el especialista siempre tenía la primera y última palabra como conocedor de lo que hacía. Cada taller incorporaba sus propias innovaciones dentro de un marco práctico profesional que procuraba un amor por el proceso y el resultado. Se hace necesario recordar aquí que este sistema -a la vez escuela y negocio- era un modo de vida en sí mismo y con el tiempo fue predecesor de los sindicatos laborales industriales que años más tarde harían frente a los desmanes y abusos de la Revolución Industrial.

La orientación al servicio no se cifraba en torno a la satisfacción del capricho del cliente sino en torno a la calidad del proceso y el resultado. Poco tenía que decir un cliente más allá de sus deseos iniciales o el pago final, dado que su respeto y confianza eran depositados de forma natural en personas que dedicaban toda su vida a perfeccionar su arte. He aquí la palabra fundamental que en algún momento de esta historia olvidamos: arte. El pescador tenía un arte de redes, el sastre un arte o patrón de referencia, pero también el panadero, el cestero o el zapatero. En aquel tiempo el arte no era algo que reposaba en los museos, sobre todo porque no existían. El arte del pan, el arte del zapato o el botín, el arte de la piedra o el arte del mimbre o la cestería eran artes vinculados a un conocimiento específico reservado tan solo para los iniciados y del que el cliente era un mero usuario final que se limitaba a disfrutarlo. Así, el arte ((del latín ars, y del griego τέχνη téchnē) era el dominio de un conjunto de técnicas y procesos que tenían afán estético y comunicativo. El arte contenía emociones, era un recurso de comprension del mundo, un componente cultural con valor en sí mismo mucho antes de que un mercado le pusiera precio. El arte aportaba cohesión y consistencia a los rituales sociales, dotaba de sentido material a un discurso estético y era el gran pegamento relacional de su tiempo.

Con la llegada de la Edad Moderna y la irrupción del sistema socioeconómico capitalista, se castigó la práctica gremial por considerarse contraria a la libertad de mercado. La cultura asociada a los gremios, altamente rica y efectiva, sobrevivió relegada a un entorno y un contexto rurales. Las aldeas y pueblos se convirtieron en refugios de un conocimiento y un saber ancestrales que se transmitían entre generaciones y sobrevivían incorporando con humildad los sucesivos adelantos técnicos. En una realidad inventada, artificial y paralela -las macrociudades de la modernidad- poco a poco quedó disociado completamente el arte del oficio y los productos y servicios modificaron su comprensión del negocio hasta cambiar el modelo de autoexigencia del artesano al modelo de exigencia del cliente.

El proceso de democratización y extensión del consumo para la inclusión de grandes masas de clientes conllevó una trampa histórica cuyas consecuencias hoy pagamos: La calidad o el éxito de un servicio o producto ya no dependía del criterio informado y experimentado de los creadores (proveedores), sino de la variable satisfacción de personas sin conocimiento ni criterio (clientes). Desde esto a la actual tiranía del cliente, pasaron varios siglos y sucesivas dinámicas de mercado que nos malcriaron a todos hasta que la caprichosa voluntad y la tiranía de personas sin conocimiento, se impuso a la calidad, la humanidad, el cuidado y el arte. De alguna manera todos tras este tiempo nos fuimos convirtiendo en proveedores serviles (que se pliegan a lo que les exijan) y clientes insatisfechos (o satisfechos de forma cada vez más temporal y menos duradera).

No conozco una mejor manera de expresar el desdoblamiento de personalidad que vivimos a diario (somos cliente insatisfecho + proveedor explotado) que esta parodia de los Pantomima Full:
 

 

CARTA A TODOS MIS PRESENTES y FUTUROS CLIENTES

De todo lo anterior, extraigo y declaro lo que sigue y es aplicable a todos mis presentes y futuros clientes:

Manifiesto una falta de interés total en perseguirte. No tengo un plan de acción con el que llegar a tí y sorprenderte. No lucharé por ser visible o conocido, por llegar a pocos o a muchos. No competiré contra nadie para captar tu atención. No venderé lo que no soy ni trataré de parecer lo que no tengo. No estudiaré qué formatos tienen más público para centrarme en ellos, porque yo tengo algo que decir y se cómo decirlo, sean más o menos aceptados mis formatos. Me muevo por valores, no por intereses ajenos. Seguiré sin hablar de lo que todo el mundo habla. Defenderé lo que creo que siempre necesitan las personas, y no aquello que inconscientemente demandan.

Permíteme ser sincero contigo: No me resulta apasionante prestar mi servicio al mundo y ejercer mi vocación desde el cumplimiento de tus puntuales o infundadas expectativas. No he llegado a este mundo para complacerte. No he nacido para satisfacer tu paja mental, sino para ayudarte a entender qué necesitas y apoyarte a la hora de obtenerlo. La dinámica habitual de las relaciones comerciales dicta una forma de actuar muy concreta: unas personas (proveedores de productos y servicios) dedican tiempo a crear algo, luego invierten una gran cantidad de tiempo en captar, perseguir y mantener la atención de otras personas (clientes potenciales) para que finalmente estas personas cifren el valor del trabajo realizado pagando un precio (y convirtiéndose en clientes). De acuerdo a este ciclo el valor o la relevancia de cualquier cosa queda fijado por el cliente, es decir por la cantidad de atención que despierta en el resto de personas esa cosa creada por alguien. Y he aquí mi problema: no estoy de acuerdo con nada de esto. Más bien creo algo bien diferente: El mundo está profundamente enfermo y sentirme completamente adaptado a él para satisfacerle no parece una fantástica señal que me indique que estoy haciendo lo correcto.

Antes bien, creo que lo que hago es valioso en sí mismo. Me dedico a curar el dolor de cientos de equipos y organizaciones. Se que lo hago importa y veo a diario los resultados de mi esfuerzo y del esfuerzo de las personas a las que acompaño. Por eso, me niego a darte la brasa, a dedicarle ingentes cantidades de tiempo o técnicas disruptivas de manipulación que llamen tu atención. No he sido ni seré como esa enorme legión de personas que mediante estrategias de venta depuradas se dedican a vender el contenido que no tienen. No milito en la apariencia, sino que formo parte del minoritario ejército de personas que cifran su honestidad en función de estándares de coherencia. Soy real y si quieres saber quién soy y lo que hago es sencillo informarte, conocerme o escuchar lo que otros dicen de mí. Por ello no andaré ni mucho ni demasiado tiempo detrás de tí para convencerte de que vivas o disfrutes de algo de todo cuanto soy y ofrezco. Ni tú ni yo somos tan importantes, querido cliente. Soy lo que soy y si eso no te convence, sigamos nuestro camino. Pero jamás te cederé la autoridad o el derecho a validar mi fracaso o mi éxito. Soy un profesional artesano, mimo y cuido los detalles, lo que significa que no te sirvo como esclavo, ni te daré siempre la razón.

No tengo necesidad alguna de conquistarte. Invierto cada día de mi vida en conquistarme a mí mismo y alcanzar una vida honesta, y con eso -créeme- ya tengo suficiente. Si como resultado de mi esfuerzo, lo que digo o hago crees que puede ayudarte, estaré encantado de servirte, pero no forzaré que me llames o que me necesites. Ni mi autoestima ni mi bienestar dependen de tí. Tampoco necesito tu reconocimiento. Cada día desde el alba hasta la noche tengo ya demasiado con llegar a cumplir los estándares habituales de mi autoexigencia. Esto no significa que tu criterio no me resulte relevante, significa más bien que si quieres que tu opinión me importe, debes ganártelo. Y no vale con que tengas una cuenta anónima en twitter, con que me pagues y seas mi cliente o con que abras la boca para expresar lo que se te ocurra sin pensar lo que dices. Todas estas cosas las puede hacer cualquier y no me infunden ningún respeto. No, no me vale con eso. Si quieres que valore en algo tu criterio, necesito que tus actos y tu vida dignifiquen los del resto. Me importa lo que piensas, pero no me determinas.

 

CARTA AL EJÉRCITO DE ACELERADORES DE INERCIA

Aunque hace poco hablé de los limpiadores de conciencia, existe un ejército de profesionales mucho peor que ese. Se trata de los aceleradores de inercia. Quiero ahora dirigirme a ellos:

Redundando y alimentando la tóxica y destructiva inercia de las relaciones comerciales actuales entre proveedor y cliente, se encuentran todo tipo de believers del Mercado posmoderno, adoradores de la venta, generadores de emociones y experiencias, publicistas reciclados, copywriters de alto impacto, marketeros digitales y demás calaña… Todos ellos nos abocan a una comprensión de las relaciones comerciales nada virtuosa, en la que prima el hecho de captar (robar) la atención de los demás para que te compren a tí y no a otro. Nada se habla del valor ético o la honestidad de lo que se hace, tan solo importe “llegar al cliente”, “satisfacer una necesidad que tenía o que le generas” o “convencer al otro de que lo hago es único”. Todo un ejército de personas y profesiones se dedica a diario a echar más madera a nuestra inercia inconsciente, encumbrando a la supuesta dinámica autorreguladora del mercado al rango de divinidad tutelar. El problema hoy es que estamos viviendo a diario miles de consecuencias evidentes de esta forma de entender el comercio. La crisis climática, las sucesivas crisis económicas (de las que ya no nos recuperamos y vamos acumulando), o la ruptura del modelo social de mercado son el resultado de estos enfoques aspiracionales y mentirosos que nos abocan a la insolidaridad y el aislamiento del individuo.

Y ahora permíteme ser todavía más claro: Cada cierto tiempo me llega un mensaje de alguien comentándome que le encanta lo que hago y que por ello sería fantástico que pudiera ayudarme a mejorar mis técnicas de venta. Dado que soy nefasto vendiendo y que llevo 8 o 9 años sin vender nada más allá de todos los clientes que me llegan por recomendaciones, le dedico tiempo a leer o atender a estas personas. En sus correos siempre se incluye un texto detallando algunos consejos relacionados con captar la atención de la gente, engañarles con algún cebo, transformar mi discurso hacia mensajes persuasivos o abundar en el clickbait. En 5 ocasiones he recibido incluso un video personalizado en el que estas personas me interpelan. La cantidad y variedad de personas que se dirige a mí ofreciendo esto es sorprendente: copywriters, vendedores, expertos en marketing digital,… Las recomendaciones de todos ellos se resumen en estos puntos:

1) Prolonga la estupidez de las personas: La gente quiere cosas sencillas y rápidas, no tiene tiempo para pensar, ni capacidad para prestar atención de forma continuada. Funcionamos por impulsos de atención brevísimos y queremos tener soluciones sin esfuerzo. Aprovéchate de ello. ¿Y si yo creo que este modo de vida aunque de mucho dinero, genera una sociedad de mierda y no quiero contribuir a ella?

2) Trata a las personas como si fueran idiotas: Según estas personas -aunque nunca lo dicen con tanta claridad- las personas hoy en día no tienen criterio ni tiempo, y no quieren invertir el esfuerzo necesario en tenerlos. La labor de un proveedor de servicios es entonces servir a esta inercia. A menudo me interpelan de forma bastante atrevida apelando a una falta de autoestima o seguridad que no tengo. “Nadie va a leer tus artículos, David” o bien “Nadie va a matricularse en tus programas” o bien “Las grandes empresas demandan otro discurso” o bien “Si quieres llegar a grandes masas, simplifica mucho más todo“. Afirmaciones bastante gratuitas a las que nunca respondo por vergüenza ajena y cierto sentido de la compasión. Vender -según ellos- consiste en multiplicar la mierda, descender la calidad de lo que se hace y aumentar en número y profundidad la legión de imbéciles que pueblan el planeta. Es importante señalar que algunas de estas personas que se dirigen a mí realmente garantizan y son capaces de hacer que tu producto o servicio esté visible en todos lados y acabes captando clientes por saturación, pesadez o goteo. Es decir, bastantes de estas personas saben lo que hacen y lo hacen perfectamente aportándote resultados financieros. Puedes multiplicar tus ingresos con facilidad si inviertes en este tipo de cosas porque las formas de manipulación e impacto son hoy infinitas. Pero ¿Y si yo creo que sobran las personas que se ofrecen sin ser ni tener un contenido, y faltan las personas que dedican su vida a serlo o a tenerlo?

3) La gente no quiere calidad, quiere gratis e inmediato: Todos ellos también insisten en que precarice mis servicios. Que descienda la dedicación de mis programas o que ofrezca píldoras rápidas que nos envilezcan. Los contenidos de calidad -me dicen con atrevimiento- no funcionan. Lo que triunfa son los contenidos y ofertas impactantes que apelan a una necesidad que la persona siempre ha tenido o no conoce, es decir, que en realidad genera una necesidad que no necesitan. ¿Y si yo no trabajo para ampliar las mayorías inconscinetes sino para ampliar a esa minortía de personas que quiere una vida de calidad y de sentido?

He aquí mi respuesta a todos ellos: Nunca he tenido ninguna estrategia de venta ni trabajaré para tenerla. Más allá de que todo lo que hacéis redunda en el mito del profesional autónomo e independiente que tiene que cuidar de sí mismo porque nadie más lo hará -un mito falso que nos envilece como especie- cofieso que no soy experto en publicidad o marketing y que tras conocer durante años a los que lo son, no quiero parecerme a ellos. Prefiero el azar, la confianza ajena y el foco a la manipulación, la autopromoción y el bombardeo.

Pero quizás la clave está en que reflexiones sobre algo: En la era de la distracción masiva todas las personas se prestan a competir por la atención de otras, así que el gran dilema ético hoy en día es este: ¿Qué estoy dispuesto a hacer para captar la atención de otros? Si la respuesta es “lo que sea”, no lo dudes, formas parte del problema. Piénsalo.

Al final el dilema para mí es fácil de resolver: o bien decido sumarme a las legiones de centenares de millones de personas que alimentan una inercia de negocio en la que se vende lo que la gente pide (capricho o entretenimiento) sin pensar en lo que todos hoy necesitamos (comportamiento ético); o bien soy honesto y me cuestiono lo que llevamos décadas haciendo y nos está destruyendo como sociedad y como especie, y en consecuencia no trato de alimentar más a la bestia. Elijo lo segundo.

 

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#COVID19 Reflexiones en la calma y la distancia

#COVID19 Reflexiones en la calma y la distancia

 

Como no teníamos muebles no había que limpiarlos ni se rompían.

Como no sabíamos que existía otra vida, éramos felices en esta.”

Una habitante de las Hurdes, sobre su infancia

 

Este no es un artículo científico, es un artículo de opinión. Si usted quiere obtener información real sobre la situación o recomendaciones del COVID19 acuda a las autoridades sanitarias de su país o la web de la World Health Organization.

 

En uno de sus maravillosos libros cuenta Salvador de Madariaga, genial maestro de la Historia, que en los gobiernos de Sagasta y Cánovas la compra del voto era una práctica bastante habitual. Relata el maestro que un buen día un cacique fue a la pequeña chabola de un jornalero andaluz, y le ofreció los dos duros que habitualmente se pagaban por un voto. Ante la sorpresa del terrateniente, el jornalero le arrojó las monedas a la cara, y mientras regresaba a su pequeño reino le gritó: “En mi hambre mando yo“. Sirva este artículo como homenaje a aquella ejemplar y anónima persona.

Es domingo de madrugada y amanezco tras una semana de viaje en mi biblioteca. A los varios miles de libros en papel que me abrigan y custodian, sumo varios cientos de ensayos digitales. Dedico días y noches a tomar apuntes. La redacción del libro avanza a pasos agigantados y cada vez me siento más contento con ella. Con toda probabilidad, tengo suficiente material para redactar una enciclopedia sobre todo lo que a nuestra especie lleva décadas pasándole y por qué y cómo podemos superarlo. Por respeto a la cuarentena decidí no realizar las dos últimas compras mensuales de libro nuevo y viejo, así que durante las últimas semanas no he sumado hermanos a mi actual familia.

Escribo este artículo tras meses de silencio, centrado en el servicio a mis clientes y llevando una vida feliz tras un periodo personal de enorme desconsuelo. Hoy hablaré, lector o lectora, sobre un tiempo de confusión y de pandemia, un relato del mundo que aunque parezca ficticio ya estamos viviendo.

Personalmente considero que no tengo ni capacidad técnica, ni autoridad sanitaria, ni voluntad ética para opinar acerca de esta crisis sanitaria. Siento además el deber moral de no hacerlo y de confiar en los profesionales que se encargan de ello. Creo simplemente que todos debemos hacer lo posible para superarla cuanto antes, y esto en mi caso concreto se traduce en el compromiso de un confinamiento total. Lo que aquí expondré es exclusivamente una reflexión sobre la sociedad a la que está afectando la pandemia.

Si tuviera que medir mi salud mental actual por el grado de adaptación a la forma de entender la vida del resto de personas, concluiría que estoy loco. Solo una pequeña reflexión me salva de este rápido diagnóstico. La hizo el maestro Jiddhu Krishnamurti hace unos años cuando afirmó que “no es saludable estar adaptado a una sociedad profundamente enferma“.

Dado que no volveré a escribir nada sobre esta crisis, este será un extenso artículo. He pretendido estructurar la visión sobre lo que está pasando de acuerdo a este pequeño índice de puntos:

  • El triunfo del ruido
  • El triunfo de la inercia
  • El triunfo del entretenimiento
  • Los 3 discursos mayoritarios para explicar lo que está pasando
  • 10 reflexiones sobre lo que nos está pasando

Ánimo valientes. Comenzamos.

 

EL TRIUNFO DEL RUIDO

Llevo semanas observando tranquilo los acontecimientos. Hasta hoy he tomado como guía de conducta un principio clave durante toda mi vida: hacer todo lo que nadie hace. Y no es porque los demás no sean capaces, sino porque el contexto de todas las personas que conozco, sin excepción, no les invita en absoluto a vivir el confinamiento desde la perspectiva del recogimiento, la tranquilidad y la reflexión. Sus formas de relaciones inmediatas (trabajo, familia, pareja, amigos) no ayudan a la práctica de una vida consciente. Si ésta sería una gran oportunidad para reducir la velocidad y reflexionar sobre ello, la mentalidad de todas las personas que conozco sin excepción es la de que todo esto -aunque puede que se institucionalice- es pasajero y volverán en algún momento a la normalidad.

Todos sus juicios o comentarios están enfocados a valorar qué o cual político se está comportando de forma más sensata para volver a lo que todos queremos: lo qie ya estabamos haciendo. Cada mañana se levantan esperando en su más profundo interior que alguna noticia les de un horizonte de expectativa que les ayude a seguir haciendo lo de antes. Algunos, los más snob, hipsters o privilegiados, comparten una cita de un filósofo o una infografía o un meme que habla de que el problema era la normalidad. Pero son frases hechas, quedan bien como pie de foto y las comparten porque aparentan cierta inteligencia. De hecho los que se consideran más inteligentes hacen uso de ese superpoder universal que tienen como CAPITANES A POSTERIORI, como héroes de la edad moderna, y crean o se adscriben a teorías descabelladas sobre el mundo que vendrá, sobre lo que ha pasado y sobre lo que nos está pasando. Pero en el fondo todos guardan la infértil y triste esperanza de volver a la normalidad. Porque en su normalidad, todo aunque vacío era más llevadero y agradable. Todo era mejor que disponer de tiempo en su propia vida.

 

EL TRIUNFO DE LA INERCIA

Durante los primeros días previos al Estado de Alerta, llevé una vida similar a la que llevan todas las personas que conozco: ocupaba mi tiempo tratando de procesar y poner en orden el enorme ruido del mundo. A partir de entonces lo tuve claro. Acudí mentalmente a una de las escuelas de vida a las que pertenezco, y recordé nuestro hábito de explorar la incomodidad constantemente para aprender a crecer en la adversidad. Al igual que en las dos crisis inmediatas anteriores aunque por motivos diferentes, tenía la fortuna de haber llegado hasta esta crisis muy bien preparado: una década compatibilizando teletrabajo y presencial, clientes que confían en mí pase lo que pase, una caja contra apocalipsis nucleares, una vida articulada alrededor del hogar, y continuos periodos de soledad, reflexión y confinamiento en mi vida.

En este contexto, decidí aprovechar el momento para apartarme del mundo en la medida de lo posible, en lugar de adaptarme a él. Como si en mi confinamiento en lugar de pretender la normalidad, aprovechara la excepcionalidad para mejorarme. En las circunstancias de aquellos primeros días, visto hoy con la perspectiva de varias semanas, eso fue exactamente lo que hice. Si bien conectaba contadas veces al día con el mundo (noticias, chats o llamadas) y me veía a menudo atacado por la crispación y susceptibilidad social creciente, aprendí poco a poco a normalizar y comprender el estado de ansiedad colectivo de la gente. Salvo estas pequeñas interacciones, he desaparecido literal y progresivamente del enorme y absorbente Leviatán (bendito Hobbes).

La experiencia está siendo tan gratificante que estoy eliminando mi perfil de varias redes sociales y aplicaciones de uso común que no me aportaban en su mayor parte nada bueno. Llevaba varios años queriendo tomar esta decisión, y aprovechando el estado de confusión de la gente me pareció un buen momento. La reacción normal de todas las personas que conozco ante esta progresiva desaparición era que había perdido el juicio, dado que si antes era necesario “vivir conectado o en línea“, con el aislamiento y en mi soledad era aún más necesario. Rememorando el mito de la caverna de Platón, algunas personas me llamaban preocupadas por si había entrado en depresión o tratando de comprobar si me había vuelto loco. Otras me manifestaban que sin estar en una aplicación de mensajería instantánea de uso global, iban a perder su contacto conmigo. Yo respondía sonriendo y con buen humor limitándome a decir que si nuestra relación era solo tecnológica, ¿por qué continuar teniéndola? Salvo tímidas manifestaciones de apoyo, no he visto que nadie haya adoptado esta actitud al más puro estilo Groucho Marx: “Paren el mundo que yo me bajo“. Mis respetos y oraciones están con todos vosotros, ánimo.

 

EL TRIUNFO DEL ENTRETENIMIENTO

Quien no lee con frecuencia, se envilece. Muchos de los maestros que me han educado, han escrito mucho sobre la barbarie. A lo largo de estas semanas he comprobado que estaban en lo cierto. Ante la realidad de esta crisis sanitaria global, las personas que conozco no solo no han disminuido su presencia sino que han aumentado y multiplicado su sobrexposición al mundo a través de chats grupales, videollamadas familiares y con amigos, varias convocatorias de aplausos diarias, ejercicios físicos, maualidades, grupos de apoyo, reuniones de trabajo online, redes sociales, artículos, noticias y una gran cantidad de interacciones con que ocupar su tiempo. La realidad común es para mí muy evidente: la mayoría de personas permanece totalmente ajena a la reflexión sincera y huyen ante la mínima oportunidad de conocerse. Por extensión aquellos que no son alérgicos a la reflexión sincera, dedican grandes esfuerzos a compartirla con violencia y certeza, en lugar de aprender a cuestionarla.

Todos ellos, tanto los que huyen de sí mismos como los que se gustan demasiado, entienden la vida en clave de entretenimiento (el otium humanista mal vivido) o en clave aburrimiento (contra el que la ética protestante industrial recetó siempre el trabajo, labora). En otras palabras, lo que me entretiene me gusta, lo que me aburre o cuesta esfuerzo, no me gusta; y cada vez que alguien abra la boca, yo dedicaré todos mis esfuerzos a decir si me gusta o no me gusta. Dedicamos nuestro tiempo a decir, a hablar, a opinar, y no a escuchar, parar o disfrutar.

Ocupamos al niño con los deberes de un sistema educativo muerto en el que no creemos, mientras grabamos videos dando pautas al mundo o aconsejando cómo poner una lavadora, meditar y evitar que se quemen las lentejas, para no dejar en ningún momento de rendir. Porque esa misma mentalidad del entretenimiento está asociada a la idea de rendimiento, a esa viaje lección aprendida que nos dice que ningún momento debe desaprovecharse en labores que no sean productivas. Y allí llega el agobio, la ansiedad, la necesidad de que el tiempo no pase tan lento, el vértigo que siento al no ocuparme. El entretenimiento social que consumimos y el entretenimiento mental que generamos para no volvernos locos, provoca serios estragos en el comportamiento. Sin autodisciplina mental, sin filtros ni control sobre nuestras emociones, lo importante de la vida es no aburrirse.

 

LOS 3 DISCURSOS MAYORITARIOS PARA EXPLICAR LO QUE ESTÁ PASANDO

Pertenezco a esa vieja nobleza pobre de personas que ante la agitación universal encuentra hogar en la calma. Por eso la mayoría de reflexiones que hoy se comparten me parecen atrevidas o agitadas. Dado que en los momentos claves de mi vida nunca huí de mí, con anterioridad y de forma casi constante he vivido largos periodos de soledad y confinamiento. Parte de todo lo que soy es gracias a momentos muy parecidos a los que ahora estamos viviendo.

En contra de lo que algunos fanáticos del #COVID19 pueden sostener, no minusvaloro la tragedia de la crisis, trabajo para explicarla en su contexto. Yo también al estar en uno de los focos mundiales de la pandemia, conozco varios casos de contagio y yo también he sufrido varios fallecimientos cercanos. Aún a pesar de la tristeza evidente por la pérdida inestimable de estas personas, nada de todo lo que está ocurriendo y está por venir es para mí revolucionario o diferente. Todo para mí forma parte de la lógica en el marco de un largo relato social y económico que se ha gestado durante mucho tiempo, y que he vivido en primera persona durante años como facilitador y agente de cambio. Pero veamos en qué consiste este relato.

Uno de los más frecuentes errores de juicio a la hora de comprender y vivir una situación excepcional es tratar de sobrestimar el pasado e infravalorar el futuro. En una suerte de amnesia colectiva la historia se diluye en el agua del tiempo. Si la intelectualidad ha fallado durante milenios en similares y titánicas tareas, créanme, seguirá fallando en ésta con el agravante de que, por absoluta desgracia para todos nosotros, cualquier paria del planeta, sepa o no de lo habla y sepa o no decirlo, dispone hoy de un altavoz en continuo contacto con la inmediata atención de una inmensa cantidad de gente.

Precisamente por todo ello, en nuestra responsabilidad se encuentra saber filtrar la ingente cantidad de información, y localizar a aquellos discursos relevantes. Dado el actual clima de totalismo y polarización social que estamos viviendo (en esto de la crisis sanitaria hay clases), en apariencia tengo cuatro opciones a la hora de escribir un artículo que hable de lo que está pasando:

 

1) “El capitalismo ha muerto”: La profecía mesianica de Slavoj Zizec

La primera opción que tengo es comprar o participar de ese discurso que abandera Zizec y que sostiene -leo con asombro- que una catástrofe similar no ha pasado nunca en la historia de la Humanidad y que esto cambiará por completo nuestra forma de entender la vida, el trabajo y las relaciones. Zizec augura la caída de China, la ruptura de los mercados financieros y la reconquista social del papel de la ciudadanía en el mundo a través del advenimiento de una forma de comunismo mejorada. En este contexto, para el autor, un nuevo comunismo, más realista, menos ideal y autoritario que el que ya conocemos, sería la única solución viable:

La bien fundamentada necesidad médica de establecer aislamientos ha hecho eco en las presiones ideológicas para establecer límites claros y mantener en cuarentena a los enemigos que representan una amenaza a nuestra identidad. Pero tal vez otro -y más beneficioso- virus ideológico se expandirá y tal vez nos infecte: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá de la nación-Estado, una sociedad que se actualice con solidaridad global y cooperación

El primer modelo vago de una coordinación global de este tipo es la Organización Mundial de la Salud, de la cual no obtenemos el galimatías burocrático habitual, sino advertencias precisas proclamadas sin pánico. Dichas organizaciones deberían tener más poder ejecutivo

El autor ha alertado, al igual que muchos otros, de la necesidad de haber vivido una tragedia global para plantearnos un cambio en el modelo de sociedad, pero dice estar seguro de que este cambio se va a producir muy pronto.

 

2) “Esta crisis acelerará la inercia”: La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han

La segunda de las opciones es comprar el otro discurso más extendido a la hora de entender la crisis. Es aquel que abanderan un ejército de intelectuales entre los que destacan las palabras del filósofo Byung-Chul Han. Esta lectura de la realidad defiende que si no cambiamos nada en nuestra forma de vida, nada cambiará a mejor para nosotros. El virus no va a lograr ningún cambio a positivo por sí mismo, sino tal vez precisamente todo lo contrario. En esta lectura hay una enorme cantidad de advertencias sobre las viejas estructuras nacionalistas, la soberanía digital, el capitalismo salvaje y los derechos ciudadanos. En las palabras de Han se huele esa sensación al más puro estilo Naomi Klein o Noam Chomsky, de que el triunfo de la inercia es tan grande, que el #COVID19, del mismo modo que otras crisis anteriores, ha llegado para fortalecer y reforzar el avance del neoliberalismo deshumanizador que nos consume. Y que si no estamos dispuestos a hacer algo más que ser la gestapo del balcón o los que aplauden cada día a las 8 de la tarde, el mundo seguirá tendiendo a convertirse en una mierda.

Sin duda una interpretación de la realidad con la que me siento muy identificado y cuya lectura puede servir para agitar conciencias. Sus palabras resuenan en nuestra responsabilidad sobre la sociedad embrutecida a la que estamos yendo:

Los peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación. La negatividad del enemigo no tiene cabida en nuestra sociedad ilimitadamente permisiva. La represión a cargo de otros deja paso a la depresión, la explotación por otros deja paso a la autoexplotación voluntaria y a la autooptimización. En la sociedad del rendimiento uno guerrea sobre todo contra sí mismo.”

Han alerta de que la sensación de un terror permanente, un enemigo común (el otro), puede garantizar una involución hacia épocas pasadas, en la forma de totalitarismos y de una religión financiera fundada en el aprovechamiento del shock y en el pánico constantes. El autor concluye:

La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta.”

 

3) “La emergencia como modelo de vida”: El mundo vigilado de Yuval Noah Harari

Algunas reflexiones de este discurso que encabeza Harari son especialmente interesantes. Pese al momento histórico de progreso que vive la humanidad, nos sentimos más frágiles que en la Edad Media. Aunque Harari ha reiterado en numerosas ocasiones que no estamos viviendo la peste negra de la Edad Media, ha reconocido enormes similitudes como la necesidad de aislamiento, la vigilancia masiva, las medidas autoritarias necesarias, el pánico colectivo o el creciente sentimiento de indefensión. Pese a ello, la situación en términos sociales es muy diferente en cuanto a esperanza de vida, realidad diaria, cobertura sanitaria o acceso a los bienes fundamentales. Tenemos, según este autor, la tecnología y la economía necesaria para superarlo. Mi enorme certeza tras estas semanas, pero sobre todo tras estos años, es que no estamos aprovechando tecnología, ciencia ni economía en la dirección correcta, sino en la totalmente contraria. Sabemos lo que está ocurriendo en términos sanitarios y estamos luchando por una solución. Opina que la información es más importante aún que el aislamiento.

La tesis fundamental de Harari está fundada en que las decisiones de urgencia que se adopten para combatir esta crisis, se institucionalizarán cuando aparentemente pase. Sostiene esta opinión en gran medida basándose en que lo que está ocurriendo es que Occidente está entrando en el mismo modo de vida de emergencia en el que llevan viviendo muchos países en el mundo desde hace décadas. No habla por hablar, él mismo vivió cómo su estado -Israel- estableció hace más de sesenta años medidas de emergencia que todavía hoy siguen en vigor.

La base de esperanza para Harari está en la ciencia y en el adecuado flujo de información a la población. Una sociedad informada y culta, conocedora de la información veraz, será mejor que otra que se mueve de acuerdo a intuiciones o fake news virales. Para el autor algunas medidas de vigilancia masiva están justificadas e incluso es saludable acostumbrarnos a medir constantemente nuestra salud. Su más inteligente contribución, creo yo, ha sido su reflexión relativa a la falta de un plan global para situaciones de emergencia como esta, en las que claramente hemos visto medidas individualistas y centradas en el Estado-nación, en un mundo totalmente intercomunicado y aparentemente conectado.

Algunos otros autores han hablado de la realidad inmediata que viene, ese ejército de marcas y marketing que se va a empeñar en bombardearnos para que volvamos a la normalidad enferma de la que nos hablaba Krishnamurti.

 

10 REFLEXIONES SOBRE LO QUE NOS ESTÁ PASANDO

Aunque estoy en plena redacción de un libro que creo que nos ayudará a comprender por qué se nos ha ido tanto la cabeza y hasta qué punto podemos o no recuperarla, quiero terminar este artículo hablando muy sintéticamente de mi visión sobre toda esto:

 

1) No estamos aprovechando el confinamiento para hacer un examen de conciencia: Ni como personas ni a nivel empresarial. Veo muchos casos de empresas que simplemente están traduciendo y multiplicando a una nueva realidad de teletrabajo, los mismos errores que cometían en lo presencial: no hay espacios significativos de reflexión; no hay naturalización de una situación extraordinaria que requiere relajación, compasión y empatía con realidades personales en cada hogar; y por último la exigencia es idéntica o mayor a la que existía en la oficina. Los maestros Pablo de Tarso y Miguel de Cervantes son dos de los miles de ejemplos de personas que en su confinamiento fueron capaces de alumbrar grandes reflexiones y construir el cambio del pensamiento occidental. Todos ellos dedicaron momentos de máxima contención y aislamiento a aprender a conocerse, a imaginar y soñar mundos mejores. ¿Por qué nosotros no estamos siendo capaces de hacerlo ni a nivel personal ni corporativo? De nuevo creo que es una cuestión de desconocimiento e inercia, de falta de perspectiva y absoluta y diletante ejecución. Conclusión: Aprovecha estos momentos para abandonar el sobrepensamiento, deja de exigirte lo mismo que si estuvieras en una situación normal (por dios, tu hijo se te está subiendo por el brazo vomitando mientras lees esto) y, por favor, practica el autoconocimiento y el silencio sinceros. Apaga la tele, desconéctate un poco, aprende a decir NO. Te necesitamos fuerte durante y tras la crisis. Si el mundo se ha interrumpido, ¿por qué tú no?

 

2) El proceso de medievalización del mundo se acelera. La pandemia está ayudando a una velocidad supersónica a marcar las nuevas clases sociales que se sitúan a uno y otro lado del pensamiento único. En la nueva pirámide feudal, la guerra por los recursos básicos (agua, medicina, alimento) comienza a acelerarse. En la nueva Edad Media, no serán la agricultura y el pueblo los sustentos de la desigualdad, sino la concentración corporativa y el control de la tecnología digital en la explotación de las ciudades. El ya lamentable deterioro de la cultura y la educación durante las últimas décadas, está favoreciendo la aceptación de este nuevo orden mundial distópico y totalitario. Que las personas confinadas en su cada por puro aburrimiento se dignen a abrir un libro o ver un documental o consultar un artículo, no es suficiente. Que lo hagan por la convicción de que este sistema perverso que todos hemos alimentado ya nos está robando incluso el derecho a la vida, es lo necesario. Conclusión: este proceso no solo se acelera, sino que además es invisible.

 

3) Lo que está pasando ahora es la causa de un modelo de vida destructivo y absurdo. El sistema del capitalismo voraz y autodestructivo sigue tan sobradamente vivo y está tan implantado en tu vida que al morir tu abuelo no puedes ir a su entierro por peligro de contagio un sábado pero el lunes estás obligado a ir a trabajar a tu puesto de trabajo donde interactuarás con decenas de personas y con suerte podrás tener una mascarilla, que por cierto nadie salve si te libra del contagio. Con total certeza, si no te pones las pilas tus hijos vivirán un mundo peor que el que ahora vives, y los hijos de tus hijos también. Millones de personas vivimos recluidas en nuestras casas (o en las de otros, por ser más precisos) porque durante décadas salimos de ellas a diario para construir el mismo mundo que ahora nos encierra, ese mismo mundo al que queremos volver “cuando todo esto acabe”. Conclusión: no estamos aprendiendo nada, ¿Cómo estás dispuesto a comencer a hacerlo?.

 

4) La pandemia está recordándonos las tres cosas importantes para el mantenimiento de una sociedad avanzada: cooperación no violenta, acceso universal a una educación integral y humanista, y derecho a una atención sanitaria pública. A ver quién tiene ovarios o cojones a cuestionar ahora o a recortar aún más las condiciones de todos esos profesores sin recursos, médicos y enfermeras saturados de trabajo, y agentes sociales, cuyo cambio he acompañado por toda España durante años constatando realidades profesionales flagrantes, y que ahora están sacando a todo un país con enorme coraje de la total debacle. Esto ha sido una pandemia impredecible en terminos sanitarios, sí, pero he vivido en primera persona cómo nuestras sociedades llevaban años ejercitándose en una mercantilización del pensamiento único a través de un salvaje capitalismo financiero que nos ha desprotegido y esquilmado a nivel de diálogo, derechos y libertades. Pese a ello, continuamos confiando nuestro futuro a personas que no están preparadas para preverlo, y nuestro presente a personas mediocres que aceptan no dos duros, sino uno por comprar su voto. Conclusión: Si no recuperamos el tiempo perdido, la implosión es segura

 

5) Nada de la sociedad que tienes va a cambiar por un virus, porque esto lleva décadas pasando. O cambias tú o nada cambia. Que nos hayamos dado cuenta ahora de que el mundo no está tan bien, no significa que otros no llevemos alertando de ello y trabajando años por mejorarlo. El #COVID19 es un indicador de la situación del mundo, un testimonio del comportamiento de la naturaleza a la que por cierto habíamos olvidado, pero también un reflejo de una gran cantidad de fenómenos simultáneos e insostenibles: un crecimiento demográfico abusivo, desigual y desproporcionado en el mundo, unas instituciones creadas en la Edad Media (y que por eso tienden a validar la nueva Edad Media), y un comportamiento humano insaciable. Conclusión: Cuando acabe esta crisis, tendremos aún menos derechos, ¿Qué estás dispuesto a hacer para recuperarlos o construir otros nuevos?.

 

6) La sociedad violenta del LIKE: La gestapo del balcón se ha sumado a la más antigua gestapo de twitter. El virus no ha hecho más que subrayar lo que ya éramos y hacíamos, pero en nuevos formatos. Sea como fuere, hemos llegado a tal nivel de desquiciamiento colectivo, que todo lo que leemos o escuchamos pasa ese filtro infantil tan primario, inmaduro, y peligroso que se resume en ME GUSTA/NO ME GUSTA. En esta eterna dialéctica de acumulación de likes, en esta crisis aún más que fuera de ella pero como siempre en nuestra  historia como especie, no seguimos a quienes tienen más criterio sino a los que más nos gustan. Si algo gusta a muchos, será porque es verdad… Es el triunfo de la comodidad sobre el esfuerzo. La sociedad está tan rota y despistada y es tan iletrada que los comportamientos y el lenguaje violento a través de canales que ya estaban viciados (redes sociales, formaciones políticas y medios de comunicación), se han disparado eliminando ya de lleno los filtros mentales ante reacciones emocionales inmediatas, al tiempo que las reflexiones más sencillas contenidas en artículos de 6 párrafos nos parecen extraordinarias y se hacen virales. Conclusión: Instalados como idotas en el ME GUSTA/NO ME GUSTA, otras personas seguirán tomando las decisiones sobre nuestra vida por nosotros. ¿Estás dispuesto a escuchar, dialogar y construir en lugar de a juzgar continuamente e indignarte?

 

7) Panorama político desolador: El escenario politico está tan roto que las escasas demostraciones de mínima sensatez nos parecen admirables. Nos agarramos al primero que llega y dice algo sensato, y se lo agradecemos porque el nivel es tan bajo que nos conformamos con eso, aunque solo sea algo temporal o aparente. Conclusión: Lo que compras y consumes es tan importante como lo que defiendes y votas. No necesitamos que te representen mejor, sino que te representes bien.

 

8) Exceso de simplificación y de milagros. La esperanza de la gente está tan rota que nos lanzamos a agarrar el primer salvavidas que vemos en forma de lo que sea: declaraciones triunfalistas de la crisis, incitaciones a volver a “la normalidad” tras el confinamiento, proclamaciones de un nuevo orden mundial, identificación de la solidaridad coyuntural con una nueva sociedad cooperativa y solidaridaria,… Si ahora parecemos solidarios es porque tan solo vemos que esto nos toca cerca, no porque lo seamos a diario fuera de la excepcionalidad. Eso se llama miedo propio, no solidaridad común. Muchos hablan de un nuevo orden mundial. Así, de repente, porque una pandemia vaya a matar a 1 de los 8.000 millones de personas en el mundo que sobrevivirán. La pregunta es ¿Qué cambios se están dando en los órganos de poder y decisión del mundo en estos momentos para que estas personas afirmen con rotundidad esto? Conclusión: Que esta situación de excepcionalidad no te engañe, no hemos conquistado nada, queda mucho trabajo por delante.

 

9) Partícipes del engaño. La única nueva realidad a conquistar se llama coherencia social y estaremos más lejos de ella ahora que antes de esta crisis. Es evidente que el modelo de relaciones que tenemos no opera con ética y denigra nuestra humanidad, pero ¿Creemos de veras que de acuerdo a los indicadores financieros que siguen gobernando el mundo el modelo social actual de veras no funciona? Personalmente yo lo veo muy rentable a nivel económico. Las gallinas que entran por las que salen; si no aceptan este abuso que propongo, aceptan silenciosamente otro. ¿Acaso han visto algún cambio en los mercadores financieros, las medidas adoptadas por los gobiernos o las leyes que rigen nuestras sociedades en una dirección diferente a la de seguir haciendo lo mismo que hemos hecho siempre?. Cuando algunos hablan de un cambio social, exactamente ¿a qué se refieren? ¿A  la ausencia de contaminación coyuntural porque no hay tráfico en las calles y los cervatillos cruzan el puente de Brooklin?, ¿A felicitar al vecino por su cumpleaños todos en el patio y meterme luego en casa para tener una reunión online que prepara la siguiente campaña de marketing global para “volver a la normalidad” que garantiza que sigamos dejando morir solos a los ancianos? Conclusión: La alegría circunstancial ante determinados gestos no nos garantizará la felicidad constante tras todo esto. Aprende a practicar el pensamiento crítico.

 

10) Esse quam videri. En uno de los capítulos del libro hablo de esta tendencia malsana que hemos desarrollado a aparentar y parecer, en lugar de limitarnos a ser. Esta tendencia a venderlo y mercantilizarlo todo, incluso nuestra vida. Personas colgando videos, audios, consejos constantes sin ejercer el mínimo esfuerzo de introspección, alimentando el ruido del samsara, engordando a la bestia… ¿Por qué?, ¿Por qué hacemos esto una y otra vez? Pretender parecer limita nuestra capacidad de ser. Conclusión: En lugar de tratar de parecer que lo sabemos todo y de intentar vender como una estampida de ñúes, ¿No sería más útil aprender a mostrarnos vulnerables?

 

NOTA: Mi compañera Eva Trías me acaba de mandar un artículo que habla precisamente de alguien que NO QUIERE VOLVER A LA NORMALIDAD. Disfrutadlo. Gracias, Eva.

Espero de corazón que este artículo haya despertado en tí alguna útil reflexión. Vuelvo a recluirme tras esta breve reflexión. Poco a poco iré alejándome cada vez más del ruido para aprender a escuchar el verdadero río, tal y como Vasudeva enseñó a Siddhartha.

Gracias por tu tiempo.

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El río y la construcción del barco

¿Por qué necesitamos potenciar la suma de economías individuales o de nuevas formas de entender la economía? Porque socialmente necesitamos retomar nuestros valores o acuñar una nueva ceca para nuevos principios y formas de entendernos. Porque como decía @mbawmens necesitamos reinventar el mercado desde la sociedad. “La próxima frontera de la humanidad no es el espacio sino nosotros mismos” como recordaba el buen Gregory Stock. Mi receta se basa en Innovación, Innovación, Innovación. Nuevos ecosistemas sostenibles, realidades en malla, divergentes y convergentes, diversas, capaces de autoaprender y explotar oportunidades en el camino. La profesora Eunika Mercier-Laurent hablaba de ello hace poco pero hay muchas, muchísimas, infinitas nuevas fórmulas que necesito/necesitamos poner en práctica. Y en esta aventura tal vez vayamos como se sentía hace unos días @otrocaminante: “Voy por el camino que tiene por delante el mundo” Pero es necesario andarlo, es necesario explorar y sacudirnos el miedo porque los datos que nos siguen aterrando no pueden ser peso sino razón:

A mí me sobran las razones para saber que el modelo que actualmente vivimos no sirve ni en la familia, ni en la escuela, ni en la empresa ni en la sociedad. Tras 5 años de crisis, 11 millones y medio de personas en España están “en riesgo de exclusión social“, comiendo en comedores sociales o iglesias. 1 de cada 2 jovenes sin trabajo (si la mitad de los jóvenes de entre 25 y 35 años de este país -la población que debería ser el gérmen productivo- se independizase, no podrían pagar tres meses de alquiler en Madrid). más del 80% de españoles no es capaz de ahorrar 3.000 EUR al año, 5 millones de personas en paro, el 70% de profesionales altamente cualificados deseando irse de aqui, un 60% de los jovenes en paro sin formacion ni capacitación, 17 millones de personas ganan 1.000 EUR al mes (un 63% de la población). Nuestro mercado está escasamente o nulamente diversificado conservando el foco de negocio en sectores que tienen una extrema dependencia a modelos industriales de crecimiento que no son sostenibles en el tiempo. No tenemos una economía del conocimiento porque nuestro conocimiento se va fuera. Sin más. Nuestra economia es en un 80% pequeños negocios y autonomos (alguien se empieza a dar cuenta pero no les da dinero) pero les impedimos progresar y hacemos que tener un negocio sea una proeza (la burocracia acaba con la mayor parte de proyectos). El 98% de las empresas que cerraron en los últimos cuatro años tenían menos de 50 empleados. 177.000 empresas han cerrado en los últimos 4 años. La gestión pública está deteriorada y no paga sus facturas a autónomos. En España es muchísimo más fácil ahora cerrar una empresa que abrirla.

Los grandes agentes sociales solo representan al 20% de la economia y cuando se despliega el tapete del juego solo cuentan 35. La clase política está no ya estancada, sino completamente desfasada y anacrónica. . Son garantes y guardianes de un sistema de suma cero que sostienen los que mi amiga Carolina llama “empresauros”. Políticos del pasado que no se regeneran y grandes empresauros son nuestra imagen fuera y nos conformamos con que nos gobiernen dentro “porque no hay otra cosa”. Porque nuestro modelo de recompensa inexistente genera un fracaso escolar que nos hace cada dia mas pobres. Pero no contentos con ellos, recortamos presupuestos en cultura y educación porque “no dan dinero”. Maldita sea, amigo, es exactamente lo único que te va a a dar dinero incluso a corto plazo: personas competentes, que aprendan haciendo y disfruten con lo que hacen, inquietas, críticas,… La dependencia crediticia ficticia y falsa que nos llevó a la situación actual no solo no se ha estancado sino que además ha crecido y ha ampliado su presencia en… ATENCIÓN: los Estados que salvaguardan nuestras libertades y derechos. Mi ciudad -Madrid- tiene deudas que no podrá pagar en menos de 40 años sin aumentar impuestos de forma inmediata, España tiene escandalosas deudas de las que se está librando mercadeando su propia marca a plazos a otros Estados o empresas. Europa está, sin duda para mí, aún peor que cualquiera de los países que intenta regular. La financiación se ha parado porque se ha restringido de forma abusiva el crédito y los ajustes fiscales provocan cierto conservadurismo obsceno que prioriza la no contención del gasto sobre el crecimiento social.

Empresaurus clasicus, con un peso de siglos y una adaptación al cambio sospechosa, se nutre de la manada sin aportar gran valor social

Entretanto una colección de lo que yo llamo “practicistas” (gente cuya mente no puede ver más allá del inmediato plazo) plantean soluciones descabelladas al estilo Paul Krugman: bajen sus salarios y todo se resolverá, o mejor aún, barra libre para abaratar el despido sea como sea. Nos entretenemos saboreando la supuesta eficiencia de la banca. También hay grandes frases que se pronuncian como la de Robert Zoellick “El mundo ya no volverá a ser como antes” que vienen a decir algo así como “Os hemos metido el gol y ahora toca la hora de sentiros culpables”. Pero todo es genial porque cada vez la gente trabaja más por menos y cada vez hay menos huelgas y pérdidas fatuas del sagrado tiempo productivo. Y el turismo sobrevive, luego no nos estará yendo tal mal, ¿cierto? Y hay grandes indicadores abstractos que nos hacen dormir bien: llamémoslos “confianza en el euro” y “nivel de vida razonable”. También reducimos el “fenómeno” de la inmigración que para algunos era un auténtico problema. Maldita sea de nuevo: No somos productivos ni tenemos la vida por la que trabajamos. No se trata de parches, se trata de modificar en infinitas realidades atomizadas nuestra cultura laboral.

Las personas que están en la Patronal no representan al empresario que necesitamos para modificar y hacer una nueva marca España. El nuevo empresario valora el talento y las personas no como un discurso vacío y repetitivo al accionista sino como el motor para crear y construir economía y sociedad. Han aumentado las compras de coches de lujo, las inversiones en el sector de lujo y… todo lo que se os ocurra que tenga “lujo” de apellido. Sencillamente porque las desigualdades se pronuncian. El problema es que cuando como dice Jose Luis Sampedro “se cuidan los objetos y se gastan las personas” el modelo estalla en mil pedazos y se pierde no ya la maldita “paz social” sino la propia sociedad. Creo que nos estamos voviendo extremadamente incivilizados.

Entretanto vemos en la televisión Quién vive ahí para tomar nuestra pequeña dosis de paraíso mientras los pedazos luchan por no recomponerse. ¿Necesitamos mas datos o razones xa saber q el modelo España YA no funciona? NO, necesitamos alternar lo que ya conocemos con nuevas formulas, necesitamos CAMBIAR y dejar paso a las ideas. No vale con perpetuar lo que antes funcionaba, porque podemos y sabemos hacer algo distinto. Unete al cambio y redarquízate. Tengo ideas, tenemos ideas que pueden hacernos superar este largo periodo de apatía creativa. Tal vez como recordaba hace poco @pacotraver solo necesitamos tener conversaciones, hacer terapia de colaboración, ponernos en común para hallarnos de forma individual.

Nos han creado y hemos digerido el miedo, lo han getionado de la forma más eficiente y exitosa posible pero nosotros tenemos soluciones y propuestas para cambiar las cosas en entornos adversos, somos capaces de superar el miedo, solo nos hace falta una gran actitud y compromiso. Por eso -porque debo predicar con el ejemplo- me he decidido a ser mi propio barco, he abandonado el confort y la zona de seguridad y estoy en cloud, en medio del océano, pero he levado anclas y me muevo, vivo porque he dejado de sobrevivir, valoro otras cosas y busco otro tipo de relaciones profesionales que me construyan y que construyan a mi entorno. Lo he hecho en mitad de todos estos datos lamentables y me llamaréis loco porque he renunciado a una carrera seguramente exitosa para la que había encaminado mis pasos en favor de una carrera honesta con lo que creo. Y sin embargo creo que lo merezco, que he trabajado duro por este momento y que voy a crear mi propio ecosistema. Si no le gusta este ecosistema -parafraseando irónicamente al genio Groucho- tengo otros. He estudiado -y seguiré haciendolo- nuevos ecosistemas y fórmulas que pongo en práctica en mi vida laboral y personal. Y los encuentro en cada libro que leo, en cada artículo y post, comida de trabajo y reunión que estoy teniendo estos días, en cada conversación e intercambio honesto de ideas. El éxito para mí está siendo la propia búsqueda de nuevos modelos sostenibles. Solo eso.

los Seems

Bueno, me voy a poner un poco señor Scruch 😉 Es a propósito de un artículo titulado Why the situation in Spain is better than it seems de Juan José Güemes, president of IE Business School’s International Center for Entrepreneurial Management, en la revista ForbesNo me ha gustado mucho el artículo. Realmente hay varias cosas con las que no estoy de acuerdo y otras con las que coincido. Aún así, mala sensación. Al leer el artículo parece que todos intentamos superar ese mundo paralelo que no es el de los Sims, sino el de los Seems, el de lo que parecemos y lo que somos. Mi aproximación a lo que somos es algo más crítica y sencilla que la de Juan José pero los dos llegamos a la misma conclusión. Curioso.

No estoy de acuerdo en que la infraestructura se haya abordado de forma eficiente en España a pesar de que seamos líderes en ingeniería en muchos aspectos (curiosa ideosincracia la de un país líder en algo que no sabe gestionar eficientemente), tampoco con el hecho de que las Cajas de Ahorro y su modelo de negocio fueran insostenibles y “anacrónicas” y que hayan desaparecido por eso, pero sobre todo que no se pudiera reinventar ese modelo y que la única solución fuera la que todos hemos aceptado. Es evidente que la separación entre cualquiera de los poderes es siempre necesaria, incluida la separación entre el poder económico y político y este vínculo debía desaparecer. Mejor antes que después, sin embargo con esta desaparición hemos pagado una factura muy alta que no era necesario expedir a toda la ciudadanía. Realmente lo hemos hecho porque nos han obligado, no porque fuera la mejor solución. Es necesario no olvidarlo porque de otro modo el aprendizaje se desvirtúa y pierde sentido o desmerece la perspectiva o el papel social de dichas entidades ya fallecidas (R.I.P dicho sea de paso, aunque el enterramiento será lento). Sí me parece acertado destacar la dificultad para crear negocio en España, la excesiva burocracia pública y la segmentación de mercado (compartimentos estanco que no favorecen el intercambio de valor) que todos hemos sufrido en alguna u otra medida. Estos son puntos clave de mejora. Pero fundamental es reinventar el modelo educativo a parches que tenemos y dejar de disociar la economía, la educación y el bienestar como tres líneas o realidades paralelas porque son líneas o realidades simétricas y también condicionales.

Genial señalar que cuesta crear una empresa, pero la dificultad para crear no cualquier negocio, sino aquellos sectores que debemos y podemos potenciar. Ahí está el fallo. También en la falta de captación de talento, no en su retención sino en su captación y canalización, en la puesta en común. El éxito de una comunidad no se mide por sus nodos: tú puedes tener un equipo formado por gente altamente cualificada y con una aptitud excelente pero si no facilitas que hablen entre sí o no poseen habilidades REDlacionales, malo, muy malo, amigo mío. Experiencia no me falta en esto 🙂 El éxito de una comunidad (empresa, nación, proyecto) se mide por la calidad de sus sinapsis. Pensemos en la organización como un cerebro y no como una suma de cajas yuxtapuestas.

Por otro lado grave la afirmación siguiente: “Los políticos españoles más populares en los últimos tiempos han sido los que han demostrado austeridad y rigor que los valores políticos, los que han malgastado el dinero público se han declarado en desacato”  Buffff, muy duro en este país decir que tenemos políticos populares o que algunos que lo fueron lo sigan siendo. Estoy leyendo mi segundo libro sobre Suárez, más allá de esos márgenes brindo al sol aunque admiro a políticos pasados. No estoy contento con mi clase política actual, lo digo abiertamente, pero menos con el hecho de que ya no existan LITERALMENTE personas de Estado, gente con el valor de superación  y sacrificio necesarios para abandonar sus intereses personales en pro de un bien colectivo. No están capacitados, formados ni poseen la visión suficiente para acometer sus responsabilidades inmediatas en la mayor parte de casos. Yo tampoco pero no aspiro a ser político ni candidato 😉 Tampoco son independientes, que sería un valor de contrapeso a la ausencia de los anteriores, ni tienen criterio propio ni abogan por ningún tipo de diálogo más allá de la confrontación.

Sobre la reforma constitucional y la culminación del déficit público… ok, ok, me callo, pero de todo menos consensuada dentro y fuera del sistema, en sus dos vertientes. Otro caso de que hemos hecho lo que hemos hecho porque nos han obligado (como a otros de nuestro entorno) pero no porque fuera lo correcto. Y así, sumando parches, podemos continuar infinitamente, moviéndonos en la ciudad llamada Urgencia o parándonos a analizar el límite de lo sensato. Como bien dice Julen en su post, “nos despojaron de la habilidad para esperar”. El problema es que además de eso, tenemos que estar convencidos de que no esperamos porque es lo mejor que uno puede hacer. De acuerdo para otros, pero yo por ahí no paso. Señor Scruch de nuevo, perdonadme 😉

Otra grave o sesgada afirmación: “La extraordinaria dificultad de reducir el ritmo de crecimiento de los salarios ha llevado al aumento drástico de despidos” Bueno, creo que otras cosas mucho más importantes nos han llevado al aumento drástico de despidos, no solo el hecho de no poder aumentar los salarios de la gente. Mi actual empresa, everis, es un ejemplo de que en tiempos de crisis se puede aumentar y cuidar el salario de la plantilla sin necesidad de recurrir a los despidos y con una adecuada y al menos un poco sostenible visión estratégica. Cierto es que tenemos mucho que mejorar pero al menos no lo hacemos a costa de sacrificios ajenos sino propios.

Totalmente de acuerdo en que los recortes no deben afectar a los servicios sociales pero un poco más excéptico en que “la retirada” como él la llama vaya a encumbrar nuevos valores que recuperen el espíritu de “extraordinario crecimiento en los ingresos del Estado” que se dio en el pasado. De nuevo creo que seguimos mirando a corto plazo, mirábamos a corto plazo hacia el futuro y ahora parece que miramos a corto plazo hacia el pasado. Mi pregunta es ¿No hay más opciones? ¿Es esto todo? Lo malo de saber la respuesta a esta pregunta es que nadie quiere oír una respuesta a algo que ni siquiera se pregunta. Pero para eso he creado este blog y para eso habla con vosotros a diario, amics.

En todo caso los vericuetos del pensamiento social son inescrutables. Con razones y argumentos diferentes, el autor del artículo y yo coincidimos en que la situación del país es mejor de lo que parece. Curioso, como decía 🙂