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La verdad sobre la formación y la consultoría

La verdad sobre la formación y la consultoría

 

“En primer lugar examiné a los hombres,
y llegué a la conclusión de que en esta infinita
diversidad de leyes y costumbres,
no estaban regidos únicamente por sus fantasías”

maestro Charles Louis de Secondat,
barón de la Bréde y de Montesquie,
D l´esprit des lois (1748)

 

El presente texto aborda uno de los dolores más incisivos de nuestra época y que simplemente esbocé en un artículo anterior titulado Radiografía de nuestro tiempo. En este artículo trataré de exponer más detalladamente por qué considero que la práctica mayoría de los servicios de consultoría y formación actuales son completamente acríticos, inútiles y superficiales. Representan en mi experiencia una clara aceleración de la inercia autodestructiva de una sociedad enferma.

Dado que encuentro a menudo a personas que quieren justificar lo injustificable, he decidido hacer el esfuerzo de poner en negro sobre blanco mis ideas. Mi objetivo es doble: poner sobre la mesa el problema acuciante de la frecuente falsedad y mediocridad del profesional de consultoría y/o formación, y tratar de arrojar alternativas viables para superar dicho problema. Hablaré desde la experiencia de más de 20 años de trabajo en más de 14 sectores de mercado, tanto en gran consultoría por cuenta ajena como en consultoría artesana por cuenta propia, y a partir de continuas vivencias, conversaciones y realidades que veo a diario. Tengo mucha tela que cortar y trataré de ser ordenado y sintético a la hora de exponer las ideas esenciales.

Este artículo tendrá los siguientes apartados:

  • El enfoque equivocado de la consultoría
  • La dinámica perversa de la consultoría
  • La falacia de la formación convencional
  • Alternativas reales a esta mierda

Comenzamos.

 

EL ENFOQUE EQUIVOCADO DE LA CONSULTORÍA

La consultoría es tal y como se practica hoy en día la respiración asistida del sistema. En concreto, de un sistema que comienza a ser autodestructivo y afecta a nuestra estabilidad social en muchos sentidos: sanitario, sociológico, económico y ambiental. Resumiendo, cada vez estamos más fundidos y los castillos de naipes caen continuamente. Por contra el mercado actual de los servicios de consultoría en el mundo se sitúa anualmente entre los 700 y los 900 mil millones de euros. Lo que suele hacer el mundo de la consultoría tradicional -lo se por propia experiencia- es parchear los males, las crisis y los dolores del sistema económico mundial en el que estamos inmersos. Los consultores son, por lo general, profesionales de las tiritas atendiendo tumores graves. Y se han vuelto tan necesarios para el funcionamiento de las empresas e instituciones públicas que se han convertido en una auténtica pandemia que en la mayoría de los casos deberíamos combatir.

Tal y como recientemente han tratado de denunciar algunas personas, el sector de la consultoría continúa en aumento a ritmos a menudo 7 veces superiores a los de algunas economías a las que prestan servicio. Hablamos pues de una burbuja inmensa. Veo necesario recordar que la consultoría convencional la engrosan grandes empresas de servicios pero también medianas y pequeñas empresas que repiten una y otra vez las dinámicas perversas de aquellas y que parten de las mismas 4 premisas erróneas:
 

  1. Toda realidad es predecible y lineal de modo que todo problema puede resolverse de forma simple y aislada de acuerdo a la lógica siguiente: Veo un síntoma, me focalizo en atender ese síntoma, alivio o neutralizo el síntoma y me voy. La ciencia médica nos ha enseñado que lo que hay que atender es la enfermedad o el dolor en su conjunto desde la detección combinada de los síntomas, de modo que este enfoque -que practican la práctica totalidad de consultoras que conozco- es sobradamente erróneo y no suele resolver nada. El hecho de centrarme en necesidades puntuales y no atender contextos completos hace que la actividad de la consultoría consiste a menudo en mantener enfermedad latentes parcheando y tapando las diferentes grietas mientras la estructura no cambia, se deteriora o pervierte. La manera en la que este modo de comprensión de los servicios entiende al buen consultor es la siguiente: un profesional es un buen consultor cuanto más predecible y dócil sea para su empleador (empresa consultora) y su contratante (cliente).
  2.  

  3. La realidad se transforma por medio de mi voluntad y mis ideas de modo que no es tan importante lo que yo tengo que escuchar en mis clientes sino lo que puedo cascarles de la enorme paja mental que me he creado llamada catálogo de productos y servicios. En otras palabras, mi trabajo como consultor es vender las cosas que traigo y no comprender y atender las realidades a las que soporto y asisto. Todo lo demás me da exactamente igual. Este idealismo militante, esta suerte de religiosidad rayana en lo totalitario caracteriza los servicios de consultoría presentes en toda organización, y se puede visibilizar bien en forma de metodologías doctrinales, libros, corpus teóricos, presentaciones digitales, intervenciones,… Es un error garrafal que para mí daña enormemente cualquier capacidad real de mejora.
  4.  

  5. El éxito de un servicio de consultoría se mide en términos de ahorro de costes, de suerte que mi trabajo es mejor si lo hago en menos tiempo y si el cliente obtiene mejoras aparentes -aunque no significativas- que le permitan seguir a lo suyo haciendo que todo cambie para que nada cambie en absoluto. Existen consultoría sencillas que no requieren largas intervenciones, son proyectos de corto plazo, pero el verdadero error reside en creer que todo puede reducirse al corto plazo y las acciones quirúrgicas. A menudo los procesos de cambio requieren tiempos largos y exploraciones de la realidad que las consultoras no realizan obsesionados en sus burocracias e hitos absurdos.
  6.  

  7. El cliente siempre tiene razón y yo solo estoy aquí para dársela y aumentar su sesgo de confirmación. Hace tiempo escribí un artículo sobre la tiranía del cliente como paradigma destructivo en el que hablaba de esto, por lo que no desarrollaré aquí mucho más.

 

LA DINÁMICA PERVERSA DE LA CONSULTORÍA

Llevo ya los suficientes años dedicados a esto como para saber cómo funciona la dinámica convencional de la consultoría y la prestación de servicios formativos. El problema es sistémico y está íntimamente relacionado con una comprensión deshonesta y amoral de la prestación de servicios. Vaya por delante que no ha cambiado absolutamente nada en el mundo de la consultoría tradicional durante los últimos 20 años sino que de hecho ha ido a peor. Las mismas prácticas laborales corruptas, precarizantes y extractivas que yo viví en el mundo de la gran consultoría siguen dándose con renovadas formas y canales de explotación de la necesidad del cliente, las condiciones laborales de los trabajadores y la oferta de servicios.

Comparto aquí tan solo algunos retazos en forma de anécdotas sobre lo que digo:

Generar una necesidad en el cliente privado y ser contratado para atenderla: Por lo general la dinámica de la consultoría es completamente transparente para cualquier persona que se haya dedicado a esto y haya tenido algún puesto destacado de responsabilidad o interlocución ejecutiva. Se trata de generar hypes alrededor de conceptos que periódicamente se renuevan gracias a la connivencia absoluta entre 4 actores determinantes:
 

  • Una pedagogía de la adaptación a la inercia por medio de escuelas de negocio acríticas que educan a futuros directivos para contribuir a la inercia sistémica con la colaboración de supuestos referentes nacionales e internacionales en cada una de sus respectivas burbujas,
  •  

  • Una sofisticación cultural artificial y hueca gracias a una industria editorial vergonzosa que imprime y publica libros con discursos simplistas y efectistas que dotan de contenido al mensaje y encumbran como referentes a seres completamente iletrados,
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  • Un altavoz efectivo de dispersión masiva en la forma de una industria endogámica del marketing que amplifica estos discursos convirtiendo en mucho más importantes los medios de difusión que la calidad de las ideas o la coherencia de los contenidos (a través de medios digitales, redacción de textos persuasivos, estrategias de posicionamiento y publicidad spam, falaz y encubierta), y…
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  • Un ecosistema de retroalimentación continua en la forma de foros profesionales ad hoc (charlas de innovación, conferencias, eventos, laboratorios,…) que magnifican conceptos vacíos que nacen y mueren en periodos cada vez más cortos de tiempo. Ejemplo práctico entre miles: Esta misma semana -por no ir más lejos- me comenta un alto directivo de una gran compañía cómo su director de RRHH estaba deseando contratar los servicios de un individuo que se pasea por las tarimas de las conferencias y foros habituales generando su propio hype o burbuja de ideas. El director de RRHH perdía el culo por contratar los servicios de la consultora pequeña que ha creado esta persona y que dice estar especializada en liderazgo y transformación cultural. La realidad: por razones de experiencia y porque todo al final me acaba llegando tras tantos años dedicado a esto, conozco todas las intimidades de esa persona y su empresa y no cuenta con un solo profesionales medianamente capacitado (digo ni uno solo contratado en plantilla de forma directa), de modo que a menudo recurre a personas como yo para abastecer las propuestas de los concursos que gana gracias a generar esa burbuja de ideas. Lo traduzco para que se entienda: esta persona vende humo, practica dumping en los concursos y precariza su profesión ganando mucho dinero. Esta anécdota entre tantas es especialmente dolorosa porque refleja muy bien cómo incluso los propios directivos del cliente se crean todas estas gilipolleces y las compran deseosos. Y así suma y sigue dando pedales a la rueda del hamster.

 
Inventarse profesiones y disciplinas vacías para seguir alimentando la inercia: Durante años también he visto chiringuitos de todo tipo que mutan y adquieren formas rocambolescas. Todos ellos orbitan alrededor de las grandes empresas aunque muchos de ellos prestan servicios a medianas y pequeñas organizaciones tratando de extender al tejido empresarial las mismas prácticas que abundan en el ámbito de las corporates. Estos saraos eventuales no solo continúan hoy en día sino que han ido aumentando sus beneficios: consultoras de marketing digital que viven a base de generar expectativas irreales que nunca cumplen, espacios de coworking que acogen a multinacionales que quieren imprimir un aire cool a la misma mierda de cultura empresarial que defendieron durante toda su vida, supuestas consultoras de transformación cultural son tan solo empresas de formación que diseñan programas de capacitación destinados a beneficiarse de las subvenciones de formación públicas, mercaderes del miedo en forma de expertos en futurología y nuevas disciplinas, limpiadores de conciencia que actúan como “coaches” con los empleados a modo de bálsamo para introducir mecanismos empresariales de explotación laboral encubierta, especialistas en pasear a los empleados una vez al año para repartirse bolazos de goma o pintura o emborracharse en una convivencia, apóstoles del New Age empresarial que defienden estructuras novedosas que nadie es capaz de implantar a ciencia cierta, repartidores de post-its y dibujicos que mantienen a la gente ocupada sin cuestionar lo más esencial o básico de su realidad diaria, caminadores sobre brasas ardientes que empoderan y dan sensación de orgullo a empleados que en su jornada laboral diaria viven agotados y deprimidos, agencias carísimas de conferenciantes que se dedican a explotar durante veinte años una colección de chascarrillos y lugares comunes, profesionales que crean empresas en un “nuevo ámbito de negocio” para venderlas a grandes consultoras que absorben y neutralizan sus ideas, planteamientos y talento…

Amañar concursos públicos e infantilizar la función pública: Durante los primeros años de mi carrera trabajé para grandes y medianas consultoras por cuenta ajena. Entre las prácticas habituales de la consultoría que yo mismo presencié estaba comúnmente aceptado amañar concursos y licitaciones públicas presentando propuestas falsas con empresas pantalla encubiertas. El procedimiento era sencillo. Alguien del sector público fraguaba amistad con alguien del equipo comercial o de ventas de la consultora y le anunciaba exactamente el día en el que el concurso se iba a presentar para que pudiera preparar con tiempo y ventaja su propuesta estrella y otros amigos (generalmente de otras consultoras o como digo de empresas pantalla creadas al efecto) pudieran presentar propuestas menores que por su baja calidad serían rechazadas. La cosa se volvía graciosa cuando -y esto lo viví varias veces- a menudo la mesa de concurso de la administración pública aceptaba una oferta falsa y las consultoras tenían que inventarse un equipo de trabajo y una realidad de servicio que debía responder a una propuesta realizada para no salir adelante. Por extensión, los servicios de consultoría tal y como se contratan suelen reservar las tareas de ideación y resolución de problemas a empresas privadas que acostumbran a los funcionarios públicos a ser meros policías, árbitros o jueces de su trabajo, lo cual genera un sistema distorsionado en el que la dependencia a los consultores aumenta. Hace poco un ministro británico alertaba de ello.

Ejercer una actividad fraudulenta: Durante años se han sucedido los escándalos en las grandes consultoras. La cuota de poder y la capacidad de fraude de las grandes corporaciones prestadoras de servicios asciende cuando adquieren el rol de auditoras. Dado que las entidades estatales y privadas otorgan a las auditoras el marchamo de entidades independientes, a menudo éstas tienen el camino libre para realizar todo tipo de actividades ilícitas o que -cuanto menos- se mueven en el terreno de la amoralidad continua. Muchos organismos públicos reguladores de mercados se han visto obligados a intervenir en determinadas situaciones. Las sanciones se repiten año tras año pero la dinámica sigue siendo la misma. La sensación de impunidad está tan extendida que es frecuente escuchar en las comidas de trabajo con mandos intermedios o directivos que delinquir sale barato.

Vender profesionales inexpertos como si fueran expertos o incluso referentes. Es especialmente sangrante la manera en la que estas empresas engañan a sus clientes con propuestas modélicas que luego son ejecutadas por oompa loompas semiesclavos atados a la mesa. Hablo de juniors y profesionales que se tragan y tienen que lidiar con todo lo que venden auténticos vendemotos de libro.

Evangelizar nuevos adeptos que acaban incorporándose a futuros clientes. Una especialidad altamente desarrollada y practicada por las consultoras es la fabricación de profesionales sin conciencia. Hablo de personas altamente entrenadas en el sacrificio de jornadas maratonianas, que durante años viven la carrera de la rata y -una vez sometidas a la dinámica convencional de la consultoría y sus usos y costumbres de intensificación efectiva- finalmente se incorporan al cliente final. Y ¡Oh sorpresa del destino! cada vez que tienen una necesidad solicitan los servicios de las antiguas consultoras que les dieron la experiencia necesaria para ser incorporados como aristócratas empresariales en la plaza que ocupan en su nuevo hogar corporativo. El ciclo, así, es sencillo: capto a chavales a los que pago una mierda, les hago trabajar todo lo que venden personas más aparentes y experimentadas que ellos, hasta que llega un día en que se convierten en los que venden, para inmediatamente después convertirse en los que nos compran. Un negocio redondo que se lleva por delante la estabilidad de estructuras laborales enteras en favor de la externalización infinita de los servicios. La evangelización es voraz. En varias consultoras yo mismo viví cómo se contrata a chavales en otras regiones más baratas para abaratar costes (lo conocemos como estrategia de offshoring) o cómo se contrata a muchachos de otras regiones y se les facilita que convivan en pisos de la región a la que acuden y en los que en un entorno enfermizo y endogámico acaban hablando de trabajo tras salir precisamente de él. Es lo que llamamos la jornada perpetua. Nunca dejas tu trabajo. La evangelización también se encarga de darte un paquete de bienvenida con mucha tecnología para mantenerte conectado siempre, y establecer carreras laborales en las que asciendes si callas y sigues adelante. Es una estructura de mediocridad acrítica que favorece el seguidismo y la inercia y que cualquiera puede experimentar en la mayoría de consultoras.

 

LA FALACIA DE LA FORMACIÓN CONVENCIONAL

Los servicios de formación son realmente desastrosos. Considero vergonzosas, obsoletas e inútiles 4 realidades evidentes de la formación actual que son muy frecuentes y que tanto contratantes como contratados suelen dar por hecho:
 

  1. El desconocimiento de cómo opera el aprendizaje individual y de grupos que permite que planificadores de formación empresariales y formadores incurran en diseños de formación muy inefectivos y desmotivadores. Hace tiempo hablé de ello en el artículo Cómo diseñar un plan de formación. En lugar de comprender el aprendizaje como un elemento continuo, se entiende reduce todo a cursos puntuales para los que no se libera ninguna carga de trabajo (por lo tanto son vistos como una carga) y a los que se acude generalmente obligado o por compromiso.
  2.  

  3. La mala calidad de los contenidos y el equivocado enfoque debido a formadores iletrados que no realizan ningún esfuerzo por actualizarse, apenas leen y no tienen una formación o experiencia adaptadas a su labor.
  4.  

  5. El aparato burocrático corporativo asociado a la formación que impide un aprovechamiento coherente de la formación para cumplir con las exigencias internas de la empresa o las públicas del organismo que subvenciona. Las grandes corporaciones tienen enfoques formativos desastrosos. Conozco muy bien muchos de ellos y salvo excepciones muy puntuales, no aportan nada a los empleados que permanecen quemados en realidades adversas y estresantes.
  6.  

  7. El continuo cortoplacismo que merma la cultura del esfuerzo y la excelencia gracias a formatos de formación de mierda en modo lowcost (MBAs digitales, cursos/secta aspiracionales, programas meramente promocionales,…) de los que participan tanto las personas que los compran (individuales o empresas) como las entidades precarizantes que los ofrecen.

 
Los continuos electroshock que se infligen a los empleados en forma de cursos, charlas o programas de motivación, no parecen aliviar el sopor gris que provoca ir cada día a aguantar viejas y nuevas gilipolleces en el trabajo. Más allá de los cursos de especialización técnica y prevención de riesgos laborales estrictamente necesarios para el desempeño del trabajo, el enfoque de la formación en habilidades transversales es completamente circense.

Frecuentemente muchos clientes se quedan positivamente sorprendidos por el trabajo que realizo en sus empresas. Al preguntarles por qué la respuesta una y otra vez siempre es la misma: lo que haces no tiene nada que ver con lo que hemos vivido hasta ahora. Recuerdo varios casos flagrantes de clientes que habían contratado a empresas de innovación, formación o servicios supuestamente punteras a un muy elevado coste, y que después de trabajar conmigo quedan gratamente sorprendidos. Esto ocurre porque la mediocridad en la prestación de servicios de formación está muy extendida y de nuevo existe una burbuja evidente. Hablo de que la mayoría de estas empresas nacen para cubrir el expediente, ofrecer cursos efectistas, cumplir con la burocracia de las subvenciones públicas y/o repetir una y otra vez las mismas consignas sin ninguna pretensión de actualización, comprensión o adaptación a la realidad de la gente. Es por tanto enormemente complicado hoy en día dar con un formador que sea bueno. Los compañeros que se dedican a esta profesión y que respeto saben bien de lo que hablo porque siempre sale este tema en nuestras conversaciones.

A modo de resumen de lo que he dicho hasta ahora, un formador al uso podría hacer exactamente lo mismo sin temblarle el pulso ni la vergüenza propia en una empresa de telecomunicaciones y en otra de yogures o tornillos. Es completamente normal que los empleados asocien la formación a una chapa continua de difícil utilidad porque sencillamente es lo que suele ser a menudo. Siendo aún más sinceros, reconozcamos que formadores vocacionales que además sepan de lo que hablan hay de hecho muy pocos. La mayoría de profesionales de formación acaba en ese sector porque no sabe qué hacer con su vida: graduados en bellas artes, humanidades, filósofos o sociólogos reconvertidos que no tienen ninguna experiencia empresarial real, ingenieros que se cansaron de sus trabajos y buscan algo cómodo, o antiguos directivos o fundadores de empresa que dieron uno o dos pelotazos y se dedican a dar consejos que nadie pide y predicar que su excepción es la norma. La mayoría de todos ellos se limitan a ser meros sujetos panfletarios o publicitarios de ideas pertenecientes al pensamiento empresarial hegemónico anglosajón o metodologías cansinas propias que consideran llenas de conceptos milagrosos.

Debido a este estado lamentable de las cosas, a lo largo de mi carrera profesional muchas personas han fusilado y copiado indiscriminadamente ideas y discursos que comparto sin que me haya apenas inmutado. Aunque he tenido episodios dolorosos de pérdidas de confianza y desengaños, siempre he sabido que resulta realmente imposible replicar o copiar en la práctica nada de lo que hago. Es una de las ventajas de prestar un servicio humano basado en la honestidad y la autoexigencia. Los copiadores oyen campanas y reproducen discursos pero ignoran por completo las esencias, y a menudo los clientes no son tontos y lo detectan.

 

ALTERNATIVAS REALES A ESTA MIERDA

Espero que este artículo te haya ayudado, lector o lectora, a identificar los males de la consultoría y la formación. Es difícil navegar con garantías por estas aguas turbulentas, lo se bien, pero al menos espero haberte ayudado a detectar posibles trampas y juegos de efecto.

Me he propuesto ofrecerte alternativas para recibir una educación, formación o capacitación de calidad. Ahí van:
 

  • Lo mejor que puedes hacer es cultivar el amor por la lectura, es algo de lo que hablo a menudo y a lo ayudo a mucha gente. Una educación sentimental ilustrada te aporta ética y fundamentos para favorecer la reflexión, una buena base sobre la que acceder al buen juicio y formar criterio propio. Esto es esencial.
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  • Puedes además acudir a foros donde cuestionar tu pensamiento más allá de las cajas de resonancia de las redes sociales o los círculos de confianza que normalmente frecuentas. Hay una larga lista de fundaciones y asociaciones culturales, tertulias, foros de diálogo que seguramente se encuentren cerca de tu ciudad.
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  • Si eres prestador de servicios de formación o de consultoría hay algunas cosas que te pueden ayudar a saber si la estás cagando como profesional o si prestas un servicio honesto. Sabrás que no lo estás haciendo bien si mides tu éxito en función de indicadores exclusivamente cuantitativos y no prioritariamente éticos; si te dedicas a trabajar agobiado por cosas accesorias y no a estar centrado en lo importante para el cliente y para tí; y por último sabrás igualmente que la estás cagando si cada vez que te preguntas si molestas o incomodas a todo tipo de gente te respondes que NO. Caer bien a todo el mundo no es tu trabajo, tu trabajo es hacer que aprendan a solucionar sus problemas y valerse por sí mismos. Si tampoco logras esto último y solo generas clientes dependientes, míratelo bien, puede que tengas que cambiar de enfoque.
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  • Recomiendo también si eres contratante de servicios entender cómo contratar la ayuda al cambio cultural de tu organización desde el entendimiento de las diferentes disciplinas y profesiones del cambio. Tener esta información antes de iniciar cualquier acción de cambio significativo en tu empresa puede ser determinante.
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  • Programas formativos que sean diferentes. No hay muchos, he de ser sincero. Hace unos días hablaba con una compañera de la dificulta de encontrar alternativas auténticas a este atolladero moral. Personalmente he de recomendar aquello que creé durante años con mucho esfuerzo para salir de este circulo vicioso de la formación convencional. Hablo de TRAINING DAYS, un programa ambicioso inspirado en el afán del conocimiento y el aprendizaje ilustrados que queda lejos y completamente curado de todas estas mierdas.

 
Espero de corazón que este artículo te haya resultado útil. Gracias por tu atención.
 

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Consulta nuestro catálogo de servicios de acompañamiento al cambio y solicita más información a david.criado@vorpalina.com

Últimos días para matricularte en la 4ª edición online del programa TRAINING DAYS que comienza en Marzo de 2024, una oportunidad única para conformar criterio propio, amueblar tu cabeza y adquirir perspectiva sobre todo lo que importa en esta vida.

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Radiografía de nuestro tiempo

Radiografía de nuestro tiempo


 

“Pensé VOY A MORIR pero me dije IMPOSIBLE, VOY A NATURHOUSE'”

maestro Raúl Cimas

 

Hoy hablaré de nuestro tiempo. Lo haré desde el sentido del humor y el compromiso. Trataré de pintar un retrato lo más certero posible de nuestra época, ese conjunto de realidades cada vez más crudas en lo económico y cada vez más fragmentadas y egoistas en lo relacional. En esta sangría continua que destila un hercúleo torrente de desilusión, ansiedad, parálisis, desengaño, pérdida de esperanza y agotamiento, me dedico -como recomienda el maestro Cadenas- a florecer en el abismo.

Este extenso artículo incluye los siguientes apartados:

  • Cambio de ciclo histórico
  • Apóstoles de la confusión masiva
  • Personas distraídas
  • Empresas muy perdidas y profesionales de apoyo mediocres
  • Ética del inadaptado

Hace tiempo escribí dos artículos en estrecha relación con este que lees: La práctica de lo complejo frente a la tormenta perfecta y también en la misma línea Por qué parece que el mundo se va a la mierda. Ambos artículos planteaban una descripción de nuestro tiempo desde un nivel muy macro. Sirva el presente texto para completar esta visión en lo más inmediato y cercano.

Comenzamos.

 

CAMBIO DE CICLO HISTÓRICO

Creo que vivimos una época de plena decadencia caracterizada por procesos intensivos de psicologización, aceleración, atomización, victimización y evasión de la realidad. No pasa nada por reconocerlo. Hay épocas fértiles y provechosas en la historia del desarrollo de la humanidad y épocas que son lo más parecido a un pozo negro. Y pese a fuegos artificiales tecnológicos y apariencias de progreso económico, vivimos un tiempo lamentable en términos éticos. A nadie se le escapa que esta época es una crisis continua, el claro declive o la resaca de tiempos anteriores, un tiempo de clara transición en el que estamos pagando una a una y de repente las consecuencias tardías de la Edad Moderna.

El problema de nuestro tiempo es que la realidad cotidiana de nuestras vidas (eso que alguien llamó la historia presente) se escribe por omisión y dejadez y no por acción o compromiso. Ocupadas en una enorme cantidad de distracciones ideológicas, culturales y ostentatorias (bendito Veblen), la mayoría de personas ha perdido la conexión y la referencia de las cosas verdaderamente importantes. Hace años me preguntaba por qué lo que digo y hago despertaba una atención creciente. Ahora ya no tengo duda: resulto interesante porque el sentido de la realidad más básica es hoy apenas un vestigio residual de un tiempo pretérito. Lo que digo y hago a diario le resulta cada vez más interesante a la gente porque la uniformidad social es cada vez mayor y la ética del inadaptado se convierte en algo curioso en consecuencia.

Vivimos un cambio de ciclo histórico fundado en el declive de un modelo de relaciones socioeconómico que resulta ya insostenible y que lleva 2 décadas devorándose a sí mismo. Quizás sea bueno echar un breve vistazo a la historia reciente de los últimos 150 años para darnos cuenta de que todo lo que estamos viviendo y vamos a vivir en adelante, es la consecuencia de un sueño irreal del que empezamos a despertarnos:

En las décadas de 1870, 1880 y 1890 los inventos técnico-científicos y los descubrimientos inéditos en la transformación de la energía en trabajo productivo, contribuyeron a desarrollar una industria incipiente y desmedida que sentó las bases de un crecimiento urbano nunca antes visto. El modelo de macrociudades contaminantes nunca fue puesto en entredicho a tenor de los sucesivos e incuestionables logros humanos en la lucha contra el dolor de la vida, esto es, en el camino de la cura de enfermedades y el retraso de la muerte. Las mejoras en la higiene, el saneamiento, las comunicaciones, los transportes, la producción material en cadena, la distribución a escala de productos y servicios, y en general el acondicionamiento progresivo de las comunidades humanas urbanas como lugares de prosperidad realtiva, tenían como contrapunto un alejamiento cada vez más masivo de las personas respecto a los ritmos y ciclos naturales. Aunque unos pocos alertaron entonces de este peligro, la fiebre del progreso nos cegaba a todos en una escalada de competitividad por ser los más individualistas, nacionalistas y modernos.

Las décadas de 1900, 1910 y 1920 contribuyeron a la creación de las sociedades de masas y el consumo especulativo gracias entre otros factores al fuerte desarrollo industrial y las mejoras sustanciales en la producción, distribución y acceso a los alimentos.

La década de 1930 fue la verdadera resaca de toda la borrachera del repentino éxito anterior. Lo fue al más puro estilo de una pesadilla colectiva al término de la cual estalló la mayor guerra humana de toda la Historia, esa que enfrentó a todos contra todos, y dejó a la práctica totalidad del mundo occidental en ruinas salvo a los Estados Unidos de América, y a la práctica totalidad del mundo oriental en una especie de fiebre tiránica desmedida que generó sufrimiento, hambre y más guerra.

En las décadas de 1940, 1950 y 1960 las sucesivas evoluciones del keynesianismo habían dado lugar a la creación de estados del bienestar colectivos tras la rápida reconstrucción de las naciones heridas. Todo ello parecía prometer la lenta salida de la Humanidad de la pobreza y una reducción real de las desigualdades. Pintaba bien hasta que todo en las sociedades cambió.

En la década de 1970 comenzó la lenta decadencia de las grandes ideologías y el derribo programado de la Modernidad sin aportar alternativas factibles al malestar creciente.

A partir de la década de 1980 las sucesivas mutaciones del capitalismo financiero global, generaron una ficción momentánea de progreso que se prolongó a duras penas hasta la década de 1990.

Pero ya desde la década de 2000 estas dinámicas extractivistas y privativas, que favorecían el aumento del consumo al tiempo que desposeían a las personas de riqueza relativa, fueron potencialmente aceleradas por la emergencia de las tecnologías digitales en una espiral de crecimiento descontrolado que aumentó drásticamente nuestra capacidad destructiva del planeta afectando a la totalidad de las especies y poniendo en cuestión nuestro actual modelo de vida fundado en el deseo, el petróleo y en la deuda. Digamos que a partir del año 2000 el capitalismo financiero que nos había traído grandes progresos acelerados sin necesitar pensar en sus límites naturales, se topó con su propia frontera. No dejó de explotar el mundo natural y comenzó a explotar a gran escala la alta rentabilidad de nuestras emociones. La pérdida de la idea de verdad o la actual confusión que voy a retratar aquí responden a los nuevos canales de comunicación -o incomunicación- que nacen en esta época.

Solo entonces -es decir, solo desde hace unos años- comenzamos a escuchar a los que nos advertían del suicidio colectivo, comenzamos a darnos cuenta de que este sueño de 150 años -con episodios abruptos de pesadillas- ha sido en realidad un extenso preámbulo de todo lo que nos está ocurriendo y en adelante nos ocurrirá. Hablo de una concentración de la riqueza sin precedentes fruto de un empobrecimiento masivo por estancamiento salarial y ruptura del mercado de trabajo, hablo de una polarización social inédita desde las grandes guerras, hablo de una atomización de las personas que impide su movilización colectiva, hablo de una ruptura de las tradiciones y tiempos vinculados a los afectos, hablo de una emisión de moneda como nunca antes se ha visto, hablo de carestía de alimentos y pérdidas significativas del nivel de vida, y hablo sobre todo de una tiranía tecnológica acrítica que pone el destino de la humanidad en la mano de 4 o 5 discapacitados morales.

El propio mercado (la dinámica acrítica y productiva empresarial), incapaz de remediar su propia ambición de crecimiento exponencial continuo, se ha pasado las últimas décadas favoreciendo una precarización social bajo la aspiración insaciable de mayores beneficios. De acuerdo a una encuesta realizada a 10.000 personas de entre 16 y 25 años en 10 países, la revista científica The Lancet concluyó que el 45% de la población encuestada se sentía emocionalmente afectada por la destrucción medioambiental continua, el 56% daba por hecho que “la humanidad está condenada”, y el 66% consideró directamente que el “futuro es aterrador”. Los colegios de psicólogos de varios países occidentales han elaborado manuales de recomendación para abordar posibles patologías vinculadas a la ansiedad climática o lo que se ha denominado ecoansiedad. Las emociones asociadas a la ecoansiedad se mueven en el arco incapacitante que va de la indignación y la tristeza al enfado, la impotencia, la desesperanza o la resignación, según Javier Garcés Prieto, presidente de la Asociación Española de Estudios Psicológicos y Sociales.

En resumidas cuentas, lector o lectora, vives en una época clave en la que todo está mutando.

 

APÓSTOLES DE LA CONFUSIÓN MASIVA

Desde mi castillo de paz contemplo la dispersión masiva. Me veo a menudo hablando con personas y observándoles como si fueran extraterrestres. A mi sensación ya histórica de sentirme fuera de lugar, se une ahora la certeza de que la estupidez -que siempre había permanecido como algo cotidiano pero controlado- cumple ya una función normativa y hegemónica. En su ánimo de salir adelante tratando de combinar infructuosamente el sistema de valores heredado y la emergencia de nuevos símbolos, convenciones y referencias, la persona posmoderna se halla indefensa en una situación de vulnerabilidad constante de la que presume por medio de un ambivalente comportamiento: de un lado la persona no para de compartir su opinión de mierda, y de otro huye de la verdad de su vida a través de continuos “postureos”.

Por un lado casi todo el mundo tiene una opinión de todo pero casi nadie tiene un compromiso con algo. Por otro lado las personas que no tienen nada que decir son las que más hablan porque son las que mejor distraen. Estas personas, grandes apóstoles de la confusión masiva, son prescriptores de discursos totalizantes y aborrecen los matices. Reconozcamos que vivimos en un tiempo en el que lo que más predomina es el ruido y la basura. Ante tal océano de mierda, la persona posmoderna se abandona al primer predicador o el más llamativo profeta en una batalla por la atención sin tregua en la que cada individuo es un vendedor obtuso y vergonzoso de sí mismo. Todo esto genera el caldo de cultivo perfecto para una nueva cultura de consumo del mundo fundada en la alienación continua y la destrucción del tejido social.

 

PERSONAS DISTRAÍDAS

Las personas andan distraidas. Confunden a diario lo superfluo con lo importante, su voluntad con la Vida. En esa especie de búsqueda que jamás termina, veo a cientos de personas sufrir constantemente. Pican de un sitio y de otro, recorren atajos sin salida, compran tal o cual relato. Ante este magma continuo de confusión, trato de mantenerme al margen del foco de atención del mundo y habito las pequeñas cosas: el estado de ánimo de uno, las lágrimas inconsolables de otra, la búsqueda infinita de amor sin compromiso de otra, las ganas de vivir sin trabajar de aquel, la alegría estacional de este, el sexo vacío de tal o cual persona, la mentira constante de unos o la aplastante verdad de otros.

Comerás comida BIO etiquetada altamente cara y medianamente natural y saludable por la que hace solo 1 generación todo el mundo a tu alrededor pagaba la mitad porque simplemente se llamaba “comida normal”, comerás insectos para que otros puedan comer carne y pescado, te ducharás con agua fría, ganarás lo justo para consumir el suficiente número de gilipolleces innecesarias que hacen rico a otro, no leerás un solo libro y repetirás opiniones adulteradas y frases de autoayuda y divulgación vertidas en mil podcasts, deambularás y comprarás una moda ideológica y la siguiente porque no tendrás criterio, votarás por miedo a la menos horrible de las opciones políticas sin involucrarte en ellas, irás al gimnasio para sentirte bien con tu cuerpo porque tu alma ha sido desahuciada, “trabajarás” tus emociones con ayuda de un terapeuta o un limpiador de conciencias para soportar la sociedad de mierda a la que contribuyes, la mitad de tu vocabulario será inglés, escucharás música vulgar con mensajes idiotizantes y vejatorios, emprenderás un negocio convencido de tu propia heroicidad asumiendo un riesgo tremendamente alto sin emitir ninguna queja ni sindicarte, puede que nunca te jubiles ni descanses pero pondrás la lavadora a las 3 de la mañana, la calefacción a 17° y el aire acondicionado a 32 para saberte alguien ecológico, irás encantado a trabajar en bici, no tendrás familia pero sí mascotas, tu mente habrá pasado toda una vida soñando con un amor que nunca llega mientras tu cuerpo se entretiene alquilando el cuerpo de otros, vivirás sin propiedad en un zulo coqueto alimentando el patrimonio y la calidad de vida de otro, fluirás de género para encontrarte, utilizarás lenguaje inclusivo porque eres abierto y tolerante, te conectarás a mi aplicación móvil y ganaré dinero con todo lo que haces, no tendrás nada pero dirás que es una elección de vida propia porque eres estoico, envejecerás solo y con cada vez menos amigos y personas a las que les importes, verás películas a la carta en tu televisor y tomarás todas tus decisiones en función de aquello que resulta más rápido o barato, socializarás a través de una pantalla, habrás viajado por el mundo entero sin sentirte parte de ningún lugar, comprarás las últimas mierdas electrónicas que pronto caducarán solo para sentirte bien y al día, querrás vivir eternamente y congelarás tus neuronas porque te importa un huevo el ciclo de la vida y quieres vivir eternamente, serás la abuela de tu hijo y el padre de tu gato, huirás continuamente del esfuerzo y el dolor, te convencerás de que tu vida es maravillosa, y aunque cada año que pase estés más y más podrido darás charlas motivacionales diciendo que eres feliz. Pero al final de cada día de tu vida -tal y como si fueras el viejo Prometeo- no podrás escapar de las consecuencias de tus actos y llegará siempre un momento justo antes de dormir en el que te pares un segundo a pensar en tu vida y te sepas completamente solo y vacío. Trata de curar entonces esa profunda y enorme herida con dinero, con profetas o con tecnología, y luego vienes y me dices qué tal ha ido. O mejor dicho, comienza a vivir de forma diferente…

Aprende a combatir la homeopatía intelectual, la compra compulsiva de discursos simplistas, de obras de divulgación que son sobre todo obras de vulgarización. Aprende a peregrinar a las fuentes, bebe del manantial eterno de la sabiduría sin sentir la necesidad de simplificarla ni el impulso lascivo y adormecedor de comer a dos manos la digestión de otros.

Recuerda el maestro William Blake que “el camino del exceso lleva al palacio de la sabiduria”. Hace ahora 29 años falleció el maestro Charles Bukowski. Su vida fue devorada por la inmensa sombra del antihéroe y eterno vagabundo Henry Chinaski. Hank siguió con dignidad y sucio realismo la senda del perdedor hasta su muerte. Su epitafio reza: NO LO INTENTES. Genial máxima de vida que hoy incumplimos a diario. Pareciera que nuestro tiempo es el lugar cronológico donde se suceden hasta el infinito los intentos. Nadie mantiene bien ni finaliza nada porque lo único que todos hacemos es intentarlo. Comenzamos infinitas acciones que jamás concluyen y que en todo momento se interrumpen. Y en esta dispersión continua perdemos día a día nuestras vidas.

Otro epitafio que resume por completo la condición humana me viene hoy a la memoria. Es el del Martinus von Biberach, aquel teólogo que murió allá en 1498. En su tumba reza una inscripción: “Vivo pero no se por cuánto tiempo / Moriré pero no se cuándo. / Voy y generalmente no se hacia adonde / Me pregunto si soy feliz” Si las personas con las que hablamos a diario fueran sinceras, reconocerían que su vida no dista mucho de este antiguo epitafio. El problema hoy es que casi todo el mundo presume de lo contrario.

Veo a muchos chavales con alergia al dolor y la tragedia y con adicción al placer y la risa. Viven distraídos, desmoralizados e insatisfechos. Son pasto de sofistas. Veamos que enseña el maestro Aristóteles sobre todo esto: La vida consiste ante todo en aprender a afrontar el dolor. Quien teme el dolor, aleja la vida; quien lo afronta, la multiplica. Educarse es saber dolerse bien. Todo dolor es una lección. Aprendemos también o sobre todo cuando sufrimos. Abrazar una vida despreocupada en la que huimos continuamente del dolor, no solo no nos ayuda a superarlo sino que lo atrae con más. fuerza Precisamente porque los jóvenes occidentales o del norte temen sufrir, los jóvenes orientales o del sur sufren por ellos e incluso aquellos mismos acabarán finalmente sufriendo.

Una buena educación consiste en aprender a filtrar las emociones morales y sociales para que lo bueno genere placer y compasión y lo malo provoque temor y rechazo. Para distinguir una cosa de la otra hay que aprender a vivir el dolor, a sentirlo y superarlo. Si no hacemos esto, confundiremos nuestras emociones sociales y creceremos adorando lo malo para nosotros mismos y los demás, y rechazando y alejando de nosotros lo bueno. Quien teme el dolor no se compromete. Quien huye del dolor se convierte en víctima de sí mismo. LONG LIFE TO DISLIKE. Al crear generaciones de personas que solo buscan satisfacer sus deseos y viven para lo que quieren, multiplicamos sociedades que solo perfeccionan la manera de herirse a sí mismas. Lo que no me gusta me fortalece, pero si vivo evitando lo que no me gusta, si huyo de ello y lo cancelo, alejo de mí el aprendizaje y por tanto alejo de mí la vida. El modelo de la virtud de la polis griega no era el honor o la satisfacción propia subjetiva (manipulable y relativa), sino el bien común objetivo (compartido y cívico). Aprender a afrontar el dolor es aprender a recibirlo y gestionarlo, y no a obviarlo o negarlo. Nunca alcanzarás la satisfacción si solo persigues tu interés y deseo propios. Siendo rico de tí mismo serás inmensamente pobre de todo lo demás.

Convive a diario y con valentía con la oscura noche del alma. A lo largo de la historia de las culturas humanas ha existido una forma recurrente y simbólica de expresar momentos de tránsito y dolor en la vida de toda persona. Desde el comienzo de los tiempos rapsodas, cronistas y poetas de todas las épocas y todas las latitudes se han referido al afrontamiento periódico del abismo como la larga noche o la noche oscura del alma. Contra la luz del fuego que ilumina nuestra alma y como complemento a la sensación de refugio que nos abraza (focus es foco pero también es hogar), una gran sombra se cierne cada cierto tiempo sobre nuestra vida cuando experimentamos el vértigo existencial. Esa certeza consciente de la soledad cósmica nos envuelve hasta creernos solos y a menudo nos abandonamos a su suerte.

Podría determinarse la entereza de una sociedad o incluso de una época por la medida en la que sus habitantes no necesitan negar, ocultar o dar la espalda a cada una de sus sombras. Pero se diría que nuestra época se caracteriza por la alergia o la huida del dolor. En términos jungianos hemos dejado de enfrentarnos a nuestras sombras, así que el inconsciente personal aflora, se fortalece y aumenta. No convivimos con ellas sino que las negamos y así ampliamos nuestra herida. Cuando esa herida se convierte en colectiva se hace parte de nuestra condición y ni los 7 sabios de Grecia pueden apaciguar ese dolor.

Dice el maestro Bukowski que llegado a un determinado momento de la vida, todo se repite una y otra vez. A estas alturas de mi vida he vivido varias veces con larga y profunda intensidad esa oscura noche del alma que describía el maestro Juan de la Cruz en su largo cautiverio. Tras este amplio y dilatado bagaje, de manera totalmente imprevista sigo vivo. Al empezar y terminar el día educo mi esperanza y entre medias cuido y alimento mi sensibilidad. De los retazos de cuanto fui construyo fortaleza, de las ruinas de cuanto quise insisto en querer de nuevo. Hago uso de todo tipo de estímulos culturales y artísticos para disciplinar mi esperanza. Oriento cada interacción humana al logro de un único objetivo: no huir del dolor ni dar la espalda a la vida.

 

EMPRESAS MUY PERDIDAS y PROFESIONALES DE APOYO MEDIOCRES

Hace tiempo abandoné el territorio de los ideales inasibles y las expectativas suicidas, y toda mi actividad se centra en fomentar el pragmatismo empresarial ilustrado. Con tristeza reconoceré aquí algo doloroso… Tras varias décadas de vida y más de dos décadas de experiencia como profesional amanezco a la claridad meridiana de 2 hechos: El nivel de la prestación de servicios de cambio empresarial me parece tremendamente bajo y a menudo me resulta horrible. Podría tirarme días hablando de esto con ejemplos infinitos que vivo a diario pero me limitaré a resumir mi tesis: la mayoría de personas que acuden a ayudar o apoyar a las empresas, las hunden todavía más en la mierda y cuando se van no suelen haber logrado nada. Así de sencillo.

El panorama profesional de los prestadores de servicios de consultoría y acompañamiento al cambio me parece a menudo desolador. Más allá de la infinidad de veces que las personas sin ideas, criterio o iniciativa han tratado de copiarme sin éxito, la mayoría de profesionales del cambio que conozco no ve más allá de la ciega militancia metodológica, el solucionismo simplificador de los libros de autoayuda, la ridicula y limitante jerga de los mal llamados libros de pensamiento empresarial, o la pobreza intelectual de las citas robadas o las ideas extraídas de charlas aspiracionales. Estoy muy acostumbrado a trabajar con clientes que me dicen que jamás habían vivido con ningún otro profesional una experiencia parecida a la que padecen y disfrutan conmigo. Y de verás no hago nada extraordinario, tan solo mantengo mi sensatez y educo a otras personas que toman decisiones para que la mantengan. Vivo de lo que ninguna otra persona quiere o sabe hacer. Allá donde nadie llega, voy. A menudo me siento aguantando lo que podría llamarse la última línea de batalla. Los resultados hasta hoy son magníficos, no podría estar más contento, pese a que otra realidad condiciona el cambio empresarial…

La mayoría de decisores empresariales no quiere ningún cambio significativo a priori: Aunque lo manifiesten una y otra vez en las reuniones previas o de manera declarativa en las presentaciones, las personas que toman decisiones importantes en las empresas no están preparadas para aceptar las consecuencias de los cambios que creen abanderar. En realidad, al contratante del cambio le gusta contratar sobre todo juegos pirotécnicos, distracciones eventuales de una realidad que al término de mi trabajo a menudo siempre vuelve a ser más de lo mismo. ¿Cómo consigo entonces que las cosas cambien en aquellos clientes a los que voy? Con mucha paciencia y empatía, sin condescendencia ni prisa, aceptando los tiempos de la gente y trabajando no sobre formulaciones de cambio posible sino sobre oportunidades de cambio real. Es sorprendente la cantidad de cosas que uno consigue cuando se limita a dejar que las cosas caigan por su propio peso sin forzarlas.

Por ambos motivos: empresas muy perdidas y profesionales de apoyo a menudo mediocres, es oficial desde hace años -pero la pandemia subrayó esta evidencia- que el mundo empresarial ha perdido el norte. Ya no es tan solo la forma acrítica de enfrentar el mundo que era, sino que además se ha convertido en un hacedor continuo de imprevisibles tempestades. Hace poco traté de condensar en un breve artículo mi visión sobre el recorrido histórico y el momento actual de las empresas: son el problema y a la vez la solución.

Me he logrado mantener al margen de las diferentes verbenas y chiringuitos de postureo empresarial y no he necesitado comprar por completo ningún discurso aspiracional ni idiotizante. Conservo una visión crítica del “pensamiento empresarial” y dedico gran parte de mi vida a desmontarlo favoreciendo que las empresas obtengan beneficios sin necesitar destruir el contexto sobre el que se proyectan. Me mantienen vivo mi espíritu de resistencia y mis convicciones. Rondo ya las 18.000 horas de acompañamiento a personas y equipos tras haber realizado 27.000 horas de consultoría previamente. Tengo el culo pelado de aguantar gilipolleces y afrontar problemas del tamaño del Gran Capitán de Yosemite. Por decirlo de algún modo, he visto empresas ardiendo más allá de Orión. Dedico mucho tiempo a la lectura desde hace años en una época en la que casi todo el mundo vive sin leer absolutamente nada o sucedáneos de reflexiones. Leo una media de 300 páginas al día. Mi lectura barre una gran cantidad de materias y ámbitos de estudio que me proveen de una visión en perspectiva que va más allá de las fórmulas de recurrencia empresarial que todo el mundo utiliza.

 

ÉTICA DEL INADAPTADO

Es la última escena de Zorba. Se aproxima a su jefe tras el desastre. Lo han perdido todo y solo quedan ellos dos sentados en el suelo. El viejo griego se aproxima al muchacho y le dice: “Caramba, jefe, le aprecio demasiado para no decirlo. Usted lo tiene todo menos una cosa: locura. Y el hombre tiene que estar un poco loco porque sino nunca se atreve a cortar la cuerda y ser libre.” El muchacho sonríe, se levanta y ordena al viejo que le enseñe a bailar. Así comienza la vida de toda persona interesante. En ella resuenan las palabras de la novela del maestro Kazantzakis (1946): “Una vez más sonó dentro de mí el terrible aviso de que sólo hay una vida para todos los hombres, que no hay otra y que todo lo que se puede disfrutar hay que disfrutarlo aquí. En la eternidad no se nos dará otra oportunidad.Ese espíritu dionisiaco y hedonista encerrado en un cuerpo mortal no pretende sobrevivir a la propia vida -que es lo que hoy todo el mundo parece pretender- sino que vive cada día para entregarse a ella.

Decía el maestro Krisnamurti que parece buena señal sentirse completamente adaptado a una sociedad profundamente enferma. Si estoy en el despacho de cuando en cuando miro a través de la ventana. Puede que suene Horowitz de fondo invadido por las lágrimas o Rubinstein matice el tercero de Beethoven o tal vez comiencen a sonar los primeros compases de la Pastoral y mi alma entonces bautice este planeta. También puede que un silencio abismal envuelva todo el espacio para saberme solo y que entonces la luz tenue de la libreria ejerza de faro. A este lado del cristal repito unos versos de Colinas o tomo notas de un detalle minúsculo de la historia con el ánimo de componer y sanar la Gran Herida. Al otro lado del reflejo las personas van de un lado a otro en la avenida. Todas ellas se ignoran y siguen con su ajetreada vida, se las ve caminar pensando siempre en otra cosa, siendo un buen tempo para el ruido. Ignoran que aquí arriba en la atalaya vive un completo inadaptado, una persona tranquila a la que el resto de personas le piden respuestas.

Llevo décadas en modo avión. Lo más habitual es que me sienta fuera de contexto o cobertura, en otra frecuencia, en una época distinta. Siento -supongo que siempre lo he sentido- que soy en todos los aspectos un ser extemporáneo, eso que los adaptados suelen llamar un tipo raro. De algún modo hace tiempo interioricé que yo vine a este mundo para contener la estupidez humana y no para sobrevivir multiplicándola. A medida que pasan los años estoy más lejos de aquello en lo que casi todo el mundo invierte su vida, su tiempo y su energía. Cuanto considera importante o urgente la mayor parte de individuos de mi especie hoy en día, suele parecerme irrelevante. Hablo otro lenguaje, vivo otra vida porque sencillamente el sistema de coordenadas no es el mismo. Mientras la lente de mi cámara vital realiza fotografías panorámicas con un gran angular de dificil mantenimiento, casi todo el mundo vive de una sucesión continua de fotografías milimétricas hechas con el mismo teleobjetivo.

Conservo -no sin esfuerzo- algunos rituales para tomar el pulso al ruido y la agitación masivos. Con el simple ánimo de poder combatirlas, permanezco al tanto de las últimas gilipolleces de mi especie. Se suceden en forma de modas, atenciones pasajeras y distracciones continuas. Participo en algunos encuentros cuyos temas de debate me dejan estupefacto, acudo a tal o cual presentación de un libro que a menudo suele ser insulso, y expongo a menudo pensamientos en un par de cajas de resonancia digitales. Trato de mantener una firme rebeldía inasequible al hambre de reconocimiento o a la mera exhibición.

Sin excepción todos los días compruebo que seguimos recorriendo el territorio de la vida en una dirección completamente equivocada. Erramos en la brújula y el mapa. El error es ya tan inmediato, palpable y evidente que ya nadie invierte tiempo en justificar sus actos o negarlos. Hemos pasado directamente a actuar sin escrúpulos. El sinsentido ya es tan grande que tiene consecuencias afectivas, vitales, psicológicas y humanas que todos observamos a diario. La sociedad acelerada y convulsa marca sus peajes e impone sus propias ruinas. Sentirse ligeramente bien tras examinar honesta y sinceramente la propia vida, es hoy en día un acto heroico.

Hablo con decenas de personas a la semana de lo que probablemente algunas no hablan con nadie. Sin excepción en la práctica totalidad de casos no hay nadie al volante. Así que vivo para respetar a otros desde el profundo cuestionamiento de lo que sienten o piensan. Y en esta suerte de extravagancia continua, en este ejercicio de inconformismo satisfecho, paso largas horas en completa soledad. La gente me llama y no respondo, me pincha y no sangro, me provoca y no reacciono. Una vida fuera de cobertura garantiza cierta capacidad de distancia y perspectiva sobre casi todas las cosas.

Hace 5102 años un texto mitológico consignó en palabras el inicio de nuestra época. Cuenta el Mahabarata que en el año 2025 de la era común concluirá el gran ciclo humano del Kali Yuga, un ciclo que habrá durado 5.000 años desde su comienzo. Durante esos 5 milenios los seres humanos habremos teñido de negro el alma del mundo, y ya en las últimas décadas previas a 2025 la virtud del hombre habrá ido reduciéndose tanto que comenzará a parecer algo imperceptible. ¿Qué vendrá ahora? podríamos preguntarnos. El Mahabarata responde que sucederán algunas catástrofes, que el ser humano sumido durante siglos en la ignorancia de su deseo vivirá un tiempo de transición y penitencia. ¿Quién sabe? Puede que el anciano que escribió aquel texto esté en lo cierto, pero también puede que no. Mi compromiso constante reside en mi lealtad absoluta a la voluntad de cambio y mejora de las personas y las empresas. En ello llevo ya varias décadas. Y las que me quedan.

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El valor del trabajo

El valor del trabajo

 

Debemos juzgar el dinero de acuerdo con su verdadero valor ponderando
el fin por encima de los medios y prefiriendo lo bueno a lo útil

maestro John Maynard Keynes

 

Hoy escribiré sobre el trabajo, un ámbito de estudio, investigación y acompañamiento que suelo abordar con mis clientes. El futuro del trabajo es incierto pero las tendencias reales que observo a diario son sin embargo muy claras.

Sobre este particular versa uno de los ensayos que me encuentro escribiendo ahora en el marco de mi proyecto de investigación (ese ambicioso trabajo que es mi legado a este mundo que me tocó vivir y consta de 4 libros). En dicho ensayo no solo comparto una foto detallada de la historia del trabajo y la empresa, sino una crítica furibunda y argumentada de por qué necesitamos transformar profundamente el mal llamado pensamiento empresarial.

Este artículo es un breve aperitivo de todo ello y consta de 4 partes que espero que te inspiren:

  • El trabajo os hará libres
  • Marco teórico de estudio del trabajo
  • El valor del trabajo en nuestro tiempo
  • Caso práctico: Qué hacer para dignificar el trabajo

Comenzamos.

 

EL TRABAJO OS HARÁ LIBRES

Hace ahora casi 100 años que el maestro Keynes -al que considero el mayor economista del siglo XX- pronunció en la Universidad de Madrid las palabras que encabezan este artículo a modo de cita. Rondaba el año 1928 y tituló a su conferencia Las posibilidades económicas de nuestros nietos. En ella imaginó y describió el futuro que profetizaba que le esperaría a los jóvenes que vivieran 100 años después, en 2028. Queda poco para eso, apenas unos años. En dicha conferencia predijo que las personas se sentirían desligadas o desconectadas de la economía. También predijo que para entonces habríamos destrozado nuestro medio ambiente como resultado de una comprensión de la explotación, la producción y el consumo que causaría estragos irreversibles en el ambiente natural. El ensayo -insisto, hace 100 años- comenzaba de este modo: “Estamos sufriendo precisamente ahora un ataque inadecuado de pesimismo“. Lo decía por la cruda corriente de desmotivación que poblaba los mercados tras el desastre económico del año 1929. Pero tan solo 9 años después de esta conferencia estalló el mayor episodio histórico de violencia de la historia de la humanidad: la II Guerra Mundial, que trajo consigo la sistematización colectiva del Infierno de Dante a manos de los nazis, aquellas personas totalitarias inspiradas por ideas que hoy -incomprensible y estúpidamente- volvemos a encumbrar y dar espacio en las democracias europeas. La historia, dicen algunos, se repite.

A la entrada de los campos de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, Gros-Rosen, Sachsenhausen; Neuengamme o Dachau figura una inscripción que todavía hoy puede verse como recordatorio de la mayor barbarie global perpetrada por la humanidad. Dicha inscripción reza ARBEIT MACHT FREI. Literalmente puede traducirse por “El trabajo os hará libres. Toda persona que entraba a un campo nazi o volvía a él tras realizar trabajos forzados podía leer esa inscripción tomada de una novela de Loren Diefenbach, autor nacionalista alemán del siglo XIX. Ante esa revelación continua, cualquier persona albergaba aún una esperanza movida por una falsa llamada al sacrificio, un afán continuo de supervivencia y la más cruel de las alusiones a esa creencia judeocristiana de que la cultura del esfuerzo todo lo puede.

El lema había sido copiado por el NSDAP (el partido nazi) del lema oficial de la anterior República de Weimar que combatió el desempleo alemán a base de generar grandes construcciones públicas que requerían ingentes masas de trabajadores y mano de obra. En algunos campos de exterminio, Heinrich Himmler añadió bajo la inscripción las siguientes palabras: “Hay un camino a la libertad. ¡Sus pilares son obediencia, laboriosidad, fidelidad, orden, limpieza, sobriedad, veracidad, sacrificio y amor a la patria!“.

En el campo de exterminio de Buchenwald la expresión ARBEIT MACHT FREI se cambió por JEDEM SAS SEINE, literalmente “A cada uno lo suyo” en clara referencia a la condición que por justicia nazi a cada persona le correspondía en este mundo, pero también un lema que sería igualmente aplicable a los adoradores del “Si quieres, puedes” o el “Si es pobre es porque no trabajó lo suficiente. La expresión JEDEM SAS SEINE había sido traducida al alemán del latín SUUM CUIQUE, empleado por la monarquía prusiana como recordatorio del lugar que cada persona merecía en la Tierra, incluida la posición de privilegio de la realeza.

A la enorme mayoría de personas que se adentraban en aquellos lugares de atrocidad y horror, lo que les esperaba era el trabajo que antecedía con suerte a una rápida muerte en cámaras de gas o a una lenta agonía por enfermedas y hambruna. La mayoría de ellos comenzaban creyendo que lo que hacían podría garantizarles la supervivencia, pero en realidad casi todos ellos murieron tras arduos, severos, inhumanos e ingentes esfuerzos. Es difícil imaginar algo más doloroso que trabajar cada día por algo que casi nunca llega. El maestro Victor Frankl, superviviente de uno de estos campos, enseñó a sus compañeros de campo que cualquier posibilidad de supervivencia jamás llegaría por el trabajo y tan solo llegaría por algo que nadie podía quitarles: la dignidad y la esperanza que cada uno se diera a sí mismo aún en medio de aquel infierno.

Desde la invención del trabajo en el Neolítico, nuestra comprensión del esfuerzo ha estado vinculada a la generación de sentido. Queremos creer que lo que hacemos sirve para algo. Trabajamos para “ganarnos la vida“, para “tener un sitio” o “encontrar nuestro lugar“. Al esforzarnos nos sentimos útiles. Nos levantamos cada mañana para acostarnos cada noche diciendo “Yo hago lo que puedo“. Pero ¿cómo lo hacemos? y más importante aún… ¿hacia dónde nos lleva como sociedad lo que cada uno hacemos y cómo lo estamos haciendo hoy?.

Veámoslo.

 

MARCO TEÓRICO DEL ESTUDIO DEL TRABAJO

Una estupenda, ligera y entretenida aproximación al lugar del trabajo en nuestras vidas a lo largo de la historia la ha hecho recientemente James Suzman en su libro Trabajo (2021). En ella se aborda la vinculación del sentimiento de culpa y la cultura del esfuerzo al mito bíblico del Edén, el jardín que todo lo provee, de cuya expulsión por influencia de la mujer, hizo que los descendientes de Adán y Eva tuvieran que “ganarse por sí mismos la vida“, relegando a la culpable de la expulsión -de acuerdo a este mito- a un lugar residual en el futuro sistema productivo. En realidad este mito no es exclusivo -nos recuerda Suzman- de las culturas abrahámicas. Todo mito de la creación, toda historia de un principio, lleva implícito un tiempo anterior donde ni quisqui trabajaba hasta que llegado un momento concreto, surge -como castigo o redención- la necesidad del trabajo. De eso a la muerte japonesa por trabajo (karoshi) distan solo unos pocos milenios en el curso de los cuales creamos la esclavitud sistemática que sostenía todos los imperios desde la Edad Antigua hasta la Edad Moderna. Por fortuna los grupos antikaroshi y las demandas de una mejor comprensión del trabajo prosperan a día de hoy aunque siguen siendo aún minoritarias.

Muchos autores han reflexionado ampliamente sobre el lugar que ocupa el trabajo en nuestras sociedades. Una estupenda retrospectiva histórica sobre el trabajo en España la coordinó Santiago Castillo bajo el título El trabajo a través de la historia (1996) donde decenas de autores dejaron por escrito la evolución del trabajo en el territorio español por medio de pequeños ensayos acerca de casos y realidades muy diversas. Miguel Ángel Muñoz Muñiz escribió en 1975 otro ensayo fascinante y riguroso sobre la Historia social del trabajo en EuropaLa mítica editorial Anthropos editó 2 libros de Enrique de la Garza en los que analiza bien las tesis de Offe, Richard Sennett, Zygmunt Bauman y Ulrich Bech sobre la transformación del trabajo en nuestros días con aportaciones interesantes acerca de la fragmentación de las identidades causada por trayectorias laborales discontinuas. Este fenómeno creciente propiciado por una competitividad endémica se sustenta sobre la volatilidad de las ocupaciones, lo efímero de la idea de “colaboraciones” esporádicas, la alienación social asociada y la creciente flexibilidad posfordista del mercado laboral que se decanta del lado de la progresiva precarización del empleado y no del mutuo beneficio de todos los actores (empleador y empleado).

Ni qué decir tiene que las reflexiones en torno a qué es el trabajo y cómo organizarlo han sido claves en los diferentes hitos históricos que se han sucedido en la Edad Moderna desde La riqueza de las naciones del maestro Adam Smith hasta El capital del maestro Karl Marx pasando por el nacimiento de la psicología profunda, las teorías del psicoanálisis de Freud, Adler y Jung, sin olvidar por supuesto la larga estela inspiradora que dejaron los padres de la Teoría Crítica formada en Viena. En definitiva todo lo que somos y hacemos hoy tiene que ver con el valor y el lugar que le damos al trabajo.

Verdaderas cabezas pensantes de la modernidad como Herbert Marcuse, Jurgen Habermas, Hans Georg Gadamer, Jean Baudrillard; Erich Fromm o Pierre Bourdieu han escrito ríos de tinta acerca del trabajo. El maestro John Maynard Keynes predijo el futuro desempleo asociado a la tecnología y la futura tendencia de reducción de jornadas laborales debida a la automatización del trabajo y el crecimiento poblacional. A Anthony Giddens le obsesiona todo lo que tenga que ver con el trabajo y mucho antes que ellos Max Weber dejó dichas muchas reflexiones que todavía hoy son actuales. No se entiende el trabajo sin entender el impacto que tuvieron 2 fenómenos que considero conectados: la emergencia de la fe en la escuela económica austriaca en la década de 1980 y la durísima crítica infértil y poco constructiva contra la modernidad que realizaron GIovani Vattimo y Jena Francois Lyotard en la misma década. Lo primero rompió el mercado económico hasta la fecha; lo segundo dejó sin una idea de verdad, ninguna certeza y una dispersión continua a las generaciones de jóvenes que se han sucedido desde entonces.

Los pensadores del star system actual (del tipo de Slavoj Zizec o Byung Chul Han) no han parado de hacer referencia al carácter esclavista o falto de ética en muchos aspectos que conlleva la comprensión actual del empleo. Una vez que los antiguos ilustrados dieron a Dios por muerto, después de que Nietzsche proclamara la muerte del hombre, en las últimas décadas también se ha declarado la muerte del trabajo. El autor más conocido que se ha unido a este fenómeno es Jeremy Rifkin (El fin del trabajo: nuevas tecnologías contra el trabajo, el nacimiento de una nueva era, 2010) aunque sin duda es el menos importante y tan solo es el último de una larga serie de pensadores que enunciaron el nacimiento del postrabajo, un modelo de relaciones en el que necesitaremos rediseñar los horarios laborales, las costumbres sociales y la redistribución de la riqueza. Todo apunta a que la cosa no será más justa. Los cambios que se han sucedido tras la pandemia apuntan a ello.

Mark Fisher ha escrito sobre al privatización del estrés, Remedios Zafra ha denominado expectativa cruel al sistema de injusticia sobre el que se asienta la producción cultural y cualquiera de los trabajos inmateriales en nuestro tiempo. La autora ha señalado que en nuestra sociedad del entusiasmo la precariedad y la gratuidad son los vehículos que sostienen en vilo el conjunto de cuerpos e intereses que luchan por la supervivencia continua. En este contexto la neutralización ética que favorece la inacción y la pérdida de derechos y libertades se produce de forma tácita entre personas o empleados que temen perder su fuente de ingresos porque -tal y como recuerdan desde hace décadas muchos directivos de banca a sus empleados- “hace mucho frío ahí fuera“.

 

EL VALOR DEL TRABAJO EN NUESTRO TIEMPO

Durante los últimos 20 años el mundo de los negocios se ha envilecido de una manera que sorprende. He vivido este proceso de precarización continua acompañando momentos de transición en empresas en las que se sinceraban los propietarios del negocio y los empleados. He acompañado muchos procesos dolorosos pero también he ayudado a mejorar la realidad diaria de mucha gente que había perdido la ilusión en un contexto de común desesperanza.

Por norma, el valor del trabajo a menudo queda a la altura del zapato y diferentes estrategias y tácticas -conscientes o inconscientes- han ayudado a precarizar un mercado laboral que por lo general atenta contra la dignidad de las personas. Si en el pasado reciente las ofertas de trabajo llevaban asociada una retribución exigua para todo aquel que empezaba a abrirse paso, durante estos años he observado en el mundo empresarial (clientes y conocidos) cómo esta tendencia se ha extendido a todo tipo de profesionales cualquiera que sea su formación, condición o ámbito de actividad.

Esto se nota especialmente en las políticas de retribuciones salariales a la baja que fomentan las grandes corporaciones en la actualidad. Un empleado que entra a trabajar en una gran empresa hoy suele tener por defecto peores condiciones laborales (salario base, pluses o beneficios añadidos) de las que tenía un empleado hace 20 años. Está ya generalizada la costumbre de aumentar los incentivos y recortar el salario cotizable y suele ser muy frecuente que el IRPF deducido en cada nómina mensual de un empleado por cuenta ajena sea mínimo de manera que se haya de regularizar la diferencia entre ese mínimo porcentaje deducido y el adecuado, mediante un pago posterior en la declaración anual que todo ciudadano debe realizar a la Hacienda pública. Estas y otras prácticas más lamentables son el pan nuestro de cada día y cualquiera que haya prestado servicios de acompañamiento empresarial o consultoría las conoce.

Se tiende además al empleo autónomo y la contratación de personas que trabajan por cuenta propia, de acuerdo a una inercia que no me parecería falta de ética si no llevara aparejada la reducción sustancial de las tarifas que los clientes finales llevan años realizando a los proveedores. No ayuda mucho que los frecuentes modismos barnizados de anglicismos chick presenten la miseria laboral como una tendencia trendie. En este sentido es fácil identificar que juegan a favor de toda esta inercia fenómenos sociales como la burbuja del emprendimiento, la cultura knowmad, el minimalismo mal entendido, la instrumentalización de la filosofía estoica para que aguantes lo que tienes, o la constante murga con alcanzar la felicidad en las empresas aunque te estén explotando. Se añade a esto la realidad de los falsos autónomos y una gran cantidad de pillerías y artimañas con las que continuamente tratamos de meternos un gol en propia puerta.

Muchas personas bien intencionadas tratan de suplir las carencias de inversión en formación o reciclaje que las empresas tienen para sus empleados, y algunas otras buscan algo que les ayude a cambiar su vida. En España existe un fondo con amplia dotación económica en forma de subvenciones del que toda empresa puede disfrutar de acuerdo al número de empleados en nómina. Pese a ello la formación y la innovación siguen ocupando un lugar cada vez más residual en los presupuestos económicos de las empresas. La idea es sencilla: producir más con menos. De modo que cuando a menudo se alcanza el techo de crecimiento, lo más frecuente es recortar en gastos.

 

CASO PRÁCTICO: QUÉ HACER PARA DIGNIFICAR EL TRABAJO

No creo en los discursos elevados de personas que no predican con el ejemplo. De modo que he decidido compartir un ejemplo de cómo en mi día a día trato humildemente de dignificar el trabajo y evitar la precarización constante del empleo que propiciamos a diario. Tengo miles de anécdotas, aquí comparto tan solo el ejemplo más próximo. Me ocurrió hace unos días y -al igual que siempre hago con todo lo relativo a mi actividad- conservaré el anonimato de la persona y la organización implicadas en esta anécdota.

Hace unos días contactó conmigo una persona muy amable a través de una red social. Me había conocido en una formación pasada que le había entusiasmado y quería que diera una breve charla en el marco de una iniciativa de innovación de la que formaba parte. Le solicité con la misma amabilidad con la que se dirigía a mí que me escribiera un correo electrónico indicando el tiempo del que dispondría, el presupuesto asociado y el público objetivo. Al escribirme igual de amablemente por correo electrónico se identificó como empleado de una gran empresa española, como miembro de un grupo de “embajadores” internos de innovación y respondió dándome los datos que le solicitaba e indicándome que no habría remuneración alguna.

Esta fue mi respuesta literal:

 

“Hola XXXXXX,

Gracias por contactar conmigo. He leído la propuesta con atención.

En primer lugar, te agradezco que trates de promover la innovación dentro de tu empresa. En segundo lugar, he deducido una serie de cosas de tu correo:

1) Eres empleado de ZZZZ. Lo deduzco porque tu correo está escrito desde el dominio de la empresa matriz MMMM vinculada a ZZZZ

2) Organizas algo para empleados de ZZZZ. Lo deduzco porque te has presentado amablemente como embajador de innovación de esa empresa y me comentas que publicitarías mi participación dentro de la organización teniendo como único público objetivo a compañeros de ZZZZ

3) Mi colaboración no estaría retribuida. No hay presupuesto asociado

Si lo anterior es cierto, además de animarte a seguir vinculado al mundo de la innovación conservando tu entusiasmo, permíteme compartir contigo 2 reflexiones:

El lugar de la innovación en la empresa. Desde hace años algunas organizaciones (por lo general grandes corporaciones) han tendido a desvincularse o renegar de uno u otro modo de su responsabilidad como empresas respecto a la formación y reciclaje de sus empleados. En este sentido ha sido frecuente que se reduzcan las tarifas de contratación de profesionales, o se reutilice deslealmente el contenido profesional de proveedores, o se adelgace o desaparezca el catálogo formativo, o se responsabilice por completo al propio empleado -por su cuenta y riesgo- de su formación. En esta inercia constante las empresas están situando a la innovación como un valor del que presumen pero que en absoluto facilitan o promueven. Este tipo de comportamientos que sitúan a la innovación en el ámbito del voluntarismo individual no me parecen éticamente admisibles. La empresa debe responsabilizarse de invertir económicamente en sus propios empleados. De otro modo hablamos de procesos de precarización laboral.

El valor del profesional de la innovación. Durante mis primeros años emprendiendo a veces algunas organizaciones me llamaban para colaborar puntualmente sin obtener ninguna remuneración económica bajo el pretexto de que su propia marca me daría prestigio o yo podría publicitarme. En este punto, confieso que los primeros 2 años por pura necesidad aceptaba dichos encargos. Con el tiempo tomé una decisión que mantengo. Acepto colaborar en estos términos con iniciativas sociales desinteresadas sin ánimo de lucro pero creo que toda colaboración con un negocio con actividad económica debe estar retribuida. Conozco bien la empresa de la que estamos hablando. ZZZZ es una de las mayores empresas privadas de España, cotiza en Bolsa, tiende rendimientos económicos y alrededor de 10.000 empleados contratados según fuentes oficiales.

Por todo lo anterior te agradezco la oferta y la rechazo. Me has comentado que otros compañeros han aceptado. No juzgo su elección, tan solo actúo de acuerdo a lo que considero ético.

Gracias de nuevo.

Un saludo”

 

¿Habría logrado algún futuro cliente en esa colaboración? Lo más seguro es que sí. Siempre suele pasar que a alguien le llama la atención lo que hago o explico. Pero la pregunta no es esa. De veras que no. Es importante señalar que no trato de culpabilizar a nadie. Con mi ejemplo tan solo trato de fomentar una actitud responsable. Creo que esto que hago se llama comportamiento ético. Se distingue muy bien mediante una pregunta sencilla: ¿Lo que estoy haciendo facilitará que alguien que venga después de mí sea tratado justamente?

Entiendo que muchas personas no puedan permitirse formular este pregunta por diferentes necesidades adquiridas, por otras prioridades personales o por una visión diferente de las cosas. En mi caso trato de ser fiel a comportamientos como este en todo momento porque creo que este tipo de actos dignifica el trabajo y hace reflexionar a las personas con las que hablo sobre aquello que estamos destruyendo: EL VALOR DEL TRABAJO.

No solo se trata de renunciar a colaboraciones injustas con uno mismo, también se trata de intentar que posibles ofertas de colaboración poco éticas sean mínimamente decentes para todos los implicados. No pido más. Cuando veo este tipo de abusos trato de no reproducirlos con ninguno de mis colaboradores. Toda persona que trabaja conmigo es justamente remunerada en función de los ingresos y todo cliente que me contrata debe aceptar que contrata algo valioso y que cada uno merece lo que es -como decía aquel lema prusiano- pero todos sin excepción merecemos lo digno.

Espero que este artículo te haya parecido interesante.

 

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La tiranía del cliente como paradigma destructivo

La tiranía del cliente como paradigma destructivo


 

“…Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido:

Su cuerpo dejará no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado”

maestro Francisco de Quevedo,

 

Morir con las botas puestas, viviendo para que mis cenizas hallen su sentido. Eso es lo que hago a diario. Y este texto no es una excepción. Este será un extenso artículo que quiere invitarte a reflexionar sobre un principio que hasta hoy parecía incuestionable: el cliente siempre tiene razón. Fue una máxima para los explotadores industriales de Manchester en el siglo XIX, para las fábricas en serie inventadas por Henry Ford que adelantaron el siglo XX, pero también lo es para los modernos design thinkers de IDEO, los acólitos de la innovación abierta, los fieles de la experiencia de usuario, o los profetas del negocio centrado en el cliente.

Esta es una historia de una perversión que se fue incubando durante décadas hasta lograr finalmente el control de nuestras vidas. En este artículo expondré por qué considero que situar al cliente en el centro como único validador de una actividad profesional es un horrible enfoque. Asociaré con este peaje histórico la existencia de los actuales comportamientos inerciales de consumo, la multiplicación de trabajos pecarios, el empeoramiento de la calidad y perspectiva de vida generacionales, la destrucción ambiental, el debilitamiento de los tejidos asociativos y la lenta demolición de los ritos de paso colectivos que sostienen toda sociedad.

He dividido el artículo en 4 apartados:

  • Las 2 formas de demoler una sociedad de forma acelerada
  • La prestación de servicios como arte o el trabajo desde la calidad y la autoexigencia
  • Carta a todos mis presentes y futuros clientes
  • Carta al ejércitos de aceledores de inercia

Comenzamos.
 

LAS 2 FORMAS DE DEMOLER UNA SOCIEDAD DE FORMA ACELERADA

Hay 2 formas de romper una sociedad de acuerdo a las dinámicas del mercado. La primera de ellas es dar siempre la razón al cliente y olvidar todo lo demas. La segunda de ellas es no hacerle caso nunca y aún así lograr que te necesite. Un buen ejemplo de la primera manera de romper una sociedad son Amazon, Uber o Deliveroo. Un buen ejemplo de la segunda forma de romper una sociedad lo representan Ryanair, cualquier corporación eléctrica, cualquier gran entidad financiera o bancaria que impone su voluntad, o alguna de las pocas compañías de telecomunicaciones que existen y de las que nos hemos hecho dependientes.

Sobre la primera, se nos ha dicho que “el cliente siempre tiene razón. Hemos repetido esta frase como un mantra o una letanía. Esas 5 palabras unidas han sobrevolado escuelas de negocio, se han escuchado como un eco imparable en congresos y forman parte de los libros de texto de los estudiantes de empresa o economía. Parece un razonamiento inapelable: si el cliente es el que compra, debemos plegarnos a lo que nos exige. De modo que durante décadas hemos articulado la actividad profesional alrededor de la satisfacción del cliente, haciendo depender a ésta del cumplimiento de sus exigencias. El cliente ha pasado de ser un usuario de productos y servicios a un tirano que impone su criterio. Y en consecuencia el trabajo orientado a la mejora del producto y servicio ha dejado de tener en el centro la propia calidad a medio y largo plazo de lo que se ofrece y desde hace décadas se ha basado en contentar a inmediato plazo al cliente. Esto es como decir que hemos pasado del trabajo o el oficio a la servidumbre o la esclavitud, y de la calidad real a la apariencia. Todo ello con la consiguiente pérdida de humanidad y rigor en el resultado de todo lo que hacemos.

Contra esta tendencia quasi universal, he aquí mi experiencia… He escuchado pocas cosas más estúpidas que la frase “el cliente siempre tiene razón“. De hecho, en mi experiencia profesional, casi nunca la tiene. Dado que el cliente se ha acostumbrado a ostentar un poder sin conocimiento ni criterio, su voluntad es pasto de la inercia inconsciente. No se mueve de acuerdo a lo que le conviene sino de acuerdo a lo que todo el mundo hace. No se cuestiona sino que se encumbra. Tiene, a todos los efectos, lo que el maestro Jean-Pierre Faye llamaría un lenguaje y un comportamiento totalitarios. Se ha fraguado de este modo una manera de ser cliente que no invita a la reflexión sosegada sino al consumo desmedido desde la propia tiranía. Todas estas cosas, claro está, ocurren si se permiten. No es mi caso y explicaré por qué.

Está aún por llegar el día que hable con un cliente y sepa realmente lo que quiere, menos aún lo que verdaderamente necesita. Y es normal, porque enuncia su necesidad desde el más absoluto desconocimiento. Por lo general el cliente sabe tan solo que tiene que hacer algo. Hay 3 razones por las que un cliente cree que necesita algo: O bien sufre un dolor o nota una carencia de la que es consciente, o bien tiene sospechas de que algo no funciona pero desconoce lo que es, o bien por último -tal y como señaló el maestro Thorstein Veblen- se mueve de acuerdo a impulsos de ostentación, comparación o adaptación a un contexto de cambio en el que se siente atrasado.

Por descontado las 2 últimas razones son las más frecuentes. Es decir, el cliente se mueve sobre todo por comparación respecto a otras referencias. Entender esto es crucial para comprender por qué un cliente casi nunca tiene razón y dársela continuamente es malcriarle. Si se mueve por comparación con otros, no se mueve por lo general motivado por una necesidad intrínseca sino extrínseca. Esto es, no solicita o exige algo porque lo necesite sino porque ve que otros lo tienen. Si además el mercado se aprovecha de esta tendencia y genera al cliente más necesidades de las que tiene, he aquí el comienzo del auténtico calvario en el que nos encontramos: No sabemos lo que necesitamos pero confiamos continuamente en resolverlo exigiendo a otros más objetos, servicios o soluciones. Cuanto más aceleramos esta escalada aparentemente infinita, más nos aproximamos al abismo.

Sobre la 2ª forma de romper una sociedad: no hacer ni puñetero caso al cliente (pasar absolutamente de sus necesidades) y pese a ello lograr que te necesite, tenemos sobrados ejemplos en sectores ampliamente monopolizados (telecomunicaciones, aerolíneas, transporte de mercancías, energía,…). Me refiero a empresas que maltratan, ignoran y vejan continuamente a sus clientes y continúan obteniendo inapelables resultados financieros. Al tiempo que dicen situar al cliente en el centro en ominosos y vergonzantes anuncios televisivos, lo manipulan e insultan continuamente con limitaciones draconianas en sus servicios de atención al cliente y con exigencias de consumo abusivas que atentan contra sus libertades y derechos esenciales. Casos como el de Ryanair son especialmente nocivos. este no es el modelo que pretendo defender en este artículo. Defiendo que hay un término medio entre dar siempre la razón al cliente y no hacerle ni puto caso.

La gran pregunta es… ¿Ha existido alguna vez una época o un tiempo en el que todo esto no se haya producido?. Y la respuesta es SÍ, SIN DUDA. Todos estos extremos comerciales son inventos de la modernidad tecnológica e industrial. Por fortuna, durante toda nuestra historia hemos vivido las relaciones comerciales de forma bastante diferente. Y no es casualidad que cuando hemos comenzado a comportarnos como acabo de exponer en este apartado, el planeta entero y nuestra salud mental peligren. Veamos de dónde provenimos.

 

LA PRESTACIÓN DE SERVICIOS COMO ARTE o EL TRABAJO DESDE LA CALIDAD Y LA AUTOEXIGENCIA

Aunque hoy en día asociamos el arte a la belleza, al consumo estético o a la expresividad no productiva, esta distorsión se produjo al comienzo de la Edad Moderna, en el Renacimiento. El artista, que antes era un proveedor de servicios y productos, pasó a ser una persona sostenida por las élites que proveía de belleza a los que podían permitírsela. Se separó de este modo el arte del oficio o ciencia. En esta larga travesía que duró casi 3 siglos, se desvistió de espiritualidad, emoción y trascendencia a los productos y servicios, para barnizarlos de una supuesta racionalidad que luego la Ilustración vendría a prescribir como eterna dotando al trabajador de cierta condición de servidumbre y al artista de cierta autonomía y reconocimiento propios. Comenzaba entonces a perfilarse una orientación del servicio hacia la satisfacción de las exigencias del cliente (por descabelladas que sean) en lugar de hacia el perfeccionamiento y la calidad del resultado en sí mismo.

Solo por citar algunas referencias que nos hablan de una concepción del trabajo más enriquecida y diferente a la actual, basta leer esta bien fundada relación de citas en una de las mejores y mejor fundadas entradas de Wikipedia (la relativa al arte): “Aristóteles, por ejemplo, definió el arte como aquella «permanente disposición a producir cosas de un modo racional», y Quintiliano estableció que era aquello «que está basado en un método y un orden» (via et ordine). Platón, en el Protágoras, habló del arte, opinando que es la capacidad de hacer cosas por medio de la inteligencia, a través de un aprendizaje. Para Platón, el arte tiene un sentido general, es la capacidad creadora del ser humano. Casiodoro destacó en el arte su aspecto productivo, conforme a reglas, señalando tres objetivos principales del arte: enseñar (doceat), conmover (moveat) y complacer (delectet).“​ Como vemos el hecho productivo y el hecho artístico eran una sola cosa en la Antigüedad. Pero, ¿Cómo es posible que ocurriera esto y que lo hayamos perdido? He aquí la respuesta:

Utilizando un lenguaje bíblico, al principio no era el cliente, sino el producto o servicio. Desde la emergencia de las primeras civilizaciones (Mesopotamia, Egipto, Persia) hasta la etapa comercial precapitalista del último periodo de la Edad Media, el celo profesional en la calidad del servicio garantizaba por sí solo la satisfacción del cliente. ¿Quién dirimía que algo era de calidad? Desde luego no lo hacía el cliente. El profesional o proveedor de servicios fue altamente valorado desde la invención de las ciudades. Muchos de los profesionales con conocimientos complejos sobre su materia, formaron parte de los puestos de poder de las sociedades en Oriente y Occidente, y a menudo acompañaban y asesoraban a los jerarcas o reyes siendo socialmente muy reconocidos. Un escriba, un arquitecto, un filósofo, un propietario de una ceca que acuñaba moneda, un hacedor de barcos, un matemático o un ingeniero civil,… todos ellos si eran buenos en su oficio/arte ostentaron siempre posiciones destacadas en las sociedades griega, fenicia, cartaginesa o romana. Pero también eran muy valorados alfareros o artistas del metal -así se les llamaba-. Un acueducto, una carretera, una vasija o una espada eran obras de arte, porque arte y oficio caminaban de la mano. La cosa no cambió con los años.

En el surgimiento de las incipientes profesiones medievales, el taller gremial se articulaba en torno al perfeccionamiento de un oficio. Lo importante -insisto- no era el cliente sino la puesta en práctica de arcanos conocimientos y dilatadas experiencias que daban lugar a un producto o servicio de calidad que el cliente finalmente adquiría. Maestros y aprendices convivían en un entorno cercano y directo en el que prescribían reglamentos y disposiciones orientados a la mejora continua del producto. El indicador de éxito de un producto era la propia autoexigencia gremial y la competencia virtuosa con otros talleres. Un alfafero de un burgo conocía bien el trabajo del resto de alfareros de su entorno. El conocimiento, las innovaciones y los avances de unos y otros fluían de acuerdo a un sistema de corporación gremial en el que el especialista siempre tenía la primera y última palabra como conocedor de lo que hacía. Cada taller incorporaba sus propias innovaciones dentro de un marco práctico profesional que procuraba un amor por el proceso y el resultado. Se hace necesario recordar aquí que este sistema -a la vez escuela y negocio- era un modo de vida en sí mismo y con el tiempo fue predecesor de los sindicatos laborales industriales que años más tarde harían frente a los desmanes y abusos de la Revolución Industrial.

La orientación al servicio no se cifraba en torno a la satisfacción del capricho del cliente sino en torno a la calidad del proceso y el resultado. Poco tenía que decir un cliente más allá de sus deseos iniciales o el pago final, dado que su respeto y confianza eran depositados de forma natural en personas que dedicaban toda su vida a perfeccionar su arte. He aquí la palabra fundamental que en algún momento de esta historia olvidamos: arte. El pescador tenía un arte de redes, el sastre un arte o patrón de referencia, pero también el panadero, el cestero o el zapatero. En aquel tiempo el arte no era algo que reposaba en los museos, sobre todo porque no existían. El arte del pan, el arte del zapato o el botín, el arte de la piedra o el arte del mimbre o la cestería eran artes vinculados a un conocimiento específico reservado tan solo para los iniciados y del que el cliente era un mero usuario final que se limitaba a disfrutarlo. Así, el arte ((del latín ars, y del griego τέχνη téchnē) era el dominio de un conjunto de técnicas y procesos que tenían afán estético y comunicativo. El arte contenía emociones, era un recurso de comprension del mundo, un componente cultural con valor en sí mismo mucho antes de que un mercado le pusiera precio. El arte aportaba cohesión y consistencia a los rituales sociales, dotaba de sentido material a un discurso estético y era el gran pegamento relacional de su tiempo.

Con la llegada de la Edad Moderna y la irrupción del sistema socioeconómico capitalista, se castigó la práctica gremial por considerarse contraria a la libertad de mercado. La cultura asociada a los gremios, altamente rica y efectiva, sobrevivió relegada a un entorno y un contexto rurales. Las aldeas y pueblos se convirtieron en refugios de un conocimiento y un saber ancestrales que se transmitían entre generaciones y sobrevivían incorporando con humildad los sucesivos adelantos técnicos. En una realidad inventada, artificial y paralela -las macrociudades de la modernidad- poco a poco quedó disociado completamente el arte del oficio y los productos y servicios modificaron su comprensión del negocio hasta cambiar el modelo de autoexigencia del artesano al modelo de exigencia del cliente.

El proceso de democratización y extensión del consumo para la inclusión de grandes masas de clientes conllevó una trampa histórica cuyas consecuencias hoy pagamos: La calidad o el éxito de un servicio o producto ya no dependía del criterio informado y experimentado de los creadores (proveedores), sino de la variable satisfacción de personas sin conocimiento ni criterio (clientes). Desde esto a la actual tiranía del cliente, pasaron varios siglos y sucesivas dinámicas de mercado que nos malcriaron a todos hasta que la caprichosa voluntad y la tiranía de personas sin conocimiento, se impuso a la calidad, la humanidad, el cuidado y el arte. De alguna manera todos tras este tiempo nos fuimos convirtiendo en proveedores serviles (que se pliegan a lo que les exijan) y clientes insatisfechos (o satisfechos de forma cada vez más temporal y menos duradera).

No conozco una mejor manera de expresar el desdoblamiento de personalidad que vivimos a diario (somos cliente insatisfecho + proveedor explotado) que esta parodia de los Pantomima Full:
 

 

CARTA A TODOS MIS PRESENTES y FUTUROS CLIENTES

De todo lo anterior, extraigo y declaro lo que sigue y es aplicable a todos mis presentes y futuros clientes:

Manifiesto una falta de interés total en perseguirte. No tengo un plan de acción con el que llegar a tí y sorprenderte. No lucharé por ser visible o conocido, por llegar a pocos o a muchos. No competiré contra nadie para captar tu atención. No venderé lo que no soy ni trataré de parecer lo que no tengo. No estudiaré qué formatos tienen más público para centrarme en ellos, porque yo tengo algo que decir y se cómo decirlo, sean más o menos aceptados mis formatos. Me muevo por valores, no por intereses ajenos. Seguiré sin hablar de lo que todo el mundo habla. Defenderé lo que creo que siempre necesitan las personas, y no aquello que inconscientemente demandan.

Permíteme ser sincero contigo: No me resulta apasionante prestar mi servicio al mundo y ejercer mi vocación desde el cumplimiento de tus puntuales o infundadas expectativas. No he llegado a este mundo para complacerte. No he nacido para satisfacer tu paja mental, sino para ayudarte a entender qué necesitas y apoyarte a la hora de obtenerlo. La dinámica habitual de las relaciones comerciales dicta una forma de actuar muy concreta: unas personas (proveedores de productos y servicios) dedican tiempo a crear algo, luego invierten una gran cantidad de tiempo en captar, perseguir y mantener la atención de otras personas (clientes potenciales) para que finalmente estas personas cifren el valor del trabajo realizado pagando un precio (y convirtiéndose en clientes). De acuerdo a este ciclo el valor o la relevancia de cualquier cosa queda fijado por el cliente, es decir por la cantidad de atención que despierta en el resto de personas esa cosa creada por alguien. Y he aquí mi problema: no estoy de acuerdo con nada de esto. Más bien creo algo bien diferente: El mundo está profundamente enfermo y sentirme completamente adaptado a él para satisfacerle no parece una fantástica señal que me indique que estoy haciendo lo correcto.

Antes bien, creo que lo que hago es valioso en sí mismo. Me dedico a curar el dolor de cientos de equipos y organizaciones. Se que lo hago importa y veo a diario los resultados de mi esfuerzo y del esfuerzo de las personas a las que acompaño. Por eso, me niego a darte la brasa, a dedicarle ingentes cantidades de tiempo o técnicas disruptivas de manipulación que llamen tu atención. No he sido ni seré como esa enorme legión de personas que mediante estrategias de venta depuradas se dedican a vender el contenido que no tienen. No milito en la apariencia, sino que formo parte del minoritario ejército de personas que cifran su honestidad en función de estándares de coherencia. Soy real y si quieres saber quién soy y lo que hago es sencillo informarte, conocerme o escuchar lo que otros dicen de mí. Por ello no andaré ni mucho ni demasiado tiempo detrás de tí para convencerte de que vivas o disfrutes de algo de todo cuanto soy y ofrezco. Ni tú ni yo somos tan importantes, querido cliente. Soy lo que soy y si eso no te convence, sigamos nuestro camino. Pero jamás te cederé la autoridad o el derecho a validar mi fracaso o mi éxito. Soy un profesional artesano, mimo y cuido los detalles, lo que significa que no te sirvo como esclavo, ni te daré siempre la razón.

No tengo necesidad alguna de conquistarte. Invierto cada día de mi vida en conquistarme a mí mismo y alcanzar una vida honesta, y con eso -créeme- ya tengo suficiente. Si como resultado de mi esfuerzo, lo que digo o hago crees que puede ayudarte, estaré encantado de servirte, pero no forzaré que me llames o que me necesites. Ni mi autoestima ni mi bienestar dependen de tí. Tampoco necesito tu reconocimiento. Cada día desde el alba hasta la noche tengo ya demasiado con llegar a cumplir los estándares habituales de mi autoexigencia. Esto no significa que tu criterio no me resulte relevante, significa más bien que si quieres que tu opinión me importe, debes ganártelo. Y no vale con que tengas una cuenta anónima en twitter, con que me pagues y seas mi cliente o con que abras la boca para expresar lo que se te ocurra sin pensar lo que dices. Todas estas cosas las puede hacer cualquier y no me infunden ningún respeto. No, no me vale con eso. Si quieres que valore en algo tu criterio, necesito que tus actos y tu vida dignifiquen los del resto. Me importa lo que piensas, pero no me determinas.

 

CARTA AL EJÉRCITO DE ACELERADORES DE INERCIA

Aunque hace poco hablé de los limpiadores de conciencia, existe un ejército de profesionales mucho peor que ese. Se trata de los aceleradores de inercia. Quiero ahora dirigirme a ellos:

Redundando y alimentando la tóxica y destructiva inercia de las relaciones comerciales actuales entre proveedor y cliente, se encuentran todo tipo de believers del Mercado posmoderno, adoradores de la venta, generadores de emociones y experiencias, publicistas reciclados, copywriters de alto impacto, marketeros digitales y demás calaña… Todos ellos nos abocan a una comprensión de las relaciones comerciales nada virtuosa, en la que prima el hecho de captar (robar) la atención de los demás para que te compren a tí y no a otro. Nada se habla del valor ético o la honestidad de lo que se hace, tan solo importe “llegar al cliente”, “satisfacer una necesidad que tenía o que le generas” o “convencer al otro de que lo hago es único”. Todo un ejército de personas y profesiones se dedica a diario a echar más madera a nuestra inercia inconsciente, encumbrando a la supuesta dinámica autorreguladora del mercado al rango de divinidad tutelar. El problema hoy es que estamos viviendo a diario miles de consecuencias evidentes de esta forma de entender el comercio. La crisis climática, las sucesivas crisis económicas (de las que ya no nos recuperamos y vamos acumulando), o la ruptura del modelo social de mercado son el resultado de estos enfoques aspiracionales y mentirosos que nos abocan a la insolidaridad y el aislamiento del individuo.

Y ahora permíteme ser todavía más claro: Cada cierto tiempo me llega un mensaje de alguien comentándome que le encanta lo que hago y que por ello sería fantástico que pudiera ayudarme a mejorar mis técnicas de venta. Dado que soy nefasto vendiendo y que llevo 8 o 9 años sin vender nada más allá de todos los clientes que me llegan por recomendaciones, le dedico tiempo a leer o atender a estas personas. En sus correos siempre se incluye un texto detallando algunos consejos relacionados con captar la atención de la gente, engañarles con algún cebo, transformar mi discurso hacia mensajes persuasivos o abundar en el clickbait. En 5 ocasiones he recibido incluso un video personalizado en el que estas personas me interpelan. La cantidad y variedad de personas que se dirige a mí ofreciendo esto es sorprendente: copywriters, vendedores, expertos en marketing digital,… Las recomendaciones de todos ellos se resumen en estos puntos:

1) Prolonga la estupidez de las personas: La gente quiere cosas sencillas y rápidas, no tiene tiempo para pensar, ni capacidad para prestar atención de forma continuada. Funcionamos por impulsos de atención brevísimos y queremos tener soluciones sin esfuerzo. Aprovéchate de ello. ¿Y si yo creo que este modo de vida aunque de mucho dinero, genera una sociedad de mierda y no quiero contribuir a ella?

2) Trata a las personas como si fueran idiotas: Según estas personas -aunque nunca lo dicen con tanta claridad- las personas hoy en día no tienen criterio ni tiempo, y no quieren invertir el esfuerzo necesario en tenerlos. La labor de un proveedor de servicios es entonces servir a esta inercia. A menudo me interpelan de forma bastante atrevida apelando a una falta de autoestima o seguridad que no tengo. “Nadie va a leer tus artículos, David” o bien “Nadie va a matricularse en tus programas” o bien “Las grandes empresas demandan otro discurso” o bien “Si quieres llegar a grandes masas, simplifica mucho más todo“. Afirmaciones bastante gratuitas a las que nunca respondo por vergüenza ajena y cierto sentido de la compasión. Vender -según ellos- consiste en multiplicar la mierda, descender la calidad de lo que se hace y aumentar en número y profundidad la legión de imbéciles que pueblan el planeta. Es importante señalar que algunas de estas personas que se dirigen a mí realmente garantizan y son capaces de hacer que tu producto o servicio esté visible en todos lados y acabes captando clientes por saturación, pesadez o goteo. Es decir, bastantes de estas personas saben lo que hacen y lo hacen perfectamente aportándote resultados financieros. Puedes multiplicar tus ingresos con facilidad si inviertes en este tipo de cosas porque las formas de manipulación e impacto son hoy infinitas. Pero ¿Y si yo creo que sobran las personas que se ofrecen sin ser ni tener un contenido, y faltan las personas que dedican su vida a serlo o a tenerlo?

3) La gente no quiere calidad, quiere gratis e inmediato: Todos ellos también insisten en que precarice mis servicios. Que descienda la dedicación de mis programas o que ofrezca píldoras rápidas que nos envilezcan. Los contenidos de calidad -me dicen con atrevimiento- no funcionan. Lo que triunfa son los contenidos y ofertas impactantes que apelan a una necesidad que la persona siempre ha tenido o no conoce, es decir, que en realidad genera una necesidad que no necesitan. ¿Y si yo no trabajo para ampliar las mayorías inconscinetes sino para ampliar a esa minortía de personas que quiere una vida de calidad y de sentido?

He aquí mi respuesta a todos ellos: Nunca he tenido ninguna estrategia de venta ni trabajaré para tenerla. Más allá de que todo lo que hacéis redunda en el mito del profesional autónomo e independiente que tiene que cuidar de sí mismo porque nadie más lo hará -un mito falso que nos envilece como especie- cofieso que no soy experto en publicidad o marketing y que tras conocer durante años a los que lo son, no quiero parecerme a ellos. Prefiero el azar, la confianza ajena y el foco a la manipulación, la autopromoción y el bombardeo.

Pero quizás la clave está en que reflexiones sobre algo: En la era de la distracción masiva todas las personas se prestan a competir por la atención de otras, así que el gran dilema ético hoy en día es este: ¿Qué estoy dispuesto a hacer para captar la atención de otros? Si la respuesta es “lo que sea”, no lo dudes, formas parte del problema. Piénsalo.

Al final el dilema para mí es fácil de resolver: o bien decido sumarme a las legiones de centenares de millones de personas que alimentan una inercia de negocio en la que se vende lo que la gente pide (capricho o entretenimiento) sin pensar en lo que todos hoy necesitamos (comportamiento ético); o bien soy honesto y me cuestiono lo que llevamos décadas haciendo y nos está destruyendo como sociedad y como especie, y en consecuencia no trato de alimentar más a la bestia. Elijo lo segundo.

 

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Por qué INDITEX no es un caso de éxito

Por qué INDITEX no es un caso de éxito


 

El que no tenga sueños, que se prepare para tener dueños

maestro Luis Eduardo Aute

 
 
Escribo este artículo para ayudarnos a pensar de otro modo y aprender a ver la realidad del estado actual del mundo empresarial en todo su contexto. Este artículo crítico es un caso de estudio que viene a demostrar las tesis que defendí en un artículo anterior titulado Porqué el pensamiento empresarial es suicida. Espero, lector o lectora, que lo disfrutes. Comenzamos.

Hace unos días se produjo cierto revuelo por el cambio que el 1 de abril de 2022 se producirá en la presidencia de INDITEX. Pablo Isla dejará su cargo tras 17 años al mando y éste pasará a ser ocupado por Marta Ortega, hija del fundador del grupo. Pablo Isla, calificado como el mejor CEO de la década por la revista Forbes en 2020 y como el mejor presidente del mundo por la Harvard Business Review en 2017, ha aumentado el beneficio económico de la empresa con ratios de crecimiento económico increíbles para los analistas (un 167% en 10 años) y que representan máximos históricos para la compañía con un incremento de un 237% en el último trimestre de 2021 a razón de 2.500 millones de euros de beneficio neto y unas ventas en 2021 de 19.325 millones de euros, un 37% más respecto al mismo periodo de 2020. Todo ello implica que Pablo Isla a su partida deja a INDITEX con el doble de tiendas en el mundo y 10 veces más valor en Bolsa que cuando llegó a la presidencia, esto es, de 9.000 millones de euros de valoración bursátil a 87.990 millones de euros de valoración a día de hoy.

Con la noticia del relevo en la presidencia, las redes asociales se han poblado de todo tipo de opiniones, la mayoría de ellas positivas de nuevo por enésima vez elogiando la visión empresarial de un grupo que se ha posicionado en el mundo textil de forma clara con 6.600 tiendas en 5 continentes y 88 mercados a través de marcas como Zara, Zara Home, Massimo Dutti, Pull & Bear, Bershka, Oysho, Uterqüe, Lefties y Stradivarius. Entre las opiniones vertidas la mayor parte de ellas se puede resumir en esta publicación de una persona en linkedin que me ha animado a escribir este artículo y que pego aquí tal y como aparece todavía a día de hoy:

 
https://www.linkedin.com/posts/ivan-fernandez-amil_yolotengoclaro-innovation-careers-activity-6872088240342597633-r8nq/
 

Desde luego esta publicación -marcada como LIKE por 19.126 personas cuando escribo este artículo- da para mucha reflexión en términos sociológicos, antropológicos, psicológicos, estéticos y éticos. Dado que este tipo de opiniones se suman a otras que celebran las puntuales donaciones caritativas de Amancio Ortega a la sociedad sin cuestionarse nada más, me interesa sobre todo analizar contigo, lector o lectora, tanto el tono empleado en este tipo de opiniones como los aprendizajes y elementos de reflexión que podemos extraer de este tipo de lecturas de la realidad. Más en concreto como apunta el título de este artículo me interesa valorar qué entendemos cómo éxito en nuestras sociedades y la manera en la que estamos acelerando una inercia socieconómica suicida.

Aclaro en primer término que soy absoluto defensor de la libertad de cada persona para hacer con su propiedad y patrimonio lo que desee siempre y cuando no atente contra el bienestar humano colectivo ni contra la continuidad de la vida en el planeta. En fin, llamadme exigente o loco pero lo que se plantea aquí no es la abolición de la libertad, sino el duro cuestionamiento necesario de los comportamientos lascivamente onerosos de empresas, organismos, instituciones y personas que destruyen tejidos sociales y ecosistemas globales. Y lo que se plantea en consecuencia es que dichas personas o iniciativas no pueden ser los referentes morales que necesitan nuestras sociedades para reinventarse.

 

“Y AL QUE NO LE GUSTE QUE CONSTRUYA SU PROPIO IMPERIO”

Lo que evidencian tanto el comentario reseñado como las esperpénticas cifras reales que he compartido, es en realidad un dilema de filosofía política que acompaña a la sociedad liberal desde sus inicios en el siglo XVII. Dado que tengo reciente este dilema porque es parte del proyecto de investigación en el que me he embarcado, trataré de explicarlo de manera sencilla:

Si uno lee al maestro John Locke (1632-1704) -sobre todo en Los 2 tratados sobre gobierno civil pero  también el Discurso sobre el orígen y la desigualdad en los hombres– notará que -vistas desde la cómoda perspectiva de las consecuencias generadas- existen auténticas barbaridades en las premisas de base que fueron formuladas en la invención de la sociedad moderna. Estos deslices discursivos se explican porque fueron formulados en la época de una etapa mercantil incipiente en la que los autores de nuestro mundo actual pretendían realizar intencionalmente una transición hacia entornos de convivencia más esperanzadores que los que llevaba siglos asumiendo el Antiguo Régimen. En la teoría las tesis de Locke son emocionantes y habilitadoras, en la práctica no existen.

Lo que planteaba Locke -y cuya perversión legal nos ha llevado a la existencia de INDITEX- tiene que ver con la consideración de todos los seres humanos como universalmente iguales en un estado de naturaleza apriorítico -es decir, si no existieran instituciones o estructurales sociales-, lo que nos situaba a todos como sujetos de derecho y poseedores de libertades. Esto era altamente revolucionario en un mundo marcado por los privilegios y las diferencias entre desposeídos y acumuladores. Entre estas libertades a las que nos daba derecho Locke se encuentra el derecho a la propiedad privada como derecho natural de las personas. Es decir que por el mero hecho de nacer seres humanos tenemos derecho a apropiarnos de lo que hallamos “trabajado” en función de una teoría de la propiedad-trabajo basada en el esfuerzo.

Veamos hasta qué punto esto es cierto:

 

LOCKE ESTABLECÍA LIMITES A LA PROPIEDAD PRIVADA

Tenemos que entender que cuando el maestro Locke formuló su teoría pensaba en personas que labran un campo y tienen por tanto derecho a ser propietarios de él sin necesidad de vasallaje o servidumbre. En otras palabras, Locke defendía la apertura del mercado para que los beneficios económicos y materiales se distribuyeran en una sociedad -la de entonces- caracterizada por señores feudales que acumulaban privilegios de origen. En realidad el planteamiento de la pre-ilustración no era tan puritano pero eso ya forma parte de otra historia que sería más larga de explicar. Lo que es cierto es que Locke vino a decir que contra esta realidad, es el trabajo el que debe generar “propiedad” y que esta libertad debía ser inalienable para todos. Por supuesto esto no se ha cumplido porque pasados los siglos nos encontramos con continuos ciclos de acumulación y desigualdades que se repiten. Pero lo que se nos olvida de su discurso -o se les olvida a los que lo utilizan para justificar su iniquidad- es que Locke puso limites a este derecho:

Locke vino a defender que lo que debe generar propiedad es el trabajo y que una persona no puede (debe) poseer más de lo que pueda consumir sin que se pudra o deteriore por no ser usado, porque eso va en contra de la ley natural enunciada. Aunque sea discutible la idea de poseer el mundo, Locke defendía fervientemente que la propiedad sobre el planeta no se nos ha dado para que lo echemos a perder y que debemos tomar lo que sea necesario sin perjudicar a los demás. El problema vino con los desarrollos posteriores de la teoría lockiana al equiparar la libertad de propiedad con el dinero. Al hacerlo y establecer que el dinero formaba parte del estado natural de libertad, algunas personas podían ya enriquecerse de tal manera que ese trabajo no generaba propiedad ni favorecía la libertad real en otras.

La trampa suicida está en considerar que cada persona “puede generar su propio imperio” (el gran mito de la burbuja del emprendimiento, entre otras) sin dañar la libertad de otras o atentar contra los sistemas sociales y los ecosistemas ambientales sobre los que se proyecta u opera. Es decir, que la idea de sostener un imperio -sea económico o estatal- es directamente contraria al pensamiento ilustrado y al origen de la sociedad moderna liberal. El error de base que nos está matando como humanidad es considerar que el esfuerzo de una persona y su adaptación al mero cumplimiento de un sistema legal falaz, es suficientemente ético a priori sin necesidad de ningún cuestionamiento moral. Hay de hecho algo falaz, esencialista y totalitario en no poder criticar el terrible daño que hace una compañía por el mero hecho de que genere empleos o por la mera razón de que no pare de crecer. ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar como sociedad o a hacer pagar a otros y qué precio estamos dispuestos a hacer pagar al planeta para sostener este tipo de éxitos acríticos e inconscientes?

 

POR QUÉ NO EXISTE LA IGUALDAD DE OPORTUNIDADES

El amplio trabajo que durante décadas ha realizado el materialismo histórico en la recopilación y contraste de datos históricos nos enseña que el estado natural no existe en sociedades que parten de un desarrollo anterior que condiciona los contextos socioculturales, económicos y ambientales en los que una persona nace o se mueve para “trabajar” y disfrutar de intercambios o acceder a la propiedad privada. Pero también nos enseña que la acumulación de riqueza una vez superadas las necesidades fundamentales de toda persona (acceso a vivienda, empleo, alimentación, ropa, salud, ahorro estable), atenta contra la libertad de otras personas para satisfacer estas mismas necesidades en su propia vida. Ergo, la propiedad privada no era igualmente accesible para todos y no existía la igualdad real de oportunidades entonces, y sigue sin existir ahora.

El nombramiento de la hija de Amancio Ortega como presidenta de la compañía, añadido al accionarado de otra de sus hijas y de su propia ex-mujer, sigue siendo representativo del profundo desequilibrio de libertades que rompe el ascensor social y económico en las sociedades, y en particular en España, desde siempre. En este país, según el informe del Peterson Institute for International Economics (PIEE) el 53,8% del origen de la riqueza de los multimillonarios es heredado, tan solo el 15,4% pertenece a fundadores de compañías, el 7,7% está en manos de ejecutivos, el 3,9% procede de conexiones políticas y el 19,2% lo engrosa el sector financiero. Amancio Ortega acumula junto a otras 7 personas, el equivalente a la mitad de la riqueza del mundo. 2/3 de los billonarios del mundo lo son debido a herencias, construcción de monopolios o amiguismos. En 2021, el segundo año de la pandemia, la riqueza de los multimillonarios ha crecido enormemente. Los estudios de Pikketty y Zucman hablan de un empeoramiento de estos datos. En 2040 las 500 personas más ricas de un mundo que tendrá 10.000 millones de personas heredarán 2,4 trillones dólares, algo que indica que este tipo de prácticas ahonda en el desequilibrio social. “El resultado es que esa mitad de la población tiene un patrimonio medio de 2,900 euros por adulto, lo que en conjunto representa solo un 2% del total mundial, mientras el 10% superior concentra el 76%. Cuando se examinan son los ingresos, el 10% de los más ricos en el 2021 se quedan con el 52% del total (de media 87,200 euros por adulto), mientras el 50% más pobre se tiene que contentar con el 8.5% (2,800 euros para todo el año).”

Uno podría argumentar, como hace nuestro atrevido individuo en linkedin, que Amancio Ortega se labró este “imperio” él solo. Esto redundaría en el mito del tendero que creció hasta ser una de las personas más ricas del mundo con su propio esfuerzo. Pero esa afirmación es radical y fundamentalmente falsa. Ninguna riqueza de ese tamaño puede amasarse sin el sacrificio, el trabajo o el inmenso dolor de miles de personas trabajando para que esa persona -o familia- se enriquezca más aún. De hecho la cuestión no es que ahore acumule riqueza o que su empresa sea económicamente exitosa, sino qué tiene que hacer una persona o una empresa para llegar a eso. Y la respuesta hoy es evidente para una persona como yo que ve a diario las tripas de decenas de organizaciones y mercados: no tener principios ni escrúpulos.

 

POR QUÉ LA DINÁMICA EMPRESARIAL DE INDITEX NOS LLEVA AL ABISMO

La tesis de Locke implicaba -y lo dijo exactamente así- que literalmente el planeta Tierra, sus recursos y sus frutos pertenecen a una sola de las millones de especies de vida que existen. La actividad empresarial de INDITEX es el ejemplo más claro del abuso de este principio. Era comprensible defender esto en un mundo -como era aún el del siglo XVII- antropocentrista y teológico en el que no existían conocimientos científicos ni históricos suficientes para cuestionar la centralidad humana o el impacto de la ambición individual en la evolución de las sociedades humanas. Sin embargo hoy, con todas las evidencias y descubrimientos arqueológicos, antropológicos, sociológicos, ecobiológicos e históricos de los que disponemos, esta tesis es directamente insostenible, y se ha demostrado como suicida. El problema a atacar tiene que ver con el tipo de relaciones humanas y relaciones con el medio que fomenta la actividad de una empresa favoreciendo un tipo u otro de consumo. Y en el caso de INDITEX lo que favorece es evidente.

Por ser más claro, el desastre ambiental que viene es de base antropogénica, es decir lo hemos creado nosotros, los humanos, a partir de la apropiación y la explotación del mundo de acuerdo a la ficción de la propiedad-trabajo de Locke (entre otras ideas de la historia del pensamiento político-económico). En la página web de INDITEX existe un apartado en el que se afirma que la empresa está comprometida con el medio ambiente. Contra esta visión, la Organización de Naciones Unidas ha calificado el fast-fashion promovido por Inditex como una emergencia medioambiental sin precedentes. Por aportar datos, la manera en la que INDITEX y otras compañías textiles similares fabrican ropa genera un 20% de las aguas residuales del planeta que atentan contra la biodiversidad y ponen en peligro la ingesta humana de alimentos del mar. La industria de la moda rápida consume 1,5 billones de litros de agua al año que deja inservibles en un mundo en el que las guerras por el agua comienzan (y acabo de volver de un país en el que esto es evidente). Además el sector de moda rápida que lidera INDITEX representa el 10% de las emisiones de dióxido de carbono globales. INDITEX  fue de hecho pionera en la generación de las denominadas microtemporadas de moda que han facilitado que “haya hoy 52 temporadas anuales de consumo de moda y que los consumidores compren hoy más prendas de vestir que en el 2000, pero cada producto se conserve la mitad de tiempo que entonces y, de media, el 40% nunca se utilizan“. El cultivo de algodón para abastecer este ritmo de reposición causa el 88% de la huella hídrica humana global.

Según el estudio científico The enviromental price of fast fashion publicado en Nature en 2020, gracias sobre todo a empresas como INDITEX entre 1975 y 2018, la producción mundial de textiles per cápita aumentó de 5,9 kg a 13 kg por año. La cosa no irá a menos gracias a la continuidad de este modelo de negocio: se estima que el consumo global de ropa aumentará de unos 62 millones de toneladas de productos textiles por año, a 102 millones de toneladas para 2030. El 70% de las emisiones de dióxido de carbono de estas empresas procede de la utilización de fibras sintéticas, la escasa o nula capacidad de reciclaje de las prendas y un completo desinterés por el impacto de sus acciones. El impacto de la industria que lidera INDITEX ha sido ampliamente detallado en un genial artículo de Ester Xicota y abarca todos los procesos de producción de fibras, manufactura, distribución y desechado de las prendas desde su origen hasta su posterior huella en la salud de todas las especies, incluida la nuestra. Es un hecho que INDITEX contribuye de forma muy activa al cambio climático provocado según el Lancet Planetary Health en un 92% por las dinámicas y hábitos de consumo de Norteamérica, Europa, Japón, Australia y Nueva Zelanda, territorios en los que la empresa arrasa en ventas favoreciendo un consumo inconsciente y desleal con la naturaleza y el modelo de propiedad-trabajo de los países manufactureros.

En el aterrador documental True Cost se muestra con toda claridad audiovisual el coste real de comprar, desechar y tirar en un ciclo promovido por esta industria en el que lo barato en las sociedades del primer mundo sale muy caro a personas en pobreza real bochornosa. El colapso del edificio de Fashions Tazreen (proveedora de marcas como C & A, Carrefour, Walmart o Kik) de 8 pisos en 2013 el que murieron 1134 personas y fueron heridas 2437 en Daca (Bangladesh) ya se ha olvidado, pero en él trabajaban personas que se dedican a la misma industria de la que participa INDITEX. ¿La empresa ha multiplicado sus beneficios económicos? Sí, a costa de hacer del mundo un lugar apocalíptico para vivir a nivel laboral, ambiental y social. ¿Amancio Ortega es un multimillonario innegable? Sí, pero desde hace décadas cada vez que alguien compra una prenda de esta compañía, la vida del planeta se va literalmente a la mierda. ¡Claro que siempre hay tiempo como empresa para unirse a la estrategia de greenwashing tras haber debastado sociedades y ecosistemas!

El absoluto cinismo llega cuando una compañía que genera condiciones de trabajo indignas mediante una estrategia de precarización laboral propia de un colonialismo económico que no genera riqueza sino que expropia y desposee a las poblaciones sobre las que se proyecta, cuando ese tipo de compañía -digo- construye una nueva sede central sostenible y ecoeficiente de 170.000 metros cuadrados presumiendo de cumplir los estándares bioclimáticos del US Green Building Council (USGBC) por 238 millones de euros. ¿Por qué es cínico e insultante? Porque Inditex, con sede oficial en España -esa misma sede que no va a cambiar con el nuevo edificio- pagó en 2019 más del 70% de impuestos en Holanda, Irlanda y Suiza, lo que implica que eludió 585 millones de euros de impuestos a través de su entramado empresarial. No es el ejercicio en el que INDITEX ha logrado eximirse de mayores impuestos, ya que en el ejercicio fiscal de 2012 llegó a evitar el pago de 900 millones de euros.

INDITEX ha sido periódica y recurrentemente denunciada y condenada por plagios de diseño, llegando a verse obligada a retirar prendas, explotación laboral y trabajo con productos químicos dañinos en diversas regiones, entre las que se incluye empleo infantil (72 horas a la semana por 0,88 euros al día) en la India (junto a Cortefiel y el Corte Inglés), la obligación judicial de pagar compensaciones de 1,36 millones de euros en Brasil con 52 actos de infracción por fomentar el trabajo esclavo, la denuncia de jornadas de 13 horas de trabajo en Argentina en condiciones infrahumanas (junto con Puma, Topper y otras marcas), pero también huelgas y rebeliones de trabajadores en Nueva York denunciando sus condiciones laborales. Por concluir, ¿Todo esto se arregla subiendo un año el 14% de los salarios de los empleados de Galicia? Acaso ¿podemos decir que esto se arregla haciendo que el 10% de tus prendas sean supuestamente ecológicaso afirmando que en 2025 todas tus prendas serán sostenibles? La respuesta es NO, EN ABSOLUTO. Los que nos dedicamos a acompañar cambios empresariales sabemos que este tipo de iniciativas suman pero no son cambios significativos si no van ligados a una transformación integral de la comprensión ecosocial de la empresa y su papel en el mundo.

 

POR QUÉ EN CONSECUENCIA INDITEX NO ES UN CASO DE ÉXITO

Se que es frecuente mostrar a Marc Zuckerberg, Bill Gates, Steve Jobs, Jeb Bezzos, Elon Musk, Richard Branson o al propio Amancio Ortega y sus iniciativas como casos de écito, pero lamento que a mí no me impresionen ni me inspiren en absoluto. Esta especie de mitología empresarial que hemos creado nos está matando a través de prácticas monopolísticas y totalitarias que rallan lo maniaco. Ellos no son las referencias éticas que quiero en mi vida, ni el tipo de sociedad que promueven es el tipo de sociedad que quiero que hereden nuestros hijos. Las consecuencias de sus acciones han sido abrumadoramente nefastas en términos de aumento de la desigualdad, generación de élites egoístas y ruptura del tejido social. No considero que estas marcas -incluida INDITEX- sean un caso de éxito y por ello trato en la medida de mis posibilidades de no favorecer su crecimiento evitando ser su cliente. Si alguna de ellas me llamara para ayudarles como proveedor o generador de cambios -tal y como hecho con otras marcas igualmente detestables- yo lo haría encantado por un motivo sencillo: Trabajo para ayudar a cambiar a las personas y las empresas y sin duda estas son las que más lo necesitan. No ayudarles a pensar de otro modo no resuelve el problema, esa ha sido siempre mi opinión.

Tal vez Zara fue un caso de éxito cuando era una empresa que extraía beneficio de su comunidad aportando un valor social y económico indudable en un intercambio entre un propietario de negocio honesto y trabajadores que podían vivir dignamente de su empleo. Pero desde que en 1963 Amancio Ortega, su fundador, abriera una pequeña tienda en A Coruña, ya ha llovido mucho. La expansión de la empresa fue de la mano de los años de bonanza que acompañaron a la transición democrática española e incrementaron el poder adquisitivo de los españoles. Entre 1980 y 2000 el grupo se expandió hasta que en 2001 salió a Bolsa. Desde entonces, tal y como hemos visto, el crecimiento y expansión económica de la empresa han sido imparables incumpliendo todo tipo de estándares éticos y sociales, favoreciendo empleos precarios y destruyendo el entorno a niveles irreversibles. INDITEX es solo un caso de éxito para aquellos que no levantan la cabeza de la cuenta de resultados financieros, pero es imposible mantener que lo es cuando atendemos a indicadores que la sitúan a la cabeza de las empresas cuyo comportamiento nos envilece como especie.

Si bien la apuesta por cerrar centenares de tiendas físicas, aumentar la internacionalización y favorecer el comercio online y el inventario único digital/físico con prendas siempre disponibles para la venta aunque la tienda física esté cerrada, puede ser considerada una estrategia económicamente acertada dado que la compañía ha alcanzado beneficios históricos, el problema no reside en el incuestionable aumento de beneficios económicos sino en la manera en la que se consiguen estas cifras y el impacto y resultados sociales que generan. Cuando valoras el éxito de una compañía solo por sus beneficios económicos (criterio economicista) sin valorar el impacto social, ambiental, laboral y/o sanitario que implican sus procesos de fabricación, comercialización y logística, sin duda se comete un error de dimensiones colosales que está situando al planeta al borde de colapso ambiental y a las sociedades al borde de una neofeudalización de consecuencias imprevisibles.

El verdadero punto de inflexión en nuestras sociedades llegará cuando entendamos que estas cifras que he compartido tienen una cara B inmensamente dolorosa y nociva para todo lo que representa la humanidad en el mundo. Si después de leer este artículo el argumento contra las personas que no consideramos a INDITEX ni a Amancio Ortega como referencias ni casos de éxito, es que “en España seguimos sin soportar que algunos tengan éxito” nos merecemos el puto y absoluto colapso como especie, tal y como apunta la célebre película Don´t look up (McKay, 2021).

 

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